El juego es parte esencial para el óptimo desarrollo de niños y niñas, porque contribuye a su bienestar emocional, físico y social, así como las capacidades motoras y cognitivas.
El juego es innato en su forma de manifestarse, es libre y voluntario; es autotélico, es decir, jugar no busca un objetivo definido sino el disfrute y gratificación en si mismo del ejercicio de una actividad lúdica; «vivirlo», disfrutar durante el juego, ese es el objetivo.
Pero además, el juego es un derecho. Así lo recoge el Artículo 31 de la Convención sobre los Derechos del Niño:
“se reconoce el derecho del niño y la niña al descanso y al esparcimiento, al juego y a las actividades recreativas propias de su edad y a participar libremente en la vida cultural y en las artes. Se respetarán y promoverán el derecho del niño y la niña a participar plenamente en la vida cultural y artística y propiciarán oportunidades apropiadas, en condiciones de igualdad de participar en la vida cultural, artística, recreativa y de esparcimiento”.
En el Objetivo de Desarrollo Sostenible nº 4 de la ONU, se recoge la importancia del aprendizaje en las primeras edades, y se describe como meta que antes del año 2030 “todas las niñas y niños tengan acceso a servicios de atención y desarrollo en la primera infancia y educación preescolar de calidad, a fin de que estén preparados para la enseñanza primaria”.
Uno de los grandes retos de la planificación educativa, es integrar la educación preescolar en la educación formal. La clave que se está considerando es el «aprendizaje lúdico», o «aprendizaje a través del juego». Los juegos para niños como estrategia de aprendizaje, constituyen un punto fundamental en la pedagogía y educación de calidad en la infancia más temprana.
Los últimos 30 años de investigaciones científicas, nos enseñaron que en el desarrollo humano el periodo más importante es el que comprende desde el nacimiento hasta la edad de ocho años. Durante todos esos años, e incluso entrada la edad adulta, se forma una sólida base para el éxito en el desarrollo de competencias cognitivas y sociales, así como el bienestar emocional y una buena salud física y mental.
Aunque el aprendizaje se extiende a lo largo de toda la vida, es en la primera infancia donde se produce con una rapidez que nunca después será igualada. En esa primera etapa de la vida, son los años de la educación preescolar los que fundamentan el éxito, tanto en la escuela como después de ella. Es aquí, donde se debe señalar la pertinencia del aprendizaje a través del juego, incluso más allá de ese primer periodo de la vida.
El juego constituye una de las formas más importantes en que los niños obtienen competencias esenciales, y conocimientos que arraigarán rápidamente en sus mentes cuando se instalan en la primera infancia. Es pues, que los educadores, sabiendo el enorme potencial de aprendizaje de los niños más pequeños, se replantean el modo de enseñar para canalizar positivamente todo ese potencial. Por este motivo, el fundamento de los programas de educación preescolar eficaces, se hallan en las oportunidades de juego y en aquellos entornos que favorecen el esparcimiento lúdico, la exploración y el aprendizaje práctico.
En este periodo, con la estimulación adecuada, se consigue que el cerebro de un niño forme, como mínimo, 1.000 conexiones neuronales por segundo. Algunos indicios recientes, aunque sin estudios confirmados, indican que esa velocidad podría ser mucho mayor, de hasta un millón por segundo. Estas conexiones quedan potenciadas por el entorno que es protegido y afectuoso, en el contexto del cuidado lúdico y receptivo, de establecimiento de lazos de unión y vínculos seguros, lo que contribuye a un desarrollo emocional positivo.
Esta etapa es la conocida habitualmente como «periodo preescolar». Es cuando el niño experimenta un rápido desarrollo en las competencias lingüísticas, cognitivas y socioemocionales. Durante este periodo son esenciales la estimulación y aprendizaje derivados de actividades como leer, jugar, cantar…, así como socializar e interactuar con los compañeros y con los adultos responsables de los cuidados del niño, en el hogar y también en el entorno de la educación preescolar de calidad. En la etapa preescolar, el juego permite a los niños desarrollar su imaginación y creatividad, explorando y dando sentido al mundo que les rodea.
