El paisaje inunda nuestras retinas, los volcanes, omnipresentes, te hacen pensar en otras latitudes, la ciudad sureña se muestra, a pesar de su juventud, con inusitada belleza y prestancia que, en determinados momentos, realzan las cumbres nevadas del Osorno y el Calbuco.
Puerto Varas es una de esas poblaciones que no defraudan, por algo se le conoce como “la ciudad de las rosas”, apelativo ganado por varios miles que florecen por toda la ciudad donde, dicen, hay más de doscientas especies de esta bella y aromática flor.
Es cierto que el aire aristocrático y sus bellas casas la han convertido en un punto de gran interés para la gente que visita la región sureña de Los Lagos (administrativamente conocida como la X Región]. Fue fundada por colonos alemanes en 1854 que dejaron su impronta arquitectónica en toda la zona del impresionante y bello Lago Llanquihue.
El paseo a lo largo de la costanera de su lago es un lugar sorprendente y a pesar del frío, los jóvenes pasean sonrientes y felices en sus momentos de intimidad. Las casas me llevan a un entorno europeo, tejados más inclinados, tonalidades más alegres, más madera, sin duda los colonos alemanes no se olvidaban de sus raíces y gracias a ese legado hoy tenemos en el Cono Sur una de las mejores reposterías del orbe y no deberían dejar de probarse si uno se pierde por aquellas latitudes.
Había llegado a ella, por primera vez, en el ya lejano 2011, entonces era pleno invierno austral, me tocó un día soleado, aunque frío. En el 2017, en pleno verano, me tocó un día de lluvias torrenciales que al final me obligaron a regresar a Puerto Montt antes de lo previsto y de la que dista apenas una veintena de kilómetros; es la vía por la que llegan la mayoría de los viajeros. Lo primero que uno encuentra es su majestuosa Iglesia que es copia de otra que existe en la Selva Negra (Alemania), sus tejados rojos son visibles desde la moderna calzada que lleva hacia el norte, muy cerca han levantado un gran centro comercial y, a pocos metros, tenemos el centro neurálgico de la coqueta ciudad ubicada en una lujuriante naturaleza que rápidamente te atrapa, aunque muchos vienen a jugar a su gran Casino.
No sólo el lago próximo, sino los volcanes, especialmente el Osorno, contemplado desde La Ensenada es una imagen difícil de olvidar. Suele ser una escapada perfecta para practicar el esquí o el montañismo, cuando en España nos asamos allí están en plena temporada invernal. Impresionantes sus vistas e instalaciones. Otra zona muy visitada es la Laguna de Todos Santos, casi frontera con Argentina, allí se localiza el Parque Nacional Vicente Pérez Rosales, su cuenca hace 20.000 años albergó un gigantesco glaciar, para que luego nos vengan con la milonga del cambio climático.
Una buena parada en esa ruta es la de los saltos de Petrohué desde donde suelen partir los pequeños barcos hacia Peulla que mucha gente utiliza para ir a la vecina Argentina, una experiencia que requiere varios días si uno desea saborearla al máximo. La combinación bus-barco es constante y puede hacerse de golpe (unas 10 horas) contratando con los avispados que explotan tan fascinante trayecto y que te clavan unos 300$, precio que estimamos fuera de toda lógica, pero al tener más demanda que oferta manda el patrón dólar. Personalmente recomiendo el viaje lento (más económico y que te permite saborear realmente la región que tiene una insuperable belleza, es cierto que a la que te descuidas superas el coste en los establecimientos hoteleros a poco que tengas que hacer unas noches).
En Argentina el destino es San Carlos de Bariloche que ofrece suficientes alicientes para dedicarle otros dos o tres días, aunque hay que tener un presupuesto más elevado pues las zonas turísticas de invierno no son baratas en ningún sitio. Advertir que tampoco es difícil ajustar los servicios, sobre todo fuera de temporada, los deportes de invierno y la alta demanda hacen creer que todos los que llegan hasta allí tienen un alto poder adquisitivo, vaya que los “buitres” piensan que eres un Onassis (que curiosamente amasó su fortuna en este inmenso país).
Hay que estar preparados porque en uno de los tramos de la carretera el autobús supera la cota de los mil metros y las vistas son impresionantes [la verdad: aprietas los dientes para que no dejen de funcionar los frenos] sobre todo en la temporada invernal cuando toda la cordillera luce su blanco manto, hecho que puede representar inconvenientes a la hora del transporte que, sorprendentemente, son mucho menos que los caóticos atascos de las carreteras españolas cuando nos visita el temporal de nieve. La cumbre de Cerro Tronador (casi 3500 metros) se yergue a nuestra izquierda (si iniciamos el viaje en la zona chilena). La lava que invade ríos y lagos es un claro ejemplo de las fuerzas de la naturaleza por estas latitudes.
Para los que les gustan las leyendas digamos que esta es la zona por la que los pueblos precolombinos cruzaban la cordillera. Los araucanos lo denominaron “el camino de Vuriloche” [de ahí el topónimo de Bariloche] y lograron mantenerlo oculto a los españoles hasta finales del XVI. En muchos casos, el camino se me antoja que cambió poco, el ripio o arenilla es bastante frecuente y si uno alquila un auto tendrá que circular con precaución y gasolina suficiente para no quedarse tirado [los trámites fronterizos son engorrosos y difícilmente se puede pasar el auto a la vecina República Argentina].
JUAN FRANCO CRESPO
lacandon999@yahoo.es
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