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Cinematografía
HISTORIA
El cine europeo de los 30 y 40
Fuente: Recursos educativos del Mº de Educación de España (Licencia Creative Commons)
ras la implantación del
sonido en todo el mundo, las industrias de cada país comenzaron a
producir y a abastecer el mercado con películas que fueron
interesando al público. No obstante, el clima político que se vive
en varios países a lo largo de los años treinta y la Segunda Guerra
Mundial, afectaron irremediablemente en el modo de hacer y los temas
a abordar por quienes deseaban dirigir cine.
El cine francés se mueve en el realismo que se ofrece desde la tradición y los ambientes populares de René Clair (Catorce de julio, 1932) y Jean Renoir (Toni, 1934; Los bajos fondos, 1936; La regla del juego, 1939) y el drama que, con ciertas dosis de fatalismo, recrean Julien Duvivier (Pepe-le-Moko, 1937) y Marcel Carné (El muelle de las brumas, 1938), ambas películas interpretadas por el gran actor Jean Gabin.
La película El tercer hombre (1949), del director británico Carol Reed, se hizo muy famosa por el concepto formal de su estructura narrativa (por sus planos, encuadres, iluminación, etc.) de gran influencia expresionista, por la presencia del actor y director Orson Welles (por este motivo mucha gente siempre se confundió al atribuir la película a Welles) y por la música del húngaro Anton Karas (hizo famoso el "Tema de Harry Lime" tocado con su cítara).
La guerra delimitó espacios. Más allá de abordar temas realistas, los directores franceses se centraron en las adaptaciones literarias y muy académico en las formas, un cine llamado "de qualité", con el que convivieron directores consolidados como Clair (El silencio es oro, 1947) y otros directores más jóvenes como Jacques Becker, Henry-George Clouzot y Robert Bresson.
El muelle de las brumas
El cine alemán se muestra muy activo durante los primeros años treinta de la mano de Joseph von Sternberg (El ángel azul,1930, con una excepcional papel de Marlene Dietrich) y Fritz Lang (M. El vampiro de Dusseldorf, 1931, con una interpretación especial de Peter Lorre), antes de que estos directores se incorporaran al cine estadounidense. George W. Pabst mostró su gran vena realista en Westfront (1930) y Carbón (1932). El ascenso político de los nazis tiene su proyección en obras de singular relieve como El flecha Quex (1933), de Hans Steinhoff, y El judío Süss (1940), de Veit Harlan, mientras que la directora Leni Riefenstahl acomete dos de los pilares del documentalismo cinematográfico: El triunfo de la voluntad (1934) y Olimpiada (1936). Con un deseo de superar viejos traumas y, sobre todo, volver la mirada a la sociedad, surge el neorrealismo impulsado por una generación que, aunque escasa de recursos, supo ofrecer algunas de las historias más brillantes del cine en la inmediata postguerra.
El ángel azul
El cine soviético alcanza uno de sus grandes momentos con Iván el Terrible (1945), de Sergei M. Eisenstein, mientras que la presión política que se ejerce sobre los creadores obligará a realizar otras muchas películas que pretenden ensalzar la figura de Stalin, un culto a la personalidad que dará origen a un retroceso en la producción cinematográfica.
Fuente fotografías:
© García Fernández, Emilio C. Historia ilustrada del cine español.
Madrid: Planeta, 1985.
Archivo Emilio García