Los hombres intentan purificarse manchándose de
sangre. Es como si, después de haberse manchado con
barro, quisieran limpiarse con barro.
Los buscadores de oro cavan mucho y hallan poco.
Los asnos prefieren la paja al oro.
La enfermedad hace agradable la salud; el hambre
la saciedad; la fatiga el reposo.
Inmortales, mortales, inmortales. Nuestra vida
es la muerte de los primeros y su vida es nuestra
muerte.
En el círculo se confunden el principio y el
fin.
El sol es nuevo cada día.
Dios es día y noche, invierno y verano, guerra y
paz, abundancia y hambre.
A todo hombre le es concedido conocerse a sí
mismo y meditar sabiamente.
Si no esperas lo inesperado no lo reconocerás
cuando llegue.
Con tanto ardor deben los ciudadanos pelear por
la defensa de las leyes, como por la de sus
murallas, no siendo menos necesarias aquéllas que
éstas para la conservación de una ciudad.
Nadie se baña en el río dos veces porque todo
cambia en el río y en el que se baña.
Todas las leyes humanas se alimentan de la ley
divina.
Todo cambia nada es.
Son distintas la aguas que cubren a los que
entran al mismo río.
Sin esperanza se encuentra lo inesperado.
Para Dios todo es hermoso, bueno y justo. Los
hombres han concebido lo justo y lo injusto.
Muerte es todo lo que vemos despiertos; sueño lo
que vemos dormidos.
Más vale apagar una injuria que apagar un
incendio.
Los perros sólo ladran a quienes no conocen.
Los médicos cortan, queman, torturan. Y haciendo
a los enfermos un bien, que más parece mal, exigen
una recompensa que casi no merecen.