Según estimaciones de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el tomate es la hortaliza más cultivada en el mundo, tanto para el consumo en fresco como para su proceso industrial. En la última década del pasado siglo XX, el cultivo del tomate ya había crecido un 33% desde 1991, continuando un progresivo aumento de la superficie cultivada y la producción; en el año 2022 se produjeron más de 37 millones de kilos de tomate en todo el mundo sólo para la industria de alimentación.
El tomate es una hortaliza que presenta una alta diversidad genética, adoptando multitud de formas, tamaños, texturas, colores y sabores. Su gran demanda explica su constante aumento de producción y comercialización. Tal incremento no se debe tanto a la superficie cultivada, como al rendimiento obtenido, resultado de las tecnologías de cultivo adaptadas a los factores climáticos, los recursos de agua y fertilizantes, junto con unas adecuadas prácticas de cultivo.
El estudio sobre las variedades más resistentes a las plagas es otra línea de investigación agronómica. Las enfermedades causadas por hongos (como la roya), virus, bacterias, nematodos…, son factores limitantes en el cultivo del tomate. A lo largo de este artículo nos detendremos también en la descripción de algunas enfermedades típicas y los remedios que se pueden adoptar.
América, a través de los conquistadores, regaló al mundo este preciado fruto, aunque debió transcurrir un largo periodo de casi cuatro siglos para que llegase a ser acreditado en toda su extensión. Al final, el tomate también conquistó los paladares, después de deshacerse del mal fario que le acompañó al principio, cuando sus frutos fueron considerados venenosos. Y nos cautivó, y sigue cautivándonos, visto el notable interés de los agrónomos por su constante estudio y selección.
El origen del tomate tiene controversia. Aunque parece seguro que fue domesticado en México, se considera que las primeras plantas silvestres crecían, y aún crecen, en la región peruana de los Andes, la comprendida entre el norte de Chile y el sur de Ecuador. En la lengua quechua de los incas esta fruta no tenía ningún nombre para designarla, lo que puede evidenciar que permanecía silvestre y aún no había sido identificada como un posible alimento. De hecho, en la actualidad existen en Perú unas ocho especies de tomate en estado salvaje, rojos y amarillos (o verde-amarillentos), que no han sufrido ninguna variación genética, siendo por tanto los más primitivos.
La primera noticia que se tiene sobre la existencia del tomate, nos llegó de la mano del conquistador Bernal Díaz del Castillo, el cual contó como en 1538 fue apresado junto con el resto de la expedición por indios guatemaltecos, y cómo se lo querían comer a él y sus hombres. Así lo explicaba Bernal con sus propias palabras: «…nos querían matar e comer nuestras carnes, que ya tenían aparejadas las ollas con sal e ají e tomates…».
Sin embargo, los aztecas domesticaron el tomate e hicieron buena gastronomía de él en México. Ellos lo llamaban xitomalt, que derivó hacia el actual «jitomate» (así conocen hoy en México al tomate rojo y grande, mientras que el «tomate» propiamente dicho es para ellos otra variedad más pequeña, verde y agria). Al tiempo, otras tribus ubicadas más al sur lo llamaban tomatl. Fue con este nombre, «tomatl» con el que los españoles llevaron el tomate a Europa. Los italianos, al ver por primera vez aquel tomate dorado (los primeros traídos al continente europeo serían de color amarillo, o verde amarillento), lo llamaron «Pomo d’oro» que significa «manzana de oro», por el parecido con esa fruta ya famosa desde la época romana. Hoy en día los italianos siguen llamando al tomate «pomodoro». También recibió en Italia el apelativo de «Poma amoris» o «manzana del amor», por la creencia de que el tomate tenía propiedades afrodisiacas; con ese nombre pasó a Francia traducido como «Pomme d’amour».
En Inglaterra el tomate entró en 1570 pero como una simple curiosidad botánica, y así permaneció hasta mediados del siglo XIX en que comenzó a recuperarse su cultivo, pero con muchas dificultades por la gran cantidad de detractores a que ese fruto «extraño» entrase a formar parte de la dieta.
Así, desde el siglo XVI, como por arte de magia y salvo escasas excepciones, el tomate desaparece de la literatura y apenas existen referencias a él. Pero, en el siglo XVIII reaparece en algunos libros de cocina, como el de Juan de la Mata, que fue repostero de los reyes españoles Felipe V y Fernando VI. De la Mata describió una receta de cocina en su libro «Arte de Repostería» (1791), con tomates y otras hortalizas en crudo, muy parecida a lo que hoy sería una ensalada de tomates.
Durante la Revolución francesa el tomate tuvo gran protagonismo por su color rojo sangre y, además de popularizarse todo tipo de recetas, llegó a convertirse en un distintivo para los que propugnaban un cambio social, los opositores al «derecho divino» de los reyes y los privilegios de los nobles y el clero. Por ello, la nobleza denostaba el tomate por considerarlo un alimento perjudicial e innoble.
El motivo de que al principio el tomate tuviese la mala fama de venenoso, tiene mucho que ver con el botánico francés Joseph Pitton de Tournefort quien, por error, en 1694 clasificó el tomate basándose en las descripciones botánicas del famoso médico griego Galeno, asemejándolo con otras plantas venenosas o tóxicas como el beleño, la mandrágora o la belladona. Pasaría mucho tiempo antes de que quedase despejada esa creencia popular sobre la toxicidad del tomate.
