A los hombres fuertes les pasa lo que a los
barriletes; se elevan cuando es mayor el viento que
se opone a su ascenso.
Admitamos que la primera vez se ofende por
ignorancia; pero creamos que la segunda suele ser
por villanía.
El hombre que ha perdido la aptitud de borrar
sus odios está viejo, irreparablemente.
Enseñemos a perdonar; pero enseñemos también a
no ofender. Sería más eficiente.
Los más rezan con los mismos labios que usan
para mentir.
Los que se quejan de la forma como rebota la
pelota, son aquellos que no la saben golpear.
Amar es sufrir amablemente; es gozar de una
ansiedad perenne, de un sobresalto siempre renovado.
El ambicioso quiere ascender, hasta donde sus
propias alas puedan levantarlo; el vanidoso cree
encontrarse ya en las supremas cumbres codiciadas
por los demás.
En la utopía de ayer se incubó la realidad de
hoy, así como en la utopía de mañana palpitarán
nuevas realidades.
No se nace joven, hay que adquirir la juventud.
Y sin un ideal, no se adquiere.
Es hermoso que los padres lleguen a ser amigos
de sus hijos, desvaneciéndoles todo temor, pero
inspirándoles un gran respeto.
La curiosidad intelectual es la negación de
todos los dogmas y la fuerza motriz del libre
examen.
La imaginación y la experiencia van de la mano.
Solas no andan.
La vida humana representa, la mayor parte de las
veces, una ecuación entre el pasado y el futuro.
Los hombres y pueblos en decadencia viven
acordándose de dónde vienen; los hombres geniales y
pueblos fuertes sólo necesitan saber a dónde van.