LENGUA - LAS LENGUAS PENINSULARES: El castellano clásico y moderno - 8ª parte
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LAS LENGUAS PENINSULARES

El castellano clásico y moderno - 8ª parte


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El castellano en el siglo XVIII

a instalación en España de una nueva monarquía, los Borbones, después de la guerra de Sucesión (1701-1714), permitió llevar a cabo una nueva política que pretendía rectificar los errores cometidos durante el siglo anterior. Esa política es económica y social, pero también cultural: no en vano la época considera que la educación es determinante del progreso y felicidad de las sociedades.

La Ilustración

El modelo literario barroco, generalizado a otros usos cultos como el religioso (predicación), había dado lugar a un idioma confuso y aun ininteligible que los ilustrados rechazan de plano, pues piensan que la lengua no puede ser un alarde verbal con la exclusiva intención de impresionar, buscando la dificultad por la dificultad, sino que debe dirigirse, transparentemente, al entendimiento.

Las ideas de la Ilustración van a influir decisivamente en algunos aspectos del lenguaje.

En primer lugar, la razón implica ponderación, buen gusto, lo que lleva a excluir de una lengua culta que se precie los extremos, y por tanto el artificio barroco, así como los vulgarismos, deben desaparecer.

Por otra parte, estas ideas comprometen a lo más significativo de la nueva literatura: los excesos imaginativos y verbales se rechazan y hay un creciente interés por la prosa de ideas, de la que surge el ensayo moderno. Feijoo y, sobre todo, Jovellanos, son los autores más representativos de esta línea, que pone al castellano en la necesidad de expresar nuevos conceptos y realidades filosóficas, políticas o científicas. La admiración por el clasicismo francés da origen a una amplia importación de galicismos.

En fin, existe la conciencia de que es preciso y posible elaborar explícitamente una norma, y que muy bien puede ser competencia de las instituciones del Estado.

La fijación de una norma

A esta necesidad responde la fundación, según el modelo francés, de la Real Academia Española. Establecida en 1713, la integran notables de la política, la cultura y la literatura. Entre sus primeras tareas se encuentran la publicación del Diccionario de Autoridades (1726-1739, que se denomina así porque las acepciones de las palabras se ilustran con citas de autores de prestigio), la Orthographía (1741) y la Gramática (1771).

La fijación de la norma fue esencialmente ortográfica, toda vez que la transformación fonológica estaba ya consumada: la letra u se reservó para el fonema vocálico /u/ y la v para el consonántico /b/; las grafías b y v, que no respondían a ninguna distinción fonológica, se regularizaron con un criterio etimológico (b cuando en latín había b o p, y v cuando el latín tenía v; la b fue preferida en palabras de origen dudoso); la cedilla fue suprimida y se regularizó para el fonema // el uso de la c ante e, i, y el de la z ante a, o, u; la -ss- se abandona y se generaliza la -s-; las grafías cultas ph, th, qu ("quanto"), ch ("chimera"), van cediendo su lugar a las modernas ("cuanto", "quimera"), lo que sanciona la octava edición de la Ortografía (1815); el fonema // es representado por la letra j salvo cuando la etimología impone g. En definitiva, en 1815 la ortografía queda fijada: salvo pequeños detalles, es la que se usa hoy.

La preocupación por la depuración lingüística fue compartida por otros estudiosos; Mayans y Siscar o Fray Martín Sarmiento son nombres significativos. También se lleva a cabo una recuperación del pasado lingüístico y literario: edición del Quijote por la Academia (1780), del Cantar del Mio Cid por Tomás Antonio Sánchez (1779), etc.

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