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MANZANA SILVESTRE: NO ES BONITA, NO ES PERFECTA, PERO… ES NATURAL

Estas manzanas no podrían competir con esas hermosas «Golden», de dorados evocadores y sugestiva silueta; o con el intenso y luminoso verde de las «Granny Smith», dotadas de una morfología que raya la perfección geométrica. No, no son bonitas ni perfectas, no son estiladas y esbeltas, porque la belleza de estas manzanas reside en su interior.

Este manzano vive a su aire y, como muchos de mis frutales, se alimenta de lo que la Naturaleza le ofrece. Se hidrata cuando llueve, y captura los nutrientes que se hallan al alcance de sus raíces. Como mucho, le practico una poda anual para que sus ramas no alcancen los viñedos próximos. Es un estado casi silvestre, como aquél en que se desarrollaron los primeros manzanos, cuando los humanos aún no habían aprendido a domesticarlos, y su actividad para conseguir alimento se limitaba a la caza y la recolección de frutos silvestres. Probablemente, el manzano fue de los primeros árboles frutales en ser cultivados.
Y aprovechando este salto en el tiempo, nos podemos preguntar ¿tiene historia la manzana?
La tiene, y como es habitual en mí hice la correspondiente investigación y documentado lo suficiente para compartirlo con todos mis lectores. Si sois aficionados a la lectura, poneros cómodos, porque aún os queda un poco de literatura por delante.

De nombre científico Malus domestica, se sabe que el manzano ya existía en la prehistoria por restos arqueológicos hallados en excavaciones neolíticas. Hasta hace poco tiempo no estaba claro su origen, pero una reciente investigación genética a cargo de un equipo internacional de científicos publicada en la prestigiosa revista «Nature Genetics», ha concluido que las más de 7.500 variedades de manzana que se conocen en la actualidad proceden todas de un ancestro común, un manzano silvestre que crecía originalmente en las montañas del sur de Kazajstán, y clasificado con el nombre científico de «Malus sieversii».

En el siglo XII a.C. el manzano ya era cultivado en los fértiles valles del río Nilo, durante el reinado de Ramsés III. Tras entrar en Europa, fue en este continente donde comenzó a evolucionar. El poeta y filófo griego Hesíodo ya se refería a la manzana 800 años antes de Cristo.

Fueron los árabes y los romanos los que introdujeron la manzana en la Península Ibérica; para los romanos el cultivo del manzano tenía una gran importancia, y de hecho consagraban manzanas a Venus, la diosa romana del amor (equivalente a la griega Afrodita) pero también de la vegetación y los jardines, aquella que hacía brotar los huertos. Los romanos obtuvieron las mejores manzanas gracias a los injertos, proliferando su consumo. Tal era la aceptación popular de la manzana en Roma que muchos siglos después, cuando llegó a Italia el primer tomate procedente de América, lo llamaron «pomodoro» o «manzana de oro».

Los conquistadores españoles descubrieron insospechados tesoros vegetales en el «nuevo mundo», pero también llevaron consigo el manzano, y sólo cien años después ya se había extendido a América del Norte, y más tarde a África septentrional y Australia. La facilidad de adaptación de este frutal a diferentes suelos y climas, junto con sus apreciadas propiedades nutricionales, hicieron que su cultivo se extendiera ampliamente por todo el globo.
Esta amplia distribución del manzano convirtió a su fruto en uno de los que mayor simbolismo ha proyectado a lo largo de la historia. Así, se cita en el Antiguo Testamento el árbol de la ciencia del bien y del mal, que se convino en identificar como un manzano, y cuyo fruto estaba prohibido a los humanos.

En la mitología griega, un episodio bélico relatado por Homero, como fue la Guerra de Troya, toma a una manzana como su causante; fue la conocida como la «manzana de la discordia» (aún hoy en día usamos esta frase popular para indicar que algo menor o intrascendente puede llevarnos a un gran conflicto). Según la leyenda, Eris, la diosa de la discordia, se presenta en la boda de Peleo y Tetis muy molesta por no haber sido invitada, dejando sobre la mesa una manzana dorada con la inscripción «para la más bella». Las diosas Afrodita, Hera y Atenea que se hallaban presentes comienzan a enfrentarse, porque cada una se considera a sí misma como la más bella y única destinataria de la manzana. Zeus nombra a Paris como juez para dirimir ese improvisado concurso de belleza, y enseguida las tres diosas intentan sobornarlo con dones para conseguir ser las elegidas. Finalmente, Afrodita es la elegida porque consigue convencer a Paris de que le entregará el amor de Helena, esposa del rey Menelao, considerada la mujer más bella del mundo. Tras provocar Afrodita el enamoramiento de Helena hacia Paris en premio a su elección, éste la rapta y la lleva a Troya. Entonces Menelao, el esposo de Helena, busca la venganza. Una simple manzana, la «manzana de la discordia», había conseguido desencadenar la Guerra de Troya.

La mitología griega también habla de un hermoso jardín que se hallaría en las montañas de Atlas, vigilado por tres ninfas, las Hespérides. Ese jardín estaba repleto de naranjos con unas hermosas frutas doradas, que habrían sido regalo de bodas a la diosa Hera por parte de Gea (la Tierra). Pero, desde siempre ese lugar cubierto de naranjos era conocido como el jardín de las «manzanas de oro». Según la leyenda, estos frutos proporcionaban la inmortalidad a los que se alimentasen de ellos.

La manzana ha sido protagonista a lo largo de la historia y tomó parte en las creaciones humanas. Quedó reflejada en obras religiosas, científicas y literarias. Los autores recurrieron a la manzana para embellecer sus cuentos; el de Blancanieves tal vez no sería el mismo sin la intervención de aquella encarnada, brillante y apetitosa manzana.
El mismo Pablo Neruda escribió una oda a la manzana que he sintetizado en estos pocos párrafos:

A ti, manzana,
quiero celebrarte
llenándome con tu nombre la boca,
comiéndote…
Yo quiero una abundancia total,
la multiplicación de tu familia,
quiero una ciudad,
una república,
un río Mississipi
de manzanas,
y en sus orillas quiero ver,
a toda la población del mundo,
unida, reunida,
en el acto más simple de la tierra:
mordiendo una manzana.

En fin, la manzana daría para una tesis doctoral, porque quedan muchas vertientes por cubrir en este relato, por ejemplo la de la sidra, una elaboración de la que se podría escribir todo un tratado, y que tiene tanta historia como la propia manzana. De hecho, puede decirse que ambas historias (la manzana y la sidra) tienen una historia común, son casi coetáneas, y merecerían ambas su propio espacio.

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