El mundo nace en nosotros, como Descartes hizo
reconocer, y dentro de nosotros adquiere su
influencia habitual.
El juicio, la valoración, la pretensión, no son
experiencias vacías que la conciencia tiene, sino
experiencias compuestas de una corriente
intencional.
Lo experimentado como externo no pertenece a los
"interno" intencional, aunque nuestra experiencia de
ello resida allí, como experiencia de lo externo.
Las conexiones de las verdades son distintas de
las conexiones de las cosas, que son "verdaderas" en
aquellas.
La meta ideal de la filosofía sigue siendo
puramente la concepción del mundo, que precisamente,
en virtud de su esencia, no es ciencia. La ciencia
no es nada más que un valor entre otros.
La ciencia genuina, hasta donde alcanza su
verdadera doctrina, carece de profundidad. La
profundidad es cosa de la sabiduría.
El reino de la verdad se divide, objetivamente,
en distintas esferas. No está en nuestro albedrío el
modo y el punto de deslinde entre las esferas de la
verdad.