El crecimiento demográfico y los procesos de urbanización demandan cada vez más producción de alimentos. Según las proyecciones de la ONU, para 2050 la población mundial podría aumentar un 72% comparado con la estadística de 1995. Para entonces, es de esperar la reducción del déficit alimentario y un aumento per cápita en el consumo. Las industrias cárnicas, especialmente el sector avícola, ya constituye globalmente en la actualidad uno de los más importantes y, sin duda, jugará igualmente un importante papel en la alimentación de la población a nivel mundial.
Sobre la producción avícola que nos ocupará en este artículo, las tecnologías y adelantos en los métodos de reproducción han conseguido una notable especialización, no sólo en diversificación y mejora genética de aves cada vez más productivas, sino también en los procesos de cría y desarrollo. La incubación artificial es uno de esos procesos que requieren de tecnología que permita emular, con la máxima fidelidad, las condiciones que aportan las hembras de las aves incubando en su estado natural.
Las instalaciones avícolas rurales, de carácter familiar o en pequeña escala, siguen desempeñando en los países en desarrollo, y también en muchas regiones deprimidas de nuestro mundo occidental, una función esencial de suministro de productos avícolas; recordemos que un 80% aproximadamente de los hogares rurales de esos países crían aves de corral. Además, estas actividades prestan un apoyo económico y oportunidades de generación de ingresos. En este sentido, disponer de facilidades a nivel doméstico para la incubación artificial de aves, colabora en obtener esos objetivos, por ello, a lo largo de este artículo también veremos cómo hacer una incubadora paso a paso para uso doméstico.
En la naturaleza, el proceso de incubación de las aves se inicia cuando el macho cubre a la hembra y realiza la fertilización de sus óvulos (el gallo, en el caso de las aves domésticas más habituales, como las gallinas). Siguiendo con la gallina como ejemplo para nuestro artículo, tras la fertilización, en su tracto reproductivo comenzarán a formarse los huevos, que serán expulsados cuando alcancen su plenitud.
La gallina continúa con la incubación de un huevo fértil aportando su calor corporal, operación que realiza tras la construcción de un nido (en las industrias avícolas los lugares de incubación y de puesta ya han sido habilitados previamente). El proceso de incubación dura aproximadamente 21 días.
Incubación natural
La incubación posterior a la fertilización, es el proceso natural que se pretende imitar artificialmente prescindiendo de la gallina clueca y su instinto maternal. En este procedimiento alternativo, la ausencia de la gallina no constituye ningún inconveniente si se respetan todos los parámetros que ya se dan de forma natural. Conociendo la biología y la física del proceso y dotándose de la tecnología apropiada, se puede llevar a cabo la incubación y cría de los polluelos con un alto porcentaje de efectividad.
Desde que la humanidad abandonó los bosques y la vida nómada haciéndose sedentaria y creando sociedades, comenzó a explotar la agricultura y la ganadería, aprendiendo a cultivar aquellas plantas silvestres que antes recolectaba y reproducir diferentes animales en cautividad.
La cría de aves fue uno de los recursos de subsistencia más socorrido, quizá por su facilidad y menores requisitos en el consumo de energía en comparación con los animales mamíferos, generalmente de mayor envergadura y con más necesidades durante la crianza.
Para la reproducción avícola los humanos también aprendieron de las costumbres de las propias aves, las cuales muchas de ellas aprovechan por el día el calor del sol para depositar los huevos en los lugares más propicios, ocupándose de ellos cuando llega el ocaso. También algunas especies depositan sus huevos entre capas de estiércol u otras materias vegetales en proceso de descomposición, para servirse del calor emitido por la fermentación. Debieron así los humanos percatarse de la posibilidad de aportar a los huevos calor artificialmente, para conseguir reproducir las especies que más les convenía al margen del proceso natural.
