Por Juan Manuel Olarieta Alberdi
[Biografía resumida]
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Tres tendencias en la genética soviética
Las posiciones de la dialéctica materialista respecto de la biología, harto resumidas, ya fueron expuestas en los inicios mismos del darwinismo por Engels en el “Anti-Dühring” y la “Dialéctica de la naturaleza”, aunque este último texto no se conoció hasta su publicación en 1925 en alemán y posteriormente en ruso. Engels destacó que un fenómeno tan complejo como la evolución sólo se puede explicar sobre la base de una colaboración entre multiples disciplinas científicas, algo diametralmente opuesto a lo que en la actualidad se observa, ya que la genética ha fagocitado a todas las demás ciencias, imponiendo a los genes como causa única y exclusiva de toda la evolución de la materia viva desde sus orígenes. No hay espectáculo más penoso que los actuales manuales de palentología, reconvertidos en una rama de la genética, tratando de explicar la transformación de los humanos en carnívoros con alambicados argumentos mutacionistas.
También advertía Engels, más que justificadamente, de que las líneas “duras y rígidas” son incompatibles con el evolucionismo y, naturalmente, con la dialéctica. Sin embargo, también comprobamos hoy que la biología se ha llenado de barreras metafísicas infranqueables e insuperables que jamás se comunican, la más conocida de las cuales es la que separa al genotipo del fenotipo, a los genes del resto del cuerpo, hasta el punto de que la teoría sintética pretende hacer creer que los genes -si es que existe algo así- ni siquiera forman parte del cuerpo. Como ciencia de los organismos vivos, la biología involucra de una manera directa las contradicciones decisivas de la dialéctica: la producción y la reproducción, la continuidad y la discontinuidad, la herencia y el medio, entre otras cuestiones. Pero esas interrelaciones, dice Engels, no se pueden “encajar” en los hechos sino que es preciso “descubrirlas” en ellos y verificarlas por medio de la experimentación.
En su “Dialéctica de la naturaleza” Engels recoge la siguiente tesis de Haeckel, recibida a su vez de Prosper Lucas, como núcleo central de la teoría evolucionista: “Desde la simple célula en adelante, la teoría de la evolución demuestra que cada avance hasta la planta más complicada, por un lado, y hasta el hombre, por el otro, se realiza en el continuo conflicto entre la herencia y la adaptación […] Se puede concebir la herencia como el lado positivo, conservador, y la adaptación como el lado negativo que destruye continuamente lo que heredó, pero de la misma manera se puede tomar la adaptación como la actividad creadora, activa, positiva, y la herencia como la actividad resistente, pasiva, negativa” (277). Engels sostenía la mutua interacción de los dos factores fundamentales: genotipo y fenotipo, en donde éste tiene un carácter dominante o principal respecto al primero. Los manuales de genética que, en raras ocasiones, aluden a la acción del medio ambiente, sostienen precisamente lo contrario: los genes son el elemento dominante y el medio ambiente “simplemente aporta la materia prima” (278). Esta tesis es antievolucionista: ¿de dónde ha salido la materia prima de la que se componen los genes?
Es una tesis que tendremos ocasión de volver a encontrar más adelante pero de la cual se puede poner un ejemplo bien sencillo. La estatura de una persona tiene un indudable componente génico, se transmite hereditariamente; de progenitores altos nacen descendientes también altos. Ahora bien, este tipo de fenómenos deben analizarse de manera evolutiva. Así, la estatura media en España ha crecido en las últimas décadas, lo cual no puede imputarse al genoma sino a otros factores, tales como la mejora en la cantidad y en la calidad de la alimentación. Lo mismo sucede con la estatura de los homínidos, que ha crecido a lo largo de su evolución. El genoma puede ser (y es de hecho) el instrumento a través del cual se transmiten determinados cambios en el ambiente y en el cuerpo del ser vivo. Es un factor causal directo e inmediato que no excluye, a su vez, la intervención de otro tipo de factores diferentes que, generalmente, tienen una importancia mucho mayor que el propio genoma y de los cuales depende el genoma mismo. En un sentido evolutivo el genoma no es causa sino consecuencia de esos otros factores, y lo mismo cabe decir de las células eucariotas (nucleadas), la fecundación y la reproducción sexual, en general, que sólo existen en los organismos más evolucionados y, por tanto, en los de aparición más tardía. La conclusión, pues, es que los factores hereditarios son una causa pero, ante todo, un efecto de la evolución.
