PRIMERA PARTE
CAPÍTULO XIV
LA FÁBRICA Y ORNAMENTO DE LAS CASAS REALES
El servicio y ornamento de las casas reales de los Incas, reyes que fueron del Perú, no era de menos grandeza, riqueza y majestad que todas las demás cosas magníficas que para su servicio tenían; antes parece que en algunas dellas, como se podrá notar, excedieron a todas las casas de los reyes y emperadores que hasta hoy se sabe que hayan sido en el mundo. Cuanto a lo primero, los edificios de sus casas, templos, jardines y baños, fueron en extremo pulidos, de cantería maravillosamente labrada, tan ajustadas las piedras unas con otras, que no admitían mezcla; y aunque es verdad que se la echaban, era de un barro colorado (que en su lengua llaman Lancac Allpa, pues es barro pegajoso), hecho leche, del cual barro no quedaba señal ninguna entre las piedras; por lo cual dicen los españoles que labraban sin mezcla. Otros dicen que echaban cal, y engáñanse; porque los indios del Perú no supieron hacer cal ni yeso, teja ni ladrillo.
En muchas casas reales y templos del Sol echaron plomo derretido, y plata, y oro por mezcla. Pedro de Cieza, capítulo noventa y cuatro, lo dice también, que huelgo alegar los historiadores españoles para mi abono. Echábanlo para mayor majestad, lo cual fue la principal causa de la total destrucción de aquellos edificios; porque por haber hallado estos metales en algunos dellos, los han derribado todos buscando oro y plata, que los edificios eran de suyo tan bien labrados de tan buena piedra, que duraran muchos siglos si los dejaran vivir. Pedro de Cieza, capítulo cuarenta y dos, sesenta y noventa y cuatro, dice lo mismo de los edificios, que duraran mucho si no los derribaran. Con planchas de oro chaparon los templos del Sol y los aposentos reales, donde quiera que los había; pusieron muchas figuras de hombres y mujeres, y de aves del aire y del agua, y de animales bravos, como tigres, osos, leones, zorras, perros y gatos cervales, venados, huanacus y vicuñas y de las ovejas domésticas, todo de oro y plata vaciado al natural en su figura y tamaño, y los ponían por las paredes, en los vacíos y concavidades, que yendo labrándolos dejaban para aquel afecto. Pedro de Cieza, capítulo cuarenta y cuatro, lo dice largamente.
Contrahacían yerbas y plantas de las que nacen por los muros, y las ponían por las paredes que parecía haberse nacido en ellas. Sembraban las paredes de lagartijas y mariposas, ratones y culebras grandes y chicas, que parecían andar subiendo y bajando por ellas. El Inca se sentaba de ordinario en un asiento de oro macizo que llaman Tiana. Era de una tercia en alto, sin braceras ni espaldar, con algún cóncavo para el asiento. Poníanla sobre un gran tablón cuadrado de oro. Las vasijas de todo el servicio de la casa, así de la mesa como de la botillería y cocina, chicas y grandes, todas eran de oro y plata, y las había en cada casa de depósito para cuando el rey caminase, que no las llevaban de unas partes a otras, sino que cada casa de las del Inca, así las que había por los caminos reales como las que había por las provincias, todas tenían lo necesario para cuando el Inca llegare a ellas, caminando con su ejército o visitando sus reinos. Había también en estas casas reales muchos graneros y horones, que los indios llaman Pirua, hechos de oro y plata, no para encerrar grano, sino para grandeza y majestad de la casa y del señor della.
Juntamente tenían mucha ropa de cama y de vestir siempre nueva, porque el Inca no se ponía un vestido dos veces, que luego lo daba a sus parientes. La ropa de la cama toda era de mantas y frezadas de lana de vicuña, que es tan fina y tan regalada, que entre otras cosas preciadas de aquella tierra, se la han traído para la cama del rey don Felipe segundo. Echábanlas debajo y encima. No supieron o no quisieron la invención de los colchones; y puédese afirmar que no la quisieron, pues con haberlos visto en las camas de los españoles, nunca los han querido admitir en las suyas, por parecerles demasiado regalo y curiosidad para la vida natural que ellos profesaban.
Tapices por las paredes no los usaban, porque, como se ha dicho, las entapizaban con oro y plata. La comida era abundantísima, porque se aderezaba para todos los Incas parientes que quisiesen ir a comer con el rey, y para los criados de la casa real, que eran muchos. La hora de la comida principal de los Incas y de toda la gente común era por la mañana, de las ocho a las nueve; a la noche cenaban con luz del día livianamente, y no hacían más comidas que estas dos. Fueron generalmente malos comedores; quiero decir de poco comer; en el beber fueron más viciosos; no bebían mientras comían, pero después de la comida se vengaban, porque duraba el beber hasta la noche. Esto se usaba entre los ricos, que los pobres, que era la gente común, en toda cosa tenían escasez, pero no necesidad. Acostábanse temprano y madrugaban mucho a hacer sus haciendas.
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