No obstante, aunque la literatura no ofrezca amplias referencias, existen indicios de que el tomate ya se cultivaba y consumía en Europa en la Edad Media pocos años después de su introducción desde América. Uno de esos indicios lo aportaría una xilografía del médico y naturalista italiano del siglo XVI Pietro Andrea Mattioli, quien dejó el primer ejemplo documentado de que en Europa ya se estaba cultivando y consumiendo una variedad temprana de tomate.
En la actualidad, como se dijo, el tomate es una hortaliza de cultivo y consumo mundial. Sus posibilidades gastronómicas son numerosas, tanto en fresco como envasado. Algunas recetas con tomate han conseguido incluso hacerse universales, por ejemplo el Ketchup. Este nombre deriva de una antigua salsa china llamada Ke-tsiap, a base de vinagre y azúcar utilizada básicamente para conservar carnes y pescados.
Todo cambió cuando esa salsa (que todavía no incluía el tomate) traspasó las fronteras gracias a los marinos ingleses que exploraban el continente asiático en el siglo XVII; éstos descubrieron la salsa en Indonesia con el nombre de Kechap y enseguida comenzaron a utilizarlo en sus conservas de pescado. Aunque al principio guardaron la receta como si fuera un secreto de estado, terminaría llegando a manos de un empresario de éxito estadounidense que tenía un negocio de conservas vegetales. Ese hombre era Henry John Heinz, fundador de la empresa Heinz. Henry decidió probar a añadirle tomate a la salsa Ke-tsiap o Kechap, y se produjo el milagro; enseguida lo patentó en 1876 con el nombre de Ketchup, convirtiéndose en un éxito mundial.
El éxito del tomate no sólo superó las fronteras terrestres, también consiguió traspasar la atmósfera de la tierra. El tomate fue el primer vegetal que viajó al espacio exterior el 7 de abril de 1984 a bordo de la nave Challenger, cuando más de doce millones de semillas fueron puestas en órbita. Se eligió el tomate por su facilidad de germinación y escaso peso y tamaño, y con objeto de realizar estudios sobre su exposición a la radiación cósmica e ingravidez.
El tomate pertenece a la familia Solanaceae, en la que se engloban especies como la patata, el pimiento, la berenjena o el tabaco. Originalmente Linneo le dio el nombre científico de Solanum lycopersicum, aunque en 1768 Miller propuso el nombre de Lycopersicum esculentum, el cual perduró durante más de un siglo.
La tomatera presenta hojas con formas muy variables (dentadas, rizadas, lisas…), algunas variedades tienen hojas muy similares a las de la patata. En parte, las formas dependen de las condiciones ambientales. Los tallos, hojas y pedúnculos muestran una pubescencia abundante, que producen un olor característico al pasar la mano sobre los pelos.
El tallo es de color verde, semileñoso y de 2 a 4 cm. de grosor. Las hojas alternas parten de los nudos, y las inflorescencias aparecen en el tallo principal después de salir la cuarta hoja. De ahí se desarrolla una rama secundaria que se ramifica de la misma manera. El tallo se tumba cuando crece al ser incapaz de sostenerse a sí mismo y los frutos que cuelgan, por lo que es necesario entutorar las plantas. Sólo en algunos cultivares de crecimiento determinado puede crecer hasta un límite, sin necesidad de sujetar la planta con tutores para que se mantenga erguida. Dado que la tomatera produce yemas continuamente, es necesario realizar un mantenimiento continuo para que sea productiva.
El tomate posee una raíz pivotante fuerte. Si las condiciones del suelo son favorables, el sistema de raíces puede alcanzar profundidades de un metro o más. De la raíz principal se forma un denso sistema de raíces laterales, cuyo radio puede llegar al metro y medio.
La inflorescencia común en la planta de tomate es un racimo compuesto usualmente por 2 a 12 flores hermafroditas; según el tipo de cultivar pueden emitir 30 flores o más. Éstas brotan opuestas entre las hojas, y según las diferentes etapas de desarrollo podemos encontrar flores y frutos conviviendo simultáneamente. La floración tiende a acelerarse en muchos cultivares debido a la intensidad lumínica alta.
La autopolinización es la norma habitual en los tomates cultivados. Esta función es posible gracias a que las anteras recubren el estigma del pistilo asegurando así que el polen caiga directamente sobre la superficie del estigma. Cuando las flores abren quedan receptivas a la polinización durante unos cuatro a ocho días.
Los insectos también permiten la polinización cruzada, pero la flor es generalmente poco atractiva para ellos al producir muy poco néctar o ninguno, su porcentaje de éxito es muy pequeño y sucede en un 5% de las ocasiones, aunque en las regiones tropicales puede llegar al 25%.
El fruto del tomate es una baya carnosa, usualmente de forma globosa o deprimida en uno de los extremos, pero también existen formas ovaladas, alargadas, piriformes (a semejanza de la pera), y otras variantes de las mencionadas. Su tamaño y peso también es muy variable, desde unos dos centímetros hasta quince centímetros los más voluminosos, y con pesos desde unos pocos gramos a 600 gramos y más en algunos casos.
