El sufrimiento depende no tanto de lo que se
padece cuanto de nuestra imaginación, que aumenta
nuestros males.
El que no ha sufrido no sabe nada; no conoce ni
el bien ni el mal; ni conoce a los hombres ni se
conoce a sí mismo.
El hombre se mueve. Dios le guía.
Los que saben ocuparse en cualquiera lectura
útil y agradable, jamás sienten el tedio que devora
a los demás hombres en medio de las delicias.
Si a cambio de mi amor a la lectura viera a mis
pies los tronos del mundo, rehusaría el cambio.
La ambición está más descontenta de lo que no
tiene que satisfecha de lo que tiene.
Si queréis formar juicio acerca de un hombre,
observad quienes son sus amigos.
Los más insolentes en la prosperidad son en la
adversidad los más débiles y cobardes; doblan la
cerviz en faltándoles la autoridad, y se les ve tan
abatidos como se les conoció soberbios; en un
momento pasan de un extremo a otro.
Así como la demasiada autoridad corrompe a los
reyes, así el lujo emponzoña toda una nación.
Ningún poder humano puede jamás violentar el
sagrario impenetrable de la libertad del corazón.
El poder sin límites, es un frenesí que arruina
su propia autoridad.
La fuerza no puede jamás persuadir a los
hombres; sólo logra hacerlos hipócritas.
El verdadero valor consiste en prever todos los
peligros y despreciarlos cuando llegan a hacerse
inevitables.
Las almas bellas son las únicas que saben todo
lo que hay de grande en la bondad.
No podemos ver a la virtud sin amarla, ni amarla
sin ser felices.
El más desgraciado de todos los hombres es el
que cree serlo.
Ordinariamente, aquéllos que educan a los niños
y no les perdonan nada se perdonan todo a sí mismos.
Los más insolentes en la prosperidad son en la
adversidad los más temerosos.