Testimonio recibido de Carmen (se omiten todos sus datos conocidos para conservar su anonimato)
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Mi mala suerte no me abandona. Primero me casé con un bestia con el que tuve una hija, pero a lo seis años me divorcié de él porque me tenía martirizada, los golpes llegaron a ser a diario. La Justicia le obligó a pasarnos una pensión, pero hasta ahora no hemos visto ni un duro, dice que su trabajo es precario y no siempre cobra, pero cuando vivíamos juntos bien que nos dejaba solas y se iba a gastar el dinero al bar, a las maquinitas y después en prostitutas. Me tuve que poner a tabajar en lo que caía para cuidar a mi niña, de limpiadora, empleada de hogar e incluso atendiendo ancianos. El dinero no me llegaba ni para pagar el piso. Y entonces conocí un hombre, también separado, nos caímos bien y comenzamos a salir. Trabajaba como Jefe de obra y no puedo negar que su apoyo económico fue muy importante para nosotras, hasta el extremo de que mi hija y yo dependíamos casi totalmente de él. Empezamos a vivir juntos en su piso, como si estuviéramos casados, y al principio todo parecía ir bien, sin problemas. Él mejoró de posición y nos planteamos que podíamos tener un hijo. Cuando mi hija cumplió los 9 años nació su hermano. Desde entonces mi compañero comenzó a perder interés por mí, a alejarse y mostrar desprecio. En la cama siempre estaba huidizo y sin deseos, pensé que yo ya había perdido todo el encanto de mujer que siempre tuve. Pero a todo esto se fueron sumando otros gestos que me dolían mucho, como controlar todo lo que compraba, como si yo fuera una derrochadora. Llegó un momento en que me asignó una cantidad, y si no me llegaba me fastidiaba. Me decía que si no era capaz de administrar ese dinero para mi hija y yo que me fuera a trabajar. Empezaron las discusiones, le dije que él también tenía un hijo, y que no sólo era responsable de su alimentación, pues también tenía que vestirlo, entre otros muchos gastos. Muchas veces recibí insultos graves, incluso me acusó de ser una mantenida, y que estaba con él por su dinero, porque yo era una muerta de hambre. Eso me dolió mucho, y le llamé de todo, pero él me lavantó la mano y con el puño cerrado frente a mi cara me dijo que me la iba a romper. No tuve más remedio que buscar un trabajo para ser un poco más independiente. Muchas veces tuve que hacer trabajos con turnos de noche, y mientras tanto él se quedaba en casa, tan ancho, al supuesto cuidado de los niños. Me di cuenta que mi hija escapaba de mi, no quería ir al colegio o se encerraba en su habitación y no quería hablar. Pensé que ella había comenzado pronto la adolescencia pero no entendía muchas de sus actitudes. Un día comprobé que tenía las braguitas manchadas de sangre y me sorprendió que le llegara tan pronto la regla. La llevé al ginecólogo y me quedé de piedra cuando me dijo que tenía el himen desgarrado. Al momento pensé en mi compañero y no quería creerlo, pero tenía que ser él. Le interrogué concienzudamente, incluso amenazándole con denunciarle por violar a su hijastra, pero lo negaba con rotundidad, diciendo que la niña era una mentirosa con una gran imaginación. Entonces cogí a mi hija y con mucho cariño y mano izquierda le animé a contar la verdad: el muy cabrón la había amenazado con matarla si contaba algo de lo que había hecho. Durante meses la había ido llevando a su terreno, con cariñitos y mucha astucia, y la había metido en su cama todas y cada una de las noches que yo estaba ausente. En ese momento quise matarlo, pero me serené y me fuí al juzgado. Ahora está cumpliendo condena. Sólo temo el día que salga de la cárcel.