Hablar de la isla Amedée, es hablar de su faro. Una peculiar e histórica construcción que realizó un impresionante viaje por barco desde París, en donde se construyó, hasta esta pequeña, pero preciosa islita en medio de la Gran Laguna, a poco menos de 25 kilómetros de Nouméa (la capital de Nueva Caledonia) y uno de esos puntos que uno no debiera perderse si tiene la oportunidad.
Personalmente, fue en 1974 cuando tuve conocimiento de esa preciosa isla gracias a una amiga de correspondencia que en aquellos años iniciaba su formación y estaba estudiando español por aquellas latitudes. Estaba realizando el servicio militar, [en septiembre en la murciana Cartagena y aquella carta desde tan lejos me sorprendió, por supuesto tampoco fue una experiencia traumatizante: estoy de acuerdo con el pueblo suizo sobre los beneficios que ello comporta y el desacuerdo total para la estulticia de los políticos españoles]. Tras varios años de correspondencia, en algunas de aquellas cartas, me habló de la isla y jamás pensé que podría tener la fortuna de visitarla.
Pero la vida da muchas vueltas y un día se presenta esa oportunidad que fue en el 2013 con motivo de mi cese en el servicio activo (medio siglo de trabajo, creo, merecían un regalo especial), aunque los políticos no paran de arrearnos porque, al parecer, los culpables de todo cuanto ocurre en este país es de los funcionarios de carrera que se ganaron sus oposiciones con grandes esfuerzos y sacrificio de su tiempo libre [la selección actual, verdaderamente da asco y así nos luce el pelo desde que se instaló el todos sirven para todo y comenzaron a regalar titulaciones que en nada se asemejan a sus equivalentes décadas atrás]. ¿De qué se extrañan si después estamos a la cola de cualquier estudio sobre la calidad de nuestros discentes? ¿De verdad están por la labor de formar a los mejores expedientes académicos o realmente de elevar la idiocia al grado mayor?
Así que, viendo los continuos “corralitos” a los que nos han sometido desde que nos metieron en la UE [fue casi similar al OTAN DE ENTRADA NO ¿Lo recuerdan?]. No me lo pensé dos veces y el otoño del 2012 comencé a “guardar” el porcentaje que calculaba para ese viaje. Momentáneamente, la vuelta al mundo, quedaba aparcada ante una realidad que desborda cualquier previsión y resultó más económico de lo que había calculado a pesar de que Nueva Caledonia no es un destino barato.
Los días de estancia en Nouméa me permitieron gestionar nada más llegar de Vanuatu la salida para pasar un domingo [este es un día que, generalmente, en tierras galas, todo está cerrado, así que tienes que llenarlo como sea] en Faro Amedée. ¡Bingo! Fue una de esas excursiones caras que, al final, resultan baratas por todo cuanto comporta esa experiencia y si te descuidas, no consigues realizar todas las actividades que te tienen programadas.
Desembarco, zumos de bienvenida, explicación de las actividades, barco con fibra de vidrio para visionar la fauna marina de aquel paraíso, comida, espectáculo tahitiano, desfile de bellezas autóctonas [son las mismas chicas que te dan la bienvenida en el Puerto de Nouméa y que lo mismo te acogen que te preparan la comida] pruebas de pareo [ya participa el mismo público], subida a los cocoteros -previo entrenamiento- compras y, sobre todo, en mi caso: LA VISITA AL FARO.
Se trata de una estructura ideada por Rigolet en el nordeste de la ciudad de la luz en 1862. Todos sus componentes metálicos fueron montados y luego cuidadosamente embalados para ser enviados siguiendo el curso del Sena hasta el puerto de El Havre en donde embarcarían con destino a Nueva Caledonia. En total 387.953 kilos que dan una soberbia silueta de 56 metros visible para los navegantes que se introducen por aquellas aguas repletas de arrecifes.
Fue el primer faro totalmente metálico construido en Francia y desde el 15 de noviembre de 1865 [día de la Emperatriz Eugenia, a la sazón esposa de Napoleón III, ese detalle napoleónico está bien presente en el frontispicio de acceso al faro en cuyos bajos tienen montada una pequeña exposición con paneles y fotografías que explican todo el proceso desde su concepción al resultado final] se encarga, con solemnidad, de la seguridad de los navegantes que tienen señalada la entrada al pasaje Boulari, uno de los tres pasajes naturales en torno a la islita y que de manera natural forma el arrecife circular.
Hay otro faro igual, pero en el otro lado del mundo: en el Canal de la Mancha, en Roches.les-Douvres, fue preparado para la Exposición Universal de París en 1867 y luego colocado en su actual ubicación. Cuando el faro de Amedée fue encargado por el entonces Comandante Jean Marie Saisset (Nueva Caledonia fungía como colonia penal y hacía pocos años que era administrada por Francia) había escogido la isla para los convictos de la metrópoli y el faro tuvo que hacerse en París porque no había personal cualificado que pudiera iniciar la obra de ingeniería. La islita tampoco tiene material que permitieran pensar en extraer lo necesario de su suelo, así que absolutamente todo tenía que ser transportado desde el puerto de lo que hoy se conoce como Nouméa y que es la capital de estas islas en el Pacífico Sur. Los militares fueron los encargados de levantar la obra auxiliados por algunos trabajadores indígenas que hicieron el milagro en tan solitario rincón del mundo.
