La forma más honesta de empezar es diciendo que es harto difícil establecer que es la bondad y que es la maldad. En alguna parte escribí una frase que viene al pelo en este artículo: El ser humano no es más malo porque no se atreve. Y ciertamente creo que hay motivos para pensar que sea así. Si nos sintiéramos liberados de todas las leyes, restricciones y condicionamientos morales, éticos y religiosos nuestra conducta sería muy diferente. Y no para bien. Aunque claro, volvemos a lo mismo ¿Qué es el bien? Y si el bien es algo ¿Qué provoca que seamos buenos o malos? ¿Interpretamos todos estos conceptos de igual manera? Lo dudo. En realidad no sólo existen grandes diferencias individuales, sino que sociedades enteras han concebido estos términos de un modo que hoy nos parecería inconcebible e inaceptable.
El bien y el mal no van más allá de una mera convención a la que se llega por un consenso más o menos sobreentendido, un acuerdo por el que se establecen una serie de reglas a la que todos nos sentimos obligados a atenernos. Bueno, no todos. En cualquier caso eso es el bien. Pero no nos engañemos; tampoco lo es en sí mismo; lo es porque hemos decidido que así sea. Ni más ni menos. Eso sí, transgredirlas nos convierte automáticamente en malos.
Si hoy quemáramos a una mujer porque renegara de Dios y la consideráramos una bruja (la mujer: otro tema) nos condenarían por asesinato o, en el mejor de los casos, nos recluirían en un sanatorio mental. Sin embargo, apenas unos cientos de años atrás eso hubiera estado bien. Y no sólo eso; también contaría con la aprobación de la iglesia. Y ya que hablamos de la iglesia, podríamos volver nuestra atención a su libro sagrado: la Biblia. Ahí la confusión entre el bien y mal termina convirtiéndose en una maraña absolutamente inextricable. Por fortuna para los creyentes está la fe, un sentimiento capaz de pasar por encima de cualquier hoguera y salir incólume. Sino ¿cómo explicar un mandamiento divino como el de no matarás cuando en los primeros libros de la Biblia, el Pentateuco, hay asesinatos despiadados y sin sentido por doquier? Y lo que es peor; asesinatos promovidos y ordenados por Dios. El creyente, como no puede ser de otro modo, argüirá que si Dios lo ordenó sería porque se lo merecían. Pero eso es algo muy difícil de creer, si dejamos a un lado la fe, cuando las órdenes de aniquilación incluyen a hombres, mujeres, niños y hasta animales. Y no es un capítulo o un hecho aislado, sino que sucede con mucha frecuencia. Basta leer la Biblia para comprobarlo.
Teniendo en cuenta que nuestra moral parte de los preceptos anteriormente citados es comprensible que tengamos serios problemas para determinar en qué consiste el bien y el mal. Pero es que el problema todavía es más serio. A decir verdad, creo que el gran problema que tienen el bien y el mal es que no existen, que no es poco. Y como no existen más allá de un continente puramente teórico, es el poder quien los dota de un contenido real e interesado. ¿Y quien es el poder? Bueno, ese es otro tema, pero en cualquier caso es el mismo que mueve los hilos del bien y del mal; político, religioso o ambas cosas a la vez. Así pues, si antes estaba bien quemar mujeres en la hoguera, más adelante no se consideró descabellado eliminar a millones de judíos. De igual manera que hoy en día se invade un país como Irak y se aniquilan cientos de miles de irakíes. Pero claro, han sido las fuerzas del bien quienes han emprendido tan loable acción por un ¿bien mayor? Además son de los nuestros, por lo tanto está justificado porque nosotros, como no puede ser de otro modo, somos los buenos. Y ellos… pues eso, seguro que son malísimos. Y como no: ¡mucho menos importantes que nosotros! Vamos, ¡si es que apenas son humanos! No hay más que ver el tratamiento que les concedemos en las noticias. Cada dos por tres están perdiendo la vida docenas, cientos o miles en guerras, atentados o en todo tipo de desgracias. Y aun así no pasan de ser un triste número que sirve para llenar unos pocos segundos del noticiario y al que nadie presta apenas atención. Ahora bien, cuando este mismo atentado, catástrofe o lo que sea, sucede en un país civilizado (o sea donde vivimos los seres humanos, concretamente los buenos, para más señas) la noticia está dando la vuelta al mundo durante semanas y meses, se celebran aniversarios y se suceden investigaciones de todo tipo, por lo general buscando a un malo a quien cargarle el muerto, lo que además nos servirá como excusa para invadir algún país miserable que no puede oponer resistencia alguna.
Pero el bien y el mal pueden ser también elementos mucho más difusos. De hecho lo son, como ya decía antes. Es realmente complicado aprehender su verdadera esencia, y la razón de que lo sea, probablemente, obedezca a que no tienen ninguna.
Observemos algo tan simple como el asesinato; algo tan simple y tan complejo. Matar a un ser humano está mal. En eso casi todos hallaríamos consenso. Matar a un perro a un gato o a un caballo también estaría mal, pero mucho menos. Matar una mosca nadie lo consideraría como una acción que tenga cabida en semejante enjuiciamiento, aunque de todos es sabido que la persona incapaz de matar una mosca es la “buena” por antonomasia. La cuestión es que en todos los casos estamos hablando de vida.
En realidad no concebimos la vida como algo único; hay diferentes escalas o categorías, y nosotros estamos en la cima, como no podía ser de otro modo. Pero la naturaleza no hace en absoluto esta distinción; de hecho no hace ninguna. Cada individuo lucha por sobrevivir. Y como mucho por su manada, familia o especie, aunque todo ello ligado siempre al instinto de supervivencia. Y ese es todo el bien que hay.
Lo anterior, lo reconozco, resulta bastante desconcertante, así que mejor será regresar sobre nuestros pasos e intentar ser algo más “humanos”. Vamos a dar por sentado que existe una cierta idea del bien y del mal que todos aceptamos y compartimos. Es decir, regresemos al planeta Tierra que todos conocemos. Aunque también aquí existen grandes contradicciones, y es donde mejor se puede aplicar y más sentido tiene esa frase que escribía en los primeros párrafos de este artículo.
En mi opinión hay unas pocas personas esencialmente “buenas”, unas pocas personas esencialmente “malas” y una enorme mayoría con una tendencia variable a ir por donde sople el viento. Si los “malos” se hacen con el poder y dictaminan que es lo que está “bien”, gran parte de esa mayoría adoptará esa nueva idea del “bien”. En este sentido aconsejo una película que ejemplifica lo que estoy diciendo: “An american crime”.
En definitiva, creo que es tan volátil ese concepto del bien que necesitamos “amarrarlo” en alguna parte a fin de dotarlo de sentido. Y puestos a amarrarlo, antes que hacerlo a personas, ideas o conceptos vacíos, prefiero tenerlo en mí y controlarlo yo, porque a fin de cuentas prefiero equivocarme siendo alguien que acertar en no ser nadie.