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CHILOÉ

Desde hacía años me atraía la idea de viajar a Chiloé, sobre todo desde que una noche escuchara por la célebre BBC [¡quién te ha visto y quién te ve!] el relato de Robinson Crusoe que me atrapó a temprana edad [entonces con 8-9 años se realizaba el examen de ingreso para el bachillerato] y me llevó a mirar mapas y mapas de un país lejano y, se me antojaba, maravilloso, en donde esa literaria isla existía en la realidad. Diversos avatares fueron posponiendo el viaje aunque en varias oportunidades estuve al otro lado de la cordillera pero, por alguna u otra razón, el paso no se realizaba.

Llegó 2011, el reto: una ruta que ya me habían desaconsejado algunos colegas por lo duro que es hacerlo en invierno y, aún más, vía terrestre. Quizá por eso, el gusanillo prendió y programé el viaje en pleno invierno chileno [es lo que tienen vivir en el hemisferio norte, las vacaciones coinciden con la peor temporada en el hemisferio sur y no hay forma de ir en verano. O tienes mucha pasta o puedes tomarte las vacaciones cuando quieras: ambos supuestos no se daban en mi caso]: billetes de avión Barcelona-Santiago de Chile y Dios proveerá.

Y llegó el semestre de los tres inviernos: me explico. Llegué a la región del sur en la segunda quincena de julio. Una tempestad de nieve descomunal [el volcán ya hizo de las suyas poco antes de partir de España y algunas rutas las dejó impracticables] pero de la que, curiosamente, escapé. Cuando atravesaba la cordillera, a pesar de las nevadas, no había sido tan crudo a lo que otros años suele suceder a pesar del gran grosor que había, aunque se recrudecería la tempestad cuando ya estaba en Viña del Mar para reponerme del largo periplo y realizar la vuelta a casa. Ante nosotros, una vez más, lo peor de cada viaje, el retorno, la vuelta a la dura realidad. Después llegó el invierno en el otro confín del mundo: Beijing –las impresiones pueden oírlas en Carta de Beijing de Radio Internacional de China difundida el 8 de enero de 2012- y el nuestro que nos obsequió con un buen temporal de nieve y frío siberiano aunque por la zona en que resido apenas duró 24 horas.

La experiencia chilena te deja un sabor de boca que parece inacabado y te incita a pensar que más pronto que tarde volverás. Los amigos, algunos cultivados desde hace décadas, algunos conocidos por la Onda Corta ; se portaron de maravilla. Y luego los que se fueron haciendo en el diario patear en la angosta franja chilena que han sido legión y han hecho posible ese gran cargamento de momentos agradables. A todos: MILES DE GRACIAS.

¿Qué poner? Bueno, me centro en Chiloé porque allí estuve más tiempo y, créanme, merecía la pena. Si además le agrada el marisco, no hay duda, este es un buen lugar [aunque su salud puede resentirse]. La gastronomía allí le dará muchas satisfacciones y, personalmente, me devolvía a mis tiempos vigueses de mi lejano servicio militar. Era un crío cuando salí de casa y entonces, gracias a la mili, me recorrí España: Tarragona-Cartagena-Madrid-Vigo-San Fernando-Las Palmas-Barcelona. El gusano viajero se enquistó y me enseñó que eso es algo más que una UNIVERSIDAD. Es un placer a pesar de los interminables trayectos en los más variopintos sistemas de transporte que, de una u otra manera, te enseñan a desempolvar la modorra y a enfrentarte al mundo. Cuando tomaba el tren en Santiago de Chile en mi primer tramo hacia el sur, cual no sería mi sorpresa al abordar el vehículo [sólo había sido modificado el interior] que a mis 19 me transportó a realizar el campamento en Cartagena. Busqué la chapa y ahí estaba: fabricado en Andoain (Guipúzcoa) hace más de 50 años y sigue funcionando. Igualito que los cacharros que nos venden hoy.

La llegada a Chiloé se produjo desde la mítica ciudad portuaria de Puerto Montt que tantas veces escuché a través de las ondas libres de Radio Moscú, especialmente de Escucha Chile: Víctor Jara te hacía vibrar. Tras el descanso de la primera semana de viaje y las visitas turísticas a la zona: Puerto Varas, Llanquihue, Laguna de Todos Santos, etc., se iniciaba, finalmente, el gran reto hacia el Sur. ¿Sería capaz de llegar? ¿Qué me esperaba en esos confines del mundo? La suerte estaba echada, así que manos a la obra y como dicen en mi pueblo: carretera y manta.

