LENGUA - SEMÁNTICA: El cambio semántico - 7ª parte
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SEMÁNTICA

El cambio semántico - 7ª parte


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Consecuencias del cambio semántico (continuación)

or otra parte, las palabras que cambian de significado pueden hacerlo en un sentido peyorativo o meliorativo, esto es, partir de las connotaciones negativas o positivas, respectivamente, que poseen para los hablantes.

"Siniestro" significó "izquierdo" antes de "funesto, infeliz"; "algarabía", "lengua arábiga", pasó a ser "griterío confuso"; "grotesco", dicho, como la palabra italiana de que procede, de un adorno caprichoso que remeda las grutas, cambió a "ridículo, extravagante". La superstición, los prejuicios sociales o políticos, los valores morales o estéticos, cargan de connotaciones negativas a estos términos cuyos significados, consiguientemente, varían.

Lo contrario sucede con otros: "azar" pasa de "cara desfavorable del dado" a "casualidad"; "estímulo", de "pincho, aguijón" a "incitamiento a obrar"; "alborozo", de "gran desorden" a "gran alegría"; denominaciones originarias antes despectivas como "gótico" o "modernista" se convierten en términos prestigiosos en la historia del arte, etc.

En suma, tras el proceso de cambio, nuevos significados se asocian al significante, desapareciendo o conservándose los antiguos; la polisemia, en el origen del proceso, se encuentra también al término de él. Y con ella, una continua reestructuración del léxico, pues las palabras polisémicas entran con sus nuevos valores en campos semánticos en que antes no estaban, reorganizándolos.

Frente al conjunto de lexemas de una lengua, una clase de ellos significa de manera peculiar: los nombres propios, es decir, aquellos que sirven para nombrar personas (antropónimos), lugares (topónimos), objetos, instituciones... como realidades individuales.

Así, nombres como <<Manolo>>, <<Sevilla>>, <<Ebro>>, <<Fanta>>, <<Espasa Calpe>> nada dicen acerca de las cosas a que se refieren; las designan, sea porque la historia ha legado estos nombres, sea porque así se ha acordado; pero su significante no se asocia a significado alguno, ni siquiera el muy genérico de ser nombre de persona, lugar u objeto (<<Manolo>> puede ser el de un oso, <<Sevilla>> el de un bar, <<Ebro>> el de un camión). Son, pues, simples marcas de identificación, que individualizan a la persona, el lugar o la cosa.

Simples marcas de identificación, pero que son esenciales: Muchas culturas conocen el tabú del propio nombre (decirlo es entregar una parte valiosa de uno mismo y enfrentarse así a un peligro real) y en todas las sociedades la ceremonia de imponer un nombre a un niño tiene el alto valor simbólico de incluirlo en un mundo humano y señalarlo como único y distinto a todos. Las presentaciones, los <<bautizos>> de algo que es especialmente querido (un animal, una casa, un negocio) muestran bien esa trascendencia del nombre propio, que es casi el alma de la cosa.

Los nombres propios designan, no significan. Pero quizás podría corregirse esta afirmación en un sentido: no tienen significado denotativo con el que se encuentren inventariados en la lengua; sí poseen, en cambio, algún tipo de de significado connotativo. Indudablemente esto es así para quien conoce la realidad o a la persona a que designan: el nombre de una persona amada se asocia a todo tipo de sentimientos positivos; el de un lugar conocido, a las experiencias, sensaciones y recuerdos que el mismo provocó.

Pero además de esas connotaciones, que podrían llamarse privadas, existen otras. Para limitarse a los antropónimos, nombres como <<Melitón>>, <<Fructuoso>> o <<Anacleta>> connotan probablemente la edad de quien los lleva y un mundo tradicional, en el que la imposición del nombre se hacía según los dictados del calendario y el santo del día; en un mismo ámbito lingüístico, algunos nombres propios connotan procedencia geográfica (un <<Rafael>> es probablemente andaluz) y muchos, en mayor o menor medida, época, <<status>> social e incluso ideología.

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