Esa conclusión puede, sin embargo, conducir (y ha conducido) a extraer conclusiones erróneo en el sentido opuesto, que son muy corrientes en determinados medios progresistas, propensas a otorgar una relevancia especial a los factores ambientales por encima de cualesquiera otros, tanto en biología como en sociología, a pesar de la multiplicidad de condicionantes que concurren. Es un punto de partida empirista que arranca del error de concebir los organismos vivos como “tablas rasas”, materiales plásticos sobre los que impacta el medio exterior, materia prima absolutamente moldeable. Sin embargo, no todos los factores ambientales influyen siempre, ni influyen de la misma manera y mucho menos influyen de manera permanente, generación tras generación porque el medio cambia con el tiempo. No sólo el medio influye sobre el organismo sino que el organismo también influye sobre el medio. El hombre no sólo cambia el medio sino que también cambia de medio, emigra, busca nuevos espacios, nuevas fuentes de sostenimiento, nuevos climas, nuevos cultivos, etc. Por consiguiente, el medio selecciona al hombre y el hombre selecciona el medio, con el añadido de que esta segunda parte es cada vez más importante, cada vez tiene más importancia evolutiva. La tesis de Engels está tan lejos del reduccionismo mendelista como del reduccionismo ambientalista. En cuanto a éste, dijo que era unilateral, “como si la naturaleza fuese la única que reacciona sobre el hombre y las condiciones naturales determinasen en todas partes, y de manera exclusiva, su desarrollo histórico […] Olvida que el hombre también actúa sobre la naturaleza, la cambia y crea nuevas condiciones de existencia para sí” (279). Lo que habitualmente consideramos como naturaleza es algo bien artificial, una creación del animal que la habita. La fábrica en la que trabajamos, la casa en la que vivimos y la calle por la que paseamos no son obras de la naturaleza sino creaciones del hombre. El paisaje urbano que nos rodea, la temperatura que nos envuelve y el aire que respiramos, es el medio que hemos creado para nosotros mismos. El hombre ha logrado aislarse del medio creando uno a su imagen y semejanza. En mucha menor medida esto mismo se puede predicar de otras especies pero es especialmente pertinente para los mendelistas que pretenden reducir al hombre a su condición puramente biológica o animal, igorando su componente social. Se puede decir, pues, que la selección natural también es una selección de la naturaleza, algo en lo que coinciden con Engels otros científicos posteriores, como Baldwin, Waddington y Piaget y que, naturalmente, demuestra que son vanos los intentos de erradicar de plano el finalismo de la biología. Nuestra alimentación no nos viene impuesta de la naturaleza sino que es algo que nosotros hemos seleccionado en ella y que, a su vez, nos selecciona a nosotros. En expresión de Marx:
La naturaleza es el cuerpo inorgánico del hombre […] El animal es uno inmediatamente con su actividad vital. No se distingue de ella. Es ella. El hombre hace de su actividad vital misma objeto de su voluntad y de su conciencia. Tiene actividad vital consciente. No es una determinación con la que el hombre se funda inmediatamente. La actividad vital consciente distingue inmediatamente al hombre de la actividad vital animal […] Es cierto que también el animal produce. Se construye un nido, viviendas, como las abejas, los castores, las hormigas, etc. Pero produce únicamente lo que necesita inmediatamente para sí o para su prole; produce unilateralmente, mientras que el hombre produce universalmente; produce únicamente por mandato de la necesidad física inmediata, mientras que el hombre produce incluso libre de la necesidad física y sólo produce realmente liberado de ella; el animal se produce sólo a sí mismo, mientras que el hombre reproduce la naturaleza entera; el producto del animal pertenece inmediatamente a su cuerpo físico, mientras que el hombre sabe producir según la medida de cualquier especie y sabe siempre imponer al objeto la medida que le es inherente […] Es sólo en la elaboración del mundo objetivo en donde el hombre se afirma realmente como un ser genérico. Esta producción es su vida genérica. Mediante ella aparece la naturaleza como su obra y su realidad (280).
En la epigenética actual se utiliza en ocasiones una fórmula parecida que enmascara la acción del medio ambiente: genotipo + ambiente ® fenotipo. Esta fórmula es un preformismo atenuado. El ambiente exterior genera un “ruido epigenético” que distorsiona la producción genotípica perfecta. Lo que pretende sostener es que el ambiente no incide sobre la dotación genética sino sólo sobre sus efectos, sobre su expresión. Para superar las lagunas de la genética formalista, los científicos se han visto obligados a recurrir a continuos remiendos como ese, prueba de la insuficiencia de las teorías sobre las que han venido apoyándose. No obstante los desmentidos, la epigenética es un retorno de la herejía, de la heredabilidad de los caracteres adquiridos (281) porque el medio no sólo influye sobre la expresión del genoma sino sobre el genoma mismo. Como afirma E.B.Ford, “se observó muy pronto que los genes sufren la acción del medio ambiente, y recíprocamente”. Este mismo genetista añade también otra noción básica de la dialéctica: que “el medio no es sólo externo sino interno” (282), algo que viene de Lamarck, aunque nunca se le mencione al naturalista francés. El organismo vivo forma una unidad de contrarios con su medio, con el aire (o el agua), con la alimentación, con la luz y las radiaciones, con la temperatura, etc. No se puede estudiar al medio por un lado y al organismo por otro. El organismo debe mantener unas constantes, un equilibrio homeostático, que el ambiente altera continuamente, obligándole a reaccionar. Como en cualesquiera otros, en los fenómenos de la naturaleza, decía Le Dantec, las causas se convierten en efecto y los efectos en causas (283); los efectos retroalimentan a las causas. La mayor parte de los dispositivos biológicos (e incluso sicológicos) funcionan de esa manera reactiva ante los estímulos exteriores: los reflejos, la memoria, la imitación, la homeóstasis, el sistema inmunitario. En este último caso, por ejemplo, ante una agresión del entorno (antígeno) el organismo, después de reconocer el tipo concreto de ataque, reacciona segregando anticuerpos que interactúan con los invasores para eliminarlos.
