QUINTA RELACIÓN – Parte 3
Y tomados los navíos, luego el dicho Cristóbal Dolid comenzó a mover partidos con él no con voluntad de complir nada sino por detenerle fasta que veniese la gente que había dejado aguardando para prender a los de Gil González, creyendo de engañar al dicho Francisco de las Casas. Y el dicho Francisco de las Casas de su voluntad hizo todo lo que él quería y así estuvo con él en los trabtos sin concluir cosa hasta que vino un tiempo muy recio, y como allí no era puerto sino costa brava, dio con los navíos del dicho Francisco de las Casas a la costa y ahogáronse treinta y tantos hombres y perdióse cuanto traían. Y él y todos los demás escaparon en carnes y tan maltrabtados de la mar que no se podían tener, y Cristóbal Dolid los prendió a todos, y antes que entrasen en el pueblo les hizo jurar sobre unos Evangelios que le obedecerían y temían por su capitán y nunca serían contra él. Estando en esto, vino la nueva cómo su maestre de campo había prendido cincuenta y siete hombres que iban con un alcalde mayor del dicho Gil González de Avila, y que después los había tomado a soltar y ellos se habían ido por una parte y él por otra. Desto rescibió mucho enojo, y luego se fue la tierra adentro a aquel pueblo Naco, que ya otra vez él había estado en él, y llevó consigo al dicho Francisco de las Casas y a algunos de los que con él prendió, y otros dejó allí en aquella villa con un su lugarteniente y un alcalde. Y muchas veces el dicho Francisco de las Casas le rogó en presencia de todos que le dejase ir adonde vuestra merced estaba a darle cuenta de lo que le había acaescido, o que, pues no le dejaba, que le hobiese a buen recabdo y que no se fiase dél. Y nunca jamás le quiso dar licencia. Después de algunos días supo que el capitán Gil González de Avila estaba con poca gente en un puerto que se dice Choloma y envió allá cierta gente. Y dieron sobre él de noche y prendiéronle a él y a los que con él estaban y trujéronselos presos, y allí los tuvo a ambos capitanes muchos días sin los querer soltar aunque muchas veces se lo rogaron. E hizo jurar a toda la gente del dicho Gil González que le temían por capitán de la manera que había hecho a los de Francisco de las Casas. Y muchas veces después de preso el dicho Gil González le tornó a decir el dicho Francisco de las Casas en presencia de todos que los soltase; si no, que se guardase dellos, que le habían de matar. Y nunca jamás quiso. Hasta que viendo ya su tiranía tan conoscida, es tando una noche hablando en una sala todos tres y mucha gente con ellos sobre ciertas cosas, le asió por la barba Francisco de las Casas y con un cochillo de escribanías – que otra arma no tenía – con que se andaba cortando las uñas paseándose le dio una cuchillada, diciendo: ya no es tiempo de sufrir más este tirano. Y luego saltó con el dicho Gil González y otros criados de vuestra merced y tomaron las armas a la gente que tenían de su guarda, y a él le dieron ciertas heridas y al capitán de la guarda y al alférez y al maestro de campo y otras gentes que acudieron de su parte los prendieron luego y tomaron las armas sin haber ninguna muerte. Y el dicho Cristóbal Dolid con el ruido se escapó huyendo y se escondió, y en dos horas los dos capitanes tenían apaciguada la gente y presos a los principales de sus secuaces. Y hecieron dar un pregón que quien sopiese de Cristóbal Dolid lo veniese a decir so pena de muerte, y luego supieron dónde estaba y le prendieron y pusieron a buen recabdo. Y otro día por la mañana, hecho su proceso contra él, ambos los capitanes juntamente le sentenciaron a muerte, la cual ejecutaron en su persona cortándole la cabeza. Y luego quedó toda la gente muy contenta viéndose en libertad, y mandaron pregonar que los que se quesiesen quedar a poblar la tierra lo dijesen, y los que se quesiesen ir fuera della, asimismo. Y hallaron ciento y diez hombres que dijeron que querían poblar, y los demás todos dijeron que se querían ir con Francisco de las Casas y Gil González, que iban donde vuestra merced estaba. Y había entre éstos veinte de caballo, y desta gente fuimos los que en esta villa estamos. Y luego el dicho Francisco de las Casas nos dio todo lo que hobimos menester y nos señaló un capitán y nos mandó venir a esta costa y que en ella poblásemos por vuestra merced en nombre de Su Majestad, y señaló alcaldes y regidores y escribano y procurador del concejo de la villa y alguacil y mandónos que se nombrase la villa de Trujillo. Y prometiónos y dio su fee como caballero que él haría que vuestra merced nos proveyese muy brevemente de más gente y armas y caballos y bastimentos y todo lo necesarío para apaciguar la tierra, y diónos dos lenguas, una india y un cristiano, que muy bien la sabían. Y así nos partimos dél para venir a hacer lo que él nos mandó, y para que más brevemente vuestra merced lo supiese despachó un bergantín, porque por la mar llegaría más aína la nueva y vuestra merced nos proveería más presto. Y llegados al puerto de Sant Andrés o de Caballos, hallamos allí una carabela que había venido de las Islas, y porque allí en aquel puerto no nos paresció que había aparejo para poblar y teníamos noticia deste puerto, fletamos la dicha carabela para traer en ella el fardaje y metímoslo todo. Y metióse con ello el capitán y con él cuarenta hombres, y quedamos por tierra todos los de caballo y la otra gente sin traer más de sendas camisas por venir más livianos y desembarazados por si algo nos acaesciese por el camino. Y el capitán dio su poder a uno de los alcaldes, que es el que aquí está, a quien mandó que obedesciésemos en su absencia porque el otro alcalde se iba con la carabela. Y así nos partimos los unos de los otros para nos venir a juntar a este puerto, y por el camino se nos ofrecieron algunos rencuentros con los naturales de la tierra y nos mataron dos españoles y algunas de las indias que traíamos de nuestro servicio. Llegados a este puerto harto destrozados y desherrados los caballos pero alegres, creyendo hallar al capitán y nuestro fardaje y armas que habíamos enviado en la carabela, no hallamos cosa ninguna, que nos fue harta fatiga por vernos así desnudos y sin armas y sin herraje, que todo nos lo había llevado el capitán en la carabela. Y estuvimos con harta perplejidad no sabiendo qué nos hacer. En fin acordamos esperar el remedio de vuestra merced porque le teníamos por muy cierto, y luego asentamos nuestra villa y se tomó la posesión de la tierra por vuestra merced en nombre de Su Majestad y así se asentó por abto, como vuestra merced lo verá, ante el escribano del cabildo. Y de ahí a cinco o seis días amanesció en este puerto otra carabela surta bien dos leguas de aquí, y luego fue el alguacil en una canoa allá a saber qué carabela era y trájonos nueva cómo era un bachilller Pero Moreno, vecino de la isla Española, que venía por mandado de los jueces que en la dicha isla residen a estas partes a entender en ciertas cosas entre Cristóbal Dolid y Gil González, y que traía muchos bastimentos y armas en aquella carabela y que todo era de Su Majestad. Fuimos todos muy alegres con esta nueva y dimos muchas gracias a Nuestro Señor creyendo que éramos remediados de nuestra necesidad. Y luego fue allá el alcalde y los regidores y algunos de los vecinos para le rogar que nos proveyese y contarle nuestra necesidad, y como allá llegaron, púsose su gente armada en la carabela y no consintió que ninguno entrase dentro, y cuando mucho se acabó con él fue que entrasen cuatro o cinco y sin armas, y así entraron. Y ante todas cosas le dijeron cómo estaban aquí poblados por vuestra merced en nombre de Su Majestad y que a cabsa de habérsenos ido en una carabela el capitán con todo lo que teníamos estábamos con muy gran necesidad así de bastimentos, armas y herraje como de vestidos y otras cosas; y que pues Dios le había traído allí para nuestro remedio y lo que traían era de Su Majestad, que le ro gábamos y pedíamos nos proveyese, porque en ello se sirviría Su Majestad y demás nosotros nos obligaríamos a pagar todo lo que nos diese. Y él nos respondió que él no venia a proveernos ni nos daría cosa de lo que traía si no se lo pagábamos luego en oro o le diésemos esclavos de la tierra en precio. Y dos mercaderes que en el navio venían y un Gaspar Troche, vecino de la isla de San Juan, le dijeron que nos diese todo lo que le pidiésemos y que ellos se obligarían de lo pagar al plazo que quesiese hasta en cinco o seis mill castellanos pues sabía que eran abonados para lo pagar, y que ellos querían hacer esto porque en ello servían a Su Majestad y tenían por cierto que vuestra merced se lo pagaría demás de agradecérselo. Y ni por esto nunca jamás quiso darnos la menor cosa del mundo, antes nos dijo que nos fuésemos con Dios, que él se quería ir. Y así nos echó fuera de la carabela y echó fuera tras nosotros a un Juan Ruano que traía consigo, el cual había sido el principal movedor de la traición y llevantamiento de Cristóbal Dolid. Y éste habló secretamente al alcalde y a los regidores y a alguno de nosotros y nos dijo que si hiciésemos lo que él nos dijese, que él haría que el bachiller nos diese todo lo que hobiésemos menester y aun que haría con los jueces que residen en la Española que no pagásemos nada de lo que él nos diese; y que él volvería luego a la Española y haría a los dichos jueces que nos proveyesen de gente, caballos, armas, bastimentos y de todo lo necesario, y que volvería el dicho bachiller muy presto con todo esto y con poder de los dichos jueces para ser nuestro capitán. Y preguntado qué era lo que habíamos de hacer, dijo que ante todas cosas reponer los oficios reales que tenían el alcalde y los regidores y tesorero y contador y veedor que habían quedado en nombre de vuestra merced y pedir al dicho bachiller que nos diese por capitán al dicho Juan Ruano, y que querí amos estar por los jueces y no por vuestra merced; y que todos formásemos este pedimento y jurásemos de obedecer y tener al dicho Juan Ruano por nuestro capitán, y que si alguna gente o mandado de vuestra merced veniese, que no le obdeciésemos; y que si en algo se pusiesen, que lo resistiésemos con mano armada. Nosotros le respondimos que aquello no se podía hacer porque habíamos jurado otra cosa, y que nosotros por Su Majestad estábamos y por vuestra merced en su nombre como su capitán y gobernador, y que no haríamos otra cosa. El dicho Juan Ruano nos tornó a decir que determinásemos de lo hacer o dejarnos morír, que de otra manera que el bachiller no nos daría ni un jarro de agua, y que supiésemos cierto que en sabiendo que no lo queríamos hacer, se iría y nos dejaría así perdidos, por eso, que mirásemos bien en ello. Y así nos juntamos, y costreñidos de nuestra gran necesidad, acordamos de hacer todo lo que él quesiese por no morirnos o que los indios no nos matasen, estando como estábamos desarmados. Y respondimos al dicho Juan Ruano que nosotros éramos contentos de hacer lo que él decía, y con esto se fue a la carabela. Y saltó el dicho bachiller en tierra con mucha gente armada y el dicho Juan Ruano ordenó el pedimento para que le pediésemos por nuestro capitán, y todos o los más lo firmamos y le juramos y el alcalde y regidores, tesoreros, contador y veedor dejaron sus oficios. Y quitó el nombre a la villa y le puso la villa de la Asención, e hizo ciertos abtos cómo quedábamos por los jueces y no por vuestra merced y luego nos dio todo cuanto le pedimos. E hizo hacer una entrada y trujimos cierta gente, los cuales se herraron por esclavos y él se los llevó, y aun no quiso que se pagase dellos quinto a Su Majestad y mandó que para los derechos reales no hobiese tesoreros ni contador ni veedor, sino que el dicho Juan Ruano que nos dejó por capitán lo tomase todo en sí sin otro libro ni cuenta ni razón. Y así se fue, dejándonos por capitán al dicho Juan Ruano y dejándole cierta forma de requerimiento que heciese si alguna gente de vuestra merced aquí veniese. Y prometiónos que muy presto volvería con mucho poder, que nadie bastase a resistille. Y después dél ido, viendo nosotros que lo hecho no convenía al servicio de Su Majestad y que era dar cabsa a más escándalos de los pasados, prendimos al dicho Juan Ruano y lo enviamos a las Islas, y el alcalde y regidores tornaron a usar sus oficios como de primero. Y así hemos estado y estamos por vuestra merced en nombre de Su Majestad, y os pedimos, señor, que las cosas pasadas con Crístóbal Dolid nos perdonéis, porque también fuimos forzados como estotra vez».
