Es notoria la posición del tema amoroso en la poesía del Barroco, donde ocupa un lugar dominante. Durante el Siglo de Oro el petrarquismo, neoplatonismo y amor cortés están enlazados en una línea contínua.
A partir del siglo XII se desarrolló una concepción del amor cortés por los trovadores franceses del sur, que bien podría constituir la raíz del amor «romántico» y «moderno», pero que respondía a las circunstancias propias del momento en las aristocracias medievales.
Originalmente se distinguían dos influjos: las relaciones de vasallaje (el feudalismo) y la doctrina religiosa opuesta el amor carnal (el catarismo). En base a estas dos concepciones, el poeta concebía el amor por una parte como vasallaje hacia una dama superior, que en ocasiones era divinizada. Por otra parte, se expresaba como un amor espiritual, desinteresado, donde no existía esperanza de posesión física y por tanto debía descartarse.
En esta composición neoplatónica del conde de Villamediana, se utilizan tópicos que representan y divinizan la belleza física de la amada como un trasfondo de la belleza de su alma.
Imagen celestial, cuya belleza
no puede sin agravio ser pintada,
porque mano mejor, más acertada,
no fió tanto a la naturaleza.
En esto verá el arte su flaqueza:
quedando vida y muerte así pintada,
está menos hermosa que agraviada
sin quedarlo la mano en su destreza.
Desta falta del arte, vos, señora,
no quedáis ofendida, porque el raro
divino parecer está sujeto.
Retrato propio vuestro es el aurora,
retrato vuestro el sol cuando es más claro,
vos, retrato de Dios el más perfeto.
Ejemplo de la expresión poética en la línea del catarismo, es aquella en la cual la amada del poeta es casada, pues el cortejo no se hacía por motivos de interés material; es conveniente recordar en este sentido que los matrimonios solían acordarse por intereses dentro de la nobleza, más que por razones de amor.
Así, el poeta escribía sobre amores lejanos, irrealizables y casi siempre no correspondidos, habitualmente con idealización de la amada. Lógicamente, ese ideal no era ajeno al deseo carnal, y por eso la renuncia iba colmada de gran pasión y dolor, un padecimiento que era llevado a los versos con toda su carga e intensidad emotiva. Los tópicos en este sentido son numerosos: «fuego», «muerte», «infierno», «pasión», «locura»…, inundan la literatura poética de tema amoroso del Siglo de Oro.
Pero, el poeta es consciente de que su destino inevitable es amar y sufrir, vivir sentimientos contradictorios de muerte y vida, deseo y renuncia, dolor y orgullo, infierno y gloria… En cierto modo se complace del sufrimiento propio porque se trata de un sufrimiento por amor, que era signo de dignificación de las almas nobles, y por tanto le ennoblecía.
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