Se sabe que la incubación artificial, y especialmente de aves, existe desde mucho antes de la era cristiana. Un hecho, es que las aves son los animales domésticos que más veces aparecen en la historia escrita, en documentos chinos del 1.400 a.C. ya se hace referencia a estos animales. El tratado de Catón, del 200 a.C., fue el primero en describir las prácticas avícolas y cómo alimentar las gallinas para la producción de carne. En el 600 a.C, el escritor griego Aristófanes ya menciona las gallinas. El propio Aristóteles también escribió en el 400 a.C. sobre cómo los egipcios incubaban huevos de gallina artificialmente usando antiguos hornos de pan.
Dijeron los latinos Nihil novum sub sole, y ciertamente no erraban en ese pensamiento recogido en la Vulgata de que «Ya no hay nada nuevo bajo el sol», y cuya expresión ya ha sido incorporada a nuestro vocabulario popular actual. Desde que la Tierra se ha formado, creada la atmósfera oxidante, sus continentes, la vida… todo gira en torno a un ciclo, y todo lo que hacemos es una reiteración de algo que ya existía. No hay nada nuevo que descubrir, ese sería el sentido. Por ejemplo, las técnicas que hoy utilizamos para la reproducción de animales en cautividad, su incubación y cría, es una simple imitación forzada de la naturaleza, que un día se manifestó biológicamente y se reiteró sin descanso.
Los conocimientos que nos llegan sobre la incubación y cría de aves son como una cadena de coincidencias de hechos similares sucedidos en distintas culturas, incluso antes de que todos los continentes fueran descubiertos. Así, cuando los conquistadores europeos llegaron al «Nuevo mundo», entre las muchas actividades «avanzadas» de los nativos que les sorprendieron, observaron que la incubación artificial de aves utilizando el calor emitido por el estiércol era una práctica común, según escribió el agustino español Juan González de Mendoza en el siglo XV. Justamente un procedimiento similar sucedía en las antípodas de América; en la India, o China, donde ese sistema se sigue utilizando todavía hoy en día de forma generalizada para incubar los huevos de pato. De Asia debió pasar a Egipto, donde se perfeccionó notablemente, de hecho los hornos de incubación egipcios o mamals, capaces de incubar hasta 300.000 huevos, fueron un referente para otras civilizaciones, creándose una importante industria que aún se conserva en la actualidad.
Imagen del pasillo central de un antiguo mamal egipcio conservado obtenida en la década de 1900
En el antiguo Egipto descubrimos monumentos impresionantes, como las pirámides y todo lo que significa la escenificación y magnitud de esa cultura, pero en lo que respecta a los citados mamals, constituyen una obra de ingeniería y tecnología para la época digna de mención. En este sentido, cabe rescatar algunos párrafos de lo escrito a comienzos del pasado siglo XX por el capitán inglés W.H. Cadman, que fue muy documentado en temas de avicultura y que presentó un informe para el Congreso de La Haya:
«En su aspecto exterior los mamals semejan simples caseríos, siendo de forma rectangular, con habitación para el encargado y con diversas salas o departamentos en que tiene lugar la incubación. Una escalera interior da acceso a la azotea, y en cada mamal hay un departamento para el almacenaje de los huevos y otro para el combustible.
La base del mamal está en un corredor central al que llaman Qassada, el cual tiene el techo abovedado y a cada lado una fila de nichos, departamentos, o digamos ya, hornos (beyuts) donde se colocan los huevos en incubación. El número de hornos oscila entre cuatro y veintiséis, según los establecimientos, siendo generalmente en número par. El edificio está construido de adobes de tierra del Nilo, secados al sol. Para los techos se emplean vigas de palmera y se construyen de doble pared, llenándose el hueco que queda, con arena, con tierra de aluvión o con paja triturada (tibn). El espesor de las paredes es de unos 30 centímetros, y esto, la materia aisladora y el empleo de materiales malos conductores del calor, dan lugar a la conservación de la temperatura en el interior del edificio. La ventilación del corredor tiene lugar por medio de pequeños agujeros abiertos en la bóveda del corredor, los cuales le dan la luz al mismo tiempo. En el piso del corredor se forman pequeños departamentos donde se alojan los polluelos que van naciendo».