Yo les respondí que las cosas pasadas con Cristóbal Dolid yo se las perdonaba en nombre de Vuestra Majestad, y que en lo que agora habían hecho no tenían culpa pues por necesidad habían sido costreñidos, y que de ahí adelante no fuesen abtores de semejantes novedades ni escándalos, porque dello Vuestra Majestad se deserviría y ellos serían castigados por todo. Y porque más cierto creyesen que las cosas pasadas yo olvidaba y que jamás ternía memoria dellas, antes en nombre de Vuestra Majestad los ayudaría y favorecería en lo que pudiese, haciendo ellos lo que deben como leales vasallos de Vuestra Majestad; que yo en su real nombre les confirmaba los oficios de alcaldías y regimientos que Francisco de las Casas en mi nombre como mi teniente les había dado, de que ellos quedaron muy contentos y aun harto sin temor que les serían demandadas sus culpas. Y porque me certificaron que aquel bachiller Moreno vernía muy presto con mucha gente y despachos de aquellos licenciados que residen en la isla Española, por entonces no me quise apartar del puerto para entrar la tierra adentro, pero informado de los vecinos, supe de ciertos pueblos de los naturales de la tierra que están a seis y a siete leguas desta villa y dijéronme que habían habido con ellos ciertos rencuentros yendo a buscar de comer, y que algunos dellos parescía que si tuvieran lengua con que se entender con ellos se apaciguarían, porque por señas habían conoscido dellos buena voluntad aunque ellos no les habían hecho buenas obras, antes salteándoles les habían tomado ciertas mujeres y muchachos, las cuales aquel bachiller Moreno había herrado por esclavosy llevádolos en su navío, de que Dios sabe cuánto me peso, porque conoscí el grand daño que de allí se seguía. Y en los navíos que envié a las Islas lo escrebí a aquellos licenciados y les envié muy larga probanza de todo lo que aquel bachiller en aquella villa había hecho, y con ella una carta de justicia requiriéndoles de parte de Vuestra Majestad me enviasen aquí aquel bachiller preso y a buen recabdo, y con él a todos los naturales desta tierra que había llevado por esclavos, pues había sido hecho contra todo derecho, como verían por la probanza que dello les enviaba. No sé lo que harán sobre ello. Lo que me respondieren haré saber a Vuestra Majestad.
Pasados dos días después que llegué a este puerto y villa de Trujillo, envié un español que entiende la lengua y con él tres indios de los naturales de Culúa a aquellos pueblos que los vecinos me habían dicho, e informé bien al español e indios de lo que habían de decir a los señores y naturales de los dichos pueblos, en especial hacerles saber cómo era yo el que era venido a estas partes, porque a cabsa del mucho trabto en muchas dellas tienen de mí noticia y de las cosas de Mésico por vía de mercaderes. Y a los primeros pueblos que fueron fue uno que se dice Champagua y a otro que se dice Papayeca, que están siete leguas desta villa y dos leguas el uno del otro. Son pueblos muy principales, segúnd después ha parescido, porque el de Papayeca tiene dieciocho pueblos subjetos y el de Champagua diez. Y quiso Nuestro Señor, que tiene especial cuidado, segúnd cada día vemos por esperiencia, de hacer las cosas de Vuestra Majestad, que oyeron la embajada con mucha atención y enviaron con estos mensajeros otros suyos para que viesen más por entero si era verdad lo que aquéllos les habían dicho. Y venidos, yo los rescebí muy bien y di algunas cosillas y los torné a hablar con la lengua que yo conmigo llevé, porque la de Culúa y ésta es casi una ecepto que difieren en alguna pronunciación y en algunos vocablos, y les torné a certificar lo que de mi parte se les había dicho, y les dije otras cosas que me paresció que convenían para su segurídad y les rogué mucho que di jesen a sus señores que me veniesen a ver, y con esto se despidieron de mí muy contentos. Y de ahí a cinco días vino de parte de los de Champagua una persona principal que se dice Montamal, señor, segúnd paresció, de un pueblo de los subjetos a la dicha Champagua que se llama Telica. Y de parte de los de Papayeca vino otro señor de otro pueblo su subjeto que se llama Cecoatl y su pueblo Coabata. Y trujeron algúnd bastimento de maíz y aves y algunas frutas, y dijeron que ellos venían de parte de sus señores a que yo les dijese lo que quería y la cabsa de mi venida a esta su tierra, que ellos no venían a verme porque tenían mucho temor de que los llevasen en los navíos como habían hecho a cierta gente que los crístianos que primero aquí venieron les habían tomado. Yo les dije cúanto a mí me había pesado de aquel hecho, pero que fuesen ciertos que de ahí adelante no les sería hecho agravio, antes yo enviaría a buscar aquéllos que les habían llevado y se los haría volver. Plega a Dios que aquellos licenciados no me hagan caer en falta, que gran temor tengo que no me los han de enviar, antes han de tener forma para desculpar al dicho bachiller Moreno que los llevó, porque no creo yo que él hizo por acá cosa que no fuese por instrución dellos y por su mandado.
En respuesta de lo que aquellos mensajeros me preguntaron cerca de la cabsa de mi ida en aquella tierra tierra les dije que ya yo creía que ellos tenían noticia cómo había ocho años que yo había venido a la provincia de Culúa y cómo Muteeçuma, señor que a la sazón era de la gran cibdad de Tenuxtitán y de toda aquella tierra, informado por mí cómo yo era enviado por Vuestra Majestad, a quien todo el universo es subjecto, para veer y visitar estas partes en el real nombre de Vuestra Exce lencia luego me había rescebido muy bien y reconoscido lo que a vuestra grandeza debía y que así lo habían hecho todos los otros señores de la tierra, y todas las otras cosas que hacían al caso que allá me habían acaescido; y que porque yo traje mandado de Vuestra Majestad que viese y visitase toda la tierra sin dejar cosa alguna e hiciese en ella pueblos de cristianos para que les hiciesen entender la orden que habían de tener, así para la conservación de sus personas y haciendas como para la salvación de sus ánimas; y que ésta era la cabsa de mi venida, y que fuesen ciertos que della se les había de seguir mucho provecho y ningúnd daño, y que los que fuesen obedientes a los mandamientos reales de Vuestra Majestad habían de ser muy bien tratados y mantenidos en justicia, y los que fuesen rebeldes serían castigados, y otras muchas cosas que les dije a este propósito que por no dar a Vuestra Majestad importunidad con larga escriptura y porque no son de mucha calidad no las relato aquí.
A estos mensajeros di algunas cosillas que ellos estiman aunque entre nosotros son de poco precio, y fueron muy alegres. Y luego volvieron con bastimentos y gente para talar el sitio del pueblo que era una gran montaña, porque yo se lo rogué cuando se fueron. Aunque los señores por entonces no venieron a verme, yo disimulé con ellos haciendo que no se me daba nada. Y roguéles que enviasen mensajeros a todos los pueblos comarcanos haciéndoles saber lo que yo les había dicho y que les rogasen de mi parte que me veniesen a ayudar a hacer este pueblo, y así lo hecieron, que en pocos días venieron de quince o dieciséis pueblos, digo, señoríos por sí, y todos con muestra de buena voluntad se ofrescieron por súbditos y vasallos de Vuestra Majestad y trujeron gente para ayudar a talar el pueblo y bastimentos con que nos mantuvimos hasta que nos vino socorro de los navíos que yo invié a las Islas.
