Una fe que nosotros mismos podemos determinar,
no es en absoluto una fe.
Si nos atrevemos a creer en la vida eterna, a
vivir para la vida eterna, veremos cómo la vida se
torna más rica, más grande, libre y dilatada.
Cuando el hombre se aparta de Dios, no es Dios
quien le persigue, sino los ídolos.
La razón no se salvará sin la fe, pero la fe sin
la razón no será humana.
Cuando el relativismo moral se absolutiza en
nombre de la tolerancia, los derechos básicos se
relativizan y se abre la puerta al totalitarismo.
En aquellos días aprendí dónde hay que
interrumpir la discusión para que no se transforme
en embuste y dónde ha de empezar la resistencia para
salvaguardar la libertad.
Nos hemos de liberar de la falsa idea de que la
fe ya no tiene nada que decir a los hombres de hoy.
Allá donde la moral y la religión son reducidas
al ámbito exclusivamente privado, faltan las fuerzas
que puedan formar una comunidad y mantenerla unida.
Cuando la política promete ser redención,
promete demasiado. Cuando pretende hacer la obra de
Dios, pasa a ser, no divina, sino demoníaca.
En la concepción relativista, dialogar significa
colocar la propia fe al mismo nivel que las
convicciones de los otros, sin reconocerle por
principio más verdad que la que se atribuye a la
opinión de los demás.