Un tomate puede albergar entre 150 y 250 semillas. Al secar presenta una forma plana, a modo de lenteja de no más de 3 mm. Para su germinación necesita mucho oxígeno y una temperatura entre 18 y 23ºC. Cuando se siembra en semillero germina en tres pasos: primero absorbe agua durante medio día, reposa unas 40 horas y absorbe agua de nuevo, momento en el que comienza a crecer.
El tomate puede adoptar diferentes colores al madurar. Predomina el rojo, pero algunos cultivares producen frutos rosados, anaranjados, amarillos o incluso sin color. El rojo se debe a un pigmento carotenoide licopeno; el licopeno supone alrededor del 80/90% de los carotenoides que se hallan en los frutos del tomate y considerados con propiedades antioxidantes y medicinales.
La tomatera es una planta con amplia tolerancia climática, que se puede adaptar según las variedades no sólo a diversas condiciones de clima sino también de suelos, aunque prospera mejor en regiones secas con temperaturas moderadas. Puede crecer en un terreno abierto en el que se den al menos hasta cuatro meses libres de heladas. Si las condiciones son de excesiva humedad, baja radiación solar y altas temperaturas nocturnas, desarrolla un crecimiento vegetativo excesivo, con una reducción de la fructificación y propensa a un aumento en la incidencia de enfermedades. Las mejores condiciones para un desarrollo exitoso, se dan cuando la intensidad lumínica es alta, con largos periodos de sol, riego (o lluvia) distribuido uniformemente, así como temperaturas nocturnas entre 15 y 20ºC. Las temperaturas diurnas entre 20 y 25ºC se consideran las más óptimas.
El cuaje de los frutos depende sobre todo de la polinización de las flores. De todas formas una polinización adecuada tampoco asegura que las flores cuajen correctamente o no se desprendan de la planta, existiendo otros parámetros que pueden hacerlo fracasar. Así, resultan más críticas las temperaturas nocturnas que las diurnas; por debajo de 15ºC por la noche se produce un cuaje muy pobre; y por encima de 30ºC por el día las flores tienden a caer o marchitarse. Existen además otras condiciones que pueden afectar al cuaje, como luz insuficiente, una fertilización excesiva, o que ya se haya producido un excesivo cuajado de frutos en la planta.
La planta del tomate alcanza diferentes alturas dependiendo de la variedad, desde menos de medio metro hasta incluso más allá de los dos metros. El tallo principal y secundarios se suelen desarrollar anchos y sólidos. Según el tipo de cultivar, se distinguen los de crecimiento determinado e indeterminado. El tipo determinado alcanza una altura límite y en su ápice emite una inflorescencia terminal, dejando de crecer; su porte es arbustivo y no suele necesitar entutorado. Tanto la producción como la cosecha se realiza en un corto periodo de tiempo; crecen, florecen y dan fruto en etapas bien definidas; son las variedades más recomendadas para su cultivo en maceta.
El de tipo indeterminado no presenta límite en su crecimiento; se desarrolla continuamente de forma extensiva y desordenada. Requiere ir retirando los chupones y montarle un entutorado, ya que la altura que puede alcanzar el tallo le impediría sostenerse a sí mismo y los frutos viables. Produce tomates durante toda la temporada de forma escalonada, al florecer, fructificar y permitir las cosechas por largos periodos de tiempo.
La planta del tomate no necesita suelos muy exigentes, con excepción del drenaje, aunque prefiere los terrenos sueltos y de textura algo arcillosa ricos en materia orgánica, que tenga una cierta retención del agua pero que no la encharque. Debido al sistema radicular de la planta, que es de tipo profundo, el suelo debe estar libre de barreras que impidan penetrar y extender sus raíces. Un suelo compactado o extremadamente arcilloso limitaría esta función y afectaría al crecimiento de la planta.
El tomate tolera de forma moderada la acidez del suelo. El pH puede ir desde ligeramente ácido hasta ligeramente alcalino, aunque el valor ideal para el cultivo oscila entre los 6.0 y 6.8. Los niveles menores de 5.5 pueden tener efecto sobre la disponibilidad de nutrientes como el fósforo, el calcio o el magnesio. Para subir el nivel de pH del suelo se puede aplicar carbonato cálcico durante la fase de preparación del terreno, esperando entre uno y dos meses antes de proceder a la siembra para que tenga tiempo a que se produzca la reacción química.
Por otra parte, los altos niveles de alcalinidad también influyen en la disponibilidad de determinados nutrientes, como el hierro, el zinc o el manganeso, por ello se deben evitar los suelos con pH superiores a 8.0.
La salinidad es un parámetro que el tomate tolera moderadamente, pero con niveles excesivos las raíces se ven dificultadas para asimilar el agua del suelo. Tal situación resulta más crítica en condiciones ambientales de calor y sequía.