En este tiempo despaché los tres navíos y otro que después vino que asimismo compré, y con ellos todos aquellos dolientes que habían quedado vivos. El uno fue a los puertos de la Nueva España, y escrebí en él largo a los oficiales de Vuestra Majestad que yo dejé en mi lugar y a todos los concejos dándoles cuenta de lo que yo por acá había hecho y de la necesidad que había de detenerme yo algúnd tiempo por aquellas partes, y rogándoles y encargándoles mucho lo que les había quedado a cargo y dándoles mi parecer de algunas cosas que convenía que se heciesen. Y mandé a este navío que se viniese por la isla de Coçumel, que está en el camino, y llevase de allí ciertos españoles que un Valençuela que se había alzado con un navío y robado el pueblo que primero fundó Cristóbal Dolid allí había dejado aislados, que tenía información que eran más de sesenta personas. El otro navío que a la postre compré envié a la isla de Cuba a la villa de la Trinidad a que cargase de carne y caballos y gente y se veniese con la más brevedad que fuese posible. El otro envié a la isla de Jamaica a que heciese lo mismo. El carabelón o bergantín que yo hice envié a la isla Española, y en él un criado mío con quien escrebí a Vuestra Majestad y aquellos licenciados que en aquella dicha isla residen. Y segúnd después paresció, ninguno destos navíos hizo el viaje que llevó mandado, porque el que iba a Cuba a la Trinidad aportó a Guaniguanico y hubo de ir cincuenta leguas por tierra a la villa de La Habana a buscar carga. Y cuando éste vino, que fue el primero, me trujo nueva cómo el navío que venía a la Nueva España había tomado la gente de Coçumel y que después había dado al través en la isla de Cuba en la punta que se llama de San Antonio o de Corrientes, y que se había perdido cuanto llevaban y se había ahogado un primo mío que se decía Juan de Avalos que venía por capitán dél y los dos frailes franciscos que habían ido conmigo que también vení an dentro, y treinta y tantas personas otras que me llevó por copia; y los que habían salido en tierra habían andado perdidos por los montes sin saber adónde iban y de hambre se habían muerto casi todos, que de ochenta y tantas personas no habían quedado vivos sino quince que a dicha aportaron a aquel puerto de Guaniguanico donde estaba surto aquel navío mío, y allí había una estancia de un vecino de La Habana donde cargó mi navío porque había muchos bastimentos, y de allí se remediaron aquéllos que quedaron vivos. Dios sabe lo que sentí en esta pérdida, porque demás de perder debdos y criados y muchos coseletes, escopetas y ballestas y otras armas que iban en el dicho navío, sentí más no haber llegado mis despachos, por lo que adelante Vuestra Majestad veerá.
El otro navío que iba a Jamaica y el que iba a la Española aportaron a la Trenidad, y en la isla de Cuba y allí hallaron al licenciado Alonso de Çuaço que yo dejé por justicia mayor y por uno de los que dejé en la gobernación en la Nueva España, y hallaron un navío en el dicho puerto que aquellos licenciados que residen en la isla Española enviaban a esta Nueva España a se certificar de la nueva que allá se decía de mi muerte. Y como el navío supo de mí, mudó su viaje porque traía treinta y dos caballos y algunas cosas de la jineta y otros bastimentos, creyendo venderlos mejor donde yo estaba. Y en este navío me escribió el dicho licenciado Alonso de Çuaço cómo en la Nueva España había muy grandes escándalos y alborotos entre los oficiales de Vuestra Majestad, que habían echado fama que yo era muerto y se habían pregonado por gobernadores los dos dellos y hecho que los jurasen por tales, y que habían prendido al dicho licenciado Çuaço y a los otros dos oficiales y a Rodriga de Paz, a quien yo dejé mi casa y hacienda, la cual habían saqueado, y quitado las justicias que yo dejé y puesto otras de su mano, y otras muchas cosas que por ser largas y porque invío la misma carta original a Vuestra Majestad donde las mandará ver no las expreso aquí.
Ya puede Vuestra Majestad considerar lo que yo sentí destas nuevas, en especial el pago que aquéllos daban a mis servicios dándome por galardón saquearme la casa, aunque fuera verdad que era muerto. Porque aunque quieran decir o dar por color que yo debía a Vuestra Majestad sesenta y tantos mill pesos de oro no inoran ellos que no los debo, antes se me deben más de ciento y cincuenta mill otros que he gastado, y no malgastado, en servicio de Vuestra Majestad. Luego pensé en el remedio, y parescióme por una parte que yo debía meterme en aquel navío y remediarlo y castigar tan grande atrevimiento, porque ya por acá todos piensan, en viéndose absentes con un cargo, que si no hacen befa no portan penacho, que también otro capitán que el gobernador Pedrarias invió allí a Nicaragua está también alzado de su obediencia, como adelante daré a Vuestra Excelencia más larga cuenta desto. Por otra parte dolíame en el ánima dejar aquella tierra en el estado y coyuntura que la dejaba, porque era perderse totalmente y tengo por muy cierto que en ella Vuestra Majestad ha de ser muy servido y que ha de ser otra Culúa, porque tengo noticia de muy grandes y ricas provincias y de grandes señores en ellas de mucha manera y servicio, en especial de una que llaman Hueytapalan y en otra lengua Xucutaco que ha seis años que tengo noticia della y por todo este camino he venido en su rastro y agora tengo por nueva muy cierta que está ocho o diez jornadas de aquella villa de Trujillo, que pueden ser cincuenta o sesenta leguas. Y désta hay tan grandes nuevas que es cosa de admiración lo que della se dice, que aunque falten los dos tercios, hace mucha ventaja a la de Méssico en riqueza e iguálala en grandeza de pueblos y multitud de gente y policía della. Estando en esta perplejidad, consideré que ninguna cosa puede ser bien hecha ni guiada si no es por mano del Hacedor y Movedor de todas, e hice decir misas y hacer procesiones y otros sacrificios, suplicando a Dios me encaminase en aquello de que El más se sirviese. Y después de hecho esto por algunos días, parescióme que todavía debía posponer todas las cosas e ir a remediar aquellos daños. Y dejé en aquella villa hasta treinta y cinco de caballo y cincuenta peones y con ellos por mi lugarteniente a un primo mío que se dice Hernando de Saavedra, hermano de Juan de Avalos que murió en la nao que venía a esta ciudad, y después de dejarle instrución y la mejor orden que yo pude de lo que había de hacer y después de haber hablado a algunos de los señores naturales desta tierra que ya habían venido a verme, me embarqué en el dicho navío con los criados de mi casa. Y envié a mandar a la gente que estaba en Naco que se fuesen por tierra por el camino que fue Francisco de las Casas, que es por la costa del sur, a salir adonde está Pedro de Alvarado, porque ya estaba el camino muy sabido y seguro y era gente harta para pasar por donde quisiera, y envié también a la otra villa de la Natividad de Nuestra Señora instrución de lo que habían de hacer. Y embarcado con buen tiempo, teniendo ya la postrera ancla a pique, calmó el tiem po, de manera que no pude salir. Y otro día por la mañana fuéme nueva al navío que entre la gente que dejaba en aquella villa había ciertas murmuraciones de que se esperaban escándalos siendo yo absente, y por esto y porque no hacía tiempo para navegar torné a saltar tierra y hobe mi información, y con castigar a algunos movedores quedó todo muy pacífico. Estuve dos días en tierra, que no hubo tiempo para salir del puerto, y al tercero día vino muy buen tiempo y toméme a embarcar e híceme a la vela, y yendo dos leguas de donde partí, que doblaba ya una punta que el puerto hace muy larga, quebróseme la entena mayor y fue forzado volver al puerto a aderezarla. Estuve otros tres días aderezándola, y partíme con muy buen tiempo otra vez y anduve con él dos noches y un día. Y habiendo andado cincuenta leguas y más diónos tan recio tiempo de norte muy contrario que nos quebró el mástel del trinquete por los tamboretes y fue forzado con harto trabajo volver al puerto, donde llegados, dimos todos muchas gracias a Dios porque pensábamos perdernos. Y yo y toda la gente venimos tan maltrabtados de la mar que nos fue necesario tomar algúnd reposo, y en tanto que el navío se aderezaba salí en tierra con toda la gente. Y viendo que habiendo salido tres veces a la mar con buen tiempo me había vuelto, pensé que no era Dios servido que esta tierra se dejase así, y aun pensélo porque algunos de los indios que habían quedado de paz estaban algo alborotados. Y torné de nuevo a encomendarlo a Dios y hacer procesiones y decir misas, y asentóseme que con enviar yo aquel navío en que yo habia de venir a la Nueva España y en él mi poder para Francisco de las Casas, mi primo, y escrebir a los concejos y a los oficiales de Vuestra Majestad reprehendiéndoles su yerro y enviando algunas personas principales de los indios que conmigo venieron para que los que acá quedaron creyesen que no era yo muerto, como acá se había publicado, se apaciguaría todo y yo daría fin a lo que allá tenía comenzado. Y así lo proveí, aun que no proveí muchas cosas que proveyera si supiera a esta sazón la pérdida del navío que había inviado primero, y dejélo porque en él lo había proveído todo muy cumplidamente y tenía por cierto que ya estaba allá muchos días había, en especial el despacho de los navíos de la Mar del Sur que había despachado en aquel navío como convenía.
Después de haber despachado este navío para esta Nueva España, porque yo quedé muy malo de la mar – y hasta agora lo estoy – no pude entrar la tierra adentro y también por esperar a los navíos que habían de venir de las Islas y proveer otras cosas que convenían, envié el teniente que allí dejaba con treinta de caballo y otros tantos peones que entrasen la tierra adentro. Y fueron hasta treinta y cinco leguas de aquella villa por un muy hermoso valle poblado de muchos y muy grandes pueblos abundoso de todas las cosas que en la tierra hay, muy aparejado para criar en toda la tierra todo género de ganado y plantas todas y cualesquier plantas de nuestra nación. Y sin haber rencuentro con los naturales de la tierra sino hablándoles con la lengua y con los naturales de la tierra que ya teníamos por amigos, los atrajeron todos de paz. Y venieron ante mí más de veinte señores de pueblos principales y con muestra de buena voluntad se ofrescieron por súbditos de Vuestra Alteza prometiendo de ser obedientes a sus reales mandamientos, y ansí lo han hecho y hacen hasta agora, que después acá hasta que yo me partí nunca había faltado gente dellos en mi compañía, y casi cada día iban unos y venían otros y traían bastimentos y servían en todo lo que se les mandaba. Plegue a Nuestro Señor de lo conservar así y llegar al fin que Vuestra Majestad desea y yo así tengo por fee que será, porque de tan buen principio no se puede esperar mal fin si no es por culpa de los que tenemos el cargo.