Es el periodo que viene a coincidir con los primeros cursos de escuela primaria. Aunque el aprendizaje basado en el juego sigue teniendo importancia, se suele descuidar en favor de objetivos académicos. No obstante, los enfoques de aprendizaje activo en este periodo que están basados en el juego, pueden transformar las experiencias educativas de los niños durante la educación primaria, fortaleciendo no sólo su motivación sino también los resultados de aprendizaje.
El juego adopta muchas formas y expresiones, pero todos lo reconocen cuando lo ven, ya sea en los parques, las calles, los pueblos, en clase o en los patios de recreo. No es una actividad exclusiva de una cultura, de una comunidad o de la pertenencia a un colectivo de determinado nivel económico, ni siquiera de una determinada edad –aunque aquí nos referiremos fundamentalmente al juego durante la infancia–. Todos los niños juegan, y lo hacen ya desde edades muy tempranas.
Los niños juegan, y en esa acción dan sentido al mundo que les rodea, descubriendo el significado de cada experiencia, conectándolas con otras y con sensaciones que ya fueron conociendo previamente. El juego permite que los niños expresen y amplíen la interpretación de cada experiencia.
Cuando observamos a los niños jugar (también a los adultos), a menudo advertimos jovialidad, espontaneidad, sonrisas e incluso la risa abierta. Aunque no siempre será ese el tono habitual del juego, pues también se pueden producir retos y frustraciones, sea jugando en solitario o cuando existen interacciones con otros niños; la competencia también surge: ¡Ahora me toca a mí!, ¡He ganado yo!, o ante desafíos, ¿Porqué no consigo que estos juegos de construir se sostengan? Pero, todo ello forma parte del desarrollo y crecimiento humano, y la sensación general en el juego es de emoción, motivación y disfrute.
El juego y el aprendizaje es iterativo, nunca son estáticos. En el juego los niños practican competencias, exploran posibilidades, establecen hipótesis, buscan y descubren nuevos retos…; todo ello se traduce en un aprendizaje más profundo. Además, el juego es interactivo socialmente, pues permite a los niños entender a los demás y comunicar ideas. Esta interacción social sienta las bases para unas relaciones más sólidas y la construcción de un conocimiento más profundo.
El juego también invita a la participación activa. Lo podemos observar cuando juegan los niños y cómo lo hacen: normalmente se implican profundamente en las actividades lúdicas, donde combinan la actividad física con la mental y la verbal.
Desde siempre, los humanos han jugado, de hecho no es una faceta exclusiva de la humanidad, los animales también juegan. Se conservan numerosas evidencias de actividades lúdicas en sociedades de todos los tiempos, en yacimientos, en el arte y otras manifestaciones culturales. Aunque, desde un punto de vista antropológico-cultural el juego infantil puede tener diferentes connotaciones. Por ejemplo, las primeras sociedades industriales no estimaban el trabajo infantil como una explotación, empleando a niños en labores que, hoy en día, serían consideradas inaceptables. En aquellas condiciones los niños no jugaban o apenas tenían tiempo para ello; el tiempo empleado en el juego era entendido como tiempo «improductivo».
Desde la antigüedad el juego estuvo muy vinculado a lo divino y lo mágico; durante el Paleolítico, el juego se realizaba como alguna manifestación o ritual religioso, que después evolucionaría hacia formas más complejas, como la del juego con pelota, al principio sin ningún objetivo de competición ni reglas establecidas.
Alrededor de los 4.000 años a.C., surgieron los primeros juegos donde se manejaba el concepto de estrategia, es decir, el uso de la inteligencia y la habilidad del jugador para intentar ganar, como en los juegos de tablero. En Mesopotamia, existió un juego de tablero único, el juego real de Ur, del que todavía hoy se desconocen las reglas, aunque se tiene una idea aproximada de cómo se jugaba. En Egipto y Mesopotamia también se jugaba al «Senté», parecido al ajedrez.
En la imagen, uno de los cinco tableros del juego real hallados en las tumbas reales de Ur, ahora en el Museo Británico. Imagen Wikimedia Commons.
En Egipto, alrededor del 3.000 a.C., los niños tenían juguetes confeccionados con diferentes materiales: pelotas de arcilla, o papiro en cuyo interior se introducían bolitas que podían hacer sonar como si fuera un sonajero, así como juguetes de madera y pequeños animales moldeados en arcilla. También en Irán, descubrimientos que datan sobre las mismas fechas, indican que ya se ofrecían a los niños juguetes construidos con diferentes materiales, como sonajeros hechos con vejigas de cerdo rellenos de piedrecillas.