Como se dijo, aunque existe cierta tolerancia al tipo de suelo, no es así para aquellos que presentan un mal drenaje, este es quizá uno de los parámetros más delicados en el cultivo del tomate. Es cierto que los suelos requieren una humedad adecuada durante todo el ciclo de crecimiento, que permita al sistema radicular servirse del agua que necesita, pero un exceso de ella es siempre más perjudicial que su carencia, pues no sólo afecta a un crecimiento pobre y bajos rendimientos de producción, sino también a la proliferación de enfermedades fúngicas. Por supuesto, las aguas de escorrentía deben poder drenarse convenientemente para que no se acumulen, además de prevenir los problemas de erosión y lixiviación de los nutrientes por el «lavado» de los mismos que se produce al discurrir con cierta velocidad.
La preparación del terreno para la siembra es una práctica importante que debemos observar para obtener un crecimiento y desarrollo óptimo del sistema radicular de la planta. Un suelo elaborado permitirá a las raíces extenderse y extraer con más facilidad el agua y los nutrientes que necesite. La preparación implica la eliminación de residuos vegetales existentes y la mejora de aireación del suelo. Esta oxigenación facilitará la descomposición de la materia orgánica y favorecerá el mejor control de enfermedades y plagas.
Antes de embarcarnos en esta tarea, debemos establecer si el grado de humedad del suelo es adecuado. La preparación se torna más complicada si nos hallamos ante suelos muy húmedos o muy secos. Una forma de apreciar si el suelo es húmedo o seco, es tomando un puñado de tierra tanto de la superficie como del subsuelo, apretándola para comprobar si se desmorona al abrir el puño o por el contrario se mantiene fuertemente compactada.
Por lo general, en la preparación del terreno con arado no se debe trabajar a una profundidad superior a 45 cm, ya que si el subsuelo está muy compactado estaríamos trayendo esa tierra a la superficie. Además se formarían terrones que obligarían a un desmenuzado posterior, mediante una fresadora o un rotocultivador. En el caso de que se vaya a aplicar algún abono o enmienda (ejemplo de cal), debe incorporarse en ese momento del fresado, y nunca durante la fase de labrado.
La aplicación de estiércoles o abonos orgánicos al suelo debe realizarse al menos dos semanas antes de la siembra, asegurando que las materias quedan bien incorporadas al suelo y no superficialmente.
Es importante evaluar previamente a la preparación del terreno, qué tipo de riego se va a utilizar en el cultivo. Una práctica habitual es utilizar riego por goteo, por lo que en este caso tras el arado y rastrillado del terreno conviene pasar un rotocultivador para que haya uniformidad en la textura del suelo, de esta forma se incrementa la eficiencia del riego.
En los riegos por gravedad o por aspersión, la preparación del terreno requiere otro tipo de labor. En este caso tras el primer rastrillado conviene pasar una niveladora, con el fin de que no se formen desniveles o huecos en los que podría acumularse el agua de riego. Tras la nivelación se pasa de nuevo el rastrillo y finalmente el rotocultivador.
El tomate admite la siembra directa, con ello se persigue economizar costes como el del trasplante. Esto también favorece un sistema radicular más profundo y potente, que resulta muy adecuado cuando se dispone de poca agua, como en los cultivos de secano.
La siembra directa se realiza habitualmente a golpes de varias semillas, pues la germinación colectiva permite que la costra de la superficie del suelo se rompa y ayude a oxigenarlo. En el repicado dejaremos el par de plantas más vigorosas.
El marco de siembra debe ser amplio, de 1 metro entre plantas y de 1,2 a 1,5 metros de separación entre líneas. La experiencia en cuanto a la fertilidad, características agronómicas del terreno y el tamaño que adoptan las plantas, indicará el marco concreto de siembra. En las plantaciones industriales este aspecto dependerá del ancho de paso de las máquinas.
El método tradicional de siembra es preparando planteles de semillero. Esto tiene diversas ventajas: por un lado las plantas jóvenes ocupan muy poco espacio y pueden ser vigiladas y atendidas en un espacio controlado, como un invernadero. Por otro lado, las plantas pueden ser protegidas contra inclemencias y oscilaciones de temperatura, eso es especialmente importante cuando deseamos adelantar la siembra durante la temporada de heladas.
Adicionalmente, si el tiempo es muy cambiante entre el día y la noche, podemos ir aclimatando nuestros planteles sacándolos al aire libre y resguardarlos al anochecer. Este trabajo, que puede ser tedioso cuando el volumen de plantas es alto, nos dará más garantías de que estarán preparadas para el cambio y prosperarán cuando vayan a ser trasplantadas al lugar definitivo,
La plantación del tomate debe realizarse cuando no exista riesgo de heladas, habitualmente en la primavera. En invernadero los tiempos son diferentes, al trabajar en un ambiente con el clima controlado. Aunque la planta del tomate es muy rústica y enraíza fácilmente, debemos elegir los ejemplares de mejor calidad; el tamaño adecuado es entre 10 y 15 cm de altura, con tallo grueso y robusto, con al menos tres hojas fuertes y maduras de color verde intenso, sin flores, pues si ha florecido es indicio de que ha permanecido demasiado tiempo en el semillero.