[Los de] la provincia de Papayeca y la de Chapagua, que dije que fueron las primeras que se ofrecieron al servicio de Vuestra Majestad y por nuestros amigos, fueron los que cuando yo me embarqué hallé alborotados. Y como yo me volví, tovieron algúnd temor, y enviéles mensajeros asegurándolos. Y algunos de los de Champagua venieron, aunque no los señores, y siempre tuvieron despoblados sus pueblos de mujeres e hijos y haciendas, y aunque en ellos había algunos hombres que venían aquí a servir. Híceles muchos requerimientos sobre que se veniesen a sus pueblos y jamás quesieron, deciendo hoy mas mañana. Y tuve manera como hobe a las manos los señores, que son tres, que el uno se llama Chicohuytl, y el otro Foto y el otro Mendoreto. Y habidos, prendílos y diles cierto término dentro del cual les mandé que poblasen sus pueblos y no estuviesen en las sierras, con apercebimiento que no lo haciendo, serian castigados como rebeldes. Y así los poblaron y yo los solté, y están muy pacíficos y seguros y sirven muy bien.
Los de Papayeca jamás quesieron parescer, en especial los señores, y toda la gente tenían en los montes consigo, despoblados sus pueblos. Y puesto que muchas veces fueron requeridos jamás quesieron ser obedientes, envié allá una capitanía de gente de caballo y de pie y muchos de los indios amigos naturales de aquella tierra, y saltearon una noche al uno de los señores – que son dos – que se llama Piçacura y prendiéronle. Y preguntado porqué había sido malo y no queria ser obediente, dijo que él ya se hobiera venido, sino que el otro su compañe Ro, e se llamaba Maçatel, era más parte con la comunidad y que éste no consentía; pero que le soltasen a él, que él trabajaría de espialle para que le prendiesen, y que si le ahorcasen, que luego la gente estaría pacífica y se vernían todos a sus pueblos, porque él los recogería no teniendo contradición. Y así le soltaron, y fue cabsa de mayor daño, segúnd ha parescido después. Ciertos indios nuestros amigos de los naturales de aquella tierra espiaron al dicho Maçatel y guiaron a ciertos españoles donde estaba y fue preso. Notificáronle lo que su compañero Piçacura había dicho dél y mandósele que dentro de cierto término trajese la gente a poblar en sus pueblos y no estuviesen por las sierras. Jamás se pudo acabar con él. Hízose contra él proceso y sentencióse a muerte, la cual se ejecutó en su persona. Ha sido gran enxemplo para los demás, porque luego algunos pueblos que estaban algo así llevantados se venieron a sus casas, y no hay pueblo que no esté muy seguro con sus hijos y mujeres y haciendas ecepto éste de Papayeca que jamás se ha querido asegurar. Después que se soltó aquel Piçacura se hizo proceso contra ellos e hízoseles guerra y prendiéronse hasta cien personas que se dieron por esclavos, y entre ellos se prendió el Piçacura, el cual no quise sentenciar a muerte puesto que por el proceso que contra él estaba hecho se pudiera hacer, antes le traje conmigo a esta cibdad con otros dos señores de otros pueblos que también habían andado algo llevantados, con intención que viesen las cosas desta Nueva España y tomarlos a enviar para que allá notificasen la manera que se tenía con los naturales de acá y cómo servían, para que ellos lo heciesen ansí. Y este Piçacura murió de enfermedad, y los dos están buenos y los inviaré, habiendo oportunidad. Con la prísión déste y de otro mancebo que paresció ser el señor natural y con el castigo de haber hecho esclavos aquellas ciento y tantas personas que se prendieron se aseguró toda esta provincia, y cuan do yo de allá partí quedaban todos los pueblos della poblados y muy seguros y repartidos en los españoles, y sirvían de muy buena voluntad al parescer.
A esta sazón llegó a aquella villa de Trujillo un capitán con hasta veinte hombres de los que yo había dejado en Naco con Gonçalo de Sandoval y de los de la compañía de Francisco Hernández, capitán que Pedrarias Dávila, gobernador de Vuestra Majestad, invió a la provincia de Nicaragua, de los cuales supe cómo al dicho pueblo de Naco había llegado un capitán del dicho Francisco Hernández con hasta cuarenta hombres de pie y de caballo que venía a aquel puerto de la bahía de Sant Andrés a buscar al bachiller Pedro Moreno que los jueces que residen en la isla Española habían enviado a aquellas partes, como ya tengo hecha relación a Vuestra Majestad. El cual, segúnd paresce, había escripto al dicho Francisco Hernández para que se rebelase de la obediencia de su gobernador como había hecho a la gente que dejaron Gil Gonçález y Francisco de las Casas, y venía aquel capitán a le hablar de parte del dicho Francisco Hernández para se concertar con él para se quitar de la obediencia de su gobernador y darla a los dichos jueces que en la dicha isla Española residen, segúnd paresció por ciertas cartas que traían. Y luego los tomé a despachar, y con ellos escrebí al dicho Francisco Hernández y a toda la gente que con él estaba en general y particularmente a algunos de los capitanes de su compañía que yo conoscía, reprehendiéndoles la fealdad que en aquello hacían y cómo aquel bachiller los había engañado, y certificándoles cúanto dello sería Vuestra Majestad deservido y otras cosas que me paresció convenía escrebirles para los apartar de aquel camino errado que llevaban. Y porque algunas de las cabsas que daban para abonar su propósito eran decir que estaban tan lejos de donde el dicho Pedrarias Dávila estaba que para ser proveídos de las cosas necesarias recebían mucho trabajo y costa y aun no podían ser proveídos y siempre estaban con mucha necesidad de las cosas y provisiones de España y que por aquellos puertos que yo tenía poblados en nombre de Vuestra Majestad lo podían ser más fácilmente, y que el dicho bachiller les había escripto que él dejaba toda aquella tierra poblada por los dichos jueces y había de volver luego con mucha gente y bastimentos, les escrebí que yo deja ría mandado en aquellos pueblos que se les diesen todas las cosas que hobiesen menester por que allí inviasen y que tuviese con ellos toda la contratación y buena amistad, pues los unos y los otros éramos y somos vasallos de Vuestra Majestad y estábamos en su real servicio, y que esto se habían de entender estando ellos en obediencia de su gobernador como eran obligados y no de otra manera. Y porque me dijeron que de la cosa que al presente más necesidad tenían era de herraje para los caballos y de herramientas para buscar minas, les di dos acémilas mías cargadas de herraje y herramientas y los invié. Y después que llegaron adonde estaba Gonçalo de Sandoval, les dio otras dos acémilas mías cargadas también de herraje que yo allí tenía.
Y después de partidos éstos, venieron a mí ciertos naturales de la provincia de Huilancho, que es sesenta y cinco leguas de aquella villa de Trujillo, de quien días había que yo tenía mensajeros y se habían ofrescido por vasallos de Vuestra Majestad. Y me hecieron saber cómo a su tierra habían llegado veinte de caballo y cuarenta peones con muchos indios de otras provincias que traían por amigos de los cuales habían rescebido y rescebían mucho agravio y daños tomándoles sus mujeres e hijos y haciendas, y que me rogaban los remediase pues ellos se habían ofrescido por mis amigos y yo les había prometido que los ampararía y defendería de quien mal les hiciese. Y luego me invió Hernando de Sayavedra, mi primo, a quien yo dejé por teniente en aquellas partes, que estaba a la sazón pacificando aquella provincia de Papayeca, dos hombres de aquella gente de que los indios se venieron a quejar, que venían por mandado de su capitán en busca de aquel pueblo de Trujillo porque los indios le dijeron que estaba cerca y que podían venir sin temor porque la tierra estaba de paz. Y déstos supe que aquella gente era de la del dicho Francisco Hernández y que venían en busca de aquel puerto y que venía por su capitán un Gabriel de Rojas. Luego despaché con estos dos hombres y con los indios que se habían venido a quejar un alguacil con un mandamiento mío para el dicho Gabriel de Rojas para que luego saliese de la dicha provincia y volviese a los naturales todos los indios e indias y otras cosas que les hobiese tomado. Y demás desto le escrebí una carta para que si alguna cosa hobiere menester me lo hiciese saber porque se le proveería de muy buena voluntad si yo la toviese, el cual, visto mi mandamiento y carta, lo hizo luego. Y los naturales de la dicha provincia quedaron muy contentos, aunque después me tornaron a decir los dichos indios que venido el alguacil que yo invié, les habían llevado algunos. Con este capitán torné otra vez a escrebir al dicho Francisco Hernández ofresciéndole todo lo que yo allí toviese de que él y su gente toviesen necesidad, porque dello creí Vuestra Majestad era muy servido, y encargándole todavía la obediencia de su gobernador. No sé lo que después acá ha subcedido, aunque supe del alguacil que yo invié y de los que con él fueron que estando todos juntos le había llegado una carta al dicho Gabriel de Rojas de Francisco Hernández, su capitán, en que le rogaba que a mucha priesa se fuese a juntar con él porque entre la gente que con él había quedado había mucha discordia y se le habían alzado dos capitanes, el uno que se decía Soto y el otro Andrés Garabito, los cuales diz que se le habían alzado porque supieron la mudanza que él quería hacer contra su gobernador. Ello quedaba ya de manera que no puede ser sino que resulte mucho daño así en los españoles como en los naturales de la tierra, de donde Vuestra Majestad puede considerar el daño que se sigue destos bullicios y cúanta necesidad hay de castigo en los que los mueven y cabsan. Yo quise luego ir a Nicaragua, creyendo poner en ello algúnd remedio porque Vuestra Majestad fuera muy servido si se podiera hacer, y estándolo aderezando y aun abriendo ya el camino de un puerto que hay algo áspero, llegó al puerto de aquella villa de Trujillo el navío que yo había enviado a esta Nueva España y en él un primo mío fraile de la orden de San Francisco que se dice fray Diego Altamirano, de quien supe y de las cartas que me llevó los muchos desasosiegos, escándalos y alborotos que entre los oficiales de Vuestra Majestad que yo había dejado en mi lugar se habían ofrescido y aún había, y la mucha necesidad que había de venir yo a los remediar. Y a esta causa cesó mi ida a Nicaragua y mi vuelta por la costa del sur, donde creo Dios Nuestro Señor y Vuestra Majestad fueran muy servidos a causa de las muchas y grandes provincias que en el camino hay, que puesto que algunas dellas están de paz, quedaran más refirmadas en el servicio de Vuestra Majestad con mi ida por ellas, mayormente aquéllas de Utlatan y Guatemala donde siempre ha residido Pedro de Alvarado, que después que se rebelaron por cierto mal trabtamiento jamás se han apaciguado, antes han hecho y hacen mucho daño en los españoles que allí están y en los amigos sus comarcanos, porque es la tierra áspera y de mucha gente y muy bellicosa y ardid en la guerra y han inventado muchos géneros de defensas y ofensas haciendo hoyos y otros muchos ingenios para matar los caballos donde han muerto muchos, de tal manera que aunque siempre el dicho Pedro de Alvarado les ha hecho y hace guerra con más de docientos de caballo y quinientos peones y más de cinco mill indios amigos y aun de diez algunas veces, nunca ha podido ni puede atraerlos al servicio de Vuestra Majestad, antes de cada dia se fortalecen más y se reforman de gentes que a ellos se llegan. Y creo yo, siendo Nuestro Señor servido, que si yo por allí veniera, que por amor o por otra manera los atrajera a lo bueno, porque algunas provincias que se rebelaron por los malos tratamientos que en mi absencia rescebieron, y fueron contra ellos más de ciento y tantos de caballo y trecientos peones y por capitán el veedor que en aquel tiempo gobernaba y mucha artillería y mucho número de indios amigos, no podieron con ellos, antes les mataron diez o doce hombres españoles y muchos indios y se quedó como antes. Y venido yo, con un mensajero que les invié donde supieron mi venida, sin ninguna dilación venieron a mi las personas principales de aquella provincia que se dice Coatlan y me dijeron la cabsa de su alzamiento que fue harto justa, porque el que los tenía encomendados había quemado ocho señores príncipales que los cinco murieron luego y los otros dende a pocos días, y puesto que pedieron justicia no les fue hecha. Y yo los consolé de manera que fueron contentos, y están hoy pacíficos y sirven como antes que yo me fuese sin guerra ni riesgo alguno, y ansí creo que hecieran los otros si yo por allí veniera, porque también otros pueblos que estaban desta condición en la provincia de Coaçacoalco, en sabiendo mi venida a la tierra sin yo les enviar mensajeros se apaciguaron.
