¿Qué somos? ¿Cuál es nuestro valor como personas? Y lo que es más importante ¿cómo establecemos dicho valor? No son las respuestas tan sencillas como parecen. Sin entrar en mayores complejidades podríamos otorgarnos un valor concreto basándonos en nuestra propia auto consideración, algo poco objetivo, sin duda, pero ¿acaso sería mejor basarnos en el criterio que sobre nosotros tengan los demás? En realidad, aunque nos cueste reconocerlo, solemos esperar que nuestros actos tengan su correspondiente reflejo en los demás, y según sea el mismo formarnos un determinado valor. Este mismo escrito, sin ir más lejos, puede proporcionarme un determinado grado de satisfacción, o incluso no proporcionarme ninguno, dependiendo de mi autoexigencia. Ahora bien, si hay un número importante de lectores que lo ensalzan o que lo ponen a parir, casi es inevitable que ese valor previo pueda verse alterado en mayor o menor medida. Dicha medida tendrá mucho que ver con la fuerza que tiene el criterio de cada cual. Si soy un ser muy dubitativo y mi autoestima se tambalea a la más mínima, las opiniones ajenas pueden modificar considerablemente mi punto de vista inicial, y por el contrario, si mi criterio es firme, las opiniones ajenas, sean en el sentido que sean, no introducirán grandes cambios en mi auto valoración.
Puesto que ya he empezado a ponerme a mí como ejemplo, sigamos haciendo uso de mi propia experiencia para interpretar determinadas circunstancias, una experiencia que refleja de un modo muy claro una parte de lo que pretendo transmitir.
En mi infancia fui víctima de abusos sexuales, como ya he mencionado exhaustivamente en otros artículos. Este fue un hecho que guardé en secreto hasta los treinta y ocho años. Siempre creí que me lo llevaría a la tumba, por lo que revelarlo supuso un profundo cambio en mi vida; un cambio que aún hoy sigue marcando mi destino. Fui a una asociación que se ocupaba del tema y empecé a tomar las riendas de mi vida. El caso es que mi familia y mi entorno más cercano, ante tan devastadora noticia, reaccionaron de un modo más bien ambiguo. Uno espera que se produzca una especie de terremoto o algo parecido, sin embargo no fue así ni por asomo. No es que me echaran abiertamente la culpa o dijeran que hubiera sido mejor permanecer callado, como ha sucedido en otros casos que conozco demasiado bien. No, en mi caso existía esa conocida actitud de vamos a hacer como si no hubiera ocurrido nada. Pero eso no iba a durar demasiado tiempo ya que no mucho después, a quienes en aquel momento estábamos en la asociación para la prevención y ayuda para los abusos sexuales en la infancia, nos ofrecieron la posibilidad de participar en un reportaje gráfico donde se trataría este asunto. Junto a otros tres acepté prestar mi imagen y dar mi testimonio. Cuando en un mes de noviembre de 2002 mi foto apareció en el Magazine ocupando una página entera, cambiaron las actitudes. Ahora el asunto sí había adquirido una importancia que poco antes no parecía tener. ¿Y cuál era el cambio? Pues que miles de potenciales lectores se posicionaban claramente, sin necesidad alguna de ser ambiguos.
Cuando los demás le otorgan un valor concreto a un hecho, actitud o comportamiento, otros tantos se adhieren por comodidad, falta de criterio o de conocimiento y adoptan ese mismo valor. Existe una especie de dependencia a la mayoría; si todos dicen o hacen tal cosa es que debe estar bien o debe ser así. En el ejemplo que he puesto digamos que el cambio entraría en la lógica. Mientras que el entorno cercano prefería pasar por ignorante y evitar una realidad incómoda que no sabían por donde cogerla, la prensa, con todo su poder de convocatoria y de denuncia, puso en evidencia lo terrible de esas situaciones. Con ese cambio radical de la realidad resultaba mucho más difícil acogerse a la ambigüedad o a la evitación. En este caso las adhesiones no se producen tanto por comodidad como por obligación.
En este ejemplo de los abusos sexuales se aprecia claramente lo que quiero decir cuando nos dejamos influir por la reacción que tienen los demás en nuestra posterior reacción y aceptación de la realidad. También quisiera decir que este es un ejemplo positivo, pues la denuncia que planteaba el reportaje obligó a que la actitud ambigua imperante hasta entonces, se enfrentara con una realidad que ya no podía dejar indiferente a nadie. No puedo pasar por alto, no obstante, el hecho contrastado de que las actitudes son muy distintas cuando nos afectan de un modo directo a cuando no lo hacen. Podemos ser muy claros y muy tajantes cuando hablamos de las cuestiones ajenas, pero lo somos bastante menos cuando se trata de las propias.
El problema es la dependencia que generamos en relación con otros aspectos más negativos. Yo hablaba de un mensaje donde se decía que los abusos sexuales son “algo malo” y donde esa dependencia hacia opiniones mediáticas podía ser útil. Podemos convenir en que las cosas no deberían ser así, sino que es el criterio individual el que debiera bastar para formarse una opinión sobre cualquier experiencia de nuestra vida.
Nuestro criterio, demasiadas veces, busca adaptarse y ser aceptado. Si lo que pensamos no encaja con lo establecido y el esfuerzo para mantener nuestra postura supone grandes sacrificios optamos por el cambio, no vaya a ser que nos echen de la manada. Somos seres gregarios y buscamos socializarnos, lo cual no es negativo en principio, pero sí puede llegar a serlo cuando el precio significa renunciar a nuestro criterio y a lo que, en definitiva, hace que seamos lo que somos.