A media mañana taxi a la terminal para abordar el bus regular hasta Castro, previo paso del transbordador entre Pargua y Chacao. Aunque parezca extraño, esa mañana el astro rey se portó como un campeón, después todos los días hubo lluvia. Fue un tranquilo paso que nos dejaba en el tramo final de la Panamericana que arranca en Alaska y muere en Punta Lapa [Hito Cero, Quellón] tras haberse recorrido 20.000 kilómetros . Fueron algo más de 200 kilómetros desde que pisamos tierra chilota.

Las islas hoy sobrepasan los 150.000 habitantes y, diría, que son Galicia en miniatura. Fue Hernando de Quiroga [Monforte de Lemos-Lugo] el que, siendo gobernador de Chile, organizó su conquista y la denominó Nueva Galicia. El que la visita rápidamente entiende el por qué de tan acertado topónimo. La franja atlántica de la isla [aunque se puede decir de todas ellas] está prácticamente deshabitada y es un inmenso parque natural que, por sí mismo, es una verdadera joya. En el sur está el Parque Tantauco que tampoco desmerece una visita y en donde el actual inquilino de La Moneda tiene una peculiar finca de descanso que, prácticamente, desde que llegó a la presidencia, no ha utilizado.

Los españoles llegaron aquí en 1567. Fue un año antes cuando, con motivo de la guerra de la Araucanía , todo quedó en punto muerto. Ruíz de Gamboa [recuerden la emisora de radio que lleva su nombre y a la que aludí en mi L Aniversario de Radio Chjiloé] recibió el encargo secreto de zarpar hacia la región, los caballos pasaron nadando por la parte del Canal de Chacao atados por los indígenas a sus “dalcas” [balsas] y, tras una semana de bajada, se instalaron en lo que bautizaron como Castro y que hoy funge como coqueta capital insular. Las crónicas dicen que no hubo ni violencia ni víctimas. Allí los españoles encontraron chonos y huilliche [en total unos 10.000 que se prestaron a compartir el territorio insular con unos 200 “gallegos”] que todavía perviven y explotan esa acuicultura intensiva que inunda las mesas españolas y en donde un avispado empresario español se hizo multimillonario con productos que allí prácticamente nadie les hace caso pero el trasiego constante de camiones hacia el continente no deja de destrozar una ruta terrestre con inusitada rapidez. La vida fue tan dura que aquellos primigenios “gallegos” acabaron marcados en el más silente sincretismo.

Pero si algo hay que diferencien las islas de otras latitudes son sus iglesias: todas de madera y, en algunos casos, sin un solo clavo (emocionante la de Achao) que fueron levantándose por los frailes (dominicos y franciscanos), aunque como en otras latitudes del imperio español de la época, los verdaderos evangelizadores fueron los jesuitas a partir de 1608. Entonces la música tenía un papel de primera importancia en toda la parte religiosa (vean LA MISIÓN ), así que los catequistas o fiscales como entonces se les conocía, realizaron una impresionante actividad en todo el archipiélago y ahí hay que buscar los antecedentes del folclore chilota de nuestros días.

Las pequeñas capillas se fueron convirtiendo en iglesias, tarea que se acometerá con fuerza a partir del XVIII con la llegada de los expertos artesanos jesuitas procedentes de diferentes puntos de Europa Central y que, como en tantos otros lugares, escribieron páginas inigualables en la historia [aunque hoy muchos quieran hacer creer que fueron unos ignorantes y juzguen unos hechos desde una perspectiva ajena al momento histórico en que sucedieron, o sea: descontextualizando el fenómeno]. Si les interesa el tema, recuerden que la UNESCO las declaró patrimonio de la humanidad y sólo cuando estás allí  entiendes el por qué [la organización pone, al parecer, ese marchamo con facilidad. Recuerdo el terrible espectáculo de otro patrimonio que visité en la isla de Mauricio en el 2010 y debería avergonzar a la comisión que dio el visto bueno a una parte de la zona portuaria, aunque seguramente pensaban que nadie la visitaría]. Las iglesias de madera de Chiloé impactan y no te dejan indiferente, casi 200 hay por todo el archipiélago, de ellas 16 forman ese precioso cuadro de honor llamado a proteger para las generaciones futuras y pueden visionarse tranquilamente desde casa con sólo un clic. Recordemos que en Acud, la primera ciudad que se visita tras llegar desde tierra firme, se arrió una de las últimas banderas españolas del continente americano en 1826,