Ya, Muy Católico Señor, hice a Vuestra Majestad relación de ciertas isletas que están frontero de aquel puerto de Honduras que llaman los Guanaxos, que algunas dellas están despobladas a causa de las armadas que han hecho de las Islas y llevado muchos naturales dellas por esclavos. Y en alguna dellas había quedado alguna gente, y supe que de la isla de Cuba y de la de Jamaica nuevamente habían armado para ellas para las acabar de asolar y destruir, y para remedio invié una carabela que buscase por las dichas islas el armada y les requiriese de parte de Vuestra Majestad que no entrasen en ellas ni heciesen daño a los naturales porque yo pensaba apaciguarlos y traerlos al servicio de Vuestra Majestad, porque por medio de algunos que se habían pasado a vivir a la tierra firme yo tenía inteligencia con ellos. La cual dicha carabela topó en una de las dichas islas que se dice Huitila otra de las de la dicha armada de que era capitán un Rodrigo de Merlo, y el capitán de mi carabela le atrajo con la suya y con toda la gente que había tomado en aquellas islas allí donde yo estaba. La cual dicha gente yo luego hice llevar a las islas donde los habían tomado, y no procedí contra el capitán porque mostró licencia para ello del gobernador de la isla de Cuba, por virtud de la que ellos tienen de los jueces que residen en la isla Española, y así los invié sin que rescebiesen otro daño más de tomarles la gente que habían tomado de las dichas islas. Y el capitán y los más de los que venían en su compañía se quedaron por vecinos en aquellas villas, paresciéndoles bien la tierra.
Conosciendo los señores de aquellas islas la buena obra que de mí habían rescebido e informados de los que en la tierra firme estaban del buen tratamiento que se les hacía, venieron a mí a me dar las gracias de aquel beneficio y se ofrescieron por súbditos y vasallos de Vuestra Majestad y pedieron que les mandase en que sirviesen. Y yo les mandé en nombre de Vuestra Majestad que al presente en sus tierras heciesen muchas labranzas, porque en la verdad ellos no pueden servir de otra cosa. Y así se fueron, y llevaron para cada isla un mandamiento mío para que notificasen a las personas que por allí veniesen por donde les aseguré en nombre de Vuestra Cesárea Majestad que no rescebirían daño. Y pediéronme que les diese un español que estoviese en cada isla con ellos, y por la brevedad de mi partida no se pudo proveer, pero dejé mandado al teniente Hemando de Saavedra que lo proveyese.
Luego me metí en aquel navío que me trajo las nuevas de las cosas desta tierra, y en él y en otros dos que yo allí tenía se metió alguna gente de los que había llevado en mi compañía, que fueron hasta veinte personas con nuestros caballos, porque los más dellos quedaron por vecinos en aquellas villas y los otros estaban esperándome en el camino creyendo que había de ir por tierra, a los cuales envié a mandar que se veniesen ellos, deciéndoles mi partida y la cabsa della. Hasta agora no son llegados, pero tengo nueva cómo vienen.
Dada orden en aquellas villas que en nombre de Vuestra Majestad dejé pobladas, con harto dolor y pena de no poder acabar de dejarlas tal cual yo pensaba y convenía, a veinte y cinco días del mes de abril de mill y quinientos y veinte y seis años hice mi camino por la mar con aquellos tres navíos, y traje tan buen tiempo que en cuatro días llegué hasta ciento y cincuenta leguas del puerto de Chalchicueca. Y de allí me dio un vendaval muy recio que no me dejó pasar adelante, y creyendo que amansaria, me tuve a la mar un día y una noche. Y fue tanto el tiempo que me deshacía los navíos y fue forzado arribar a la isla de Cuba, y en seis días tomé el puerto de La Habana donde salté en tierra y me holgué con los vecinos de aquel pueblo, porque había entre ellos muchos mis amigos del tiempo que yo viví en aquella isla. Y porque los navíos que llevaba rescebieron algúnd detrimento del tiempo que nos tomóen la mar fue nescesario recorrerlos, y a esta cabsa me detuve allí diez días. Y aun por abreviar mi camino compré una nao que hallé en el dicho puerto dando carena y dejé allí el en que yo iba porque hacía mucha agua. Luego otro día como llegué a aquel puerto, entró en él un navío que iba desta Nueva España, y al segundo día entró otro y al tercero día otro, de los cuales supe cómo la tierra estaba muy pacífica y segura y en toda tranquilidad y sosiego después de la prisión del factor y veedor, aunque me dijeron que había habido algunos bollicios y que se habían castigado los movedores dellos, de que folgué mucho, porque había rescebido mucha pena de la vuelta del camino temiendo algúnd desasosiego. Y de allí escrebí a Vuestra Majestad, aunque breve, y me partí a diez y seis días del mes de mayo y traje conmigo fasta treinta personas de los naturales desta tierra que llevaban aquellos navíos que de acá fueron ascondidamente, y en ocho días llegué al puerto de Chalchicueca y no pude entrar en el puerto a causa de mudarse el tiempo. Y surgí dos leguas dél ya casi noche, y con un bergantín que topé perdido por la mar y en la barca de mi navío salí aquella noche a tierra y fui a pie a la villa de Medellín, que está cuatro leguas de donde yo desembarqué, sin ser sentido de nadie de los del pueblo, y fui a la iglesia a dar gracias a Nuestro Señor. Y luego fue sabido y los vecinos se regocijaron conmigo y yo con ellos. Aquella noche despaché mensajeros ansí a esta ciudad como a todas las villas de la tierra haciéndoles saber mi venida y proveyendo algunas cosas que me paresció convenían al servicio de Vuestra Sacra Majestad y al bien de la tierra. Y por descansar del trabajo del camino estuve en aquella villa once días, donde me vinieron a ver muchos señores de pueblos y otras personas de los naturales de los destas partes que mostraron holgarse con mi venida. Y de ahí me partí para esta ciudad, y estuve en el camino quince días y por todo él fui visitado de muchas gentes de los naturales, que hartos dellos venían de más de ochenta leguas porque todos tenían sus mensajeros por postas para saber de mi venida, como ya la esperaban. Y ansí vinieron en poco tiempo muchos y de muchas partes y de muy lejos a verme, los cuales todos lloraban conmigo y me decían palabras tan vivas y lastimeras, contándome sus trabajos que en mi ausencia habían padescido por los malos tratamientos que les habían fecho, que quebraban el corazón a todos los que los oían. Y aunque de todas las cosas que me dijeron sería dificultoso dar a Vuestra Majestad copia, pero algunas harto dignas de notar pudiera escrebir, que dejo por ser de ore proprio. Llegado a esta ciudad, los vecinos españoles y naturales della y de toda la tierra que aquí se juntaron me rescibieron con tanta alegría y regocijo como si yo fuera su propio padre, y el tesorero y contador de Vuestra Majestad salieron a me rescebir con mucha gente de pie y de caballo en ordenanza mostrando la misma voluntad que todos. Y ansí me fui derecho a la casa y monesterio de San Francisco a dar gracias a Nuestro Señor por me haber sacado de tantos y tan grandes peligros y trabajos y haberme traído a tanto sosiego y descanso, y por ver la tierra que tan en tiranía estaba puesta en tanto sosiego y conformidad. Y allí estuve seis días con los frailes hasta dar cuenta a Dios de mis culpas.