No se debe trasplantar a pleno sol o con temperaturas muy altas, lo adecuado es un día nublado o a última hora de la tarde, con ausencia de viento. Un método de plantación habitual es colocar las plantas en uno de los lados del caballón, orientadas hacia el lado más iluminado y protegido. El marco de plantación va desde los 40 a 60 cm entre plantas y 1 a 1,3 m entre líneas (la fertilidad del suelo será un indicio para establecer este último parámetro). Se puede reducir el espacio entre plantas, pero una alta densidad acelera la producción y acorta la duración del cultivo, además el calibre de los frutos también se reduce. En este caso también aumenta el riesgo de enfermedades fúngicas.
Tras el trasplante hay que regar enseguida y de forma abundante, esto asegurará el arraigo de las plantas. En el riego por inundación el agua debe llegar al cuello de la planta; si se recurre al riego por goteo, hay que asegurarse de que el agua llega a la raíz. Tras este riego de plantación se suspenderá unos días para que el sistema radicular se implante.
Si enterramos el cuello de las plantas ligeramente forzaremos la producción de nuevas raíces que las reforzarán. Con el mantenimiento adecuado, el cultivo durará unos 4 a 5 meses, dependiendo de la variedad y el buen estado de salud.
En las regiones de clima mediterráneo el riego es imprescindible en el cultivo del tomate. Los riegos deben ser copiosos pero espaciados en las primeras fases, como la de plantación. Si el suelo es muy fértil, un riego frecuente puede dar lugar a plantas muy vigorosas pero con un cuajado débil, por ello no es adecuado el riego coincidente con el cuajado de los primeros frutos.
Cuando ha cesado el crecimiento radicular, a partir del cuajado de los frutos más incipientes, convienen los riegos frecuentes y regulares pero no copiosos, evitando siempre el encharcamiento; el suelo debe drenar correctamente el agua, si ésta permanece a ras de suelo más allá de unos minutos, es evidencia de que ese terreno necesita un acondicionamiento. El exceso de humedad siempre resulta perjudicial en el cultivo del tomate, puede provocar enfermedades o pudrición del tallo, que no se solucionarán hasta que se hayan realizado labores de drenaje o bien cambios en el manejo del riego. Si el riego o el régimen de lluvias es muy fluctuante, los frutos pueden hinchar y rajar o agrietarse; esto también puede suceder por un cambio brusco entre las temperaturas diurnas y nocturnas o por un exceso de abonos nitrogenados.
El riego por goteo, aunque tiene ventajas acerca de la distribución y la dosis que se suministra (aparte del ahorro que eso implica), presenta no obstante un inconveniente: el goteo suele concentrarse en unas zonas concretas del suelo, agrupándose ahí unas raíces absorbentes, e impidiendo que todo el sistema radicular se distribuya por el subsuelo y explore la búsqueda de nutrientes. En consecuencia, el riego por goteo resulta cómodo y útil más bien como opción de riego en el momento oportuno, pero lo ideal sería aplicar riegos frecuentes con poca agua intentando imitar una lluvia que cubra más espacio de suelo.
La calidad y rendimiento en la producción del tomate viene influido por variadas prácticas agronómicas, como una adecuada densidad de plantación, entutorado, aporcado, poda y aclareo de frutos, despunte, deshojado, aclareo de frutos, etc.
El entutorado es una labor obligatoria en el cultivo de variedades de tomate de crecimiento indeterminado, de no hacerlo las plantas se tumban y se lignifican, siendo más complicado entutorarlos después al mantenerse torcida la base del tallo. El entutorado también facilita el control sanitario y favorece la producción de frutos más sanos y en mayor cantidad. Se requiere una poda controlada dejando sólo una o dos guías, pinzando los brotes sobrantes que nacen en las axilas. Como tutor se puede utilizar una caña o un hilo colgado.
También se puede construir una estructura de cañas u otro material que sea rígido, formando pirámides o barracas con sus tutores clavados a la distancia adecuada. Debe ser sólida, no sólo para poder soportar el peso de las plantas y sus frutos, sino también los posibles vientos o inclemencias meteorológicas.
Las plantas se atan al tutor y se guían en altura a través de él, de forma que queden soleadas y susceptibles de soportar varios frutos o racimos. Estas operaciones resultan más sencillas dentro de los invernaderos, donde se puede utilizar la estructura fija de la instalación para colgar hilos que se enrollan a las plantas, y que los mantendrán tensados por su propio peso.
El entutorado también se puede realizar con malla de red de 20×20 cm, o en su defecto extendiendo líneas de alambre a ambos lados de la línea de plantación.
Es una labor conveniente en el cultivo del tomate, que sirve como escarda y como recalce. Como escarda ayuda a controlar las hierbas adventicias, y como recalce favorece la emisión de nuevas raíces. La operación consiste en enterrar el cuello de la planta añadiendo tierra a su alrededor. Si las filas están situadas a ambos lados de un caballón, se toma tierra del centro y se va arrimando a la base de las plantas.
La función de la poda es equilibrar la vegetación de la planta, airearla, exponer al sol la mayor parte de las hojas útiles y mejorar la fructificación, con frutos más grandes y sanos. La poda se realiza sobre las axilas, eliminando los brotes, o aquellos no deseados. Se debe realizar preferentemente cuando son pequeños, antes de que consigan formar brazos laterales, ya que en esa fase los tallos se lignifican y la herida del corte puede provocar enfermedades.