El mendelismo se limita a exponer sólo una parte de los hechos. Lo que toma como factores causales originarios (genoma, célula, fecundación sexual) son efectivamente causa directa de numeros fenómenos vitales, pero también son a su vez consecuencia de otros primigenios, contribuyendo a la aceleración de los cambios y, por lo tanto, de la marcha de la evolución. El genoma, la célula y la fecundación sexual son fenómenos vitales muy complejos y muy organizados que no pueden tener un carácter originario, por muchos saltos cualitativos y mutaciones que se puedan imaginar. Su aparición evolutiva constituye una etapa muy larga cuyo punto de partida han sido otras formas intermedias de organización de la materia viva, más elementales y rudimentarias. Por lo tanto, tampoco se pueden identificar con la vida misma porque la vida no se resume ni se reduce a ninguna de sus formas materiales tomada por separado. La vida no es ADN, ni células ni fecundación. Hay formas de vida que no se basan en el ADN, ni son celulares y ni conocen la fecundación. Pero sobre todo es importante poner de manifiesto que cualquier forma de vida, por simple que sea, es una articulación de varios componentes orgánicos distintos, no de uno sólo, y se caracteriza por su capacidad de metabolizar la materia inorgánica y, por consiguiente, de relacionarse de alguna manera con el medio circundante, de transformarlo en materia viva, de obrar por sí misma el “milagro” de la creación. Eso es posible, a su vez, porque la materia viva es distinta de la inerte, se separa y aísla cada vez más de ella. Éste es el punto en el que, finalmente, los antilamarckistas tienen plena razón: a medida que la evolución progresa, las formas más desarrolladas de vida son mucho más capaces de aislarse del medio. Pero en ningún caso podrán nunca romper nunca con el medio.
El medio exterior se convierte en interior. Influye sobre el organismo normalmente a través de una metabolización o transformación previa del propio organismo. La miel que fabrican las abejas es una metabolización del néctar y otros jugos dulces que succionan de las flores. La misma abeja fabrica tipos de miel diferentes según el tipo de flor que haya libado, de modo que las mieles se clasifican en función de la flor originaria y no de la abeja que la elaboró: entre muchas otras, hay mieles de azahar, trébol, alfalfa, espliego, eucalipto, romero y tomillo. La composición nutritiva de la miel no varía con la abeja sino con la flora de origen, la zona, el clima o la altitud. Al néctar las abejas añaden sustancias propias de su organismo (enzimas) y se transforman en miel en sacos especiales situados en su esófago. Luego madura en los panales dentro de las colmenas. Como escribió Engels, “la vida es un continuo intercambio metabólico con el medio natural […] El metabolismo consiste en la absorción de sustancias cuya composición química se modifica, que son asimilados por el organismo y cuyos residuos se segregan junto con los productos de descomposición del propio organismo” (284). Por lo tanto, la distinción entre lo interno y lo externo es relativa; en unos casos determinados componentes del medio son externos y en otros internos. En una colmena de abejas, la flora circundante es el medio frente al cual las abejas forman una unidad; pero para cada una de ellas, las demás abejas también son su medio e interactúan unas con otras. En unos casos las bacterias son externas al organismo humano y en otras forman parte de él, desempeñando determinadas funciones vitales o mortales.