Y dos días antes que de allí saliese me llegó un mensajero de la villa de Medellín que me hizo saber que al puerto habían llegados ciertos navíos, y que se decía que en ellos venía un pesquesidor o juez por mandado de Vuestra Majestad y que no sabían otra cosa. Y yo creí que debía ser que sabiendo Vuestra Cesárea Majestad los desasosiegos y comunidad en que los oficiales de Vuestra Alteza a quien yo dejé la tierra la habían puesto y no siendo cierta de mi venida a ella, había mandado proveer sobre este caso, de que Dios sabe cúanto holgué porque tenía yo mucha pena de ser juez desta causa, porque como injuriado y destruido por estos tiranos me parescía que cualquiera cosa que en ello proveyese podría ser juzgada por los malos a pasión, que es la cosa que más aborresco, puesto que según sus obras no pudiera yo ser con ellos tan apasionado que no sobrara a todo mucho merescimiento en sus culpas. Y con esta nueva despaché a mucha priesa un mensajero al puerto a saber lo cierto y envié a mandar al teniente y justicias de aquella villa de Medellín que de cualquier manera que el juez viniese, viniendo por mandado de Vuestra Majestad, fuese muy bien rescebido y servido y aposentado en una casa que yo en aquella villa tengo, donde mandé que a él y a los suyos se les hiciese todo servicio, aunque, segúnd después paresció, él no lo quiso rescibir.
Otro día, que fue de San Juan, como despaché este mensajero llegó otro estando corriendo ciertos toros y en regocijo de cañas y otras fiestas, y me trajo una carta del dicho juez y otra de Vuestra Sacra Majestad por las cuales supe a lo que venía y cómo Vuestra Césarea Majestad era servido de me mandar tomar residencia del tiempo que Vuestra Alteza ha sido servido que yo tenga el cargo de la gobernación desta tierra. Y de verdad yo holgué mucho, ansí por la inmensa merced que Vuestra Majestad Sacra me hizo en querer ser informado de mis servicios y culpas, como por la beninidad con que Vuestra Alteza en su carta me hacía saber su real intención y voluntad de me hacer mercedes. Y por lo uno y lo otro cien mill veces los reales pies de Vuestra Cesárea Majestad beso, y plega a Nuestro Señor sea servido de me hacer tanto bien que yo alguna parte desta tan insigne merced pueda servir y que Vuestra Cesárea Majestad para esto conosca mi deseo, porque conosciéndolo, no pienso que era chica parte de paga.
En la carta que Luis Ponce, juez de residencia, me escribió me hacía saber que a la hora se partía para esta ciudad. Y porque para venir a ella hay dos caminos principales y en su carta no me hacía saber por cuál dellos había de venir, luego despaché por ambos criados míos porque le viniesen sirviendo y acompañando y mostrando la tierra. Y fue tanta la priesa que en este camino se dio el dicho Luis Ponce que aunque yo proveí esto con harta brevedad le toparon ya veinte leguas desta ciudad, y puesto que con mis mensajeros diz que mostró holgarse mucho, no quiso rescibir dellos ningún servicio. Y aunque me pesó de le no rescibir porque diz que dello traía nescesidad por la priesa de su camino, por otra parte holgué dello, porque paresció de hombre justo y que quería usar de su oficio con toda rectitud, y pues venía a tomarme a mí residencia no quería dar causa a que dél se tuviese sospecha. Y llegó a dos leguas desta ciudad a dormir una noche y yo hice aderezar para le recebir otro día por la mañana. Y envióme a decir que no saliese de mañana porque él se quería estar allí hasta comer, que le enviase un capellán que allí le dijese misa, y yo ansí lo hice, pero temiendo lo que fue, que era escusarse del rescibimiento, estuve sobre aviso. Y él madrugó tanto que aunque yo me di harta priesa, le tomé ya dentro en la cibdad, y ansí nos fuimos juntos fasta el monesterio de San Francisco donde oímos misa. Y acabada, le dije si quería allí presentar sus provisiones que lo hiciese, porque allí estaba todo el cabildo de la ciudad conmigo y el tesorero y contador de Vuestra Majestad. Y no las quiso presentar, diciendo que otro día las presentaría. Y así fue, que otro día por la mañana nos juntamos en la iglesia mayor desta cibdad el cabildo della y los dichos oficiales y yo, y allí las presentó y por mí y por todos fueron tomadas, besadas y puestas sobre nuestras cabezas como provisiones de nuestro rey y señor natural y obedecidas y complidas en todo y por todo según que Vuestra Sacra Majestad por ellas nos enviaba a mandar. Y a la hora le fueron entregadas todas las varas de la justicia y fechos todos los otros cumplimientos nescesarios, según que más larga y cumplidamente lo envío a Vuestra Majestad Católica por fee del escribano del cabildo ante quien pasó. Y luego fue pregonada públicamente en la plaza desta cibdad mi residencia y estuve en ella diecisiete días sin que se me pusiese demanda alguna. Y en este tiempo el dicho Luis Ponce, juez de residencia, adolesció y todos cuantos en el armada que él vino vinieron, de la cual énfermedad quiso Nuestro Señor que muriese él y más de treinta otros dellos que en la dicha armada vinieron, entre los cuales murieron dos frailes de la orden de Santo Domingo que con él vinieron. Y fasta hoy hay muchas personas enfermas y de mucho peligro de muerte porque ha parescido casi pestilencia la que trajeron consigo, porque aun algunos de los que acá estaban se pegó y murieron dos personas de la misma enfermedad y aun hay otros muchos que aún no han convalescido della.
Luego que el dicho Luis Ponce pasó desta vida, fecho su en terramiento con aquella honra y autoridad que a persona enviada por Vuestra Majestad requería hacerse, el cabildo desta ciudad y los procuradores de todas las villas de la tierra que aquí se hallaron me pidieron y requirieron de parte de Vuestra Majestad Cesaria que tomase en mí el cargo de la gobernación y justicia según que antes lo tenía por mandado de Vuestra Majestad y por sus reales provisiones, dándome para ello cabsas y poniendo inconvinientes que se siguirían no lo aceptando, según que Vuestra Sacra Majestad lo mandará ver por la copia que de todo envío. Y yo les respondí escusándome dello, como ansimismo parescerá por la dicha copia. Y después acá me han fecho otros requerimientos sobre ello y puestos otros inconvinientes más recios que se podían seguir si yo no lo aceptase, y de todo me he defendido hasta agora y no lo he hecho, aunque se me ha figurado que hay en ello algún inconviniente. Pero deseando que Vuestra Majestad sea muy cierto de mi limpieza y fidelidad en su real servicio, teniéndolo por principal, porque sin tener de mí este concepto no querría bienes en este mundo mas antes no vivir en él, hélo pospuesto todo por este fin, y antes he sostenido con todas mis fuerzas en el cargo a un Marcos de Aguilar, a quien el dicho licenciado Luis Ponce tenía por su alcalde mayor, y le he pedido y requerido prosceda en mi residencia fasta en fin della. Y no lo ha querido hacer diciendo que no tiene poder para ello, de que he rescebido asaz pena, porque deseo sin comparación y no sin causa que Vuestra Majestad Sacra sea verdaderamenre informado de mis servicíos y culpas, porque tengo por fee y no sín méríto que por ellos me ha de mandar Vuestra Majestad Cesaría hacer muy grandes y crescidas mercedes, no habiendo respecto a lo poco que mi pequeña vasija puede contener, sino a lo mucho que Vuestra Celsitud es obligado a dar a quien tan bien y con tanta fedilidad le sirve como yo le he servido y sirvo. A la cual humillmente suplíco con toda la instancia a mí posible no permita que esto quede debajo de disimulación, sino que muy clara y magnifiestamente se publique lo malo y bueno de mis servicios, porque como sea caso de honra y que por alcanzalla yo tantos trabajos he padescido y mi persona a tantos peligros he puesto, no quiera Dios ni Vuestra Majestad por su reverencia permita ni consienta que basten lenguas de invidiosos, malos y apasionados a me la hacer perder. Y no quiero ni suplico a Vuestra Majestad Sacra en pago de mis servicios me haga otra merced sino ésta, porque nunca plega a Dios que sin ella yo viva.
