Las islas Bélep están situada al norte de la Isla Grande a la que están unidas por cuatro vuelos semanales (dos en ambos sentidos) con base en Koumac, ciudad desde la que también zarpan los barcos que realizan avituallamiento; uno para turistas es mucho más rápido y realiza viajes dos veces por semana. Allí también es posible formarse una idea de cómo es la isla principal, más salvaje y auténtica que el resto de este territorio francés en el Pacífico en donde las explotaciones mineras están provocando grandes problemas ambientales.
También es posible partir desde POUM, pero de entrada es el punto menos recomendable ya que en este caso sería en barcazas más rudimentarias, menos veloces y por lo tanto alargan más la travesía, aunque ya estaríamos a mitad de camino respecto a la partida de Koumac. Hay dos islas principales, aunque la mayoría de sus casi mil pobladores están en la del Sur (Ile Art, Waala o Sainte Marie funge como capital administrativa), Pott y los dos grupos de las Islas Daos del Norte y Daos del Sur prácticamente deshabitadas, en total casi 70 kilómetros cuadrados y utilizan la lengua nyeláyu.
Cuenta la historia que el jefe de Gomen [del clan Bélep y del que procede el nombre] se exilió en el XV e inició el poblamiento de la isla más grande en donde se establecerá una misión católica en 1856, la iglesia sobresale, imponente y con todo su esplendor sobre todos los demás edificios, sobre todo si uno llega vía marítima; la pesca es la que marca el ritmo de la vida en estas gentes que prácticamente viven en un sistema autárquico que tratan de preservar a ultranza de toda sobreexplotación, sólo paneles solares parecen romper la armonía en unas tierras que diríamos permanecen ancladas en un pasado remoto y encierra uno de los ecosistemas más preciosos de la región [más al norte hay una zona de arrecifes e islotes deshabitados que son también Patrimonio Mundial de la Humanidad y de los que ya escribimos algo aprovechando el sello del correo de Nueva Caledonia con la emisión dedicada a d’Entrecasteaux]
Antes de intentar ir por libre hay que avisar al ayuntamiento o a las autoridades permanentes de Mont Dore que gestionarán el encuentro con el gran jefe en la Chefferie de Dau Ar [WAALA] y les explicará la peculiar historia de Bélep. Hay que ir preparados con un pequeño regalo, no tiene por qué ser ni caro ni extraordinariamente ostentoso, pero ese gesto hará que las puertas de todos los hogares le acojan con una sencillez y gratitud que sorprenderá al viajero que se atrevió a adentrarse por las denominadas islas misteriosas [incluso nos atreveríamos a sugerir algunos recuerdos para los críos, sobre todo en edad escolar, entonces un simple lápiz o bolígrafo hace feliz estas criaturas en el más amplio sentido de la palabra].
Sainte Marie [Waala] es el punto administrativo, pero que nadie piense que allí encontrará una ciudad según nuestro concepto europeo, apenas los servicios esenciales, oficina de correos, dispensario, gendarmería, iglesia, una tienda de ultramarinos y para de contar. Entre 1892 y 1898 la misión católica funcionó como leprosería en estas latitudes del Mar de Coral como lo fuera Molokai en las Hawai del Padre Damián.
La Iglesia de 1900 estaba en fase de estudio para incluirla en el catálogo de monumentos históricos. De la tranquila vida de Bélep poco hay para el turista clásico, pero sí mucho para el viajero curioso al que le recomendamos las caminatas [preguntar y tener la autorización preceptiva antes del inicio del camino] o irse de pesca con los lugareños y, si cae por allí en sábados alternos, entonces quizá le pueda entretener su mercado en donde acuden prácticamente la totalidad de sus pobladores. Pero lo que realmente le impactará, si tiene la oportunidad de disfrutarlo, es el espectáculo de danzas tradicionales, muchas veces están de gira y entonces nos tendremos que conformar con los “enlatados” que a veces se localizan en las tiendas de recuerdos de las terminales aéreas.
Posiblemente el tema gastronómico es el que más preocupará al viajero, no obstante tiene una media docena de ofertas que tampoco está nada mal; eso sí hay que tener la precaución de reservar en alguna de las Chambres D’Hote que ofrecen alojamiento y comida, bastante básicos y teniendo en cuenta la coordenadas de la vida por estas latitudes -recuerde, por ejemplo, que el dispensario funciona en semanas alternas-. Ya sabe: sea amable, salude y comparta su tiempo con los lugareños, allí no tiene ningún valor y los días se parecen como dos gotas de agua. Lo extraño vendrá después, cuando te reintegres al bullicio cotidiano y entonces, lógicamente, acabamos estresados por la vida tan milimétricamente controlada a la que entre unos y otros nos han diseñado en una Europa cada vez más decadente y, visto lo visto, de escasos valores respecto a estas sociedades mucho más sencillas y humanas. Mi consejo para cualquiera que se atreva a perderse por Bélep será que se deje sorprender y disfrute de la vida al pausado ritmo de la zona (el reloj lo puede dejar en su “petate” porque allí prácticamente las horas no tienen sentido). Y aunque sólo sea una anécdota, no deja de sorprender que tan exigua población tenga también su Partido por la Independencia que es el que actualmente controla el destino de poco menos de 900 personas en su mayoría kanakos (prácticamente no hay ningún europeo y apenas media docena de origen asiático).
Hemos estado revisando los catálogos para ver si hay alguna emisión postal específica (otra cosa son las especies comunes que suelen encontrarse prácticamente por toda la región) y el 4 de mayo de 1981 aparecía un sello donde encontramos el mapa de las islas Bélep, aquel valor es de 26 francos de la época. Más reciente es el aparecido el 15 de noviembre de 2004 dedicado a la Bahía de Walla. Para ubicar estas islas sólo tenemos que buscar Nueva Caledonia y en la parte norte, cerca de los arrecifes d’Entrecasteaux que ya hemos mencionado, tendremos estas islas prácticamente ignoradas por el turismo de masas, algo que en cierta medida les facilita esa autenticidad que acaba cautivando al viajero cuando busca paz y sosiego en un mundo que nos controla milimétricamente hasta el último minuto de cada día (no digamos ya de nuestras conversaciones con la tecnología digital que saben hasta cómo respiramos). Si le interesan los sellos de esta región entonces basta con buscarlos en cualquiera de los múltiples enlaces de Internet dedicados a la filatelia.
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