El Parque Natural es una de esas zonas inimaginables, el problema eran las lluvias –ni un solo día me escapé de ellas- así que la naturaleza en invierno no es la mejor opción a pesar de su lujuriante y verdosa cubierta vegetal; un par de lagos (Huillinco y Cucao) junto a una infraestructura básica permite disfrutar de la zona, especialmente si es aficionado a dejarse llevar por los múltiples senderos trazados por anteriores viajeros.

Los amigos polares tienen en Acud una referencia importante, fue el puerto central de los balleneros de la Antártida hasta bien entrado el XIX. A una veintena de kilómetros está la pingüinera Puñihuil [especies Humboldt y Magallanes] que requiere una visita aparte y sólo en temporada, los pájaros no están allí de forma permanente aunque algunos se lo prometan con los más inusuales argumentos. Como consuelo hay otras especies pero la visita en invierno no la aconsejo a nadie, sobre todo por el estado de la mar y el frío.

Detenerse, si el tiempo lo permite, es una delicia, no hay problemas de transporte, sólo hay que ir bien provisto de chubasquero (olvídese del paraguas, allí, con el viento es otro trasto inútil) y buen calzado, déjese llevar, hable con los parroquianos, ellos son los mejores guías que me encontré para los casos prácticos, sobre todo a la hora de comer.

Evidentemente, es el viajero el que administra su tiempo y por lo tanto el que mejor conoce sus posibilidades para recorrer el archipiélago, aunque uno esté en el fin del mundo hay un sinfín de posibilidades para el transporte. Entre islas y tierra firme el trasiego es constante y sólo las dificultades de la travesía por motivos climatológicos pueden retrasar los enlaces con otras zonas patagónicas y australes. Hay alojamiento bastante aceptable y competitivo, si puede alquílese una cabaña, en mi caso, pretendiendo continuar viaje hacia la Patagonia , tras los primeros informes, bajé hasta Quellón porque desde esa ciudad zarpa el navío con destino a Puerto Chacabuco.

Cabañas Los Aromos, en la Carretera de Punta Lapa [finaliza en el Hito Cero] fueron mi particular QTH chilota. El único inconveniente que me encontré fue al tener que manejar la “estufa de leña”, pero cuando le coges el truquillo ya es coser y cantar. Si viaja lo mejor es que se lleve unas cuantas pastillas para encender barbacoas de las que utilizamos en España y allí le solucionarán más de un encendido, sobre todo porque la leña es muy dura, por ello tiene un alto poder calorífico, pero le cuesta “prender” y esas pastillitas son un recurso que uno encuentra a faltar.

En Quellón hay buena “teca”, aunque sin lujos; también hay un pequeño museo etnográfico donde la rica mitología de este pueblo austral tiene su cabida, incluso descubrirá algún cráneo limpiamente abierto por los primitivos onas que le harán hacerse preguntas. Los miradores de las montañas próximas son excelentes atalayas sobre la bahía y las islas adyacentes. Calles básicas, muchas sin asfalto y agua a raudales no deberían amilanarle. En la costanera hay diferentes servicios para turistas y la naviera que expende los billetes hacia el sur. Es el puerto de partida para destinos que, al menos en las guías al uso que llevaba de España, no aparecen. Por lo tanto, déjese un tiempo y sorpréndase. Olvídese de las prisas y disfrute de todo lo bueno y bello que le ofrece esta joya de la naturaleza. El nativo es parco en palabras, pero rota la primera impresión, no hay problema, salvo que en cualquier rincón nos salga la sorpresa. Trate con sencillez y cree confianza: todas las puertas se le irán abriendo, ello le permitirá descubrir una región distante y distinta que le dejará muy buenos recuerdos, por no decir imperecederos.

JUAN FRANCO CRESPO
lacandon999@yahoo.es

Nota: Otras impresiones sobre Chile ya han sido colgadas en la red, así que si desea profundizar puede buscarlas y complementar estas impresiones dedicadas a la Isla Grande Chiloé.

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