Humor; una terapia para la depresión

Quien no se ha preguntado alguna vez porque unas personas son felices y otras no lo son. Por lo general ciertos aspectos externos a los que concedemos importancia no suelen ser muy determinantes en una hipotética escala de felicidad. Casi me atrevería a decir que quien es feliz, básicamente, es porque quiere serlo. La felicidad es una actitud, una predisposición, una forma optimista de ver la vida. En definitiva, es un sentimiento que surge del interior de cada persona, y de no ser así, por más que lo rodeemos de componentes materiales, la felicidad no aparecerá.

Un elemento esencial para estar bien con uno mismo, y por supuesto con los demás, es el sentido del humor. Ver la parte divertida que rodea cualquier circunstancia es una manera de desdramatizar situaciones que, de otro modo, podrían ser más penosas. Tan pronto como alguien es capaz de reírse de uno mismo y de los problemas que le acucian, comprobará que dichos problemas ejercen mucho menos poder sobre él. Y lo que es más importante; él ejercerá mucho más poder sobre los problemas, lo que a fin de cuentas es lo que nos interesa cuando nos enfrentamos a cualquier contingencia.

Se podría argüir que lo anteriormente dicho sólo son palabras y que es muy fácil hablar o escribir cuando a uno no le afectan los problemas. Pues sí; la verdad es que es más fácil, para qué decir lo contrario. Pero también es verdad que a todos nos afectan o han afectado diversos problemas. Sin ir más lejos yo sufrí en mi infancia y durante diez años abusos sexuales por parte de mi padre. Probablemente habrá gente que lo habrá pasado peor, no lo niego, pero cuanto menos me siento legitimado para escribir lo que escribo. Y también puedo decir que el humor es una de las cosas que más me ha ayudado. A veces incluso tengo que controlarme. Hace años puse en marcha un foro para las personas que pasaron por este hecho traumático en su niñez, razón por lo que estoy en permanente contacto con muchos de ellos. En ocasiones estoy a punto de soltar alguna ocurrencia sobre este asunto, pero casi siempre me reprimo porque, aunque sea entre “nosotros”, la sensibilidad sigue estando a flor de piel para la mayoría. Es perfectamente comprensible, lo cual no quita que siga pensando que el humor casi siempre es la mejor opción. Es algo así como la grasa que permite que funcione mucho mejor nuestro mecanismo existencial.

El otro día observé una caja de ropa que mi mujer había puesto sobre el armario. Ordenada como es ella le puso una etiqueta: “ropa para el invierno”. Y claro, donde los demás no ven nada yo veo una ocasión para hacer de las mías; así que no se me ocurrió otra cosa que escribir en un recorte de papel adhesivo la letra “f” y pegarla encima de la “v” de invierno. Aún me estoy riendo. Otras veces le digo que el gato no se mueve, y ella, con sorna, me dice que estoy acariciando el bolso.

Cuando cedemos a las limitaciones, que al fin y al cabo nos imponemos nosotros mismos, y creemos que muchas puertas no se nos abrirán, nos estamos cerrando los caminos hacia la felicidad, hacia nuestra autoestima, hacia lo que realmente queremos ser. Cuando nos enfrentamos con humor, haciendo lo que pensamos, lo que sentimos, sin que nos importe el resultado hasta el punto de determinar nuestro éxito, sin condicionarnos por opiniones externas, entonces estamos en sintonía con nosotros mismos. La felicidad no es más que tratar de ser lo que somos.

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