CAPITULO IV
Como entramos por la tierra
Otro día adelante el gobernador acordó de entrar por la tierra, por descubrirla y ver lo que en ella había. Fuímonos con él el comisario y el veedor yyo, con cuarenta hombres, y entre ellos seis de caballo, de los cuales poco nos podíamos aprovechar. Llevamos la vía del Norte hasta que a hora de vísperas llegamos a una bahía muy grande, que nos paresció que entraba mucho por la tierra; quedamos allí aquella noche, y otro día nos volvimos donde los navíos y gente estaban.
El gobernador mandó que el bergantín fuese costeando la vía de la Florida, y buscase el puerto que Miruelo el piloto había dicho que sabía; mas ya él lo había errado, y no sabía en que parte estábamos, ni adonde era el puerto; y fuéle mandado al bergantín que si no lo hallase, travesase a la Habana, y buscase el navío que Arevalo de la Cerda tenía, y tomados algunos bastimentos, nos viniesen a buscar.
Partido el bergantín, tornamos a entrar en la tierra los mismos que primero, con alguna gente más, y costeamos la bahía que habíamos hallado; y andadas cuatro leguas, tomamos cuatro indios, y mostrémosles maíz para ver si le conocían, porque hasta entonces no habíamos visto señal de él. Ellos nos dijeron que nos llevarían donde lo había; y así, nos llevaron a su pueblo, que es al cabo de la bahía, cerca de allí , y en él nos mostraron un poco de maíz, que aún no estaba para cogerse. Allí hallamos muchas cajas de mercaderes de Castilla, y en cada una de ellas estaba un cuerpo de hombre muerto, y los cuerpos cubiertos con unos cueros de venados pintados. Al comisario le paresció que esto era especie de idolatría y quemó las cajas con los cuerpos. Hallamos también pedazos de lienzo y de paño, y penachos que parecían de la Nueva España; hallamos también muestras de oro. Por señas preguntamos a los indios de adonde habían habido aquellas cosas; senaláronnos que muy lejos de allí había una provincia que se decía Apalache, en la cual había mucho oro, y hacían seña de haber muy gran cantidad de todo lo que nosotros estimamos en algo. Decían que en Apalache había mucho, y tomando aquellos indios por guía, partimos de allí ; y andadas diez o doce leguas, hallamos otro pueblo de quince casas, donde había buen pedazo de maíz sembrado, que ya estaba para cogerse, y también hallamos algunos que estaba ya seco; y después de dos días que allí estuvimos, nos volvimos donde el contador y la gente y navíos estaban, y contamos al contador y pilotos lo que habíamos visto, y las nuevas que los indios nos habían dado.
Y otro día, que fue l de mayo, el gobernador llamó aparte al comisario y al contador y al veedor y a mí, y a un marinero que se llamaba Bartolomé Fernández, y a un escribano que se decía Jerónimo de Alaniz, y así juntos, nos dijo que tenía en voluntad de entrar por la tierra adentro, y los navíos se fuesen costeando hasta que llegasen al puerto, y que los pilotos decían y creían que yendo la vía de las Palmas estaban muy cerca de allí ; y sobre esto nos rogó le diósemos nuestro parecer. Yo respondía que me parescía que por ninguna manera debía dejar los navíos sin que primero quedasen en puerto seguro y poblado, y que mirase que los pilotos no andaban ciertos, ni se afirmaban en una misma cosa, ni sabían a que parte estaban; y que allende de esto, los caballos no estaban para que en ninguna necesidad que se ofresciesenos pudiósemos aprovechar de ellos; y que sobre todo esto, ibamos mudos y sin lengua, por donde mal nos podíamos entender con los indios, ni saber lo que de la tierra queríamos, y que entrábamos por tierra de que ninguna relación teníamos, ni sabíamos de que suerte era, ni lo que en ella había, ni de que gente estaba poblada, ni a qué parte de ella estábamos; y que sobre todo esto, no teníamos bastimentos para entrar adonde nó sabíamos; porque, visto lo que en los navíos había, no se podía dar a cada hombre de ración para entrar por la tierra, más de una libra de bizcocho y otra de tocino, y que mi parescer era que se debía embarcar y ir a buscar puerto y tierra que fuese mejor para poblar, pues la que habíamos visto, en si era tan despoblada y tan pobre, cuanto nunca en aquellas partes se había hallado. Al comisario le paresció todo lo contrario, diciendo que no se había desembarcar, sino que, yendo siempre hacía la costa, fuesen en busca del puerto, pues los pilotos decían que no estaría sino diez o quince leguas de allí la vía de Pánuco, y que no era posible, yendo siempre a la costa, que no topásemos con él, porque decían que entraba doce leguas adentro por la tierra, y que los primeros que lo hallasen, esperasen allí a los otros, y que embarcarse era tentar a Dios, pues desque partimos de Castilla tantos trabajos habíamos pasado, tantas tormentas, tantas pérdidas de navíos, y de gente habíamos tenido hasta llegar allí; y que por estas razones él se debía de ir por luengo de costa hasta llegar al puerto, y que los otros navíos, con la otra gente, se irían a la misma vía hasta llegar al mismo puerto. A todos los que allí estaban paresció bien que esto se hiciese así, salvo al escribano, Que dijo que primero que desamparase los navíos, los debía de dejar en puerto conoscido y seguro, y en parte que fuese poblada; que esto hecho, podría entrar por la tierra adentro y hacer lo que le paresciese. El gobernador siguió su parescer y lo que los otros le aconsejaban. Yo, vista su determinación, requerlle de parte de Vuestra Majestad que no dejase los navíos sin que quedasen en puerto y seguros, yé así lo pedí por testimonio al escribano que allí teníamos. El respondió que, pues él se conformaba con el parescer de los más de los otros oficiales y comisario, que yo no era parte para hacerle estos requerimientos, y pidió al escribano le diese por testimonio cómo por no haber en aquella tierra mantenimientos para poder poblar, ni puerto para los navíos, levantaba el pueblo que allí había asentado, y iba con él en busca del puerto y de tierra que fuese mejor; y luego mandó apercibir la gente que había de ir por él; y después de esto proveído, en presencia de los que allí estaban, me dijo que, pues yo tanto estorbaba y temía la entrada por la tierra, que me quedase y tomáse cargo de los navíos y la gente que en ellos quedaba, y poblase si yo llegase primero que él. Yo me excusé de esto, y después de salidos de allí aquella misma tarde, diciendo que no le parescía que de nadie se podía fiar aquello, me envió a decir que me rogaba que tomase cargo de ello; y viendo que importunándome tanto, yo todavía me excusaba, me preguntó qué erala causa por que huía de aceptallo; a lo cual respondí que yo huía de encargarme de aquello porque tenía por cierto y sabía que él no había de ver mas los navíos, ni los navíos a él, y que esto entendía viendo que tan sin aparejo se entraban por la tierra adentro; y que yo quería más aventurarme al peligro que él y los otros se aventuraban, y pasar por lo que él y ellos pasasen, que no encargarme de los navíos, y dar ocasión a que se dijese que, como había contradicho la entrada, me quedaba por temor, y mi honra anduviese en disputa; y que yo quería más aventurar la vida que poner mi honra en esta condición. El, viendo que conmigo no aprovechaba, rogó a otros muchos que me hablasen en ello y me lo rogasen, a los cuales respondí lo mismo que a él; y así, preveyó por su teniente, para que quedase en los navíos, a un alcalde que traía que se llamaba Carballo.
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