En la India, sobre el 2.000 a.C., aparecen nuevos juegos con canicas, los cuales complementarían muchos años después otro tipo de juegos que han llegado hasta la actualidad. Sobre la misma época, en América, Mayas y Aztecas ya jugaban con pelotas utilizando reglas; se usaban diferentes terrenos según el tipo de juego, existe un campo de pelota Maya, el más antiguo que fue descubierto, que data del año 1.400 a.C.
Juego de pelota Maya. Pintura de un jugador en los murales de Tepantitla en Teotihuacán. Imagen Wikimedia Commons
No podemos hacer un recorrido por la historia del juego sin detenernos en las dos grandes culturas que fueron Grecia y Roma. Para los griegos el juego potenciaba el desarrollo físico, el cual formaba parte de una educación completa, en la que se incluía la moral del ciudadano. Los griegos también ligaban el juego al culto de los dioses, que inspiraban las competiciones, de hecho la celebración religiosa más importante que se celebraba cada cuatro años, eran los Juegos Olímpicos. Un juego de mesa muy actual y popular, el juego de la oca, tiene su origen en Grecia; en la Edad Media cobró importancia al serle atribuido un sentido religioso.
Los filósofos de la antigua Grecia, aunque no abordaron el tema del juego en la infancia de forma exhaustiva, fue Platón uno de los primeros en referirse a él pero como objetivo didáctico, reconociéndolo como un valor práctico, al prescribir en su obra «Las leyes» que los niños utilizasen manzanas como objetos en el aprendizaje de las matemáticas; también que los niños de tres años, que en el futuro serían constructores, utilizasen útiles y herramientas reales pero reducidos de tamaño.
Aristóteles también aborda los problemas educativos en la formación de hombres libres,
“Hasta la edad de cinco años, tiempo en que todavía no es bueno orientarlos a un estudio, ni a trabajos coactivos, a fin de que estos no impidan el crecimiento, se les debe, no obstante permitir movimientos para evitar la inactividad corporal; y este ejercicio puede obtenerse por varios sistemas especialmente por el juego”.
Cita de Cueto, Fernandini (1999)
Aristóteles también menciona que:
“La mayoría de los juegos de la infancia, deberían ser imitaciones de las ocupaciones serias de la edad futura”.
Cita de Cueto, Fernandini (1999)
Por su parte, en Roma, el juego tenía un papel de liberación de lo que hoy llamaríamos estrés. Era una forma de liberar las mentes, una recompensa tras el cansancio después de un trabajo duro; la vida lúdica también envolvía el ámbito religioso y político. Los juegos formaban parte de la vida cotidiana, girando en torno al circo, el teatro o el anfiteatro, donde el pueblo se divertía. Los niños romanos también tenían presente el juego en la vida cotidiana; algunos juguetes de la época eran las canicas, peonzas, pelotas de cuero, así como muñecas construidas con marfil, arcilla y otras cerámicas.
El circo romano era una de las instalaciones, junto con el teatro y el anfiteatro, destinado a divertir al pueblo. Ilustración Wikimedia Commons
La Edad Media no destaca por el uso de juguetes, siendo la mayoría al aire libre. La infancia no estaba considerada y sería mucho más tarde, a finales del siglo XIX y comienzos del XX con la incorporación de la mujer al mundo laboral, en que aparecerían las primeras instituciones dedicadas al cuidado de los niños y la visión del recreo y esparcimiento lúdico como tema de interés para el desarrollo de los menores.
En este sentido, de apertura, es en el Renacimiento donde se manifiesta un profundo cambio de mentalidad, siendo el hombre y no Dios el centro de atención; la Ilustración descubre la infancia como una etapa muy importante en la vida, y comienza a extenderse la escolarización y un nuevo modelo de escuela. En esos momentos también los artesanos toman cuerpo y el mundo de los juguetes se renueva; aparecen las primeras fabricaciones de muñecas de madera y los juegos se revitalizan en todos los sentidos y formas de expresión.
Uno de los primeros renacentistas, quizá injustamente olvidado, que tuvo en cuenta la educación infantil en toda su extensión, fue el humanista, filósofo y pedagogo español Juan Luis Vives al que, merecidamente le vamos a dedicar unos cuantos párrafos.