La poda es una labor que inevitablemente se tiene que repetir varias veces, ya que las tomateras están produciendo brotes continuamente. Se comienza cuando se observa la primera inflorescencia, sin descuidarnos en hacerlo cíclicamente, ya que en poco tiempo nos podemos encontrar con numerosos brotes y flores no viables. Después de la primera poda es cuando se escarda y recalza la planta.
Como ya se dijo, en la tomatera se suelen dejar una o dos guías, eliminando las yemas axilares de las hojas y dejando los racimos florales a lo largo del tallo principal. Si decidimos dejar dos guías, lo ideal es elegir el brote situado por debajo del primer racimo floral, por ser el más vigoroso, eliminando los demás cuando aparezcan, operación que debemos realizar al menos cada 7 o 10 días, minimizando así las heridas causadas a la planta. La elección de dos guías tiene mayores beneficios para la planta, especialmente si estamos cultivando una variedad muy vigorosa, consiguiéndose un mayor equilibrio y cuajado de los frutos.
En cultivos al aire libre, conviene dejar de desbrotar a partir del cuarto o quinto racimo, con el objeto de favorecer una mayor producción de hojas para proteger los frutos de los golpes de sol, además de reducir el vigor de la planta para forzar el cuajado.
El aclareo de frutos consiste en eliminar las flores excesivas, que cargarían demasiado la planta provocando frutos más pequeños y débiles. También conviene eliminar las flores dobles, que suelen producir frutos deformes. Cuando los racimos son muy frondosos, también se pueden eliminar aquellos frutos menores o raquíticos, para favorecer el engrosamiento de los demás.
Se deben retirar las hojas viejas o secas para facilitar la aireación durante la época calurosa. Las hojas enfermas deben retirarse inmediatamente del cultivo, con objeto de evitar que sean portadoras de enfermedades o supongan una puerta de entrada para ellas.
Con el despunte del ápice de la planta (eliminación del brote apical que se halla por encima del último racimo útil que deseamos cosechar), se detiene el crecimiento vertical y se favorece el cuajado de ese racimo, al no tener la competencia de los órganos eliminados. Esta operación se realiza cuando comienzan a abrir las flores del citado racimo, y cuando observemos que la planta ya no va a tener tiempo de producir nuevas generaciones de tomates, centrando así todos los esfuerzos en madurar los frutos que ya dispone; quedarán entonces unos 60 días para finalizar el cultivo.
El tomate puede ser afectado por variadas enfermedades fúngicas, virales y bacterianas, además de plagas por animales de diferente naturaleza. Se pueden establecer estrategias de control mediante métodos ecológicos, biológicos o recurriendo a Insecticidas caseros que aprovechan las sustancias activas de determinadas plantas o productos orgánicos, para atacar las plagas y enfermedades de una forma más natural y respetuosa con el medio ambiente. No obstante, por la extensión de esa temática no nos detendremos a describirlos en este artículo, y sólo abordaremos algunas enfermedades comunes y una breve descripción de las posibles soluciones preventivas y puntuales, sin posicionarnos en favor de ningún método natural o químico, dejando en manos del horticultor la estrategia que considere más oportuna a sus intereses.
La pudrición gris es de las enfermedades fúngicas principales en el cultivo de tomate, en cualquier estado de desarrollo, especialmente cuando se cultiva en invernadero. Está causada por el hongo Botrytis cinerea y afecta a diferentes partes de la planta, no sólo en tomates, también en una gran cantidad de especies y en hortalizas como lechuga o frutales como la uva. El patógeno se ve favorecido por condiciones de humedad alta y temperaturas cercanas a los 20ºC. Los síntomas se pueden manifestar en tallos, pecíolos, hojas y frutos, en forma de lesiones acuosas, cancrosas y necróticas de color café.
Las medidas de control son la reducción de la humedad en los cultivos, regar preferiblemente en el pie y nunca por aspersión, realizar una ventilación adecuada cuando se cultiva en invernadero, deshojar y desbrotar para reducir la concentración de la humedad, así como aumentar en lo posible la distancia entre surcos. Debe reducirse la fertilización nitrogenada. Los órganos enfermos deben ser eliminados en cuanto aparezcan.
El tizón temprano está causado por el hongo fitopatógeno Alternaria solani, que afecta a las partes aéreas de la planta en cualquiera de los estados de crecimiento; las hojas maduras son las más atacadas por esta enfermedad. Se distingue por la aparición en las hojas de marcas o lesiones circulares de color café a color negro; también puede afectar a tallos, flores y frutos. Se extiende en condiciones de clima favorable, con humedad y temperaturas cálidas, y cuando alcanza su grado extremo presenta un aspecto quemado o de «tizón», que puede terminar con la defoliación quedando los frutos expuestos a pleno sol. También puede provocar la caída de flores y los frutos más pequeños. Una vez que la enfermedad se ha establecido es muy difícil su control, sólo es posible una acción preventiva.
La enfermedad se puede diseminar por semillas contaminadas, mediante el viento o transportada por el agua de lluvia o el riego por aspersión. Dado que el hongo puede sobrevivir en el suelo y restos de vegetales, incluso varios años, es importante deshacerse de estos y de todas las partes desechadas durante las podas. El material empleado en las labores deben ser desinfectados.