Además, la dialéctica exige estudiar los seres vivos en su ciclo de desarrollo y cambio permanente, no como elementos estáticos: “Cuando se quiere hacer algo en el campo de la ciencia teórica a un nivel que abarque el conjunto, no hay que considerar los fenómenos naturales como unas cantidades inmutables, como hacen la mayoría de las personas, sino considerarlos, al contrario, en su evolución, como susceptibles de modificación, de evolución, fluidos. Y todavía hoy es en Hegel donde esto se aprende con más facilidad” (285). Por ejemplo, una embarazada no puede exponerse a radiaciones que, aunque sean inocuas para ella, afectan al feto; luego una misma causa provoca efectos diferentes según la fase de desarrollo en que se encuentre el organismo. Otro ejemplo: las enfermedades tienen un origen muy diferente; unas son de origen predominantemente genético, otras son predominantemente ambientales. Pero, cualquiera que sea su origen, una enfermedad no afecta lo mismo a un niño que a un adulto. Así, se conocen unas 5.000 enfermedades catalogadas como genéticas, de las cuales sólo 1.600 se consideran causadas por un único gen. De éstas, en un 90 por ciento de los casos ese gen no afecta al portador, no se manfiesta en él como enfermedad. Por lo tanto, el gen está muy lejos de tener el carácter ineluctable que le atribuyen; en consecuencia, además del gen serán necesarias otras circunstancias para que la patología se manifieste. La enfermedad denominada “corea de Huntington” (“baile de San Vito”) es de tipo monogénico pero sólo se manifiesta a partir de la edad madura del individuo. Además del gen, son necesarias otras explicaciones para saber por qué durante la juventud el paciente no experimenta la enfermedad. Para cubrir esas -y otras- lagunas apareció la epigenética a finales del siglo pasado. A su vez, esas lagunas son consecuencia de que cien años antes la embriología había sido liquidada de la biología para dejar sitio a un cierto tipo de genética, la teoría sintética, a pesar de que la embriología estuvo en el nacimientos mismo de la teoría de la evolución en Alemania hacia 1800. Afortundamente hoy ese interés ha retornado bajo la forma de “biología del desarrollo”, acreditando que nada -y menos los fenómenos vitales- se puede analizar al margen de su incesante proceso de cambio y transformación.
A pesar de la Revolución de 1917, la biología en Rusia seguía su propia inercia (286), que la influencia de Engels, como es lógico, no podía contrarrestar de manera decisiva. En consecuencia, el caso de Rusia, con algunos matices, no es diferente del de ningún otro país de la época. El elemento fundamental a tener en cuenta en la polémica que se iba a abrir inmediatamente es que no solamente no existió una “injerencia” del marxismo sobre la genética sino que el impacto fue en la dirección contraria, de la genética (y de las nuevas ciencias) sobre los postulados marxistas. Los nuevos descubrimientos y progresos, especialmente la teoría de la relatividad y la mecánica cuántica, abrieron nuevos interrogantes dentro el marxismo como dentro de tantas otras corrientes ideológicas. A partir de esos interrogantes se desarrollaron concepciones divergentes, algunas de las cuales permanecieron dentro del marxismo y otras se escaparon fuera de él, colectiva o individualmente. Este fenómeno no sólo ocurrió en la URSS sino en todo el movimiento comunista internacional, especialmente en Gran Bretaña y Francia. Para quienes están apegados a los esquemas más simplones no deja de ser curioso constatar que mientras el mendelismo y la teoría sintética triunfaron plenamente en la República Democrática Alemana, encontraron una enorme resistencia en la URSS, a pesar de que ambos países se fundamentaban sobre los mismos principios socialistas.
Desde comienzos del siglo XX coexistían en Rusia tres corrientes dentro de la biología. La primera de ellas, de tipo simbiótico, fue rescatada en 1902 por la obra del anarquista Kropotkin “El apoyo mutuo, un factor de la evolución” ensalzado por el periódico “Times” como “posiblemente el libro más importante del año”. En su estudio Kropotkin acusaba a Darwin de despreciar la cooperación de los organismos frente a la lucha por la existencia. Pero la obra de Kropotkin no tuvo distribución en el interior de la Rusia zarista a causa de la censura. Sin embargo, muy pocos años después el biólogo ruso Konstantin S. Mereshkovski (1855-1921) formalizó la teoría de la simbiogénesis.
Mucho antes, en plena marejada darwinista, Engels ya había sostenido la validez científica de esta concepción. En 1875 en su carta a Piotr Lavrov, Engels le manifiesta su desacuerdo con la idea darwiniana de que la “lucha de todos contra todos” fue la primera fase de la evolución humana, sosteniendo que la sociabilidad instintiva “fue una de las palancas más esenciales del desarrollo del hombre a partir del mono”. Al mismo tiempo y de forma paralela, en otra obra suya destacó el carácter predarwiniano de esta concepción, así como su unilateralidad: “Hasta Darwin, lo que subrayaban sus adictos actuales es precisamente el funcionamiento cooperativo armonioso de la naturaleza orgánica, la manera en que el reino vegetal da alimento y oxígeno a los animales, y éstos proveen a las plantas de abono, amoniaco y ácido carbónico. Apenas se reconoció a Darwin, ya esas mismas personas veían ‘lucha’ en todas partes. Ambas concepciones están justificadas dentro de límites estrechos, pero las dos tienen una igual característica de unilateralidad y prejuicio. La interacción de cuerpos en la naturaleza no viviente incluye a la vez la armonía y los choques; la de los cuerpos vivientes, la cooperación conciente e inconciente, así como la lucha conciente e inconciente. Por lo tanto, inclusive en lo que se refiere a la naturaleza, no es posible inscribir sólo, de manera unilateral, la ‘lucha’ en las banderas de uno. Pero es en absoluto pueril querer resumir la múltiple riqueza de la evolución y complejidad históricas en la magra frase unilateral de ‘lucha por la existencia’. Eso dice menos que nada” (287).
