Los hombres grandes son sencillos, los mediocres
ampulosos.
Los hombres capaces de alzar y llevar adelante
una bandera son muy pocos.
Voluntad firme no es lo mismo que voluntad
enérgica y mucho menos que voluntad impetuosa.
Me convencí de que dudar de todo es carecer de
lo más preciso de la razón humana, que es el sentido
común.
La lectura es como el alimento; el provecho no
está en proporción de lo que se come, sino de los
que se digiere.
No es tolerante quien no tolera la intolerancia.
Terrible es el error cuando usurpa el nombre de
la ciencia.
El trabajo es un título natural para la
propiedad del fruto del mismo, y la legislación que
no respete ese principio es intrínsecamente injusta.
No es muy difícil atacar las opiniones ajenas,
pero sí el sustentar las propias: porque la razón
humana es tan débil para edificar, como formidable
ariete para destruir.
Hasta los sentimientos buenos, si se exaltan en
demasía, son capaces de conducirnos a errores
deplorables.
La pereza, es decir, la pasión de la inacción,
tiene, para triunfar, una ventaja sobre las demás
pasiones, y es que no exige nada.
El hombre emplea la hipocresía para engañarse a
sí mismo, acaso más que para engañar a otros.
Sólo la inteligencia se examina a sí misma.
¡Ay de los pueblos gobernados por un Poder que
ha de pensar en la conservación propia!
Un hombre con pereza es un reloj sin cuerda.
Se ha de leer mucho, pero no muchos libros; ésta
es una regla excelente.
La razón es un monarca condenado a luchar de
continuo con las pasiones sublevadas.
Ciertos hombres tienen el talento de ver mucho
en todo. Pero les cabe la desgracia de ver todo lo
que no hay, y nada de lo que hay.
El pensar bien no le interesa solamente a los
filósofos, sino a las personas más sencillas.