Aparte de eliminar los restos contaminados, se pueden realizar labores preventivas contra la enfermedad mediante la rotación de cultivos, adquisición de semillas o plantas certificadas, y utilización de variedades resistentes.
El oidio o cenicilla, es una enfermedad producida por varios géneros de hongos patógenos, como Leveillula taurica, que se diseminan por el viento. Los síntomas se pueden apreciar en toda la parte vegetativa de la planta, en forma de un micelio blanquecino con manchas irregulares de color verde amarillento, que se pueden extender por ambas caras de las hojas, tallos y peciolos. Si el ataque es severo, toda la planta queda cubierta por el hongo concluyendo con la defoliación y necrosis.
El hongo puede sobrevivir en los restos de tomates y otros vegetales. El control de la enfermedad obliga a un monitoreo permanente para prevenirla. Hay que eliminar los restos de tomate y malezas contaminados tan pronto como haya finalizado la cosecha. Los cultivos deben estar bien ventilados, esto es especialmente importante en los invernaderos. Conviene recurrir a variedades resistentes.
El fusarium del tomate (Fusarium oxysporum), es una enfermedad fúngica que se manifiesta habitualmente en el momento de cosechar, debido a las necesidades hídricas y de nutrientes que se precisan para conseguir la maduración de los frutos. El agente causante es enormemente eficaz en su transmisión, pues puede ser diseminado mediante las semillas a largas distancias, además sobrevive eficientemente por largo tiempo en el suelo y en restos de vegetales.
La enfermedad se localiza en raíz, cuello, tallo y semillas, con amarillamiento de las hojas basales, oscurecimiento de los tejidos a nivel de cuello y tallos. Las plantas detienen su crecimiento y manifiestan los síntomas del estrés hídrico, muriendo finalmente.
Las condiciones para su formación o propagación son la elevada temperatura del suelo, altos niveles de humedad, baja radiación solar y fotoperiodos cortos, suelos ácidos, niveles bajos de fósforo y nitrógeno, o altos niveles de potasio. La ruptura de raíces por laboreo o mediante organismos como nematodos colaboran en la penetración del hongo.
Los métodos preventivos pasan por la rotación de cultivos, uso de variedades resistentes y semillas certificadas. Los valores de pH deben ser próximos a 6,5. La humedad debe mantenerse constantemente en niveles óptimos. Se debe restringir la fertilización que tenga base amoniacal al detectar plantas enfermas.
En esta enfermedad fúngica se han identificado la Verticillium dahliae y la Verticillium albo-atrum, que se presentan en condiciones de saturación hídrica del suelo o riego y lluvias excesivos, favorecidas por temperaturas de entre 21º y 25ºC. El hongo puede sobrevivir varios años en el suelo y en los restos vegetales.
Los síntomas (parecidos a los de Fusarium pero más leves) consisten en hojas basales amarillentas, decoloración general de la planta y tejido necrosado en forma de «V», que resulta característica de esta enfermedad.
Se puede prevenir utilizando plantas resistentes, rotación de cultivos, eliminación de malezas relacionadas con las solanáceas y un adecuado manejo del riego.
Las bacterias son microorganismos unicelulares que pueden parasitar las plantas con el objetivo de obtener agua y nutrientes, pero que obstruyen los sistemas de conducción y liberan toxinas, produciendo amarillamiento y concluyendo con la muerte del tejido vegetal.
Se distingue una variedad de enfermedades bacterianas que pueden afectar al cultivo del tomate. Citaremos algunas brevemente:
Marchitamiento bacteriano (Ralstonia solanacearum): ataca a toda la planta, principalmente tallo, raíces y sistema vascular. El síntoma principal es un severo marchitamiento, incluso repentino, que comienza en el ápice de la planta. Se manifiesta en condiciones de temperaturas y niveles de humedad del suelo altas. Puede sobrevivir más de 15 años sola o asociada a otras plantas.
Se previene evitando plantaciones en épocas de alta temperatura y humedad, rotando con gramíneas y eliminando las plantas que pudieran hospedar la bacteria. No se debe realizar movimientos del suelo o agua, ya que son los medios propicios para diseminar la enfermedad.
Médula hueca (Pseudomonas corrugata): ataca a toda la planta, principalmente el sistema vascular del tallo. Está favorecida por las bajas temperaturas nocturnas junto con alta humedad del ambiente. Los síntomas se observan próximos a la cosecha, con amarillamiento y marchitez. La bacteria puede transmitirse mediante la semilla y mantenerse latente en el campo en restos de otros vegetales.
Se previene utilizando plantas o semillas certificadas, evitando cultivar en zonas con acumulación de agua, rotando los cultivos, equilibrando la fertilización y destruyendo los restos vegetales.
