La historia de la humanidad es una historia de evolución, de tecnología y de física de la energía. Desde que el ser humano en sus diferentes estados evolutivos tomó contacto con el medio, comenzó un proceso de desarrollo y de transformación de su entorno, sin parangón con el impacto que los animales irracionales ejercieron simultáneamente sobre el mismo entorno.
Como seres industriosos, los humanos extrajeron de la tierra los materiales que les servirían para la construcción del hogar y de un espacio seguro, modelándolos, transformándolos y adaptándolos a las necesidades que se iban presentando. La piedra fue el comienzo, la agricultura el germen de las civilizaciones y la organización en sociedades cada vez más complejas, y la edad del metal el revulsivo, que permitiría el rápido cambio hacia el desarrollo tecnológico y una mayor capacidad de control sobre la Naturaleza.
Decir que el desarrollo humano está íntimamente ligado con las energías, es un hecho que no por obvio debemos dejar de abordar. En este sentido, quizá el suceso más importante en su evolución es el descubrimiento del fuego. Ese hito es, probablemente, el primer contacto y punto de partida de la humanidad en la explotación de los recursos energéticos. Ahí se inició una carrera que ya no se detendría, y que a base de empirismo a lo largo de la historia, y método científico ya en los tiempos más recientes, construyeron los cimientos de las sociedades tecnológicas modernas.
Pero, las sociedades tecnológicas continúan imparables en su evolución, en el consumo de energías y en su transformación. El proceso de industrialización, favorecido por un fenómeno de globalización acusado, ha imprimido una presión sobre los recursos naturales como nunca se ha dado en la historia humana. En estas sociedades en constante desarrollo, se vincula el confort y la calidad de vida con las crecientes demandas de energía, y es aquí donde chocan conceptos que la humanidad no ha tenido más remedio que tomar en cuenta rápidamente, tales como desarrollo, medioambiente, salud, tecnología y energías renovables.
Esa lectura de que salud, medioambiente y energías renovables deben ir de la mano, ha dado lugar a movimientos que no son de hoy, sino que ya estaban en marcha a mediados del siglo XX, e incluso latentes a finales del siglo XIX. En la actualidad, esa inclinación hacia el equilibrio está cada vez más aceptada, de tal forma que las industrias energéticas también se van sintiendo vinculadas, junto a la sociedad, en la tarea de producir y distribuir energías limpias. Las tarifas eléctricas verdes, por ejemplo, son una medida enfocada al usuario que desea consumir sólo aquellas energías que se generan con fuentes 100% renovables. Normalmente, dependiendo de la compañía comercializadora, el consumidor que contrata este tipo de energías obtiene una serie de ventajas, relacionadas con la independencia energética, la eficiencia, rentabilidad y otras, además de la consabida garantía de que está colaborando con la protección del medio ambiente, que debería ser una labor común de la sociedad y no sólo una opción personal o particular.
El Club de Roma, del que luego hablaremos más ampliamente, tuvo un papel fundamental en el despegue del tímido debate que se había manifestado con anterioridad, sobre las tendencias a un inevitable colapso provocado por el agotamiento de los recursos naturales.
La generación de ese debate tuvo sus primeras manifestaciones ya en el siglo XVIII, de la mano del clérigo y demógrafo británico Thomas Robert Malthus, el cual, como miembro de la Royal Society, poseía una notable influencia en los círculos económicos. Su obra Ensayo sobre el principio de la población (1798), desarrolla una teoría donde relaciona los recursos disponibles con la pobreza de la población, al crecer ésta más rápidamente y abocarlas a una carencia progresiva de esos recursos.
Ese primer debate, aunque tímido comparado con nuestros antecedentes más cercanos de hace sólo unas décadas, tuvo su difusión no sólo en el ámbito de los economistas liberales, como Adam Smith, que observaban el futuro con optimismo, sino incluso entre utopistas como William Godwin, un político y escritor británico de corte anarquista, que dejaba en la voluntad del hombre la capacidad de la razón y su propio perfeccionamiento, ignorando la necesidad de que una sociedad pudiera ser dirigida juiciosamente de alguna manera para preservar su propia existencia. Esos foros de discusión dieron lugar al gran debate sobre la población mundial.
