En el interior de Galicia, en la zona donde se unen los ríos Miño y Sil, y a lo largo del curso de éste, podemos admirar la Ribeira Sacra, un impresionante paisaje agreste con profundos cañones en algunas partes, y con verdes y boscosas riberas en otras, donde abundan los castaños, encinas y carballeiras (bosques de roble carballo).
Cuando el cristianismo comenzaba su andadura, los monjes y eremitas hallaron en estas tierras que estaban aisladas y recónditas, ausentes de caminos e imposibles de llegar, un sitio donde establecerse y practicar la vida ascética, un lugar que por su espectacular naturaleza y grandiosidad les acercaba a Dios. Y así, con el tiempo, fueron asentándose en sus márgenes, construyendo cenobios, levantando conventos y monasterios, cuyo florecimiento en las artes y la cultura llegaron a trascender al resto de toda Galicia, aportando también progreso y conocimiento a su entorno. La geografía arquitectónica se enriquecería a lo largo de los siglos con la aparición de castillos, pazos, iglesias…, y puentes para enlazar todo este valioso patrimonio.
El término Ribeira Sacra se ancla en el siglo XII, cuando Teresa de Portugal denominó a esta zona como «Rivoyra Sacrata» en un documento fundacional del Monasterio de Montederramo, que fue otorgado el 21 de agosto del año 1124. Ese término, desconocido entonces para la población, se popularizó cuando el historiador Fray Antonio Yepes publicó sus comentarios al documento, traduciendo la denominación como «Ribeira Sacra» y señalando que la misma aludía a los variados monasterios que salpicaban la zona.
Estos parajes son cuna de numerosas historias y leyendas que fueron trascendiendo a través de la cultura popular hasta nuestros días. Una de esas leyendas, de corte clásico, dice que Júpiter se hallaba tan prendado de la tierra gallega que deseaba poseerla, por lo que la atravesó con un río, el Miño. No gustó eso a su esposa, la diosa Juno, que se negó a que una extraña compartiese a su amado, por lo que ideó abrir una herida en el vientre de aquella hermosa tierra, pensando que así Júpiter terminaría repudiándola. Abrió así una profunda hendidura en su seno, convirtiéndola en lo que hoy son los hermosos Cañones del Sil.
El río Sil es navegable a lo largo de 40 km, a través de aguas remansas que permiten admirar sin prisas el escarpado entorno, un espacio de grandes formaciones rocosas de caídas vertiginosas de hasta 300 metros de desnivel, que a la vez se extienden hacia el cielo recreando los sentidos en un espectáculo grandioso, ese que se escenifica en la leyenda de la diosa Juno. Por supuesto, el paraje acoge monasterios alguno de los cuales puede ser divisado mientras se navega, como el de Santa Cristina de Ribas de Sil, del siglo XII; o el de Santo Estevo de Ribas de Sil, un cenobio benedictino del siglo VI (de los primeros templos levantados en la zona) que posee un importante claustro románico posteriormente reformado en el siglo XVI.
Desde la superficie del río es visible también el esfuerzo humano por aprovechar las ricas tierras de sus laderas. Por ello, la Ribeira Sacra merece un apartado en lo que respecta a la «viticultura heroica». Se denomina así al tipo de viticultura que se realiza en esta región (ya practicada en la época romana, en la Gallaecia romanizada), donde las cepas crecen en bancales y pendientes que retienen el aliento, discurriendo vertiginosos desde lo alto de los cañones hasta el borde del río.
Los viticultores realizan una notable hazaña a lo largo del año, bien calificada de «heróica», para mantener y producir la uva en estas condiciones de gran peligrosidad. Algunas de las labores, principalmente la vendimia, constituyen un auténtico desafío; descender y elevar cajas, herramientas y materiales debe llevarse a cabo recurriendo a cables, raíles, rudimentarios ascensores, e incluso atando cuerdas al cuerpo a modo de arneses.
Todo este penoso trabajo tiene sus notables ventajas: la obtención de unos vinos de gran calidad favorecidos por un clima milagroso, el que aporta los ríos en forma de temperatura constante y una protección contra el viento que, junto con la privilegiada orientación de las plantaciones, permiten una óptima maduración de la uva. Estos vinos, sobre todo tintos de la variedad Mencía, pero también blancos del cada vez más afamado Godello, que son todos ellos caldos muy aromáticos y afrutados, constituyen la Denominación de Origen Ribeira Sacra.
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