Cancro Bacteriano (Clavibacter michiganensis): Ataca a toda la planta y puede hallarse en la semilla, tallo, hoja y fruto. En las plantas jóvenes se observa el marchitamiento de las hojas medias y bajas. En las plantas más grandes y desarrolladas los primeros síntomas son los tejidos necrosados a lo largo del tallo y en los bordes de las hojas más bajas. En los frutos, se observa la necrosis del cáliz con reticulado. En el tallo, se observa la formación del cancro con emisión de raíces adventicias. Se puede manifestar varias veces durante el ciclo de cultivo, favorecida por temperaturas de entre 18º y 25ºC, con altos niveles de humedad.
La enfermedad tiene una amplia distribución a nivel mundial, resultando de las de mayor importancia en el cultivo del tomate. Las semillas son su forma más eficiente de diseminación global, mientras que a cortas distancias puede dispersarse mediante el agua de riego, las labores del suelo, de poda y desbrote, incluso del entutorado.
Se previene evitando plantar en campos contaminados, eliminando restos vegetales, y desinfectando los elementos, estructuras y herramientas con una solución de cloro, pues aunque sobrevive malamente en el suelo, puede permanecer hasta la campaña siguiente no sólo en los restos de cultivos, sino también en en los elementos y estructuras, como alambrados, plásticos o sistemas de conducción.
Los virus en vegetales son agentes fitopatógenos submicroscópicos que sólo pueden sobrevivir en el interior de las células vivas. Se transmiten mediante insectos o por contacto de la savia entre las plantas. Es de las enfermedades más difíciles de eliminar sin dañar a las plantas afectadas, por lo que no existen estrategias viables para controlarlas salvo con una prevención efectiva. Una vez que la planta ha sido infectada, muere irremediablemente.
Begomovirus (varias especies): es un grupo de virus importante en variados cultivos. En tomate, ataca a toda la planta, siendo el vector principal la mosca blanca. También tienen capacidad de infección las malezas con virus cercanas al cultivo. Los síntomas son el amarillamiento, enanismo y achaparramiento de las plantas, acartuchado y torsión de las hojas, así como un moteado clorótico.
La única solución es preventiva, tratando de disminuir las poblaciones de mosca blanca, utilizando variedades resistentes certificadas y controlando las malezas aledañas.
Peste negra (TSWV o tomato spotted wilt virus): ataca a toda la planta. Es de las virosis más dañinas en el cultivo del tomate, debido a que se halla ampliamente distribuida, y resulta de transmisión fácil, rápida y muy grave. Su variabilidad genética le aportan capacidad para superar la resistencia de las plantas, además de adaptarse a condiciones cambiantes. Los trips en estado infectivo son los factores más importantes en la aparición de la enfermedad.
Los síntomas varían dependiendo de la especie de virus, así como la edad de la planta, el tipo de variedad y las condiciones climáticas. En las infecciones tempranas se detiene el crecimiento, se forma un arrosetamiento y una severa deformación del tejido foliar. Los frutos se deforman y muestran lesiones circulares. La necrosis, color morado de las hojas y la formación de círculos son síntomas que caracterizan esta enfermedad vírica.
Las labores preventivas pasan por mantener las poblaciones de trips a niveles bajos, eliminar malezas, utilizar plantas certificadas y monitorear constantemente el cultivo para identificar y eliminar rápidamente las plantas que presenten los primeros síntomas. Finalizada la cosecha, hay que descomponer enseguida los restos vegetales. Si se manifestó una alta infección, hay que evitar cultivar especies sensibles en la siguiente campaña.
Mosca blanca: es una especie polífaga ampliamente distribuida, persistente, que causa deterioro en la calidad de los frutos y debilitamiento de las plantas. El control físico de la plaga es eficaz sólo en cultivos de invernadero, mediante instalación de mallas antiáfidos. El control biológico no tiene muchas alternativas, pues se limita a una especie entomófaga: Encarsia formosa, que suele habitar en el medio pero es gravemente afectada por los pesticidas.
Polilla del tomate (Tuta absoluta): Al igual que la mosca blanca es una especie polífaga y de amplia distribución y persistencia. Lo daños de esta plaga son causados por las larvas, que al eclosionar penetran en las hojas jóvenes y se alimentan del tejido mesófilo, dejando unas galerías características. Afectan también a los brotes, racimos florales y frutos. El control físico solo es efectivo en cultivos bajo cubierta, mediante la instalación de mallas antiáfidos. El control integrado requiere conocer el ciclo de vida y usar métodos culturales, biológicos y químicos. No es posible controlar la plaga sólo con químicos.
Nematodos (Meloidogyne spp): es un endoparásito de hábitos sedentarios, polífaga y ampliamente distribuida, al distribuirse mediante las actividades agrícolas, las plantas contaminadas y el desplazamiento del agua de riego. Los daños de esta plaga consisten en el escaso desarrollo, debilitamiento general de las plantas y aspecto deshidratado, por estrangulación del paso del agua y nutrientes mediante la formación de unos nódulos en las raíces. La producción se reduce notablemente y también la calidad de los frutos.
Par el control de la plaga, dada su ubicación, resulta difícil identificarla precozmente, por lo que es necesario atender a los indicios sintomáticos de déficit hídrico. Si existen antecedentes de esta plaga en la zona, deben implementarse las medidas de control preventivas. Los bioestimulantes favorecen la formación de raíces y limitan los efectos de la plaga,
FUENTES DE CONSULTA:
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