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Una historia tan antigua como el mundo


© British Museum
Tableta cuneiforme que registra una serie de observaciones del planeta Venus (siglo VII a.C.).

Las actividades humanas –especialmente las agrícolas y religiosas– se han desarrollado desde milenios atrás al ritmo de los movimientos del Sol y las fases de la Luna. En sus inicios, la astronomía sirvió principalmente para medir el tiempo. Los calendarios desempeñaban una función esencial en la vida de la gente. Los astrónomos Julieta Fierro, Zhao Gang y George Saliba nos guían en este recorrido por la astronomía de la China antigua, de los mayas y del mundo islámico medieval.

Entrevistas realizadas por Weiny Cauhape, Lucía Iglesias Kuntz y Katerina Markelova en los actos de inauguración del Año Internacional de la Astronomía en la UNESCO (enero de 2009).“Los dos caracteres chinos para designar la palabra ‘universo’ (??) representan la unión del espacio y el tiempo “, dice Zhao Gang, subdirector del Observatorio de China, antes de agregar que “efectivamente, al hombre le resulta difícil concebir la infinitud del espacio- tiempo que, por otra parte, no ha sido probada científicamente”.

“Nuestros antepasados abrazaban la idea de la existencia de una armonía entre el hombre y el cielo” prosigue diciendo este astrónomo chino, al mismo tiempo que recuerda que nunca emprendían una actividad importante sin consultar previamente las estrellas. “En efecto, los dos pilares de la sociedad china en la Antigüedad eran la agricultura y la ganadería. Por eso, una de las preocupaciones esenciales de los astrónomos era la elaboración de calendarios, junto con la fabricación de instrumentos astronómicos y la observación de los fenómenos celestes”.

“Nuestro calendario lunar se basa todavía hoy en el método científico aplicado por Luo Xiahong (140-87 a.C.), autor del Tai Chu, el primer calendario chino escrito”, señala Zhao Gang. Este astrónomo es también famoso por haber calculado con precisión la periodicidad de los eclipses del Sol y la Luna durante un lapso de 135 meses y por haber perfeccionado la esfera armilar, el principal instrumento utilizado en la Antigüedad china para medir el movimiento aparente de las estrellas.

Otro calendario chino célebre es el de Guo Shoujing (1231-1316), un astrónomo que vivió en la época de la dinastía de los Yuan. Este sabio calculó que la revolución de la Tierra en torno al Sol se efectuaba en 365,2425 días exactamente. Su “Calendario de precisión del tiempo” se basa en un cálculo idéntico al del calendario gregoriano, hoy universalmente aceptado, con la diferencia de que es tres siglos anterior a este último.

En lo que respecta a las observaciones de los fenómenos astronómicos, se tienen indicios de que, ya desde el siglo XXIV a.C., en la corte del emperador Yao había un funcionario encargado de observar el cielo y dar la hora. No obstante, los datos escritos más antiguos sobre el Sol, la Luna, los planetas, los cometas, las estrellas y las lluvias de meteoros se han encontrado en vestigios que datan de la dinastía de los Yin (siglos XIV-XI a.C.). Esos datos están consignados en inscripciones grabadas en caparazones de tortugas y huesos.

El libro de astronomía más antiguo hallado hasta la fecha data del periodo de los Reinos Combatientes y se titula “Clásicos astrológicos de Gan Shi” (siglos V-IV a.C.). Este libro contiene un inventario de más de 800 estrellas, de las cuales 121 están posicionadas.

Un documento especialmente interesante de la astronomía china es el “Mapa celeste de Dunhuang”, donde están cartografiadas más de 1.300 estrellas (véase la foto). Realizado en el siglo VII en un rollo de papel de seda de unos cuatro metros de longitud, este documento es el atlas estelar más antiguo del mundo.

Unir el Cielo y la Tierra

“La civilización maya se extendió por toda una vasta región que incluía el sureste de México y parte de Centroamérica. El año de los mayas estaba estructurado en función de las estaciones de lluvias y las épocas de sequía. El calendario tenía una importancia esencial para la agricultura, la vida social y la construcción de edificios”, dice Julieta Fierro Gossman, galardonada con el Premio UNESCO-Kalinga de Divulgación Científica en 1995.

Oradora de talento, esta astrónoma mexicana lleva siempre consigo una valija con ruedas llena de máscaras, varillas, mapas y cucuruchos de papel para sus presentaciones, que suele concluir lanzando al aire mariposas de papel. Así recorre las televisiones, radios, escuelas y universidades de su país y el extranjero, tratando de mostrar que la astronomía está al alcance de todo el que tenga tiempo para echar una mirada al cielo.

