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Pequeña esfera en el centro de una esfera mayor: es así como imaginaban la Tierra y el Universo en la Antigüedad griega. La imagen de un mundo cerrado voló en pedazos gracias a un adminículo vendido en el mercado. Hace 400 años, Galileo observaba el cielo con una luneta que se había fabricado él mismo. De allí en adelante, el mundo ya no sería igual.
En 1639, casi treinta años después del descubrimiento del cual este año celebramos el cuarto centenario, Galileo, de 68 años, perdía el uso de su ojo derecho. Un año más tarde, completamente ciego, y en el colmo de la desesperación, escribía a su amigo más fiel, Elía Donati: “Por desgracia, muy honorable señor, Galileo, vuestro servidor y muy querido amigo está irremediablemente ciego. Vuestra señoría podrá imaginarse en qué estado de abatimiento me encuentro cuando considero que el cielo, el mundo, el universo, cuyas dimensiones crecieron cien y mil veces respecto de lo conocido u observado por los sabios de los siglos pasados gracias a mis observaciones, se reducen, de ahora en más, al espacio que ocupa mi persona».
Palabras desesperadas de un hombre a quien la ceguera, al reducirlo tan solo a los ojos del espíritu, brinda la posibilidad de “ver” la posición que ocupa a la vez en este instante entre las cosas de este mundo y para siempre en la historia de los hombres. Como si la ceguera, al privarle de la vista lo hubiera hecho capaz de adoptar el punto de vista de la posteridad y de ver en él el hombre gracias a quien la humanidad salió “del mundo cerrado” para abrirse al “universo infinito” para retomar lo dicho por Alexandre Koyré [filósofo e historiador de las ciencias francés de origen ruso nacido en 1892, fallecido en 1964].
Es en la filosofía griega donde debe buscarse el origen de la idea de un mundo cerrado. A partir del siglo IV antes de nuestra era, los filósofos y sabios griegos admitieron por lo general que la Tierra es una pequeña esfera (forma geométrica que presenta el grado más alto de la simetría) ubicada en el centro de otra esfera, con el mismo centro y con un radio mucho mayor en rotación alrededor de ese centro sobre la superficie de la cual se encuentran las estrellas. Durante los veinte siglos que van del siglo IV a. de C. a la época de Galileo diversos sistemas cosmológicos se superpusieron a ese esquema de conjunto a fin de dar cuenta de los movimientos que se suponía que el Sol, la Luna y los planetas (literalmente astros errantes) realizaban en el espacio entre las dos esferas. Es importante señalar que en ese modelo, no hay nada, ni espacio ni materia, fuera de la esfera de las estrellas. El mundo está pues encerrado por entero en el interior de la segunda esfera. Por muy grande que sea el diámetro de ésta (en comparación con el diámetro de la esfera terrestre), el hombre sigue estando encerrado, de alguna manera prisionero en el interior de ese mundo cerrado.
Cosmología y astronomía
Y esto es precisamente lo que se produjo en 1609: las observaciones astronómicas de Galileo destruyeron la concepción general del mundo, común al letrado y al hombre de a pie.
Los sistemas copernicanos y tolomeicos, que se enfrentaron en el siglo XVII, son a la vez cosmológicos y astronómicos. Desde el título mismo una de las obras de Galileo lo anuncia con claridad: “Diálogo sobre los principales sistemas del mundo”. Allí se trata de discutir los méritos de ambos sistemas, tolomeico y copernicano, ubicados en el mismo nivel, dos formas alternativas dentro de un mismo marco intelectual general, donde toda modificación aportada a la explicación astronómica (tal como la propuso Copérnico en 1543 en “De Revolutionibus Orbium Coelestium”) implica necesariamente una modificación correlativa en la concepción cosmológica de la estructura del mundo.
Foto 2: © DR
Tolomeo, geógrafo y astrónomo griego del siglo II.
Foto 3: © DR
El sistema de Copérnico.
Información procedente de la UNESCO |
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