La obra de Mereshkovski, como cualquier otra que no es de origen anglosajón, fue absolutamente ignorada, salvo para los biólogos marxistas (288) y, naturalmente, para los biólogos soviéticos. En 1924 Kozo-Poljanski publicó su obra “Bosquejo de una teoría de la simbiogénesis”, en 1933 el también soviético Keller expuso la misma teoría, que también pasó completamente desapercibida (289), e incluso Lysenko se apoyó en ella, como veremos, para sostener alguna opinión suya. En las corrientes dominantes no fue tomada en consideración hasta 1966, cuando fue rescatada del olvido por la investigadora estadounidense Lynn Margulis, defensora de esta teoría simbiótica. Hasta esa fecha no tuvo ninguna influencia fuera de la URSS, quedando la obra de Kropotkin como una de esas exóticas incursiones de los políticos, en este caso anarquistas, en la ciencia, como si un anarquista no pudiera ser, a la vez, un extraordinario científico, como Kropotkin. Un ejemplo de ello es la referencia despectiva que le dirigió Morgan: “Los argumentos que empleó [Kropotkin] harían sonreir a la mayoría de los naturalistas y muchas de sus anécdotas deberían en realidad figurar en algún libro de cuentos para niños” (290). Ese es el estilo crítico con el que los mendelistas juzgan las opiniones que menosprecian, y el tiempo es tan cruel que mientras Kropotkin ha madurado, las tesis de Morgan parecen mucho más cerca de los cuentos infantiles.
La segunda corriente es la mendeliana, introducida en la Rusia prerrevolucionaria por Yuri A.Filipchenko (1882-1930), un seguidor de la escuela alemana de Nägeli, Hertwig y Von Baer. De las aulas de Filipchenko salió uno de los creadores de la teoría sintética, Theodosius Dobzhansky (1900-1975), que estudió en la Universidad de Kiev, emigrando en 1927 a Estados Unidos, donde trabajó con Morgan, siendo el fundamento de su investigación la necesidad de conciliar el evolucionismo con la Biblia vaticana, un esfuerzo que compartió con su amigo, el paleontólogo y jesuita francés Teilhard de Chardin. En Estados Unidos Dobzhansky fue uno de los impulsores de la teoría sintética y, aunque había impartido clases a Lysenko, destacó por ser un antilysenkista feroz. La corriente mendelista, aunque siempre estuvo presente, tampoco tuvo mucha influencia inicialmente en la URSS a causa de la propia revolución de 1917. Filipchenko creó una sociedad de eugenesia en 1922 que difundía su propia revista de la que era editor. Fue una de las pocas experiencias de ese tipo que se conoció en la URSS.
La tercera corriente, representada por el botánico K.A.Timiriazev (1843-1920), es la que se denomina a sí misma como evolucionista y darwinista, aunque en sus concepciones es evidente la presencia también de Lamarck. Por consiguiente, el darwinismo existente en Rusia 1917 es el darwinismo de Darwin, no el neodarwinismo. Timiriazev fue un pionero del darwinismo en la Rusia zarista, un científico con un peso ideológico muy superior al que Thomas Huxley pudo tener en Inglaterra o Ernst Haeckel en Alemania, porque escribía para un público mucho más vasto: conferencias, artículos, libros de divulgación, etc. El darwinismo se conoció allá a través de sus obras más que los del propio Darwin. Pero Timiriazev no era un político burgués a la manera de Huxley o Haeckel, sino un demócrata revolucionario comprometido con la lucha contra el zarismo en su país. Su ascendente sobre los bolcheviques creció aún más después de la revolución de 1917, a cuya causa se sumó incondicionalmente, siendo quizá el científico más comprometido con el nuevo régimen. Recibió al mendelismo con una enorme hostilidad, escribiendo un folleto titulado “Repulsa de los mendelianos” en el que afirmaba que no sólo era una teoría errónea sino políticamente reaccionaria. Pero Timiriazev no confundió a los mendelianos con Mendel. De éste reconoció la validez de algunos de sus postulados. Su posicionamiento resultó decisivo; contribuyó a sostener en darwinismo en una etapa en la que éste había perdido la batalla frente a los mendelistas en los demás países.
