Leonardo da Vinci nació en Italia (1452-1519), probablemente en un pueblo llamado Vinci, cerca de Florencia, motivo de que se le aplique el apellido «Vinci», y murió en Francia sirviendo a Francisco I. Su vida constituyó una constante búsqueda de respuestas a sus fuertes intuiciones e inquietudes.
Leonardo fue un renacentista típico y un humanista. Aunque irreligioso, no rechazó las ideas que le trascendían, y antepuso a todo el valor del individuo. La famosísima obra de la Gioconda, es un perfecto ejemplo de exaltación de la personalidad y la feminidad que Leonardo quiso imprimir a esa figura.
El humanismo, aunque fue un movimiento del siglo XIX, ya existían en el siglo XV personajes que practicaban sus preceptos. Leonardo da Vinci fue un humanista, representante de la vertiente científica del Renacimiento. Pero debemos aclarar que esa condición se le reconoce hoy en día, pues en su época Leonardo no era considerado como tal, por no encajar en el prototipo de humanista, al no ser una persona versada en la lengua culta, el latín, la literatura o las matemáticas, que constituían elementos imprescindibles en el haber del «humanista» tradicional. Leonardo se definía a si mismo como «un hombre sin letras», es decir, sería lo que hoy en día llamaríamos un autodidacta, un ser hecho a si mismo, una persona que se forma en la universidad de la vida.
Sin embargo, algunos de sus trabajos sí podrían entrar en la definición humanista, como es «El Hombre de Vitruvio», un famoso dibujo simétrico de la anatomía humana, que se suma al logro renacentista del redescubrimiento de las proporciones matemáticas y que, siguiendo la tradición humanista de retorno a los clásicos greco-latinos, Leonardo basó en los textos del arquitecto de la antigua Roma Vitruvio.
El hombre de Vitruvio
Es digna de admiración la portentosidad de Leonardo en numerosos campos, tanto artísticos como científicos. Con apenas 14 años, su padre se asombró ante la calidad de los dibujos del joven, y tras mostrarlos al pintor Andrea del Verrocchio éste lo acogió como aprendiz en el taller que regentaba, y donde pudo rodearse de otros compañeros que más tarde destacarían como grandes artistas, como fueron Botticelli o Perugino.
Es de destacar que, aunque a Leonardo se le admira en la época actual como científico e inventor, en los tiempos pasados debió su fama a unas pocas pinturas que fueron consideradas obras maestras. Antes hemos citado a la Gioconda, pero podemos nombrar igualmente a La Última Cena, La Virgen de las rocas, Santa Ana, y otras.
Del mismo modo, no oscurecen esa gloria los méritos obtenidos como escultor y arquitecto, y muy especialmente como ingeniero e incansable investigador científico.
En definitiva, calificamos a Leonardo da Vinci, porque así lo han propuesto numerosos estudiosos del arte, las ciencias y las humanidades, como el primer hombre moderno, probablemente comparable a Goethe, pues tuvo una profundidad de visión en todos los campos del saber, una intuición y un equilibrio espiritual, que le hizo sobresalir como ser extraordinario en una época en que el hombre «renacía» de los tiempos oscuros.
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Véase también el artículo www.cultureduca.com/blog/?p=209, sobre los misterios desvelados de la Gioconda
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