El liquen es una curiosa formación simbiótica. No es un ejemplar en si mismo, sino que son dos formando una unidad fisiológica, pues se trata de un hongo y un alga que viven inseparables (en simbiosis) protegiéndose mutuamente; es más, si intentasen vivir por separado morirían ambos. Debido a eso, los biólogos le han dado muchas vueltas de cómo clasificarlos, si dentro de los hongos (micofitos), de las algas (ficofitos), o en una agrupación separada. Muchos autores se inclinaron por incluir los líquenes en los micoficofitos, ficomicofitos o liquenofitos, dándole así naturaleza de ser independiente, a pesar de que las dos especies que lo forman pertenecen a divisiones botánicas distintas.
El liquen, gracias a la unión simbiótica de estos dos seres vivos, ha conseguido colonizar los espacios más diversos, e incluso en condiciones imposibles para cualquiera de los dos simbiontes, sea con temperaturas extremas, ausencia de agua o materia orgánica del que alimentarse.
El funcionamiento simbiótico del liquen es digno de estudio: el alga (que puede ser una cianofícea o clorofícea), es capaz de adaptarse a condiciones de luz muy tenues, y es la encargada de realizar la fotosíntesis, convirtiendo la energía de la luz por pequeña que sea en materia orgánica asimilable (hidratos de carbono). Por su parte, el hongo (la mayoría son ascomicetos), que no tienen esa capacidad fotosintética, utilizan las hifas fúngicas para absorber el agua y los minerales, manteniendo la hidratación. Así, tanto el alga como el hongo pueden sintetizar conjuntamente sustancias nutritivas para ambos que ninguno de los dos podría realizar por separado.
Los líquenes pueden desarrollar fácilmente sobre las cortezas de los árboles, suelos de musgos e incluso sobre las rocas, de hecho en algunas regiones del globo como los desiertos helados de la Antártida, colonizan sin dificultad las zonas rocosas desprovistas de hielo o nieve (se han observado incluso incrustados en el interior de las rocas), aunque debido a las temperaturas extremas e inhóspitas de esas latitudes crecen muy lentamente. Los líquenes son los primeros organismos en colonizar cualquier ecosistema, y en el caso del Antártico se han adaptado de tal forma a su climatología que son actualmente los líderes de la vegetación en aquel continente.
Los líquenes tienen un importante papel ecológico, al contribuir a la erosión de las rocas, pero además los científicos han descubierto que son muy sensibles a la contaminación atmosférica, por lo que pueden ser utilizados como excelentes indicadores de la degradación ambiental. Sirven también para el estudio de las anteriores deglaciaciones, analizando los parámetros de crecimiento anual de ciertas especies, y así estimar cuándo se produjo el retroceso de los glaciares.
Se estima igualmente que determinados líquenes tienen aplicación en medicina, debido a ciertos compuestos químicos que sólo son producidos por estas especies.
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