A veces, cuando uno menos lo espera, se cumplen ciertos sueños. De manera sorpresiva se presentó realizar el último viaje del año y me llevó a recalar en mi cuna, mi infancia, mi niñez. ¡Cuarenta años: cómo pasa el tiempo! Siempre preguntándome… ¿Qué habría detrás de la sierra a la que ibas con los amigos, la familia, etc.? ¿Qué hay detrás del altozano?
En aquella lejana fecha todos los críos nos recorríamos el territorio a pie y todo el campo era nuestro patio. Deseando, siempre, salir de clase para escapar a los tajos, al río, al nacimiento, al balneario o a los llanos. ¡Siempre en movimiento, siempre en marcha! (Hoy seguro que los “sesudos expertos nos largarían un TDAH -Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad- y se quedarían tan tranquilos. Entonces, entre los ocho y los once años, completé la EGB y comencé la experiencia laboral que, en cierta medida, me llevó hasta donde llegué en esta vida que, si me dejan, laboralmente hablando, está a punto de finalizar).
Recordemos que la vida era otra cosa y la naturaleza se estudiaba directamente en el terreno: hasta donde aguantaban tus fuerzas y luego dormías como un lirón tras esas larguísimas caminatas que nos asemejaban a los corredores etíopes o keniatas y nosotros sin saberlo.
¡Pero qué hay detrás de esos límites, digamos pedestres, de nuestra infancia? Tras pernoctar en las CUEVAS DEL VENTORRO (buscar en Alhama de Granada) y disfrutar de un opíparo almuerzo, tiempo bueno, sin nieve, sin hielo… con un buen “vino del terreno” entre costilla y costilla… ¿Por qué no intentarlo por mucho que fuera finales de diciembre? En la cartografía, teóricamente, se nos presenta una carretera rural y pensé, si es igual al desvío que tomé en Loja para ir por el Salar, será perfectamente practicable y enfilé, tras la despedida de familia y conocidos de la infancia, hacia las tierras que cultivaron los antepasados en el “Val de Játar”; desvío hacia Arenas del Rey, Fornes y Jayena. La carretera, solitaria, sinuosa y despejada, todavía estaba en mejores condiciones de lo esperado.
Me alejaba de mi terruño (en el extremo occidental de la provincia de Granada, lindando con Málaga, cuya ruta por “El Boquete de Zararraya” tampoco te deja indiferente; y uno se da cuenta que los hombres de la edad de piedra ya sabían escoger con sabiduría sus asentamientos). Me adentraba en la sierra: Alhama pasa por ser uno de los pueblos más bellos de Andalucía (eso lo descubres muchos años más tarde) y entró en la historia por méritos propios cuando era conquistada en 1482 a los nazaríes (ahora se está conmemorando el milenio de aquel reino que dejó innumerables obras civiles y militares que en algunos casos todavía están de pie). Quizá por eso me ponga a sonreír cuando los “conversos al más rancio nacionalismo de ahora mismo” me hablan de derechos históricos y otras zarandajas; pero vayamos a nuestra particular ruta.
Tras dejar Jayena, las últimas tierras que dependen de Alhama por esta ruta, la carretera enfila la cresta de la Sierra (máxima altura de la zona se localiza en Sierra Lújar con 1878 metros , dentro ya del Parque Natural de Tejeda, Alhama y Almijara), tras pasar una amplia zona de pinos, chaparros y otras especies adaptadas al seco territorio durante siglos, nos lleva hasta el Cortijo de Los Prados de Lopera que hoy se nos presenta como un lugar para reponer fuerzas (sobre todo si hemos venido desde la costa) y antaño fungía como Venta para los arrieros y caminantes que se atrevían a bajar por esas rutas a lomos de mulas.
Enfilamos la tortuosa ruta hasta el impactante mirador de LA CABRA MONTÉS , la velocidad está limitada a 30 kilómetros hora, curvas para rifar y paisajes para deleitarse en esta vía de alta montaña a pesar de estar cerca del mar. El descenso es precioso y la mano del hombre ha obrado milagros en una zona de secano que readaptó y acondicionó sus escarpadas laderas en fincas productivas que aprovechan su privilegiada climatología (finales de diciembre 2012, en algunos momentos, 25º, cuando llego al mar incluso hay nórdicos en el agua) y el gota a gota que hace el milagro en esos empinados y pedregosos suelos que apenas daban de comer con sus cultivos tradicionales de olivos y almendros.
Miles de aguacates, chirimoyos, nísperos, etc., han crecido y han creado un paisaje que por momentos parece irreal; desde las alturas no se ve la tierra que da cobijo a sus raíces. Es domingo y hay poco movimiento, pero el descenso ofrece unas vistas que uno no olvidará. En el primer tramo “abierto”, se aparca y se da paso a la máquina, se inmortaliza el paisaje, el recuerdo, la mirada extasiada y el frescor de unas aguas que calan los dientes y que debidamente utilizadas han obrado ese milagro de frutas tropicales que inundan las mesas de medio continente, por no decir de toda Europa. Lentegí-Otívar-Jete-Almuñecar: 42 años hacía que había visto el mar por primera vez, todo un continuo de residencias y negocios de turismo. ¡Adiós al anorak y al jersey! Toca ir de manga corta y buscar un lugar para comer. A partir de ahí el paisaje se hace familiar, pero totalmente diferente a como lo recordaban mis retinas.
Por supuesto, hay senderos para los caminantes y en el trayecto me tropecé con numerosos vehículos de matrícula suiza aparcados en los lugares que la naturaleza lo permite. A lo lejos se observan a los osados correcaminos en plan “cabrilla” que van oteando el horizonte, disfrutando en suma, de un paisaje y una atmósfera que te atrapa, te envuelve y te enamora. ¡Mereció la pena redescubrir aquello que nuestros pies de crío no nos pudieron enseñar en su totalidad!
Se trata de una ruta amable y fácil de realizar, aunque no la considere apta para los que van deprisa por la vida. Hay que saborearla, extasiarse y después una buena cerveza al borde del mar te acabará dando un soplo de vida. ¡Si puede, piérdase por ese rincón granadino y ojalá el tiempo le acompañe! ¡Si puede, dependiendo la temporada, no olvide darse el gustazo de una ración de choto frito (chivito), generalmente con aceite de la tierra y ajo de la vega granadina, acompáñelo con el vino del terreno (en Alhama la temporada va de diciembre a marzo, después ya se va avinagrando y enturbiando, eso sí, no abuse, mucho menos si le toca conducir: ese vino, brillante y tirando a un bermejo-rojizo, emborracha ya en el segundo vaso).
¡Que la disfruten!
JUAN FRANCO CRESPO
lacandon999@yahoo.es
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