Las costas francesas siguieron un efectivo programa de balizamiento, los primeros faros de este proyecto inicial se levantaron en 1825. Ello hizo de Francia una de las principales administraciones en la construcción de este tipo de ayudas a la navegación. Había dos constructoras especializadas Sautter y Henry-Lepaute a los que en 1862 se les añadió la Barbier-Fenestre.
Hay que contextualizar el momento histórico y la importancia de la seguridad marítima en un momento en que el barco era el medio de transporte por excelencia, sobre todo en los viajes interoceánicos. Rigolet fue el que propuso para Amedée la construcción del “mecano de hierro”. Más de 1265 pesados cajones fueron embarcados en el Emile-Pereire en mayo de 1864 en el puerto de El Havre. El viaje duró tres meses hasta que se desembarcó el encargo en el entonces Port-de-France (Nueva Caledonia): al año siguiente ya estaba listo para ser inaugurado. Pocas semanas después partía desde Marsella el ingeniero colonial al que se le confiaba el proyecto: Stanislas Bertin, fue el encargado de supervisar el montaje de uno de los faros más bonitos del mundo (infinidad de imágenes están disponibles en cualquier buscador; impresionante -y cansada- su escalera de caracol con 247 peldaños y el paisaje que se ve desde su privilegiada atalaya, sobre todo si el día está claro). Los 56 metros equivalen a un bloque moderno de veinte pisos; contemplar la belleza de la naturaleza desde tan impresionante atalaya en los 360º es algo que difícilmente olvidarán tus retinas.
La explotación de la isla la realiza la empresa Mary D que promueve las excursiones de manera regular y hace que unas 25.000 personas tengan, cada año, la oportunidad de disfrutar de tan inaccesible lugar [no hay otra forma de ir, excepto que seas un potentado y elijas el helicóptero, un taxi exclusivo o una escapada para hacer submarinismo con las agencias que prestan este servicio]. La excursión, ya lo hemos dicho, es cara, pero si tenemos en cuenta las prestaciones, convendríamos en decir que resulta barata. Por ello cualquiera que esté por la zona debería permitirse ese capricho. Desde que accedes a uno de sus modernos yates, prácticamente todo está preparado, sólo tienes que tener en cuenta el reloj para poder realizar todas las actividades previstas y, con suerte, hasta puedes ver saltar a las ballenas, algo que nunca se sabe y aconteció durante mi escapada, estos cetáceos vienen a la región a criar desde la lejana zona Antártica.
De su fauna terrestre la más característica es la Tricot Rayé. Diferentes paneles informativos advierten al visitante la presencia de esta serpiente de mar que suele descansar y realizar su digestión en tierra [su dieta son las anguilas y los pececillos que atrapa en los cercanos arrecifes coralinos]. En la isla uno la suele encontrar arrastrándose, debajo de la hojarasca, entre las raíces de los árboles, entre las pocas piedras procedentes de los trozos coralinos de sus alrededores o los huecos que escarban los cangrejos. Son unas serpientes simpáticas y tímidas, pero: ¡Ojo: son venenosas! Aunque los paneles ya nos advierten que por su morfología es prácticamente imposible que ataque al ser humano. Se trata de una especie protegida [prácticamente todas las especies de la zona tienen este estatus] y no hay que molestarlas cuando regresan a tierra a descansar.
Varias veces ha sido filatelizado el Faro Amedée, hemos buscado y localizado tres efectos dedicados a él. En la oficina del aeropuerto había dos enteros postales, pero no estaban a la venta porque se habían agotado y esos dos ejemplares no hubo forma de conseguirlos porque había que desmontar el mostrador, así que estarán allí hasta que cambien la configuración de la oficina.
En la isla hay un solitario buzón de correos para dejar nuestras postales a las que les aplican una marca de tampón azul. Lamentablemente no siempre queda bien estampado, las postales tienen una superficie que no absorbe y, en la manipulación postal correspondiente, esa tinta se corre y la marca se acaba estropeando. Pero, todo hay que decirlo, las 10 postales que dejé llegaron a su destino [los 20€ esta vez no fueron en vano]. Para los que llegan a Faro Amedée y no han preparado sus envíos, hay una tienda de recuerdos en la que tienen un buen surtido de “la isla postal”, justo bajo las piedras del solitario buzón, suelen estar durmiendo algunas de las inofensivas serpientes de la zona. ¡Que la disfruten!
www.amedeeisland.com
www.amedee.sponline.com
www.amedeediving.nc
www.office-tourisme-nc
www.air-caledonie.nc
JUAN FRANCO CRESPO
lacandon999@yahoo.es
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