Si un hombre cualquiera, incluso vulgar, supiera
narrar su propia vida, escribiría una de las más
grandes novelas que jamás se haya escrito.
El amor es como el fuego, que si no se comunica
se apaga.
Las armas son instrumentos para matar y los
Gobiernos permiten que la gente las fabrique y las
compre, sabiendo perfectamente que un revólver no
puede usarse en modo alguno más que para matar a
alguien.
El dinero, que ha hecho morir a tantos cuerpos,
hace morir todos los días a miles de almas.
La ira es como el fuego; no se puede apagar sino
al primer chispazo. Después es tarde.
El amor no es capaz de ver los lados malos de un
ser; el odio no es capaz de ver los lados buenos.
Cuando era joven leía casi siempre para
aprender; hoy, a veces, leo para olvidar.
Si es cierto que en cada amigo hay un enemigo
potencial. ¿Por qué no puede ser que cada enemigo
oculte un amigo que espera su hora?
Todo hombre paga su grandeza con muchas
pequeñeces, su victoria con muchas derrotas, su
riqueza con múltiples quiebras.
Quiero saberlo todo. Y siempre me encuentro como
antes, triste como la vida y resignado como la
sabiduría.
Hay quien tiene el deseo de amar, pero no la
capacidad de amar.
El destino no reina sin la complicidad secreta
del instinto y de la voluntad.
Una salud demasiado espléndida es inquietante,
pues su vecina, la enfermedad, está presta siempre a
abatirla.