Cuando pienso en el hábitat ideal de una planta, la imagino en un cuidado jardín, con un rico y equilibrado sustrato, con sus riegos adecuados… Los que amamos los árboles y las plantas, en general, nos desvivimos por darles todos esos cuidados, y verlos arraigar, crecer, florecer, fructificar…
Ciertamente hemos «adaptado» muchas plantas de la naturaleza a nuestro propio hábitat, convirtiéndolas prácticamente en dependientes de la vida humana. La gran mayoría de ellas morirían, o se asilvestrarían las que consiguiesen sobrevivir si las dejásemos a su suerte, al igual que si abandonásemos a nuestro can en una carretera; si no muere atropellado, lo será por inanición, o con suerte sobrevivirá uniéndose a una manada salvaje.
Pero, si dejamos a la Naturaleza actuar sin interferencias, hallaremos verdaderos prodigios imposibles en nuestra concepción de la vida humana. Existen condiciones de vida inhumanas que para determinados vegetales son simplemente retos. Algunos han superado esos retos y se han establecido en lugares insospechados.
Imagina una planta echando raíces sobre sal, yeso, arena…, sustratos tan desfavorables que no se concibe que puedan desarrollar sobre ellos. Pero digo más, incluso en condiciones climáticas de extrema sequía o frío. Pues bien, existen plantas que son auténticas especialistas en colonizar esos hábitats inhóspitos, son las «extremófilas». Plantas como la Tamarilla de arenal (Helianthemum guerrae), endémica del Levante español, adaptada a vivir sobre arenas; o la toledana Pitano (Vella pseudocytisus), que halla en el yeso su espacio natural. Ambas especies se hallan en peligro de extinción.
¿Cómo es posible que estas plantas puedan, no sólo arraigar, sino incluso crecer y florecer? ¿Cuáles son sus estrategias?
Estas plantas utilizan procesos osmóticos dentro de las células, es decir, regulan sus necesidades metabólicas cuando existen pocos nutrientes, entre otros procesos complejos. Mecanismos todos ellos, que consiguen aprovechar las sustancias útiles y desechar o tolerar aquellas que podrían ser letales para otras plantas, pero que para ellas son simplemente ligeros inconvenientes que no suponen ninguna amenaza vital.
Las extremófilas son, pues, las campeonas de la supervivencia; una condición, clima o superficie que resultase fatal para una planta ordinaria, para una extremófila sería su hogar.
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