Médico de profesión, nace el 29 de enero de 1860 en Taganrog (sur de Rusia) y muere el 15 de julio de 1904 en Badenweiler (Alemania). Fue uno de los grandes novelistas y dramaturgos rusos, frecuentemente sus obras fueron llevadas al teatro y representadas con gran éxito de crítica y público, junto a otros clásicos de la literatura rusa como Dostoievsky o Tolstoi.
Este año 2010 fue declarado por la UNESCO el “Año Chéjov” y como bien sentenció otro de los grandes literatos rusos: “Su obra es comprensible, familiar y afín, no sólo al ruso, sino también a cualquier persona de la Tierra” (León Tosltoi), incluso para algunos profesionales de la literatura, como Patrick Miles: “Fue el Shakespeare del siglo XX”. La originalidad del autor ruso fue la técnica del monólogo que más tarde adoptan Joyce y otros escritores modernistas anglosajones.
El sello que le dedicó el correo monegasco en el primer grupo de emisiones del 2010, muestra al escritor y, como fondo, una escena inspirada en “Las tres hermanas”. El diseño fue obra de Guéorgui Chichkine, el grabado realizado por Pierre Albuisson, se confeccionó en talla dulce, tamaño 52×40 mm horizontal y la impresión en minipliegos de seis ejemplares.
De acuerdo con los datos de La Voz de Rusia que le dedicó un especial dentro de la serie MOSCÚ y LOS MOSCOVITAS emitido el pasado 29 de enero, día del aniversario. Su floración como escritor se da en la capital a donde llegó con 19 años. Estudió medicina en la Universidad moscovita (1879-1884) y creó la mayoría de las obras que hoy son patrimonio de la literatura universal. Pronto su nombre será asociado a publicaciones humorísticas, en 1886 apareció “Cuentos de varios colores”.
Solía decir que “la medicina es mi esposa leal y la literatura, mi amante”; tras sus primeros cuentos y novelas cortas, se inicia la etapa en la que se verá encumbrado a lo más alto de la literatura universal: “La estepa” (1888), “El Tío Vania” (1898-99), “Las tres hermanas” (1901), “El jardín de los cerezos” (1904), etc.
Su primer estreno teatral fue “Ivanov” (1887); fue la mala acogida inicial a “La gaviota” en el Teatro Aleksandrinski de San Petersburgo, lo que le impulsó, en 1896, a abandonar las obras teatrales, aunque dos años después alcanzaría un extraordinario éxito tras ser interpretada en Moscú. Le siguieron “El Tío Vania, Las tres hermanas y El jardín de los cerezos”, representadas en el Teatro del Arte de Konstantin Stanislavsky.
Ese cambio tan drástico en la suerte corrida por “La gaviota” [en ella satirizaba el lenguaje de los decadentes, en estos momentos sería el equivalente de los seudo-progres que nos gobiernan] le convenció de lo correcto de su trabajo como autor dramático que llegó a crear una atmósfera que hoy se adjetiviza con su apellido: “chejoviano” o lo que es lo mismo, un estado de ánimo que caracteriza al alegre melancólico. La actriz Olga Knipper, con quien se casó en 1898, lo comparó precisamente con esta ave marina que sobrevuela el mar [es un decir, hoy sabemos que es una de las carroñeras con una de las colonias más grandes de toda la península Ibérica en Madrid] y no sabe dónde posarse.
Él supo, como pocos, que su aguda intuición, sobre la tristeza de la vida, era en realidad un adelanto; Chéjov maduró, con un gran bagaje en su poder, vio con horror, lo que la vida encierra, donde nada es lo que parece y no todo es color de rosa. Aunque, visto lo visto, es lógico pensar que los grandes hombres se crecen con las dificultades, que la vida licenciosa, sosegada o el ir a ninguna parte como nos ha tocado en el siglo XXI es aún más dura de sobrellevar, precisamente por las incertidumbres que plantea al ser humano en un momento de su historia en el que se le ofrece más libertad [o al menos eso cree] pero, en realidad, es más esclavo de su propio egocentrismo, de su propio mundo que lo tiene atrapado, aislado de su entorno; nada más atravesar esa frontera se encuentra con una realidad que le desborda, le atrapa y le desnuda en el más amplio sentido de la palabra.
Chéjov se mostró extraordinariamente simple, aunque no guardó palabras para describir la complejidad y la tristeza que se hallan ocultas en la propia naturaleza humana y es que, sobre todo, un autor que amó y vivió la vida, no sólo de la Rusia de su tiempo, sino la que todavía estaba por venir. A veces nos puede resultar un autor triste, pero leído con calma, con entrega, uno descubre a un autor que [como pocos] supo retratar las interioridades humanas y, a pesar de lo dramático de su legado, hacernos partícipes de un momento de la historia del hombre que aún está vigente; aunque las nuevas generaciones, a veces, no sepan sacar los frutos de sus textos y es que, tampoco es fácil entender sus obras, sin una entrega, sin un tiempo y parece, precisamente, la sociedad idiotizada y consumista del momento que nos toca vivir en este desnortado XXI, no lo tiene. Donde en lugar de ciudadanos críticos y coherentes, nos encontramos una sociedad caprichosa y nihilista que sólo vive para su propia contemplación, no contenta con su suerte, cae en la tentación consumista de los diseñadores del momento que le ofrecen un mundo irreal, cuando se encuentra desbordado ya es demasiado tarde y no hay forma de recuperar el tiempo perdido.
