Introducción
Es curiosa la riqueza de costumbres, culturas y tradiciones de mi Galicia que se pierden en la noche de los tiempos. Algunas son de manifestación tan reciente que apenas han transcurrido tres generaciones desde que comenzaron a perderse. Hoy quiero participaros una de esas tradiciones de la que tuve conocimiento por casualidad, cuando comentaba con mi madre algunos hechos familiares de la Guerra y sus consecuencias. Hablábamos del hambre, de la cartilla de racionamiento —no tan lejana en el tiempo—, de las penurias y de cómo las mujeres campesinas hacían bolillos para conseguir sacar la prole adelante.
La historia es general y cada ser, cada familia, ha tenido la suya propia y seguro que no menos traumática que la de su vecino. Pero, en este caso hablo específicamente de una parroquia concreta de Galicia: Rubiós, en As Neves, municipio del Sur lindante con los montes de Paradanta, bañada en una parte por el Río Miño, aguas que durante la Guerra Civil fueron miles de veces atravesadas por los estraperlistas de los países limítrofes, España y Portugal. Pero ésta es otra historia, de la que sin duda existe mucho conocimiento oral, y en la que me detendré en otra ocasión.
Me contaba pues, mi madre, cómo su propia madre (mi abuela), una persona muy honrada y trabajadora, se las ingeniaba para obtener alimentos recurriendo al trueque, ofreciendo algo muy valioso, el ya entonces afamado vino de Rubiós y de su propia elaboración; con su comercio obtenía maíz para el cultivo. Recorriendo decenas de kilómetros cargaba con cestas de pescado, portándolas incluso en la cabeza con maestría en el equilibrio, y lo vendía de regreso en las parroquias por la que discurría.
Pero pocas familias tenían razones para el jolgorio. La Guerra no sólo dejó vidas en el camino, dejó también mucha miseria en los sobrevivientes. La alimentación era deficitaria para los más pequeños, como es de suponer en el periodo de Guerra, y no menos en la Posguerra, que duró varias décadas. Muchos niños no desarrollaban, existía un alto índice de mortandad, y una mayoría de los que conseguían salir adelante presentaban raquítismo.
Cuando el raquitismo era muy acusado y peligraba la vida de un bebé, se recurría a menudo a un rito muy curioso: «pasar o neno polo carballo («pasar el bebé por el roble»). El carballo es el roble gallego, un árbol noble y defendido por las gentes del rural por encima de otras familias arbóreas, como las pináceas.
Posibles antecedentes históricos
Hago un breve alto para recordar algo que entronca con el rito que pretendo describir, y que es común a los antiguos pueblos celtas, especialmente del noroeste de Francia: el carácter sagrado del roble. Los antiguos celtas de la Galia, a quienes los romanos llamaron «galos», veneraban el roble; sus bosques sagrados estaban repletos de ellos. Ninguna ceremonia religiosa era practicada sin la presencia y la sombra de sus ramas.
Los sacerdotes galos (los druídas) cuando hallaban muérdago adherido a un roble, establecían todo un ceremonial para recogerlo. Se hacía en el sexto día de la luna, día que era el comienzo de sus meses, años y siglos. Llevaban dos bueyes blancos y le ataban las astas, un sacerdote subía al roble vestido de blanco y con una podadera de oro cortaba el muérdago y lo dejaba caer sobre una saya blanca, seguidamente se sacrificaban los bueyes y bajo las ramas se hacía un banquete. La infusión del múerdago que está unido a un roble se consideraba una bebida que otorgaba fecundidad, además de un antídoto contra toda clase de venenos.
La ceremonia
Y volviendo a la historia del roble gallego y el rito anunciado, debo creer que trasciende de aquellas ceremonias galas de la antigüedad el que traigo aquí a colación, especialmente en lo que se refiere a la concepción sagrada del roble –en este caso el roble carballo–. La ceremonia de pasar a un bebé por el carballo la radico en esta parte geográfica de Galicia, pero no la circunscribo únicamente a ella, pues ignoro si también se llegó a practicar en el resto del territorio gallego; agradezco a los lectores que si así fuera lo hagan constar en los comentarios del pie.
El procedimiento requería de un ceremonial previo. Era necesario localizar un árbol joven, de no más de seis años, pero fuerte. Una persona adiestrada en el manejo del hacha le practicaba un corte longitudinal, de arriba abajo pero aproximadamente sobre el tercio de su anchura, evitando tocar la médula o «corazón» del árbol. El hueco así abierto debía ser suficiente para que el cuerpo del bebé pudiera atravesarlo. Cada niño ofrecido debía tener su propio carballo.
Al lugar se transportaban los alimentos de los ceremoniantes y del propio bebé, incluido agua y vino tinto. En una cesta de mimbre se llevaban también vestimentas limpias con las que se mudaría al bebé al finalizar el ritual.
La ceremonia tenía que ser ejecutada por dos chicas jóvenes, vírgenes, de edades no superiores a los 15 años, y ambas debían llamarse María de nombre. El bebé tenía que ser pasado por el carballo boca abajo con las vestimentas que traía de casa. Para ello, las dos muchachas se situaban a ambos lados del árbol, se persignaban y una de ellas entregaría el bebé y la otra lo recibiría. En ese procedimiento la muchacha que hacía la entrega establecía el siguiente diálogo con su compañera:
— María, toma
— Qué me das –pregunta la otra María
— Douche un engenido (te entrego un raquítico)
— Un engenido non cho quero, quero un robusto, gordo e florido (un raquítico no te lo quiero, quiero un robusto, gordo y florido)
La muchacha receptora toma el bebé e intercambia su posición con la muchacha que se lo entregó. Ahora será la receptora la que hará la entrega, repitiendo el mismo diálogo, y de nuevo otro intercambio repitiéndolo hasta nueve veces. Al finalizar se persignan de nuevo.
El bebé, una vez pasadas las nueve veces por el carballo, se le desnuda, se le lava cuidadosamente y se le muda con la ropa limpia. La ropa usada se utilizará para unir de nuevo la abertura del carballo, envolviéndolo de forma que quede fuertemente unido. Para mejorar la unión se utilizan bimbios mansos, que son fuertes y duraderos.
Seguidamente, hacen el banquete, alimentan al bebé, y todo lo sobrante deberá quedar al pie del carballo. El vino tinto y el agua sobrantes se verterá empapando las prendas que se han utilizado para cerrar el hueco del árbol.
El proceso de unir la abertura del carballo era muy delicado, ya que si secaba, el bebé moriría. Se sabe que en el lugar de Rubiós, donde se realizaron muchos ritos de este tipo, sea por casualidad o providencia, secó un único carballo y murió un único niño.
Nota.- Esta historia me ha sido relatada directamente por mi tía María Rodríguez Rodríguez (de apodo «María de Millaxendo», como la reconocerán los más longevos del lugar), de 90 años en el momento de escribir este artículo. Ella, fue una de las Marías que oficiaron varias de estas ceremonias, en compañía de otra vecina recientemente fallecida, cuando contaba 92 años de edad.
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