El «todos» y «todas», el lenguaje inclusivo y la economía del lenguaje

Comienza el nuevo año y sigo encontrándome de bruces con el polémico lenguaje ¿inclusivo? del todos y todas, políticos y políticas, capullos y capullas…, nada ha cambiado. Y me gustaría hacer una reflexión sobre esta polémica que considero absurda.

Para empezar, hay que puntualizar que el lenguaje sexista sí existe; cuando enhebramos un pensamiento y lo exponemos verbalmente a otros (y otras, para no ser sexista), podemos ingeniárnosla para que incluya voluntariamente expresiones que hagan visible ese sexismo, incluso en términos ofensivos. Ejemplo:

«Esas mujeres son unas zorras» frente a «Esos hombres son unos zorros»; en el primer caso «mujeres zorras» se asocia con prostitutas, mientras que «hombres zorros» se asocia con su astucia. Igualmente «Esas mujeres públicas» frente a «Esos hombres públicos», tiene una notable connotación de mujeres que practican la prostitución, en el primer caso, y de hombres dedicados a la política, en el segundo caso.

Pero, esos ejemplos nada tienen que ver con los conceptos «género» y «sexo» que se intentan manifestar en el lenguaje inclusivo, en el sentido de querer pasar por discriminación de género lo que en realidad sería una discriminación de sexo. Recordemos que el sexo es una característica biológica que se tiene al nacer; se es macho o hembra. Por su parte el género es una característica cultural, distinta del sexo; se es varón o mujer, pero al mismo tiempo este género puede cambiar, por ejemplo, un varón que conforme se desarrolla se va sintiendo mujer, o viceversa. Y el género puede complicarse aún más, pues existen personas que no se identifican ni con su propio sexo ni con el contrario, son los llamados andróginos.

En este sentido, el conocido debate sobre «violencia de género» se ha construido mal desde un principio, pues se basa sobre todo en la violencia o maltrato del hombre hacia la mujer por el hecho de serlo, más que de la mujer hacia el hombre, por tanto debería definirse como «violencia hacia la mujer» y no como «violencia de género».

Pero se insiste, sobretodo por parte de un sector del movimiento feminista, que debe existir un manual de corrección del lenguaje sexista, para conseguir erradicar expresiones que hacen invisible a la mujer o le niegan su estatus. La idea es correcta y deseable, pero la forma en que se está llevando a cabo es desastrosa. Como ejemplo de la intencionalidad de formar una oración totalmente forzada en lo que se refiere a la economía del lenguaje, me sirve un comentario leído en un foro a una académica (me refiero a un académico de sexo femenino), sobre lo absurdo que puede llegar a ser un diálogo, supuestamente inclusivo, cuando se fuerza el lenguaje constantemente, de manera consciente, sólo con el objeto aparente de dar visibilidad a la mujer, llegándose a comentarios del siguiente estilo:

«Informo a todas y todos las alumnas y alumnos que se sientan preparadas y preparados, que pueden avisar a sus profesoras y profesores para ser evaluadas y evaluados». Esto es una locura lingüística, desde cualquier punto que se vea, una horrorosa estructura semántica que destruye la capacidad de los mecanismos mentales para formar pensamientos ordinariamente asumibles. El orden natural de esta conversación (si no se está forzando al cerebro para que oriente las expresiones) sería algo tan simple como «informo a todos los alumnos que se sientan preparados, para que avisen a sus profesores para ser evaluados».

El cerebro, naturalmente, recurre siempre de forma inconsciente a esa economía del lenguaje, e intentar forzarlo durante su construcción desvirtúa el mensaje final o convierte la conversación en un caos. Así, cuando estamos realizando un trabajo cualquiera, como regar las plantas, y al mismo tiempo nos viene a la mente alguna cosa que tenemos pendiente, digamos «tengo que llevar a mis sobrinos al parque», en esa construcción mental nadie se detiene a evaluar si su pensamiento es inclusivo o no; si así fuera, tendría que construir frases como «tengo que llevar a mis sobrinas y sobrinos al parque», o rizando el rizo, «tengo que llevar a la descendencia de mi hermana y mi cuñado al parque», todo ello con la única intención de no caer en la tan denunciada práctica sexista.

La RAE dejó clara esta postura en varias ocasiones, pues ha sido consultada insistente y reiteradamente sobre el particular. Pero, como ya nos tienen acostumbrados los líderes de turno, le han dado un carácter político y no profesional a sus comunicados. Lo dejo aquí, para público conocimiento:

Los ciudadanos y las ciudadanas, los niños y las niñas

Este tipo de desdoblamientos son artificiosos e innecesarios desde el punto de vista lingüístico. En los sustantivos que designan seres animados existe la posibilidad del uso genérico del masculino para designar la clase, es decir, a todos los individuos de la especie, sin distinción de sexos: Todos los ciudadanos mayores de edad tienen derecho a voto.
La mención explícita del femenino solo se justifica cuando la oposición de sexos es relevante en el contexto: El desarrollo evolutivo es similar en los niños y las niñas de esa edad. La actual tendencia al desdoblamiento indiscriminado del sustantivo en su forma masculina y femenina va contra el principio de economía del lenguaje y se funda en razones extralingüísticas. Por tanto, deben evitarse estas repeticiones, que generan dificultades sintácticas y de concordancia, y complican innecesariamente la redacción y lectura de los textos.
El uso genérico del masculino se basa en su condición de término no marcado en la oposición masculino/femenino. Por ello, es incorrecto emplear el femenino para aludir conjuntamente a ambos sexos, con independencia del número de individuos de cada sexo que formen parte del conjunto. Así, los alumnos es la única forma correcta de referirse a un grupo mixto, aunque el número de alumnas sea superior al de alumnos varones.

Abel (El Tecnotrón)

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