“Los Comentarios Reales” (II-XI) [Inca Garcilaso de la Vega]

SEGUNDA PARTE

CAPÍTULO XI

LA EJECUCIÓN DE LA SENTENCIA CONTRA EL PRÍNCIPE. LAS CONSULTAS QUE SE HACÍAN PARA PROHIBIRLA. EL VISORREY NO QUISO OÍRLAS. EL BUEN ÁNIMO CON QUE EL INCA RECIBIÓ LA MUERTE

Determinado el visorrey de ejecutar su sentencia, mandó hacer un tablado muy solemne en la plaza Mayor de aquella ciudad, y que se ejecutase la muerte de aquel príncipe, porque así convenía a la seguridad y quietud de aquel imperio. Admiró la nueva desto a toda la ciudad, y así procuraron los caballeros y religiosos graves de juntarse todos y pedir al visorrey no se hiciese cosa tan fuera de piedad, que la obominaría todo el mundo dondequiera que se supiese, y que su mismo rey se enfadaría dello. Que se contentase con enviarlo a España en perpetuo destierro, que era más largo tormento y más penoso que matarlo brevemente. Estas cosas y otras platicaban los de aquella ciudad, determinados de hablar al visorrey con todo el encarecimiento posible hasta hacerle requerimiento y protestaciones para que no ejecutase la sentencia. Mas él, que tenía espías puestas por la ciudad para que le avisasen cómo tomaban la sentencia los moradores della, y qué era lo que platicaban y trataban cerca dél, sabiendo la junta que estaba hecha para hablarle y requerirle, mandó cerrar las puertas de su casa, y que su guardia se pusiese a la puerta y no dejase entrar a nadie, so pena de la vida. Mandó asimismo que sacasen al Inca y le cortasen la cabeza con toda brevedad, porque se quietase aquel alboroto, que temió no se le quitasen de las manos.

Al pobre príncipe sacaron en una mula con una soga al cuello, y las manos atadas, y un pregonero delante que iba pregonando su muerte y la causa de ella, que era tirano, traidor contra la corona de la majestad católica. El príncipe, oyendo el pregón, no entendiendo el lenguaje español, preguntó a los religiosos que con él iban qué era lo que aquel hombre iba diciendo. Declaráronle que le mataban porque era auca contra el rey su señor. Entonces mandó que le llamasen aquel hombre, y cuando le tuvo cerca le dijo: “No digas eso que vas pregonando, pues sabes que es mentira, que yo no he hecho traición, ni he pensado hacerla, como todo el mundo lo sabe. Di que me matan porque el visorrey lo quiere, y no por mis delitos, que no he hecho ninguno contra él ni contra el rey de Castilla; yo llamo al Pachacámac, que sabe que es verdad lo que digo”. Con esto pasaron adelante los ministros de la justicia. A la entrada de la plaza salieron una gran banda de mujeres de todas las edades, algunas dellas de su sangre real y las demás mujeres y hijass de los caciques de la comarca de aquella ciudad, y con grandes voces y alaridos, con muchas lágrimas (que también les causaron en los religiosos y seculares españoles), le dijeron: “Inca, ¿por qué te llevan a cortar la cabeza, qué delitos, qué traiciones has hecho para merecer tal muerte? Pide a quien te la da que mande matarnos a todas, pues somos tuyas por sangre y naturaleza, que más contentas y dichosas iremos en tu compañía que quedar por siervas y esclavas de los que te matan.” Entonces temieron que hubiera algún alboroto en la ciudad, según el ruido, grita y vocería que levantaron los que miraban la ejecución de aquella sentencia, tan no pensada ni imaginada por ellos. Pasaban de trescientas mil ánimas los que estaban en aquellas dos plazas, calles, ventanas y tejados para poderla ver. Los ministros se dieron priesa hasta llegar al tablado, donde el príncipe subió y los religiosos que le acompañaban, y el verdugo en pos dellos con su alfanje en la mano. Los indios, viendo su Inca tan cercano a la muerte, de lástima y dolor que sintieron, levantaron murmullo, vocería, gritos y alaridos; de manera que no se podían oír. Los sacerdotes que hablaban con el príncipe le pidieron que mandase callar aquellos indios. El Inca alzó el brazo derecho con la mano abierta, y la puso en derecho del oído, y de allí la bajó poco a poco hasta ponerla sobre el muslo derecho. Con lo cual, sintiendo los indios que les mandaba callar, cesaron de su grita y vocería, y quedaron con tanto silencio, que parecía no haber ánima nacida en toda aquella ciudad. De lo cual se admiraron mucho los españoles, y el visorrey entre ellos, el cual estaba a una ventana mirando la ejecución de su sentencia. Notaron con espanto la obediencia que los indios tenían a sus príncipes, que aun en aquel paso la mostrasen como todos los vieron. Luego cortaron la cabeza al Inca; el cual recibió aquella pena y tormento con el valor y grandeza de ánimo que los Incas y todos los indios nobles suelen recibir cualquiera inhumanidad y crueldad que les hagan; como se habrán visto algunas en nuestra historia de la Florida, y en ésta y otras en las guerras que en Chile han tenido y tienen los indios araucos con los españoles, según lo han escrito en verso los autores de aquellos hechos, sin otros muchos que se hicieron en México y en el Perú por españoles muy calificados, que yo conocí algunos dellos; pero dejámoslos de decir por no haber odiosa nuestra historia.

Demás del buen ánimo con que recibió la muerte aquel pobre príncipe (antes rico y dichoso, pues murió cristiano), dejó lastimados los religiosos que le ayudaron a llevar su tormento, que fueron los de San Francisco, Nuestra Señora de las Mercedes, de Santo Domingo y San Agustín, sin otros muchos sacerdotes clérigos; los cuales todos, de lástima de tal muerte en un príncipe tal y tan grande, lloraron tiernamente y dijeron muchas misas por su ánima. Y se consolaron con la magnanimidad que en aquel paso mostró, y tuvieron que contar de su paciencia y actos que hacía de buen cristiano, adorando las imágenes de Cristo Nuestro Señor y de la Virgen su Madre, que los sacerdotes le llevaban delante. Así acabó este Inca, legítimo heredero de aquel imperio por línea recta de varón desde el primer Inca Manco Cápac, hasta él, que, como lo dice el padre Blas Valera, fueron más de quinientos años, y cerca de seiscientos. Éste fue el general sentimiento de aquella tierra y la relación nacida de la compasión y lástima de los naturales y españoles. Puede ser que el visorrey haya tenido más razones para justificar su hecho.

Ejecutada la sentencia en el buen príncipe, ejecutaron el destierro de sus hijos y parientes a la ciudad de los Reyes, y el de los mestizos a diversas partes del Nuevo Mundo y Viejo, como atrás se dijo. Que lo antepusimos de su lugar por contar a lo último de nuestra obra y trabajo lo más lastimero de todo lo que en nuestra tierra ha pasado y hemos escrito, porque en todo sea tragedia, como lo muestran los finales de los libros desta segunda parte de nuestros Comentarios.

Sea Dios loado por todo.

FIN

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