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n Santa Mariña se muestran aún las bolsas de tierra del lugar de hallazgo de los restos de la santa, que los devotos llevaban consigo, aunque prometían tornar a devolverla. Y están las fuentes de la virtud, y el horno donde no pudo ser quemada, porque para eso contaba con el favor de Pedro, y el aljibe o baño donde se intentó ahogarla, y hasta el carballo bajo el cual hilaba la joven.

Encomendarse a la santa es remedio infalible contra el mal de oídos, que son dolores muy temibles que los médicos llaman otitis. Hay quien dice que si aceptamos que Santa Mariña era de Antioquía, nunca pudo ser de Xinzo. Más también es sabido que en las laguna de Antela, hoy desecada, quedó sumergida para siempre una ciudad que la más antigua tradición denominaba, precisamente, Antioquía, y que la fe sencilla en la virgen mártir ha anulado cualesquiera otras historias, como que allí donde se produjo el milagro había un culto panteísta y hasta se adoraba a las ninfas.

El presbítero don Cesáreo Gil Atrio, que fue de la Real Academia Gallega y en estas cuestiones parecía muy versado, escribió un libro poco conocido, intitulado "Contrabando de Santos", donde con razones que el corazón no entiende, niega la existencia de Santa Mariña como gallega de la romanidad antigua. Es más, aduce tantas razones, y tan cumplidos estudios, documentos, concilios y referencias, que olvida lo más importante: el sentimiento espontáneo de nuestras gentes.

Por eso, quizá algún día habrá que hablar, si no es que ya se ha hecho, de la invención del sepulcro de Santa Mariña, como se hace con el de Santiago, sencillamente porque vale la pena creer en lo que se ama de natural, aunque teólogos, hagiógrafos y demás sesudos estudiosos opinen lo contrario.

Santiago de la Vorágine, en su extendidísima "Leyenda dorada", nos cuenta otra historia de Mariña, naturalmente vinculándola a Asia, porque está claro que el monje francés desconocía Galicia.

El carballo, que según la leyenda protegía a Mariña

Dice que fue ingresada en un convento, y en él permaneció hasta que se le imputó una calumnia. Porque el cenobio al que accedió Mariña era masculino, y simulando ser hombre, allí estuvo la virgen. Y la imputación fue nada menos que de paternidad cerca de una engañada joven. Fray Mariño, como se hacía llamar la virgen en el convento, soportó la calumnia y la correspondiente expulsión del medio comunitario.

Y hubieron de pasar muchos años, tanto como los de su vida, que en esta versión fue dilatada, para que se descubriera, al morir, y prepararse su cuerpo para la sepultura, que el religioso exclaustrado no era tal, sino mujer, y bien mujer, con lo que se la consideró santa al haber sufrido sin queja y tanto tiempo lo que menos podía corresponder a su intacta virginidad.

Esta mitología, no poco jánica, es sugestiva, sí, pero no emotiva. Está claro que las gentes gallegas poseen, individual y colectivamente, un alma mucho más poética. Porque ¿cabe historia más bella que la de la joven virgen sometida a tan variados tormentos, saliendo ilesa de todos ellos, hasta la decapitación, que produce el milagro definitivo de las fuentes perpetuadas hasta hoy?

Quien no crea, que vaya a Santa Mariña, tome del venero, beba y al sentirse purificado, de seguro que entrará con devoción en el templo y se postrará ante el sepulcro de la santa. Y que al fin medite bajo la copa del carballo que protegió a Mariña y confirme que nada hay más bello y reconfortante que la imprecisión aderezada de poesía.

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