HISTORIA Y ARTE - EL SIGLO XX: Mentalidad y pensamiento - 6ª parte
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Historia y Arte

EL SIGLO XX

Mentalidad y pensamiento - 6ª parte


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La idea de crisis permanente (continuación)

a crisis de la razón se manifestó también en el mundo del arte. Así, el movimiento Dadá renegó de todos los valores estéticos y artísticos que le habían precedido; el surrealismo busca su fuente de inspiración en el subconsciente; el abstracto se distancia de la realidad y, en general, las corrientes pictóricas se suceden con una rapidez vertiginosa que pronto conduce a hablar de la crisis del arte. En literatura se impone el subjetivismo de un Marcel Proust o de un Joyce; nace el Teatro del absurdo, cuyos valores más profundos aunque oscuros, se diluirán en el happening o, más recientemente, en las performances.

Éstas, así como otras muchas manifestaciones artísticas centran su interés en su capacidad impactante. Pero, aunque tal vez esté generándose una nueva forma de ver y sentir el arte, es muy posible que el hombre del siglo XX se haya sentido desorientado ante tanto cambio y tanto impacto, con frecuencia agresivo, de un arte que más que interpretarle la realidad y la naturaleza, parece conducirle a agudizar su propia sensación de crisis añadiendo a ella la que toda búsqueda de nuevas formas artísticas conlleva.

Esta falta de referentes culturales estables se ha visto agravada con el desarrollo de los medios de comunicación de masas que, al poner en contacto culturas muy distintas, han dado lugar a un relativismo cultural que ya no permite afirmar a nadie que el modelo propio sea el único válido.

Por otro lado y ante el evidente aprovechamiento económico de determinadas formas culturales por parte del mundo de los negocios (industrias discográficas, galerías de arte, industrias editoriales), han ido apareciendo los denominados movimientos contraculturales que, con sus alternativas marginales, agravan aún más esa sensación de crisis de valores en el mundo del arte y de la cultura, al menos hasta que son absorbidos por la sociedad de consumo.

El propio modelo consumista ha logrado imponerse con gran facilidad a partir de ese sentimiento de crisis permanente. En el ambiente de la guerra fría, donde el peligro de una guerra nuclear generalizó un constante temor ante la posibilidad de una autodestrucción de la humanidad, no es de extrañar que la idea de disfrutar de la vida se generalizara con rapidez.

No obstante, el materialismo inherente a la sociedad de consumo y a un sistema social en el que tan sólo la posesión de bienes materiales establece criterios diferenciadores ha sido, a su vez, un factor determinante de la crisis religiosa del mundo occidental. Alejada de la realidad cotidiana, la religión, incapaz de dar respuestas a una sociedad sumida en una crisis de valores, se ha visto sustituida por el materialismo consumista. Así, el potente arma de la publicidad, utilizando todo lo que hay de bello y armónico sobre el planeta, ofrece un nuevo cielo materialista y terrenal que sustituye a la idea religiosa de un premio espiritual y celestial.

De este modo, ideas como las de "vivir al día", "disfrutar del presente", "sólo se vive una vez", vienen a desplazar toda idea de trascendencia, implícita en cualquier religión. De todos modos, la insatisfacción que genera un mundo concebido a partir de la desigualdad, en el que no es posible que todos alcancen la felicidad que se oferta como posible y quizá la propia necesidad del ser humano de concebir un paraíso regido por un ser superior, han dado lugar, en los últimos tiempos y en el mundo desarrollado, a una vuelta hacia lo religioso como fórmula que resuelva las fuertes contradicciones de una época de crisis. Esa circunstancia, acompañada sin duda de factores más complejos, ha dado lugar a la aparición de numerosas iglesias, de sectas y de grupos teosóficos que en muchas ocasiones no son más que nuevas formas de un consumismo que oferta y vende paz espiritual, sosiego interior, sabiduría trascendente o, simplemente, mística barata.

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