La familia tal vez sea una de las instituciones más sólidas y necesarias para comprender porque el ser humano es como es. Pero el ser humano, sin querer entrar en honduras psicológicas o religiosas, es imperfecto. Algunos más imperfectos que otros, también hay que decirlo. Y estando formada la familia por hombres y mujeres es obvio que dicha institución también puede ser imperfecta, y muy imperfecta en ocasiones.
Quiero hablar sobre lo que conozco; los abusos sexuales en la infancia y la relación que estos tienen con la familia, y no sólo porque el propio agresor pueda ser un miembro de la misma, lo cual ocurre en más de la mitad de los abusos sexuales a menores, sino por el papel que desempeña en estos casos el resto de la familia. Estas situaciones, aunque yo las ubique en al ámbito del abuso sexual, es muy probable que puedan extrapolarse a otras situaciones más o menos traumáticas en que puedan producirse comportamientos similares.
Cuando uno oye las noticias y se habla, cada vez más, de algún caso de abuso sexual todos coinciden en decir que “a este se la cortaba”, “hay que matarlos” o “que no salgan nunca más de la cárcel”. Jamás he oído nadie que dijera “Bueno, tampoco es para tanto”, por decir algo. Parecería que hay un consenso casi absoluto respecto de este asunto. ¿Sí? ¡Me río yo de ese consenso! Es cierto que cuando las cosas les pasan a los demás a todos nos resulta muy fácil tomar partido, pero ¡qué diferente es cuando nos sucede a nosotros! Es evidente que sostengo esta postura porque poseo mucha información al respecto, de lo contrario no me atrevería, ya que soy consciente de que no es políticamente correcto denostar a según que instituciones. En realidad tampoco es que sea este mi propósito; simplemente pretendo dejar constancia de un hecho que conozco mejor de lo que quisiera.
¿Qué ocurre en el seno familiar cuando alguien pone sobre la mesa que en su infancia fue abusado sexualmente? Pues depende de muchos factores, por supuesto. Uno de los importantes es si el abuso fue perpetrado en la propia familia o bien se produjo por un elemento externo. Si el agresor fue un familiar también tendrá mucho que ver si este familiar pertenece al núcleo más cercano o por el contrario si es un pariente más o menos lejano. Todo esto, por supuesto, se desarrollará de una u otra manera según sea la “salud emocional” de la que goce cada familia. La situación más problemática es la que tiene como protagonista del abuso a un miembro del entorno más próximo del niño, siendo el ejemplo paradigmático, y también el más frecuente de todos, el padre o el padrastro. Antes de entrar en mayores profundidades es importante señalar que una familia donde el padre abusa sexualmente de su hijo ya cuenta con muchos números para obtener el calificativo de familia disfuncional. De todos modos eso no quita que en muchos casos, a pesar de que a más de uno le cueste creerlo, estos abusos no son conocidos por el resto de la familia.
A decir verdad, si no hay más conflictos familiares es porque el sobreviviente de abusos suele llevarse su secreto a la tumba. Y así le va. Quizá hoy en día, y gracias a que cada vez hay una mayor y mejor información, más sobrevivientes se atreven a dar este paso. Muchos no lo dan, precisamente, para no “dañar” a la familia, cuando en la mayoría de casos, paradójicamente, sucede justo lo contrario; es la familia quien revictimiza a quien se atreve a enfrentarse con su pasado. Y ahí está el problema. Enfrentarse al pasado significa también enfrentarse a la familia. ¿Quién se acuerda entonces de las frases “hay que cortársela” o “a la cárcel con él”? No, casi ninguna familia adopta esta postura. En el mejor de los casos se te reconoce que fue terrible pero que es mejor olvidarse de ello y seguir adelante. Pero claro, eso no es lo mejor para quien fue la víctima; eso es lo mejor para los intereses del ente familiar. Entonces aparece esa fachada de “familia feliz” que se torna como un muro infranqueable. Y también aparece el chantaje emocional. Ahora ya no somos víctimas, ahora, casi sin darnos cuenta, nos han convertido en elementos perturbadores que actúan buscando venganza y cuya única pretensión es destruir a la familia. Estábamos mejor callados. Por supuesto; estábamos mejor cuando nos autodestruíamos nosotros solos, cuando éramos el cubo de la basura de todos, pero cuando descubrimos y hablamos sobre la procedencia de toda esa mierda entonces ya no interesa lo que decimos.
Lo mejor que puedo decir es que la postura mayoritaria es ambigua y si se fuerza mucho la situación puede convertirse fácilmente en hostil. Es posible que algunos familiares se posicionen al lado del sobreviviente, también es un hecho, pero por lo general se trata de los familiares menos directos. En cualquier caso pocos serán los que luchen por nosotros, y si decidimos llegar hasta el final, entonces hay grandes probabilidades de que tengamos que elegir entre nuestra familia o nuestra dignidad.
Esta es una realidad bastante desconocida, y para mí, darla a conocer, no es ninguna cuestión de posibles venganzas o rencores, ni mucho menos. Al fin y al cabo todos esos sentimientos sólo perjudican a quien los siente, así que siempre es mejor evitarlos. Se trata, eso sí, de hablar de las cosas tal como son, y no como nos gustaría que fueran. También es cierto que hay familias que no actúan de este modo. Conozco madres que han denunciado a su pareja y han defendido al niño contra viento y marea. Y no es poco es precio que han tenido que pagar. Es lo que haría cualquier madre, argumentará más de uno. Desgraciadamente no es así. Pero al mismo tiempo también quiero decir que hay madres que después de muchos años se han posicionado con su hijo y en contra de su pareja, como ha sido mi caso. Pero la experiencia y el conocimiento de muchos otros casos me habla de otra realidad; otra realidad dolorosa y oculta, pero cierta.