Según la Teoría de las señales, arraigada desde antiguo en lo más profundo de la creencia popular, las plantas adoptan formas y presentan propiedades cuyas «señales», correctamente interpretadas, pueden aportar a la humanidad grandes beneficios.
Según el farmacólogo, botánico y humanista español Andrés Laguna, que vivió entre el 1499 y 1559, estas señales no serían creadas fruto del azar, sino por la mano de un Dios inmortal. Este ser supremo impondría a las plantas señales que los humanos tendrían que descifrar, con objeto de descubrir sus virtudes.
La teoría de las señales, también conocida como doctrina de las signaturas o teoría de las signaturas, se pierde en los tiempos y culturas primitivas, y sus aspectos místicos fueron aprovechados por religiones como la cristiana para incorporarlos al estudio teológico, como conocimiento de que el Creador se encuentra reflejado en la obra de la Naturaleza.
Famosos médicos y naturalistas de la antigüedad, tomaron en consideración esta teoría, en todo o en parte, y la aplicaron también a sus enseñanzas o métodos curativos. Es sabido que Galeno y Plinio el Viejo, creían en las relaciones curativas de los órganos de animales y su correspondencia en los humanos, e igualmente sostenían que variadas plantas ofrecían propiedades que se ajustaban en su aspecto externo con el órgano a curar. Por ejemplo, la Pulmonaria (Pulmonaria officinalis), una planta cuyas grandes hojas manchadas de blanco recuerdan el aspecto de los nódulos tuberculosos de un pulmón, motivo por el que se le atribuyó la virtud de curar las enfermedades pulmonares, como la tuberculosis.
Hoy en día se sabe que esta planta posee propiedades emolientes y expectorantes, muy útiles contra las afecciones pulmonares, asma, tosferina, catarros bronquiales, etc. Los compuestos químicos que proporcionan estos beneficios son los mucílagos, taninos, saponinas y sustancias minerales que contiene la planta, los cuales fueron descubiertos muy recientemente en el tiempo, pero que desde antiguo, sin conocimiento alguno de los secretos que escondía la ciencia química, fueron empleados beneficiosamente por la tradición a través de generaciones.
Muchas de esas tradiciones dejaron su huella en el lenguaje popular mediante palabras cuyo origen se ha perdido en la historia, pero que han progresado y se siguen usando en la actualidad aunque ignoremos la raíz de su formación. Así, por ejemplo, la «úvula» o campanilla, que cuelga en el fondo del paladar, es la forma diminutiva de latín «uva» o fruto de la vid, la cual se utilizaba deshidratada (como pasa) para curar la inflamación de ese órgano de la boca, aunque también se usó como preventivo para evitar la irritación de la úvula.
Como ejemplos, de entre la infinidad de ellos que alargarían la conclusión de este artículo, cabe citar la Hepática (Hepatica nobilis) a la cual se le atribuyen propiedades para el hígado, o la Vulneraria (Anthyllis vulneraria) que se utilizó profusamente para usos vulnerarios, es decir, curación de heridas y úlceras. Casi siempre, la identificación del aspecto y relación de la propiedad curativa de una planta con su correspondiente órgano, se realiza mediante nombres populares, al margen de la denominacion científica, que no obstante en ocasiones pueden coincidir.
Independientemente de las creencias de cada cual con respecto a lo dicho, lo cierto es que existen muchas especies botánicas cuya morfología se relaciona de alguna manera con sus propiedades terapéuticas, aunque habría que preguntarse qué fue primero, si el huevo o la gallina ¿se dio primero determinada aplicación a una planta en función de la forma u órgano del cuerpo que simulaba? ¿o fue tras su utilización empírica cuando se buscaron aquéllas?
Como pragmatista que me siento, me inclino a pensar que tras numerosas experiencias y prácticas empíricas a lo largo de la historia –seguro que muchas de ellas con resultados tragicos para la vida de sus ensayistas–, fueron los resultados de esas experiencias las que dieron posteriormente nombre popular a determinadas plantas medicinales. Posiblemente las coincidencias morfológicas con los órganos humanos homólogos solo sean eso, simples coincidencias, pues por cada una que se dé seguramente existirán cientos que no se correspondan.
De cualquier forma, los románticos que ignoren esta conclusión mía, y que sigan imaginando esa hermosa relación que propugna la vieja «Teoría de las señales». pues seguramente se sentirán más felices, pensando que la vida animal y vegetal se encuentra interrelacionada por fascinantes vínculos que escapan a nuestra perspectiva o conocimiento.
PD. No dejéis de leer el artículo ilustrado de una colaboradora habitual de este blog (Adela Carrasco) en esta dirección: https://www.natureduca.com/blog/?p=415, os gustará.
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Muy buen artículo. Me recuerda a lo que aprendí en un taller sobre kinesiología.
Saludos.
prefiero ser rom;antica y pensar que el hombre, la naturaleza y el mundo animal estan unidos por un vinculo magico y muy poderoso capaz de interrelacionar los unos con los otros. lastima que el hombre (ente mas rastrero) se dedique a fabricar nuevos proyectiles para la destruccion. lila
opino lo mismo q lila, prefiero ser una romantica y pensar q la magia nos une a los animales y las planta... e mas bonito verlo asi, no?
créo que el universo seguirá siendo por mucho tiempo un misterio, nos faltan capacidades... para comprender y unificar el conocimiento descubierto y por descubrir. lograr esto es convivir y coexistir. Nuestro planeta flota haciendo parte de tal misterio. Pero, la vida existe aquí. En todas las formas que fue hecha, oh, en todas las formas que se formo, simplemente interactuamos para vivir. La vida en nuestro planeta es una simbiosis que debemos respetar, valorar y cuidar. para prolongar nuestra existencia. Solo debemos comprender las maneras que nos permitan comunicarnos.