¿Qué es la educación ambiental?
El concepto de educación ambiental ha evolucionado en el tiempo, desde una mera toma de conciencia sobre la interacción humana con el medio físico, hasta la actual consideración de que debe ser parte de la educación formal o reglada. La necesidad de alcanzar este objetivo, se basa en el conocimiento científico sobre los límites del desarrollo y la industrialización, es decir, los modelos de desarrollo social y económico donde el factor humano es fundamental, al ser considerado el elemento que puede distorsionar, e incluso impedir, el proceso hacia la sostenibilidad, que no es otro que el uso de los recursos naturales sin comprometer su renovación.
Del concepto de «desarrollo sostenible» nació la idea de «educación para la sostenibilidad». Ese término fue recogido por el Informe Brundtland (elaborado por la ex-primera ministra noruega Gro Harlem Brundtland para la ONU en 1987), donde se analizaba y planteaba el alto coste medioambiental de las políticas económicas globales. El desarrollo sostenible se definió como «el desarrollo que satisface las necesidades de las generaciones presentes, sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades». La educación para la sostenibilidad comenzó su andadura el 1 de enero de 2005, de la mano de Naciones Unidas.
La educación ambiental predica pues, la conservación de la geodiversidad, la flora, la fauna y, en general, los ecosistemas que constituyen el medio natural, pero dentro de un modelo compatible con el desarrollo económico, social y cultural de las comunidades humanas.
En la actualidad, ignorar la crisis medioambiental va ganando disidencia y siendo asumido como un problema tangible, como una cuestión de interés global que debe ser abordada, no solo desde la vertiente educativa, sino también de manera especializada. De hecho, han comenzado a surgir campos profesionales sobre estas disciplinas, a la luz de las nuevas necesidades y al amparo de políticas específicas para su ejercicio. Así, es común hallar nuevos ámbitos de formación en cuestiones medioambientales, el monitor medioambiental o especializado en gestión ambiental, por ejemplo, ya constituye una figura recurrida en sectores como el turismo rural, parques naturales, centros de observación e interpretación de la naturaleza, etc. La acreditación universitaria ofrece además a esos títulos unas garantías de calidad y cualificación.
La importancia pedagógica de la educación ambiental
Hay que entender la educación ambiental como un proceso de aprendizaje cuyo propósito es conseguir implantar, especialmente en las mentes más jóvenes, la comprensión de las realidades ambientales que le rodean. Generar conciencia de que el individuo pertenece a un entorno y depende de él, junto con la creación de un sentimiento de responsabilidad en su uso y mantenimiento, es un objetivo básico y pedagógico de la educación ambiental.
Esa conciencia adquirida puede ser clave durante la educación infantil, formando humanos que en su adultez serán capaces de tomar decisiones acertadas en el plano de las numerosas variables medioambientales, tales como la contaminación, biodiversidad, recursos naturales, cambio climático, energías y agricultura sostenible, etc.
La pedagogía de la educación ambiental debe conseguir también, introducir el convencimiento de que el aprendizaje en esa materia y su aplicación práctica nunca concluye. La educación ambiental es un proceso que puede nacer a edades tempranas, pero involucra al individuo a lo largo de toda su vida. El niño que ha sido instruido para adoptar hábitos y actitudes tendentes a un cambio efectivo, será un transmisor eficaz de los mismos a las siguientes generaciones.
Antecedentes históricos
La primeras referencias de carácter pedagógico relacionada con el medio ambiente, las hallamos en el siglo V a.C., en la Edad de Oro griega. Constituyó una época brillante de la historia de la humanidad, donde muchas intuiciones fueron formuladas, y después revisadas e incluso confirmadas a partir del Renacimiento. Una meta en aquella antigua Grecia era apostar por la educación, viviendo con sabiduría y en armonía con la naturaleza. Distinguían el pensamiento griego dos etapas principales: la primera fue la naturalista y la segunda la humanista. En el estudio de la Naturaleza los griegos se inhibieron de las influencias religiosas, fantásticas o mitológicas, haciéndolo por sí mismos y basándose en la experiencia y la razón.
Los pensadores griegos estudiaron la materia. Se dieron cuenta de que había una relación entre los diferentes elementos naturales, y que existían bajo el orden de una ley universal. Así, para Tales de Mileto el agua era la fuente de la vida y el origen de todas las cosas; para Anaximandro lo primero no era el agua, sino el tiempo; Anaximenes consideraba el aire como el principio universal, generador de todos los cuerpo sensibles; y para Heráclito era el fuego el elemento principal, que engendraba el agua, la tierra y el aire.