El debate abierto por Malthus, comenzó a ser apuntalado más tarde por los precursores y padres de la ecología y el evolucionismo, como Charles Darwin y Alfred Russell Wallace, que abordaron en sus obras los problemas que podría suponer la superpoblación, especialmente en aquellas sociedades más prolíficas o con una natalidad incontrolable, que abocaría a una penuria en la disponibilidad de alimentos.
Fue necesario rebasar la Revolución Industrial y la mitad del siglo XX para que aquellos debates del siglo XVIII cobraran una nueva dimensión. Como consecuencia del desarrollo industrial, la problemática de la alimentación mundial se transformó en la de un progresivo agotamiento de los recursos naturales. De nuevo, vinieron al rescate del foro los economistas con sensibilidad ecológica, percatándose de que un crecimiento económico sin control comporta, necesariamente, una reducción de los recursos no renovables. En este sentido, también viene a ilustrarnos el economista británico Kenneth Ewart Boulding, quien en 1966 comparó la Tierra y nuestra vida sobre ella como el de una «nave espacial», navegando en un espacio vacío, contando con unos recursos limitados, que deben ser gestionados y utilizados de forma moderada y racionalmente para asegurar la supervivencia de la humanidad.
El año 1972 tuvo una especial dimensión en cuanto al estudio y deliberación de los problemas de la superpoblación y los recursos naturales. El promotor fue el citado Club de Roma, una organización fundada en la ciudad de Roma en 1968 por unos cuantos científicos y políticos preocupados por el futuro de la humanidad a largo plazo.
Aunque en principio el Club pudo parecer orientado por el neomaltusianismo, al considerarse desde Estados Unidos que el crecimiento de la población de la URSS, China y los países satélites de corte comunista constituían un problema grave, la superpoblación y la problemática de la alimentación mundial ya dejaba de ser una simple teoría para convertirse en una cuestión previsible, al margen de cualquier ideología o forma de gobierno, y que requería abordarse cuanto antes. Con ese objetivo, el Club encargó un estudio que resultaría providencial para entender y acometer los problemas que estaban por venir, se trataba del informe «Los límites del crecimiento» (The Limits to Growth), cuyo grupo de autores multidisciplinar (unos 17 profesionales) estaba encabezado por la científica y biofísica estadounidense Donella Meadows.
El informe nació antes de que estallara la Crisis del Petróleo, viéndose abocado a varias actualizaciones, siendo ese el primer volumen de los trabajos que se realizaron en el prestigioso Instituto de Tecnología de Massachusetts. El trabajo se basó en la teoría del ingeniero informático estadounidense Jay Wright Forrester sobre la dinámica de los sistemas, donde se establece la elaboración de modelos capaces de ser tratados por computadoras.
La colaboración de Forrester nació dos años antes, en 1970, cuando fue invitado por el Club a Berna, Suiza. En esa reunión se preguntó al ingeniero si podría aportar un enfoque distinto sobre la situación de la humanidad, que sirviera para acometer programas que revirtieran los problemas que se aventuraban próximos. Forrester no sólo respondió afirmativamente, sino que de regreso en el avión comenzó a trazar el primer borrador de un modelo socioeconómico del mundo, que nombró como WORDL-1, donde se vertían conceptos inéditos en aquel momento, como el reciclaje de los productos de consumo. A ese documento le sucedió el WORLD-2, que dio origen al libro «Dinámica mundial» (World Dynamics), donde preveía la realidad del mundo basándose en un sistema de 45 ecuaciones básicas, dentro de seis sectores fundamentales: población, inversiones, recursos naturales, espacio geográfico, contaminación y producción alimentaria.
Con toda esa información y variables susceptibles de ser informatizadas, el equipo de Meadows preparó un nuevo modelo, el WORLD-3, que incluía 77 ecuaciones básicas dentro de cinco sectores fundamentales: población, recursos naturales, producción agrícola, producción industrial y contaminación.