Según lo que yo he sentido, Muy Católico Príncipe, puesto que desde el principio que comencé a entender en esta negociación yo he tenido muchos, diversos y poderosos émulos y contrarios, no ha podido tanto su maldad y malicia que la notoriedad de mi fedelidad y servicios no los haya supeditado, y como ya, desesperados de todo remedio, han buscado dos por los cuales, segúnd paresce, han puesto alguna niebla o escuridad ante los ojos de Vuestra Grandeza por donde le han movido del católico y santo propósito que siempre de Vuestra Excelencia se ha conoscido a me remunerar y pagar mis servicios: el uno es acusarme ante Vuestra Potencia de climene legis magestatis, diciendo que yo no había de obedescer sus reales mandamientos y que yo no tengo esta tierra en su poderoso nombre sino en tiranía e inefable forma, dando para ello algunas depravadas y diabólicas razones juzgadas por falsas y no verdaderas conjeturas. Los cuales, si las verdaderas obras miraran y justos jueces fueran, muy al contrario lo debieran significar, porque hasta agora no se ha visto ni se verá en cuanto yo viviere que ante mí o a mis noticias haya venido carta ni otro mandamiento de Vuestra Majestad Sancta que no haya sido, es y será obedescido y cumplido sin faltar en él cosa alguna, y agora se ha magnifestado más clara y abiertamente su maldad de los que esto han querido decir, porque si ansí fuera, no me fuera yo seiscientas leguas desta cibdad por tierra inhabitada y caminos peligrosos y dejara la tierra a los oficiales de Vuestra Majestad, como de razón se había de creer ser las personas que habían de tener más celo al real servicio de Vuestra Alteza aunque sus obras no correspondieron al crédito que yo dellos tuve. Y el otro es que han querido decir que yo tengo en esta tierra mucha parte o la mayor de los naturales della, de que me sirvo y aprovecho, de donde he habido mucha suma y cantidad de oro y plata que tengo atesorado; y que he gastado de las rentas de Vuestra Cesaria Majestad sesenta y tantos mill pesos de oro sin haber nescesidad de los gastar, y que no he enviado tanta suma de oro a Vuestra Excelencia cuanta de sus reales rentas se ha habido y que lo detengo con formas y maneras esquisitas cuyo efecto yo no puedo alcanzar, pero bien creo que pues lo han osado decir, que le habrán dado algún color, mas no puede ser tal, según lo que yo de mí confio, que muy pequeño toque no descubra lo falso. Y cuanto a lo que dicen de tener yo mucha parte de la tierra, así lo confieso, y que he habido harta suma y cantidad de oro, pero digo que no ha sido tanta para que haya bastado para que yo deje de ser pobre y estar adeudado en más de cincuenta mill pesos de oro sin tener un castellano de qué pagarlo. Porque si mucho he habido muy mucho más he gastado, y no en comprar mayorazgos ni otras rentas para mí, sino en dilatar por estas partes el señorío y patrimonio de Vuestra Alteza conquistando y ganando con ellos y con poner mi persona a muchos trabajos, riesgos y peligros muchos reinos y señoríos para Vuestra Excelencia, los cuales no podrán encubrir ni agazapar los malos con sus serpentinas lenguas, que mirándose mis libros se hallarán en ellos más de trecientos mill pesos de oro que se han gastado de mi casa y hacienda en estas conquistas. Y acabado lo que yo tenía, gasté los sesenta mill pesos de oro de Vuestra Majestad, y no en comerlos yo ni entraron en mi poder, sino en darlos por mis libramientos para los gastos y espensas desta conquista. Y si aprovecharon o no vean los casos, que están muy magnifiestos. Pues en lo que dicen de no enviar las rentas a Vuestra Majestad, muy magnifiesto está ser la verdad en contrario, por que en este poco de tiempo que yo estoy en esta tierra pienso, y ansí es verdad, que della se ha enviado a Vuestra Majestad más servicio e interese que de todas las Islas y Tierra Firme que ha treinta y tantos años que están descubiertas y pobladas, las cuales costaron a los Católicos Reys, vuestros abuelos, muchas expensas y gastos, lo que ha cesado en ésta. Y no solamente se ha enviado lo que a Vuestra Majestad de sus reales servicios ha pertenescido, mas aun de lo mío y de los que me han ayudado – sin lo que acá hemos gastado en su real servicio – hemos enviado alguna copia, porque luego que envié la primera relación con Alonso Fernández Puertocarrero y Francisco de Montejo no solamente envié el quinto que a Vuestra Majestad pertenesció de lo hasta entonces habido, mas aun todo cuanto se hubo, porque me paresció ser ansí justo por ser las primicias. Pues de todo lo que en esta cibdad se hubo siendo vivo Muteeçuma señor della, del oro se dio el quinto a Vuestra Majestad, digo de lo que se fundió, que le pertenescieron treinta y tantos mill castellanos. Y aunque las joyas también se habían de partir y dar a la gente sus partes, ellos y yo holgamos que no se dividiesen, sino que todas se enviasen a Vuestra Majestad, que fueron en número de más de quinientos mill pesos de oro, aunque lo uno y lo otro se perdió porque nos lo tomaron cuando nos echaron desta cibdad por el levantamiento que en ella hubo con la venida de Narváez a esta tierra, la cual aunque fue por mis pecados no fue por mi negligencia. Cuando después se conquistó y redujo al servicio de Vuestra Alteza no menos se hizo, que sacado el quinto para Vuestra Majestad del oro que se fundió, yo hice que todas las joyas mis compañeros tuviesen por bien que sin partir se quedasen para Vuestra Alteza, que no fueron de menos valor y prescio que las que primero teníamos. Y así, con mucha brevedad y recaudo las despaché todas con treinta mill pesos de oro en barras, y con ellos a Julián Alderete, que a la sazón era tesorero de Vuestra Majestad en esta tierra. Si no llegaron a Vuestra Sacra Majestad y las tomaron los franceses, tampoco fue mía la culpa, sí no de aquéllos que no proveyeron el armada que fue por ello a las islas de los Azores como debieran para cosa de tanta importancia. Al tiempo que yo me partí desta ciudad para el golfo de las Hibueras asímismo se enviaron a Vuestra Excelencia sesenta mill pesos de oro con Diego de Ocampo y Francisco de Montejo. Y no se envió más, aunque lo había, por parescerme a mí y aun a los oficicales de Vuestra Majestad Cesaria que con enviar tanto junto aún excedíamos y pervirtíamos la orden que Vuestra Majestad tiene mandada dar en estas partes en el llevar del oro, pero atrevímonos por la nescesidad que supimos que Vuestra Sacra Majestad tenía. Y con esto envié yo asimismo a Vuestra Grandeza con Diego de Soto, criado mío, todo cuanto yo tenía sin me quedar un peso de oro, que fue un tiro de plata que me costó la plata y fechura y otros gastos dél más de treinta y cinco mill pesos de oro. También ciertas joyas que yo tenía de oro y piedras, las cuales envié no por su valor ni prescio, aunque no era muy pequeño para mí, sino porque habían llevado los franceses las que primero envié y pesóme en el ánima que Vuestra Sacra Majestad no las hobiese visto, y para que viese la muestra y por ello como desecho considerase lo que sería lo principal, envié aquello que yo tenía. Así que pues yo con tan limpio celo y voluntad quise servir a Vuestra Majestad Cesaria con lo que yo tenía, no sé qué razón hay de creer que yo detuviese lo de Vuestra Alteza. También me han dicho los oficiales que en mi absencia han enviado cierta cantidad de oro, por manera que nunca se ha cesado de enviar todas las veces que para ello ha habido oportunidad.
También me han dicho, Muy Poderoso Señor, que a Vuestra Majestad Sacra han informado que yo tengo en esta tierra docientos cuentos de renta de las provincias que yo tengo señaladas para mí. Y porque mi deseo no es ni ha sido otro sino que Vuestra Cesaría Majestad sepa muy de cierto mi voluntad a su real servicio y se satifaga muy de hecho de mí, que siempre le he dicho y diré verdad, no siento cosa que yo pudiese hacer con que mejor esto se manifestase que con hacer desta tan crescida renta servicio a Vuestra Majestad y hacerse ían a mi propósito muchas cosas, en especial que Vuestra Alteza perdiese ya esta sospecha que tan pública por acá está que Vuestra Majestad de mí tiene. Por tanto a Vuestra Majestad suplico resciba en servicio todo cuanto yo acá tengo y en esos reinos me faga merced de los veinte cuentos de renta y quedarle an los ciento y ochenta, y yo serviré en la real presencia de Vuestra Majestad, donde nadie pienso me hará ventaja ni tampoco podrá encubrir mis servicios. Y aun para lo de acá pienso será Vuestra Majestad de mí muy servido, porque sabré como testigo de vista decir a Vuestra Celsitud lo que a su real servicio conviene que acá mande proveer y no podrá ser engañado por falsas relaciones. Y certifico a Vuestra Majestad Sacra que no será menos ni de menos calidad el servicio que allá haré en avisar de lo que se debe proveer para que estas partes se conserven y los naturales dellas vengan en conoscimiento de nuestra fee y Vuestra Majestad tenga acá perpetuamente muchas y muy crescidas rentas y que siempre vayan en crescimiento y no en diminución como han hecho los de las Islas y Tierra Firme por falta de buena gobernación, y de ser los Católicos Reyes, padres y abuelos de Vuestra Excelencia avisados con celo de su servicio y no de particulares intereses, como siempre lo han fecho los que en las cosas destas partes a Sus Altezas y a Vuestra Majestad han informado. Y estos avisos que podré allá dar digo que no serán menores que fue ganarlas y haberlas sostenido fasta agora habiendo tenido tantos obstáculos y embarazos, por donde no poco se ha dejado de acrescentar en ellas. Dos cosas me facen desear que Vuestra Majestad Sacra me haga tanta merced se sirva de mí en su real presencia: la una y más principal es satisfacer a Vuestra Majestad y a todo el mundo de mi lealtad y fidelidad en su real servicio, porque esto tengo en más que todos los otros intereses que en el mundo se pudiesen seguir, porque por cobrar nombre de servidor de Vuestra Majestad y de su imperial y real corona me he puesto a tantos y tan grandes peligros y he sufrido trabajos tan sin comparación. Y no por cobdicia de tesoros, que si esto me hobiera movido, pues he tenido hartos, digo para un escudero como yo, no los hobiera gastado ni pospuesto por conseguir este otro fin teniéndolo por más principal, aunque mis pecados no han querido darme lugar a ello ni pienso que ya en este caso yo me podría satisfacer si Vuestra Majestad no me hiciese esta tan inmensa merced que le suplico. Y porque no paresca que pido a Vuestra Excelencia mucho porque no se me conceda, aunque todo cabría y aun es poco para yo vivir sin afrenta, habiendo yo tenido en estas partes en nombre de Vuestra Majestad el cargo de la gobernación de ellas y haber en tanta cantidad por estas partes dilatado el patrimonio y señorio real de Vuestra Majestad, poniendo debajo de su principal yugo tantas provincias pobladas de tantas y tan nobles villas y ciudades y quitando tantas idolatrías y ofensas como en ellas a Nuestro Criador se han fecho y traído a muchos de los naturales a su conoscimiento y plantado en ellas nuestra santa fee católica, en tal manera que si estorbo no hay de los que mal sienten destas cosas y su celo no es enderezado a este fin, en muy breve tiempo se puede tener por muy cierto en estas partes se levantará una nueva Iglesia donde más que en todas las del mundo Dios Nuestro Señor será servido y honrado, digo, que seyendo Vuestra Majestad servido de me hacer merced de me mandar dar en esos reinos diez cuentos de renta y que yo en ellos le vaya a servir, no será pequeña merced con dejar todo cuanto acá tengo, porque desta manera satisfaría mi deseo que es servir a Vuestra Majestad en su real presencia, y Vuestra Celsitud asimismo se satisfaría de mi lealtad y sería de mí muy servido; la otra, tener por muy cierto que informada Vuestra Católica Majestad de mí de las cosas desta tierra y aun de las Islas, se proveería en ellas muy más cierto lo que conviniese al servicio de Dios Nuestro Señor y de Vuestra Majestad, porque se me daría crédito diciéndolo dende allá, lo que no se me dará aunque dende acá lo escriba, porque todo se atribuirá como hasta agora se ha atribuído a ser dicho con pasión de mi interese y no de celo que como vasallo de Vuestra Sacra Majestad debo a su real servicio. Y porque es tanto el deseo de besar los reales pies de Vuestra Majestad y servirle en su real presencia que no lo sabría significar, si Vuestra Grandeza no fuese servido o no tuviese oportunidad de me facer merced de lo que a Vuestra Majestad suplico para me mantener en esos reinos y servirle como yo deseo, sea que Vuestra Celsitud me haga merced de me dejar en esta tierra lo que yo agora tengo en ella o lo que en mi nombre a Vuestra Majestad se suplicare, haciéndome merced dello de juro y de heredad para mí y para mis herederos, con que yo no vaya a esos reinos a pedir por Dios que me den de comer, y con esto rescebiré muy señalada merced. Vuestra Majestad me mande enviar licencia para que yo me vaya a cumplir este mi tan crescido deseo, que bien sé y confio en mis servicios y en la católica conciencia de Vuestra Majestad que siéndoles magnifiestos y la limpieza de la intinción con que los he hecho, no permitirá que viva pobre. Y harta causa se me había ofrescido con la venida deste juez de residencia para cumplir este mi deseo, y aun comencélo a poner en obra, sino que dos cosas me lo estorbaron: la una, hallarme sin dineros para poder gastar en mi camino a cabsa de haberme robado y saqueado mi casa, como Vuestra Sacra Majestad ya creo dello está informado; y lo otro, temiendo con mi ausencia entre los naturales desta tierra no hubiese algún levantamiento o bullicio, y aun entre los españoles, porque por el ejemplo de lo pasado se podrá muy bien juzgar lo porvenir.
