El Odio es un borracho al fondo de una taberna,
que constantemente renueva su sed con la bebida.
El amor es un crimen que no puede realizarse sin
cómplice.
Para conocer la dicha hay que tener el valor de
tragársela.
¡Ah qué grande es el mundo a la luz de las
lámparas! ¡Y qué pequeño es a los ojos del recuerdo!
Jamás es excusable ser malvado, pero hay cierto
mérito en saber que uno lo es.
Hay que ser sublime sin interrupción. El dandy
debe vivir y morir ante el espejo.
Lo que hay de embriagador en el mal gusto es el
placer aristocrático de desagradar.
En un acto social, cada uno disfruta de los
demás.
La vida es un hospital donde cada enfermo está
poseído por el deseo de cambiar de cama.
No se puede olvidar el tiempo más que
sirviéndose de él.
La fatalidad posee una cierta elasticidad que se
suele llamar libertad humana.
¡Ay los vicios humanos! Son ellos los que
contienen la prueba de nuestro amor por el infinito.
El gusto de la concentración productora debe
reemplazar, en un hombre ya maduro, al gusto de la
desperdigación.
Lo bello es siempre raro. Lo que no es
ligeramente deforme presenta un aspecto inservible.
Que procedas del cielo o del infierno, qué
importa, ¡Oh, Belleza! ¡monstruo enorme, horroroso,
ingenuo! Si tu mirada, tu sonrisa, tu pie me abren
la puerta de un infinito que amo y jamás he
conocido.
Las naciones son como ciertas familias; sólo a
pesar suyo tienen grandes hombres.
El genio no es más que la infancia recuperada a
voluntad.
Esa necesidad de olvidar su yo en la carne
extraña, es lo que el hombre llama noblemente
necesidad de amar.
Para no ser los esclavos martirizados del
tiempo, embriagaos, ¡embriagaros sin cesar! con
vino, poesía o virtud, a vuestra guisa.