La lectura del nuevo modelo WORLD-3 dibujaba un panorama del mundo desolador. Los hábitos y tendencias de la humanidad llevaban inevitablemente a un colapso cuya fecha se establecía antes de transcurrir un siglo, siendo una de las claves principales el agotamiento de los recursos naturales. La solución para remediar lo que acontecería en ese futuro estimado, pasaba por una propuesta de siete medidas correctoras, las cuales debían comenzar a instaurarse desde el año 1975. Las medidas se basaban fundamentalmente en reducir la producción industrial, reorientar las actividades humanas hacia servicios sanitarios y educativos, así como mejorar la producción básica de alimentos, junto con una adecuada política de reciclado de los residuos.
La «carta Mansholt» constituye el primer documento relevante y autorizado que comenta el informe del Club de Roma. El autor, Sicco Leendert Mansholt, envió la carta en febrero de 1972 al entonces presidente de la Comisión Europea, Franco María Malfatti, cuyo cargo pronto pasaría a ocupar el propio Mansholt. El contenido de la carta era en muchos aspectos bastante radical, pues abordaba las variables ya analizadas por el informe del Club de Roma, pero añadiendo otras de gran calado político y económico. En sus propuestas incluía nuevos sectores y acciones políticas y sociales, que los creadores del Informe no llegaron a abordar, eludiéndolos prudentemente de forma deliberada, quizá precisamente por ese carácter extremo de tales medidas. Por ejemplo, proponía la democratización de la sociedad, pero mostrando una clara predilección por el socialismo a nivel europeo; la instauración de aranceles europeos a las importaciones para proteger los productos reciclables y no contaminantes; favorecer la fabricación de bienes esenciales y prohibir muchos de ellos que no tuvieran esa consideración.
Las rentas capitalistas fueron directamente denunciadas por Mansholt, quien consideraba además que la producción adolecía de un método adecuado. Criticó el culto al producto nacional bruto, proponiendo su sustitución por lo que llamó «felicidad nacional bruta», ideas que ya fueran expuestas por economistas como el estadounidense de origen judío Paul Anthony Samuelson y el neerlandés Jan Tinbergen, que escribieron sobre los ciclos económicos y la economía del bienestar. Mansholt también citó las relaciones internacionales con los países menos desarrollados, así como la humanización del trabajo e igualdad de oportunidades. Entre las propuestas políticas, abogaba por un Parlamento supranacional con poderes de gestión.
Mansholt también mencionó en su carta la disparidad regional que existe en el mundo, y cuyas variables estimó que no habían sido suficientemente consideradas por el informe. Aun así, debemos recordar que el estudio «Los límites del crecimiento», fue el primero de los que el Club de Roma encargó a diferentes equipos de expertos internacionales. Dos años más tarde, Mihahjlo Mesarovic y Eduard Pestel publicaron un nuevo informe: «La humanidad en la encrucijada», que intentó analizar ya de forma más específica las citadas diferencias regionales, dividiendo el mundo en diez zonas atendiendo a criterios de naturaleza política, económica y cultural, aunque este trabajo no llegó a tener la calidad y rigor que se requería para un tema tan complejo como el que se pretendía abordar.
El Informe del Club de Roma también fue objeto de numerosas críticas, como las del equipo interdisciplinario de la Universidad de Sussex, el cual discutió la validez del informe WORLD-3, poniendo en cuestión el criterio elegido para seleccionar las variables que se recogen en él. La intención política de los autores, a pesar de ser negado por ellos, también fue objeto de crítica al considerarlo un estudio que servía a los poderosos.
Los informes del Club de Roma, a pesar de las lagunas iniciales y las críticas más o menos justificadas, aportaron al tema abordado nuevos datos y propuestas, sobre cuestiones que en aquellos momentos aun no constituían preocupaciones sociales prioritarias, como el progresivo deterioro ecológico y medioambiental. Además, el Debate sobre el crecimiento cero ayudo a crear un espacio de cooperación a diversos niveles, políticos, económicos, científicos…, con el objetivo de establecer las bases para las reformas que, en un futuro por definir, deberían ser implementadas para dar respuesta al problema de un planeta con recursos finitos.
Las distintas Cumbres de la Tierra que se materializarían a partir de entonces, serían el fruto de un consenso difícil de conseguir que, aún con paso lento y lleno de obstáculos, iría avanzando hacia los objetivos perseguidos.
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