Estando, Muy Católico Señor, haciendo este despacho para Vuestra Sacra Majestad, me llegó un mensajero de la Mar del Sur con una carta en que me hacían saber que en aquella costa, cerca de un pueblo que se dice Tecoantepeque, había llegado un navío que, segúnd parescíó por otra que se me trajo del capitán del dicho navío, la cual envío a Vuestra Majestad, es del armada que Vuestra Majestad Sacra mandó ir a las islas de Maluco con el capitán Loaysa. Y porque en la carta que escribió el capitán deste navío verá Vuestra Majestad el suceso de su viaje, no daré dello a Vuestra Celsitud cuenta más de hacer saber a Vuestra Excelencía lo que sobre ello proveí, y es que a la hora despaché con mucha priesa una persona de recaudo para que fuese adonde el dicho navío llegó, y si el capitán dél luego se quisiese tornar, le diese todas las cosas nescesarias a su camino sin le faltar nada y se informase dél de su camino y viaje muy complidamente, por manera que de todo trujese muy larga y particular relación para que yo la enviase a Vuestra Majestad porque por esta vía Vuestra Alteza fuese más brevemente informado. Y por si el navío trujese alguna nescesidad de reparo, envié también un piloto para que lo trajese al puerto de Çacatula, donde yo tengo tres navíos muy a punto para se partir a descubrir por aquellas partes y costa, para que allí se remedie y se haga lo que más conviniere al servicio de Vuestra Majestad y bien del dicho viaje. En habiendo la información deste navío, la enviaré luego a Vuestra Majestad para que de todo sea informado y envíe a mandar lo que fuere su real servicio.
Mis navíos de la Mar del Sur están, como a Vuestra Ma jestad he dicho, muy a punto para hacer su camino, porque luego como llegué a esta ciudad comencé a dar priesa en su despacho. Y ya fueran partidos sino por esperar a ciertas armas y artillería y munición que me trujeron desos reinos para lo poner en los dichos navíos, porque vayan a mejor recaudo. Y yo espero en Nuestro Señor que en ventura de Vuestra Majestad tengo de hacer en este viaje un muy gran servicio, porque, ya que no se descubra estrecho, yo pienso dar por aquí camino para la Especería, que en cada un año Vuestra Majestad sepa lo que en toda aquella tierra se hiciere. Y si Vuestra Majestad fuere servido de me mandar conceder las mercedes que en cierta capitulación envié a suplicar se me hiciesen cerca deste descubrimiento, yo me ofresco a descubrir por aquí toda la Especería y otras islas si hobiere cerca de Maluco y Melaca y la China, y aun de dar tal orden que Vuestra Majestad no haya la Especiería por vía de rescate, como la ha el rey de Portugal, sino que la tenga por cosa propia y los naturales de aquellas islas le reconoscan y sirvan como a su rey y señor natural. Porque yo me ofresco con el dicho aditamento de enviar a ellas tal armada o ir yo por mi persona por manera que las sojuzgue y pueble y faga en ellas fortalezas y las bastezca de pertrechos y artillería de tal manera que a todos los príncipes de aquellas partes y aun a otros se puedan defender. Y si Vuestra Majestad fuere servido que yo entienda en esta negociación concediéndome lo que digo, crea será dello muy servido. Y ofrézcome que si como lo he dicho no fuere, Vuestra Majestad me mande castigar como a quien su rey no dice verdad.
También después que vine he proveído enviar por tierra y por la mar a poblar el río de Tabasco, que es el que dicen de Grijalba, y conquistar muchas provincias que están en sus comarcas, de que Dios Nuestro Señor y Vuestra Majestad serán muy servidos. Y los navíos que van y vienen a estas partes reciben mucho provecho en poblarse aquel puerto y apaciguarse aquella costa, porque allí han dado muchos navíos al través y por estar la gente indómita han muerto todos los españoles que iban en los navíos.
También envío a la provincia de los vaputecas, de que ya Vuestra Majestad está informado, tres capitanías de gente que entren en ella por tres partes, para que con más brevedad den fin a aquella demanda, que cierto será muy provechosa por el daño que los naturales de aquella provincia hacen en los otros naturales que están pacífícos y por tener como tienen ocupada la más rica tierra que hay en esta Nueva España, de donde, conquistándose, recebírá mucho servicio.
Tambíén tengo enfilado y ya harta parte de gente llegada para ir a poblar el rio de Palmas, que es en la costa del norte abajo del Pánuco hacia la Florida, porque tengo información que es muy buena tierra y es puerto. No creo que menos allí Dios Nuestro Señor y Vuestra Majestad serán servidos que en todas las otras partes, porque yo tengo muy gran nueva de aquella tierra.
Entre la costa del norte y la provincia de Michuacan hay cierta gente y poblaciones que llaman chechimecas. Son gentes muy bárbaras y no de tanta razón como estas otras provincias. También envío agora sesenta de caballo y docientos peones con muchos de los naturales nuestros amigos a saber el secreto de aquella provincia y gentes. Llevan mandado por instrución que si hallaren en ellos alguna aptitud o habilidad para vivir como estotros viven y venir en conoscimiento de nuestra fee y reconoscer el servicio que a Vuestra Majestad deben, que trabajen – por todas las vías posibles de los apaciguar y traer al yugo de Vuestra Majestad y pueblen entre ellos en la parte que mejor les paresciere; y si no los hallaren aparejados, como arriba digo, ni quisieren ser obidientes, les hagan guerra y los tomen por esclavos, porque no haya cosa superflua en toda la tierra ni que deje de servir ni reconoscer a Vuestra Majestad. Y trayendo éstos bárbaros por esclavos, que casi diz que son gente salvaje, será Vuestra Majestad servido y los españoles aprovechados, porque sacarán el oro en las minas y aun en nuestra conversación podría ser que alguno se salvase.
Entre estas gentes he sabido que hay cierta parte muy poblada de muchos y muy grandes pueblos y que la gente dellos viven a la manera de los de acá y aun algunos destos pueblos se han visto por españoles. Tengo por muy cierto que poblarán aquella tierra, porque hay grandes nuevas de la riqueza de plata.
Cuando yo, Muy Poderoso Señor, partí desta ciudad para el golfo de las Hibueras, dos meses antes que partiese despaché un capitán a la villa de Coliman, que está en la Mar del Sur ciento y cuatro leguas desta cibdad, al cual mandé que siguiese desde aquella villa la costa del sur abajo hasta ciento y cincuenta o docientas leguas no más a efecto de saber el secreto de aquella costa y si en ella había puertos. El cual dicho capitán fue como le mandé fasta ciento y treinta leguas de la dicha villa de Coliman por la costa abajo y algunas veces veinte o treinta leguas la tierra adentro, y me trujo relación de muchos puertos que halló en la costa, que no fue poco bien para la falta de que dellos hay en todo lo descubierto hasta allí, y de muchos pueblos y muy grandes y de mucha gente muy diestra en la guerra con los cuales hobo ciertos reencuentros, y apaciguó muchos dellos y no pasó adelante porque llevaba poca gente y porque no halló hierba. Y entre la relación que trajo me dio noticia de un muy gran río que los naturales le dijeron que había diez jornadas de donde él llegó, del cual y de los pobladores dél le dijeron muchas cosas extrañas. Yo le torné a enviar con más copia de gente y aparejo de guerra para que vaya a saber el secreto de aquel río, y según el anchura y grandeza que dél señalan no temía en mucho ser estrecho. En viniendo, haré relación a Vuestra Majestad de lo que dél supiere.
Todos estos capitanes destas entradas están agora para partir casi a una. Plega a Nuestro Señor de los guiar como él se sirva, que yo aunque Vuestra Majestad más me mande desfavorecer no tengo de dejar de servir, que no es posible que por tiempo Vuestra Majestad no conosca mis servicios. Y ya que esto no sea, yo me satisfago con hacer lo que debo y con saber que a todo el mundo tengo satisfecho y les son notorios mis servicios y lealtad con que los fago. Y no quiero otro mayorazgo para mis hijos sino éste. Potentísimo Señor, de Vuestra Cesárea Majestad muy humilde siervo y vasallo que los muy reales pies y manos de Vuestra Majestad besa. De la ciudad de Tenuxtitán, a tres de setiembre de 1526 años.
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