Y mientras estos filósofos eran partidarios de una única sustancia primordial, de la que se generarían las demás, surge Empédocles, agrupando todos los elementos, combinando tierra, agua, aire y fuego para dar origen a las cosas sensibles. Esta fue la teoría que más apoyo y aceptación tendría posteriormente.
La historia está salpicada de pequeños actos relacionados con la educación y el medio ambiente que han conseguido llegar hasta nosotros, sea a partir de crónicas escritas por historiadores de cada época, o narraciones que citan a otras personas o autores. Se conocen algunos sucesos y leyes que vienen a confirmar que, a pesar del desconocimiento sobre el funcionamiento de las interrelaciones naturales, se apreciaba cierto pragmatismo en cuestión de contaminación de los suelos, acústica o de conservación forestal. Así, se destaca la prohibición del paso de cuadrigas a determinadas horas de la noche por las calzadas romanas; de la expulsión de los carniceros del centro de París en el siglo XIV por los vertidos que arrojaban a la vía pública; de las primeras leyes dictadas en Inglaterra contra la contaminación entre los siglos XV y XVII; y también en España en el siglo XVII para recuperar las masas forestales por la tala abusiva con destino a la construcción de armas. En América del Norte también fue, en 1626, el momento en que comenzó a vincularse pedagógicamente escuela y naturaleza, siendo aplicados por los pioneros muchas experiencias que fueron incomprendidas en el viejo mundo.
Los precursores de la educación ambiental, así como los movimientos ecologistas y proambientales, surgieron alrededor del siglo XIX-XX. La Naturaleza pasó de ser objeto de admiración y contemplación, para convertirse en objeto de valor y riqueza, y debido a sus posibles amenazas debía ser protegido y conservado.
Los naturalistas, geógrafos, astrónomos y matemáticos griegos se preocuparon por el estudio de la tierra, así como de los pueblos conocidos entonces. Ese interés les llevó a viajar para conocer y estudiar lo que después plasmaron en sus escritos.
Fue a finales de la década de 1960 cuando el término «educación ambiental» comenzó a aflorar. El deterioro del medio natural que se estaba manifestando, así como la preocupación global por las graves condiciones ambientales en el mundo, forzó el surgimiento de foros donde se denunciaban hechos que, para los estudiosos del fenómeno en esa época, ya constituían indicios serios de un progresivo deterioro medioambiental, con un futuro incierto si no se atajaban las causas. Las bases teóricas de la educación ambiental se fueron sembrando hasta que tuvo lugar la primera Cumbre de la Tierra en 1972.
En la Conferencia de Estocolmo de 1972, y que se recordará a partir de entonces como el Día Mundial del Medio Ambiente, fue donde se manifestó por primera vez una preocupación mundial institucionalizada sobre la problemática ambiental global. La dimensión ambiental se introdujo en la agenda política como limitadora y condicionadora del uso de los recursos naturales, así como del modelo de crecimiento económico tradicional. De aquella histórica Conferencia, a la que asistieron 113 países, junto con un gran número de observadores, surgió la Declaración de Estocolmo, que las Naciones Unidas aprobaría durante las Conferencias sobre el Medio Ambiente Humano, y que incluyó 26 principios donde se expresaron los derechos ecológicos de la humanidad, acompañados de un Plan de Acción que acogía 109 recomendaciones. El principio nº 19 señala expresamente a la educación ambiental: «Es indispensable una labor de educación en cuestiones ambientales, dirigida tanto a las generaciones jóvenes como a los adultos y que preste la debida atención al sector de población menos privilegiado, para ensanchar las bases de una opinión pública bien informada y de una conducta de los individuos, de las empresas y de las colectividades inspiradas en el sentido de su responsabilidad en cuanto a la protección y mejoramiento del medio en toda su dimensión humana…».
En el mismo año 1972, se hizo público por parte del Club de Roma el informe «Los límites del crecimiento», firmado por más de un centenar de científicos reconocidos (incluso varios premios Nobel), donde se señaló que la humanidad no puede crecer de manera ilimitada, generando en la opinión pública un gran debate: «Si continúan sin cambios las tendencias actuales de crecimiento de la población mundial, de la industrialización, contaminación, producción de alimentos y agotamiento de recursos, los límites al crecimiento del planeta se alcanzarán dentro de los próximos 100 años. El resultado más probable será un declive súbito e incontrolable, tanto de la población como de la capacidad industrial”.
A partir de la realidad mostrada por el informe del Club de Roma, la educación ambiental ha ido evolucionando, adaptándose a los retos que se fueron presentando. Actualmente, la educación ambiental tiene como meta lograr la nueva estrategia presentada por las Naciones Unidas: Los Objetivos de Desarrollo Sostenible, programa donde se recogen los retos de 17 objetivos que se marcan como horizonte el 2030.
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