Además de Timiriazev, las prácticas agrícolas de I.V.Michurin (1860-1935) corresponden también a la Rusia prerrevolucionaria y, aunque sus teorías son plenamente darwinistas, manifestó hacia el mendelismo idéntica opinión que la de Timiriazev. En base a sus décadas de experiencia, consideró que las leyes de Mendel no eran aplicables a la hibridación en frutales, ni anuales ni tampoco perennes: “Repito que sólo los ignorantes más completos de hibridación de árboles frutales pueden soñar con aplicarles las conclusiones obtenidas en las observaciones realizadas con guisantes” (291). Según Michurin, la segregación de caracteres que señaló Mendel también se aprecia en los frutales pero no de una manera completa porque “cada organismo se constituye con una mezcla de caracteres heredados, de los cuales sólo una parte proviene de sus progenitores y el resto de sus allegados”, intervienendo también factores exógenos (292).
Otro de los impulsores del darwinismo en la URSS fue Alexander I.Oparin, que publicó en 1923 su trascendental obra “El origen de la vida” que, sin embargo, tampoco fue conocida en los países capitalistas hasta que en 1967 John D. Bernal lo incluyó en su The origin of life (293). La influencia de estos y otros científicos fue determinante para que después de 1917 la corriente darwinista se abriera camino inicialmente, precisamente en un momento en que en todos los demás países estaba en retroceso ante el avance del mendelismo.
La asimilación del marxismo al darwinismo ha sido muy frecuente desde los mismos orígenes de ambas corrientes de pensamiento. En su obra “Anarquismo o socialismo”, escrita en 1907, Stalin denunció las tergiversaciones de los seguidores caucasianos de Kropotkin, para quienes el marxismo se apoyaba en el darwinismo “sin espíritu crítico”. Sin embargo, aquellas referencias de Stalin a Lamarck y Darwin eran muy someras y se utilizaban como ejemplo de la validez universal de la leyes de la dialéctica. Por lo demás, para Stalin, lo mismo que para Engels, no existía ninguna contradicción sustancial entre los postulados lamarckistas y los darwinistas, situando a ambos en el mismo plano. En cuanto al “espíritu crítico” del marxismo respecto al darwinismo, Stalin seguía el criterio de Engels. Aunque en aquel momento la “Dialéctica de la naturaleza” no fuera conocida, las observaciones críticas expresadas en el “Anti-Dühring” eran muy relevantes. Engels defendió a Darwin de las críticas de Dühring pero, al mismo tiempo, era plenamente consciente de las limitaciones y del carácter unilateral de las explicaciones de aquel: “Yo acepto la teoría de la evolución de la doctrina de Darwin pero no acepto su método de demostración (struggle for life, natural selection) salvo como primera expresión, provisional e imperfecta, de una realidad recién descubierta”. El británico, añade Engels en otra obra, habría puesto el acento en los efectos pero no en las causas de la selección natural. Además, “el hecho de que Darwin haya atribuido a su descubrimiento [la selección natural] un ámbito de eficacia excesivo, que le haya convertido en la palanca única de la alteración de las especies y de que haya descuidado las causas de las repetidas alteraciones individuales para atender sólo a la forma de su generalización, todo eso es un defecto que comparte con la mayoría de las personas que han conseguido un progreso real” (294).
Aparentemente se habían formado dos posiciones contrapuestas. Incluso el soviético Stoletov resumía esas posiciones en el titular de su libro: “¿Mendel o Lysenko? Dos caminos en biología” (295). Pero no se puede resumir la polémica en dos posiciones. Hubo militantes del Partido bolchevique que defendieron el mendelismo, como los había que defendieron la posición contraria. Se dieron toda clase de combinaciones ideológicas y científicas imaginables que sorprenderían a quienes pretenden analizar la biología soviética con esquemas simples. Filipchenko no fue el único eugenista que hubo en la URSS en la década de los años veinte. Hubo eugenistas lo mismo que lamarckistas, y en ambas corrientes los hubo que se declaraban marxistas, lo mismo que antimarxistas. A causa de ello es difícil hablar de una influencia del marxismo sobre la ciencia en la URSS, cuando bajo el marxismo existían distintas corrientes en conflicto interno. Desde luego, la disputa no formó una alternativa entre Mendel y Lysenko. No sólo es muy difícil reducir la polémica soviética sobre la biología a dos polos encontrados sino que allá las expresiones también tenían otros significados, diferentes de los occidentales. Ni los mendelistas en la URSS defendían exactamente las mismas posiciones que los occidentales, ni tampoco los lamarckistas eran asimilables a los del otro lado del telón de acero. Los polemistas se lanzaron entre sí mutuas acusaciones porque los unos tergiversaban las posiciones de los otros. Hubo quien, aún declarándose michurinista, no secundaba las tesis de Lysenko, o no las secundaba en su integridad. También se dieron posiciones intermedias e intentos de síntesis a comienzos de los años veinte, como los ensayados por B.M.Zavadovski, quien consideraba compatible el lamarckismo con el mendelismo, aunque progresisvamente fue adoptando posturas cada vez más próximas a esta última corriente. Quienes más insistieron en la imposibilidad de encontrar puntos de unión entre ambas corrientes fueron mendelistas como A.S.Serebrovski, I.I.Agol y N.P. Dubinin. Otros intentos de síntesis, como los del embriólogo B.P.Tokin, afirmaban que ni el lamarckismo ni el mendelismo eran corrientes científicas y que el marxismo era ajeno a ellas, por lo que había que elaborar una nueva biología de conformidad con las concepciones del materialismo dialéctico.