Vives entendió la educación infantil como una forma de desarrollar armónicamente la personalidad humana y la formación integral. Se planteó el tema educativo en todas sus vertientes en su obra «De disciplinis» (1535), criticando las enseñanzas de su tiempo ancladas en una disciplina desmedida y desmotivadora hacia el interés en crecer y desarrollarse como ser humano.
Juan Luis Vives, fue un humanista, filósofo y pedagogo español, uno de los primeros renacentistas que se acercó a la educación infantil con una visión pedagógica. Imagen Wikimedia Commons.
Vives diferenciaba entre el aprendizaje y la enseñanza, y entre la formación y la instrucción humana. Exigía a los maestros competencia, moralidad, integridad y honradez, proponiendo que las enseñanzas fueran digeribles y se hallasen al alcance de la inteligencia y capacidad de cada alumno. También valoraba la actividad física y los juegos en la escuela, matizando, siempre que éstos fueran serios, decentes y alegres, cuestión que no se escapaba a la moral que predominaba en su tiempo. De hecho para Vives la enseñanza tenía un sentido formativo, moral y social.
Vives también reflejó en sus obras la lucha contra los modelos mentales de la Edad Media, que no tenían en cuenta las necesidades del niño con respecto a una formación acorde a sus propias limitaciones. Con respecto al juego, escribió sobre la importancia que tiene en la educación, proponiendo sustitutos del juego cuando el niño se hallase desanimado para jugar, tales como historias, acertijos, fábulas, chistes, etc.
Es en el siglo XVII cuando surge el concepto de juego como instrumento educativo, naciendo el pensamiento pedagógico moderno y después la escuela activa, instalándose con fuerza en el siguiente siglo de la mano de pensadores e ideólogos como Rousseau, Pestalozzi y Fröebel, entre otros no menos importantes, que buscan un sistema educativo útil y atractivo. Por el interés y trascendencia que varios de ellos han tenido en la historia de la pedagogía, haremos seguidamente un repaso nominal:
El suizo Jean-Jacques Rousseau fue el precursor de la nueva escuela, un modelo que parte del respeto y que da importancia a la educación desde las primeras etapas de la vida. En su obra “Émile”, niega la enseñanza tradicional que estaba basada en la rigidez, severidad y autoritarismo, donde el maestro transmitía los conocimientos y el alumno solo escuchaba.
Jean-Jacques Rousseau y Johann Heinrich Pestalozzi. Imágenes Wikimedia Commons
Afirmaba Rousseau que la libertad es el primer derecho natural del hombre, rechazando el castigo corporal y psicológico por anular la autoestima y personalidad del niño. Plantea la educación como una forma de obtener lo mejor de la sociedad, pero sin verse afectada por la corrupción que planea en ella.
El también suizo Johann Heinrich Pestalozzi, destaco el papel de la familia en la educación y desarrollo de los niños, tomando la escuela y la familia como un conjunto que debía estar coordinado. Siguió la senda de sus predecesores, como Rousseau, asumiendo la buena educación desde la infancia como solución a la pobreza y las dificultades ante los conflictos humanos. Creía que los niños debían descubrir sus propias experiencias, y no recibir los conocimientos ya construidos. También consideraba que los maestros, más que meros transmisores de conocimientos, debían instruirse para conseguir el desarrollo integral del niño. Tenía como lema «El aprendizaje por la cabeza, la mano y el corazón».
Pestalozzi describió sus principios en varias obras que constituían una revolución en el ámbito educativo. Fundo varias instituciones educativas en Suiza y Alemania, y gracias a sus enseñanzas la suiza del siglo XVIII consiguió superar el analfabetismo casi totalmente alrededor de 1830.
El alemán Friedrich Fröbel, es considerado el precursor de la educación preescolar. Entendió el juego lúdico, didáctico y espontáneo, como una herramienta poderosa para desarrollar una educación integral del niño y favorecer el desarrollo de la personalidad.
Fröbel formuló nuevos métodos pedagógicos, que basó en principios donde debía respetarse la dignidad, entendimiento y libertad del alumno. Al maestro le instaba a respetar al discípulo en toda su integridad, manifestándose como un guía experimentado que transmite conocimientos pero también propone la actividad.