Como resultado generaciones enteras son lanzadas a la basura sin ningún tipo de contemplaciones. Generaciones rotas, precisamente, por no querer mirar más allá del espejo que les deja obnubilados; él, adelantado, apuesta por la ruptura y con decisión se aleja del moralismo imperante y la intencionalidad pedagógica que intentan sembrar los intelectuales del momento, especialmente sus coetáneos; guiándose por un nuevo camino y rechazando el compromiso con el momento histórico que le tocó vivir, posiblemente esta falta de compromiso con el orden establecido provenga de sus mismos orígenes, su padre era un modesto comerciante que descendía de un siervo de la gleba y poco le unía con el mundo acomodado de los literatos de su tiempo.
Está considerado el más directo representante de la denominada escuela realista rusa, fue Suvorin, entonces director de Novoe Vremja (Tiempo Nuevo) el que le animó a escribir. En 1888 era un autor sobradamente conocido por el gran público. Poco a poco fue abandonando su lado humorístico para adentrarse en relatos más costumbristas, donde retrataba, con toda crudeza, las miserias humanas en el más amplio sentido del término. Ese mismo año publicó “La estepa” que narraba un viaje realizado al sur de su país en donde describía cómo habían desaparecido los idílicos paisajes de su infancia a favor de la industrialización y se rebela contra la destrucción de la naturaleza (finales del XIX) ¿Qué diría de este maltratado planeta donde parece que todo sobra y cada vez hay menos espacio para ella?
En esa etapa llegaba a producir un centenar de relatos al año (muchos de ellos los encontramos colgados en la red y pueden bajarse libremente); en 1888 ya decide producir sólo una decena y aparece “Una historia aburrida” (1889), se centra en un profesional de la medicina, adentrándose en la parte psíquica, en la mente que tanto le preocupó y en donde tal vez haya no una parte novelada, sino autobiográfica del gran escritor. Seguramente “Palata número 6” (1892) fue el relato más conocido dentro de los textos que él denominó literatura clínica y donde podríamos concluir hay algo de novela negra, pues el doctor Ragin acaba internado en su propia clínica y uno de sus celadores le causará la muerte.
Otra gran aventura nos la relata tras un largo viaje que le lleva hasta las costas del Pacífico, aún hoy, uno de esos lugares míticos y salvajes que no han sido destrozados por el turismo de masas; en “La isla de Sakhalin” (1891), en cierta medida, se recoge parte de otra anterior “El demonio de madera” que sería la base para “El Tío Vania” que tanto éxito cosechó tras producirse su estreno en 1900. La isla era un lugar de destierro, de abandono, en los confines de la inmensa Rusia. Allí se enfrentó a la más cruda realidad del sufrimiento humano al ver la vida de los prisioneros totalmente desprotegidos; su testimonio significó el viaje de una Comisión de Estado para tratar de reparar los excesos cometidos en la isla-prisión de los más déspotas de los funcionarios allí enviados que, al fin y al cabo, no dejaban de ser otros desterrados en los confines del imperio.
En esa obra narra su largo viaje a través de Siberia y el regreso por la India. Al año siguiente, ante la catástrofe que se cierne, tras la crisis alimenticia, participa en la ayuda sanitaria al pueblo ruso y poco después se instala en su pequeña propiedad de Melichovo que era su particular rincón literario. Enfermó, esa fue la causa de su desplazamiento a Crimea, luego a Francia y Alemania en busca de mejores aires que le dieran un respiro a su tuberculosis. Fue una etapa en la que se radicalizó y se alejó de sus viejos amigos, incluso dimitió de la Academia: ya no estaba dispuesto a tolerar la inercia moral, la desidia ni la falta de compromiso y responsabilidad de sus paisanos [¿Qué diría de la España de ZP?]. En definitiva, no compartía la decadencia del hombre y ello le reportaba grandes quebraderos de cabeza. Ve, en toda su crudeza, la imposibilidad de llevar a cabo su deseo de reforma en la manera de pensar de sus coetáneos; el gran drama de los genios, los adelantados a su tiempo biológico que viven su vida en un constante devenir que recala en el dramático fin de su propia existencia.
En su legado teatral las pausas características, más que un silencio interior [de los personajes] subrayan, dramáticamente, el vacío de unos seres sin voluntad ni fe para enfrentarse a la dura realidad del momento. Aniquilada la dignidad, queda aniquilado el individuo. Los políticos del XXI son pródigos en este tipo de “engaño masivo” y así nos va cuando nos hacen creer en el “verbo” y olvidamos su contenido. Grecia será poco para lo que se nos viene encima, algunos rincones del mundo todavía no salieron del agujero negro en que los metieron los sátrapas populistas y en otros lugares siguen empeñados en negar las evidencias del desastre. ¿Quo Vadis España?
Por aquello de su relación con el mundo postal, las comunicaciones y el funcionariado, recomiendo leer “En la administración de correos”, “El teléfono”, “La colección” o “La muerte de un funcionario público”, [www.ciudadseva.com/textos/cuentos/rus/chejov/ac.htm].
www.oetp-monaco.com
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JUAN FRANCO CRESPO
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