A los amantes de los esquemas se les ampliaría notablemente su perspectiva si salieran de la URSS y analizaran la cuestión de Lysenko en relación con otros países. En los medios de la guerra sicológica de 1948, y aún hoy, es frecuente relacionar a Lysenko con el marxismo, de manera que la ridícula explicación que tratan de esbozar es que las aberraciones de Lysenko fueron posibles por el propio carácter aberrante del marxismo. De esa manera no se comprenden los motivos por los cuales en la República Democrática Alemana no se impuso nunca el lysenkismo, de modo que la genética dominante fue de tipo mendeliano, a pesar de que aquel país estaba dirigido por un conocido partido comunista cuyos principios ideológicos eran los mismos que el soviético. Si la vinculación del marxismo con el lysenkismo es tan estrecha como pretenden dar a entender, la pregunta es obvia: ¿No eran realmente comunistas los comunistas alemanes o no lo eran los soviéticos? Esta misma cuestión se puede ampliar fuera del telón de acero, a los partidos comunistas de occidente, dando por supuesto que todos ellos eran igualmente comunistas para no sorprender en el ridículo a los estrategas de la guerra fría. Entre los comunistas de fuera del telón de acero coexistieron (y discutieron y se enfrentaron) los lysenkistas con los mendelistas. Los amantes de los esquemas simples que pretenden asimilar el lysenkismo al lamarckismo también deberían explicar por qué razones, dentro y fuera de la URSS, existieron lamarckistas que criticaron a Lysenko.
La situación no se polarizó hasta una década después, tras la llegada al gobierno de Hitler en 1933: el eugenismo adquirió entonces una filiación reaccionaria mientras el lamarckismo fue la bandera de los progresistas. Muchos de aquellos debates son de un extraordinario valor y serán recuperados en su momento, cuando puedan ser leídos sin la carga emocional que hoy les envuelve. La riqueza de argumentos exhibidos elevó a gran altura la biología soviética, abriendo caminos novedosos, como la teoría del origen de la vida de Oparin, un reflejo del “desarrollo que habían alcanzado las ideas evolucionistas en Rusia. La biología soviética había heredado de los científicos prerrevolcionarios una corriente de pensamiento darwinista que se mantuvo vigente durante varias décadas y que llevó a la formación de grupos y escuelas que alcanzaron un refinamiento teórico sin igual”, afirma Lazcano, quien concluye así: “Hacia 1939 hubiera sido difícil encontrar un país en el mundo en donde la teoría de la evolución estuviera más desarrollada o fuera mejor conocida que en la Unión Soviética” (296). No obstante, también se expusieron planteamientos simplemente ingenuos, como correspondía una sociedad joven, como la soviética. Por ejemplo, A.S.Serebrovski, un opositor de Lysenko, era un eugenista convencido, partidario de la fertilización artificial de las mujeres con un semen portador de las mejores cualidades. Según él, esto permitiría cumplir los planes quinquenales en la mitad de tiempo.
A finales de la década de los veinte, bajo una apariencia darwinista, el mendelismo logró recuperar terreno dentro de la genética soviética. En 1927, durante el V Congreso Internacional de Genética celebrado en Berlín, Muller anunció su descubrimiento de las mutaciones inducidas por radiaciones. El 11 de setiembre de ese mismo año, Serebrovski publicaba en Pravda un artículo titulado “Cuatro páginas que estremecen al mundo científico”. Supuso un vuelco desfavorable al lamarckismo. Un ejemplo característico de esa tendencia es el caso de V.L.Komarov, vicepresidente de la Academia de Ciencias, un biólogo que progresivamente fue pasando de sus iniciales simpatías lamarckistas hacia el mendelismo. Las nuevas corrientes sintéticas en la genética, con su aparente integración del darwinismo, se introdujeron con fuerza dentro de la URSS, del Partido bolchevique, de las universidades y los centros de investigación. Tras la muerte de Michurin en 1935 Lysenko pasó a encabezar las posiciones científicas antimendelistas, pero la correlación de fuerzas no tardó en cambiar. Aunque fue elegido presidente de la Academia Lenin de Ciencias Agrícolas en 1937, Lysenko empezaba a estar en minoría y no pudo tener los apoyos políticos y oficiales que la campaña quiere hacer creer: “En la época en que Lysenko presentaba su informe a la Academia de Ciencias, el ‘mendelismo-morganismo‘ era ya una teoría ampliamente aceptada en la Unión Soviética, con destacados partidarios como Poliakov, Zavadovski y Dubinin, quienes difícilmente habrían reconocido el carácter ‘idealista’ o ‘reaccionario’ de la teoría cromosómica de la herencia. Sus protestas, desgraciadamente, sirvieron de muy poco” (297).