Friedrich Fröbel, el precursor de la educación preescolar. Imagen Wikimedia Commons.
Fröbel trabajó con Pestalozzi, que le motivó sobremanera, aunque pudo actuar de forma independiente y establecer sus propios esquemas y principios educativos que en su tiempo resultaron incluso radicales. Creó el primer jardín de infancia (el Kindergarten) en 1837 y fue el primer educador en defender el juguete y la actividad lúdica en los niños. Ideó recursos y materiales, tales como bloques de construcción, para que los niños pudieran expresar su capacidad creativa.
John Dewey, describe una filosofía educativa basada en la experiencia, es decir, en la acción y experimentación. Prescindió de los exámenes y evaluaciones, y centró éstas en la observación sobre el aprendizaje. Decía Dewey que el docente tenía que diseñar actividades y situaciones que sirvieran a los alumnos para experimentar. Nace así su metodología de los «proyectos», donde un grupo de alumnos reducido trabaja cooperativamente en un tema elegido.
John Dewy y María Montessori. Imágenes Wikimedia Commons.
La italiana María Montessori describe la educación como un triángulo basado en el amor (respeto), el ambiente y la relación del niño con ese ambiente. En el respeto se engloba la confianza, la paciencia, la valoración como persona y la empatía. Montessori también presta especial atención a los materiales de trabajo y su capacidad pedagógica. Con respecto al educador, establece que es el responsable de potenciar el conocimiento del niño, organizando la experiencia del niño, las actividades, el ambiente, los materiales didácticos, así como fomentar la autonomía intelectual ayudando al niño a la autoevaluación.
El belga Ovide Decroly también emuló a Montessori en el interés por los niños con mayor debilidad intelectual, aplicando la investigación y el método científico en sus estudios sobre la evolución intelectual, afectiva y cognitiva de los niños. Se centró en el juego, como impulsor de la actividad, iniciativa propia, atención y observación. Su profundo interés por una infancia y educación integral del niño, se debe a la amarga huella que dejó en él su paso por la escuela primaria, que le llevó a rechazar la disciplina rígida y apostar por el respeto al niño, su personalidad, y conseguir el objetivo de prepararlos para una vida en libertad.
Ovide Decroly y Célestin Freinet. Imágenes Wikimedia Commons.
El francés Célestin Freinet propone un «método natural», es decir, un ambiente que resulte favorable al descubrimiento continuado del alumno, donde se materialice la libre expresión e intercambio y contraste de ideas. Una clave en el desarrollo de este ambiente es la creación de talleres donde se practica el trabajo manual, tanto de forma individual como en grupo, respetando siempre los ritmos del aprendizaje individual. Freinet pretende la incentivación de la curiosidad por todo lo que rodea el alumno, en una línea pedagógica de actitud investigadora.
En España destaca Montesino, que creó la primera escuela de párvulos. Estas ideas pedagógicas no tendrían continuación hasta que se funda la Institución Libre de Enseñanza, que comenzaría a difundir esas nuevas ideas pedagógicas.
Finalmente, por sus contribuciones, no podríamos dejar de nombrar al suizo Jean Piaget. Describió los principales tipos de juegos que se manifiestan de forma cronológica en la infancia. Estableció unos «estadios evolutivos», en cada uno de los cuales destaca una determinada forma de juego –observando a un niño en sus distintas etapas de desarrollo, se pueden distinguir esos cambios en los tipos de juegos–. Piaget pudo hacer estas investigaciones observando durante años a sus propios hijos. En la evolución de la infancia y su manifestación a través del juego, muchos autores coinciden en tomar a Piaget como el referente.
Jean Piaget es el referente actual en los estudios sobre la evolución de la infancia y su manifestación a través del juego. Imagen Wikimedia Commons.
A lo largo de la historia son numerosas las teorías y escuelas que parten del juego como base ideal en el aprendizaje. Desde la antigüedad hasta la actualidad el juego ha estado presente de alguna forma en la vida humana. Por medio del juego se desarrollan diversos aspectos de la personalidad del niño, madurez, socialización, aprendizaje, creatividad y nuevos conocimientos, además del desarrollo cognitivo y psicomotor.
En definitiva, los niños aprenden jugando, y el juego nos permite entender más fácilmente su universo y llegar hasta ellos.
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