“Los principales edificios mayas se construyeron para medir el tiempo”, dice Julieta Fierro. En Chichén Itzá, sitio inscrito en la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO, la orientación y los detalles arquitectónicos de su gran pirámide han sido concebidos para que el juego de la luz solar trace una sombra serpentina en los equinoccios. Esa sombra desciende desde la cúspide del monumento por la gran escalinata de la fachada norte hasta una de las dos grandes cabezas de serpiente que decoran su base, encarnando así la llegada de Kukulkán, la “serpiente emplumada”, divinidad de la resurrección y la reencarnación. Para conseguir efectos como éste, los mayas fabricaban maquetas que les permitían calcular el emplazamiento exacto de los edificios y los detalles de su construcción.

Julieta Fierro dice: “Los mayas dejaron constancia de sus avanzados conocimientos astronómicos en un número considerable de códices hechos con cortezas de árboles y estelas grabadas con instrumentos de piedra que han sobrevivido a la conquista española. Esos conocimientos causan todavía asombro a los científicos contemporáneos. Sin embargo, los astrónomos mayas nunca llegaron a elaborar instrumentos tan complejos como los astrolabios. Para determinar las trayectorias del Sol, la Luna, Venus y Marte, así como los eclipses, se servían simplemente de dos bastones cruzados. También construyeron edificios para poder observar la bóveda celeste. La orientación del templo de Bonampak nos muestra, por ejemplo, que observaban la Vía Láctea, denominada “Wakah Chan” y representada en los magníficos frescos de este santuario. Esta galaxia se encarnaba en una divinidad con forma de serpiente que, según las creencias mayas, unía el Cielo y la Tierra.

Julieta Fierro explica: “Los mayas utilizaban dos calendarios simultáneamente. Uno astronómico o solar de 365 días, similar al de otras culturas y de carácter civil; y otro religioso de 260 días, período que corresponde al de la gestación de un ser humano. Cada 52 años solares, ambos calendarios concordaban. En esa ocasión se organizaban grandes ceremonias y se apagaba el fuego en todos los hogares para alumbrarlo de nuevo y celebrar así la renovación”.

El “eslabón perdido”

Contrariamente a lo que pretende un prejuicio muy extendido, la astronomía islámica no es una mera discípula aplicada de la astronomía griega. Según George Saliba, profesor de ciencia árabe e islámica de la Universidad de Columbia (Nueva York, Estados Unidos), la ciencia de los cuerpos celestes se aletargó en Europa durante un periodo muy prolongado, desde la Antigüedad hasta el Renacimiento, pero en tierras del Islam cobró un auge excepcional en la Edad Media. En tiempos del califato de Al Mamún, este soberano congregó en Bagdad a los sabios de su imperio para que tradujeran al árabe textos antiguos de las civilizaciones griega, india y persa.

George Saliba señala que los traductores escogidos no sólo fueron lingüistas eméritos, sino que poseían también conocimientos científicos muy sólidos. Algunos llegaron a corregir a los sabios de la Antigüedad, e incluso refutaron a veces las afirmaciones del gran Tolomeo. Así, cuando Al Hajaj tradujo en 829 el famoso Almagesto, el “gran libro” de matemáticas y astronomía del sabio griego, midió de nuevo la duración del mes lunar e incorporó a su traducción el resultado, más exacto, de sus propios cálculos. Al parecer, Tolomeo se había limitado a dar un valor obtenido anteriormente por los sabios de Babilonia sin haberlo verificado.

Más tarde, en 1375, Ibn Al Shatir mejoró el modelo complejo “Tierra-Luna-Sol” de Tolomeo, llegando a obtener un esquema prácticamente idéntico al propuesto por Copérnico en 1543, aunque todavía situaba a la Tierra, y no al Sol, en el centro del universo. A este respecto, George Saliba se pregunta si Copérnico no se había inspirado directamente en la obra de Ibn Al Shatir. En efecto, en sus respectivos esquemas de representación de los tres cuerpos celestes, los dos astrónomos utilizan los mismos símbolos en lugares idénticos. Al Shatir en caracteres árabes y Copérnico en caracteres latinos. De ahí que se plantee el interrogante de si el sistema de este astrónomo árabe no vendría a ser el “eslabón perdido” entre el sistema tolemaico y el sistema heliocéntrico de Copérnico.

Lo que sí es cierto es que, gracias a sus instrumentos, los astrónomos islámicos consiguieron perfeccionar las observaciones del cielo y contribuyeron al progreso de la astronomía matemática. Como dice George Saliba, “reevaluaron prácticamente todos los parámetros de la astronomía griega”.

 Información procedente de la UNESCO
Más información en la web de la Institución –>
Aquí

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