Es igualmente comprobable que ni todos los que defendían ni todos los que criticaban a Lysenko exponían los mismos argumentos. Por ejemplo, no es fácil compartir los motivos del británico George Bernard Shaw para defender a Lysenko, que se apoyaban en una vaga comprensión de los términos del debate. Shaw decía que frente al mecanicismo vulgar de la teoría sintética, Lysenko defendía una concepción integral de los organismos de la naturaleza como seres dotados de vida. En una carta publicada por el Saturday Review of Literature, el genetista Dunn, que había viajado por la Unión Soviética protestaba por la equiparación de todo el conjunto de la biología soviética con las tesis lysenkistas, que no representaban la doctrina “oficial” del país, poniendo un ejemplo odioso para comparar: no se puede juzgar a la biología soviética desde la óptica de Lysenko del mismo modo que no se puede juzgar a la biología estadounidense desde el punto de vista de los creacionistas. Lo mismo expuso el británico Eric Ashby en 1945. También había viajado por la URSS, donde estuvo una larga temporada, publicando a su regreso varios libros sobre la situación de las ciencias soviéticas, su organización académica y científica y sus métodos de investigación. Ashby apreció que en la URSS concurrían diversas corrientes científicas, desde aquellas que manifestaban cierto rechazo hacia la investigación occidental hasta otras que seguían los mismos derroteros que ella. No obstante, considera que, en general, la ciencia soviética era equiparable a la occidental y no parecía estar influida por la filosofía marxista “en absoluto” (298).
A mi juicio el núcleo de la postura de Lysenko no es positiva sino negativa y está constituida por su rechazo a las teorías sintéticas que defendían un mecanismo unilateral por el cual la herencia determina la constitución de los organismos vivos, y si hay que indicar un rasgo positivo fundamental de su pensamiento no es el de ambiente sino el de desarrollo. En muchos aspectos su concepción es similar a la de Conrad H.Waddington (1905-1975) que, no por casualidad, fue entonces equiparado a Lysenko e incluido en el índice de los malditos de la biología (299). Frente a la escisión entre genotipo y fenotipo, Waddington propuso el término epigénesis, referido al proceso de desarrollo de los organismos, ontogénesis, de los que se había olvidado la genética formalista. Waddington habló de una “asimilación genética”, considerando que los organismos eran capaces de reaccionar a las presiones del entorno modificando su comportamiento, e incluso su estructura. Para Waddington, la capacidad de reacción no era pasiva sino activa y estaba dirigida por los genes. Por medio de la asimilación genética, un tejido convierte un estímulo externo (ambiental) en otro interno (génico) de modo que se vuelve independiente del inductor ambiental. Otro biólogo maldito de la misma época, Richard Goldschmidt (1878-1958), sugirió que la información contenida en el fenotipo, adquirida a lo largo de la vida, se integraba en el genotipo en determinadas condiciones, fijándose en el genoma (fenocopia) y transmitiéndose así a las generaciones sucesivas.
Mantengo dudas, que no estoy en condiciones de resolver ahora, acerca de si la crítica de los lysenkistas fue, al mismo tiempo, capaz de asimilar la médula racional de la genética formalista o si, por el contrario, adoptaron la misma posición errónea que éstos, un rechazo en bloque de las concepciones opuestas. La propaganda burguesa sostiene que existió un repudio total de las concepciones genetistas a causa de su naturaleza idealista. Esta ridícula línea argumental conduciría al absurdo de proceder de idéntica manera con Kant o con Hegel y reprobar, por ejemplo, la dialéctica a causa de su origen idealista. El criterio de Marx y Engels fue otro. Consistió en criticar aquellas concepciones que fueran falsas o erróneas y, por el contrario, incorporar al acerbo científico aquellas nociones certeras, cualquiera que fuese su origen. Pero por encima de todo ello, considero esencial que gracias a la firmeza que demostró en la defensa de sus postulados (otros dirían dogmatismo, fanatismo, intolerancia), la URSS fue uno de los pocos países del mundo en los que pudo contrarrestarse la influencia de la teoría sintética. A causa de ello la propaganda imperialista lanzó en la posguerra su ofensiva de acusaciones falsas en su contra según la cual sus tesis habían conducido a la prohibición de la genética, al cierre de los laboratorios y el encarcelamiento de los biólogos opuestos a sus tesis.
Vamos a comprobar la falsedad de esta campaña.