EL ALCORNOQUE Y EL CORCHO Vs EL CORCHO SINTÉTICO

Siempre que hablamos de explotación forestal surge el debate de la sostenibilidad, es decir, al equilibrio de una especie en relación a los recursos que posee en su entorno. Hablando claro: si talamos los árboles del planeta y no los reponemos, tarde o temprano la vida -cualquier forma de vida- desaparece de la superficie terrestre. Es así de simple.

Sin embargo, algunas actividades de explotación forestal ecológicamente «útiles» están siendo amenazadas. Me refiero a la industria del corcho y su utilización preferentemente en el mundo del vino, que está siendo sustituido por corcho sintético.

Campo de alcornoques. Foto Wikimedia Commons

Antes me gustaría hacer un breve recorrido de lo que significó y aún significa el corcho en la historia de la humanidad: se tienen referencias del uso de esta materia en China en el año 3.000 a.C., se sabe que sus propiedades ya eran conocidas también por egipcios, persas, asirios, babilonios y fenicios, éstos últimos fueron los grandes navegantes de la historia y sabían perfectamente lo que era transportar ánforas y otra serie de recipientes que taponaban con corcho y terminaban de sellar con cal y resinas.

En Europa, ya los antiguos escritores latinos Varrón y Columela se refirieron al corcho como el material idóneo para fabricar colmenas, su capacidad aislante le facultaba para variadas aplicaciones y manufacturas. Usos antiguos del corcho han sido la fabricación de elementos marítimos y de pesca, asi como el balizamiento de puertos. El recubrimiento de techos de viviendas e incluso la construcción de féretros, fue común durante la Edad Media en determinadas zonas de Europa y África donde abundaban los alcornoques. Entre el siglo XV y XVIII, el corcho fue muy importante para la fabricación de las suelas de los chapines, un calzado femenino de origen español. Pero fue en el sellado de recipientes donde el corcho ha tenido un uso más extenso, por ejemplo en las ánforas griegas y romanas, utilizadas para el transporte de aceite o vino.

Es a partir del siglo XVII, con la mejora en la fabricación del vidrio, cuando el corcho comienza a tener un importante papel en el sellado de envases. Las nuevas botellas de vidrio son ya lo suficientemente resistentes como para ser transportadas sin temor a romperse, y selladas con garantías de que el líquido no sería derramado, incluso con vinos espumosos. Comienza aquí una próspera carrera de la industria del corcho, pero no sólo en el mundo del vino, también en otras áreas, propiciadas por la revolución industrial: desde la boquilla de los cigarrillos, pasando por el relleno de flotadores, juntas para vehículos, aislantes para calefacción y frío, hasta los cascos para el ejército.

Y volviendo al actual mundo del vino, por la experiencia de los últimos dos siglos, no se conoce una materia «natural» tan perfecta como el corcho para el sellado y conservación de este preciado líquido. El corcho es impermeable, elástico, buen aislante térmico, resistente a la fricción e incorruptible.

Pero, en los últimos años los tapones sintéticos y las tapas roscadas de aluminio están ganando una popularidad creciente en todo el mundo, en detrimento del tradicional tapón de corcho. Ganan, sobre todo, debido a su menor coste de fabricación. Al momento podríamos deducir: menos corchos naturales = menos árboles intervenidos. Eso es cierto, pero lejos de ser una ventaja para el medioambiente, es todo lo contrario; constituye un problema ecológico como veremos seguidamente.

Es aquí donde recupero el tema de la sostenibilidad y la actividad forestal «útil» que expuse al comienzo de mi artículo. Resulta, que existen algo más de dos millones de hectáreas de alcornocales en el mundo destinados al aprovechamiento de su corteza, la mayoría en España y Portugal, que producen alrededor de 300.000 toneladas de corcho al año.

Cosechando el corcho. Foto Wikimedia Commons

Estos árboles nunca se talan (salvo cuando mueren), como sí sucede con otros que se destinan a madera, más aún, se conservan durante todo el tiempo que puedan vivir, que pueden ser 200 años. Durante ese tiempo estarán produciendo, pero no podrá realizarse la primera cosecha de la corteza hasta que el árbol tenga al menos 25 ó 30 años; a partir de ahí, se podrá cosechar cada 10 años aproximadamente.

No sólo es bueno ecológicamente la presencia de estos árboles en su hábitat durante todo el ciclo vital, lo es también la manipulación humana sobre ellos. Las cosechas se realizan siempre a mano, y cuando se extrae la corteza sucede un fenómeno químico muy importante: para volver a regenerar esa corteza, el árbol se ve forzado a absorber más dióxido de carbono (CO2) de la atmósfera, contribuyendo así a la lucha contra el cambio climático.

Cuando el corcho ya cumplió su función puede ser reciclado muy fácilmente, retornando a la naturaleza sin ningún perjuicio para ella. Pero, además, los alcornocales constituyen un hábitat para especies animales amenazadas, ejemplo en España del hermoso lince ibérico.
Y finalmente, no podemos olvidar que toda esta actividad constituye un recurso económico «sostenible» del que se benefician muchas personas y familias.

En definitiva, la sustitución creciente del corcho natural por otros de material sintético (fabricados con materiales plásticos procedentes de hidrocarburos), lejos de parecer una medida ecológica, constituye realmente una mala noticia para el medioambiente y para la economía de las comunidades implicadas en su producción.

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Abel

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