Fuente: Revista Mundo avícola
Los antiguos mamals de incubación egipcios dejaron huella en la historia, y fueron difíciles de superar antes de la llegada de la Revolución industrial, tanto es así que los pocos intentos de emular los hornos egipcios en Europa, como los de Florencia y Nápoles en tiempos de Aristóteles y Plinio, que se construyeron con las indicaciones técnicas de éstos, no dieron el resultado esperado. En Francia, en el siglo XV y XVI, se intentan imitar los antiguos hornos italianos en las ciudades de Amboise y Montrichard, pero al carecer de planos y no conservarse información suficiente sobre su funcionamiento, terminaron en un absoluto fracaso y fueron desmantelados.
En 1749, el célebre físico francés Reaumur, basándose en una escasa documentación de los antiguos hornos, consigue idear un sistema parecido pero con éxito relativo. Aún así, debemos a este polímata francés un tratado bastante serio sobre incubación artificial que tituló «El arte de hacer nacer en todas las estaciones aves domésticas de toda especie».
Detalle de una hidroincubadora, desarrollada a principios del siglo XIX
A lo largo de los siguientes cien años nuevas ideas e ingenios asomaron con mayor o menor fortuna. Se idearon distintas formas de producción y difusión del calor, con máquinas que distribuían agua o aire caliente (hidroincubadoras y aeroincubadoras); todo esto requería de un trabajo eminentemente manual para mantener la estabilidad de la temperatura. Pero esto empezó a cambiar a partir del primer tercio del siglo XIX, cuando aparecen las primeras válvulas y mecanismos termostáticos automáticos, capaces de regular la temperatura de una máquina, una estancia o un horno. Estos ingenios serían los precursores de la moderna incubadora automática.
Plano de una incubadora desarrollada en el siglo XIX que ya incluye un sistema automático de control de temperatura
Para finales del siglo XIX las tecnologías empleadas en la construcción de incubadoras recibieron un fuerte impulso, perfeccionándose los primeros proyectos y naciendo nuevas máquinas de control más sencillo, portátiles y que no necesitaban tanto mantenimiento. Así, a partir de 1870 surgen variadas patentes para incubadoras artificiales, todas ellas dotadas ya de regulación automática de temperatura.
Una incubadora no puede influir de ninguna manera en la fertilidad de los huevos, sino más bien en su porcentaje de eclosión, por eso antes es preciso seleccionar sólo aquellos que cumplan con determinadas características de calidad y fertilidad. Se estima, que las hembras reproductoras producen huevos que son fértiles en un porcentaje superior a un 91% cuando tienen una edad comprendida entre 34 y 50 semanas, y siempre que se mantengan en la incubadora las constantes adecuadas.
En el periodo entre la puesta y el comienzo de la incubación debe cuidarse el manejo y condiciones de los huevos incubables para asegurar el éxito a su término. Al seleccionarlos deben observarse los siguientes puntos:
El objetivo de una incubadora avícola es mantener las condiciones adecuadas en un hábitat propicio para el desarrollo embrionario y nacimiento del polluelo. Su función es establecer la temperatura, humedad relativa y volteo de los huevos de forma controlada.
El control de esos parámetros depende del diseño de cada incubadora, pero generalmente se realiza mediante un sistema de resistencias eléctricas y ventiladores de convección en lo que se refiere a la temperatura, y con humificadores en cuanto a la humedad ambiental, los cuales son accionados o desactivados mediante termostatos e higrostatos que miden los niveles ambientales y realizan la conmutación de los dispositivos en el momento adecuado. La puesta en marcha del equipo de incubación debe realizarse con suficiente antelación para que se estabilicen los parámetros. El de temperatura es uno de los más importantes.
Tras la selección previa de los huevos, así como la observación de todas las consideraciones previas a la incubación que ya fueron descritas, se deben situar en las bandejas con la punta hacia abajo.
El proceso de incubación en las gallináceas dura 21 días, pero existen una serie de periodos críticos que deben tenerse en cuenta para asegurar el éxito de la producción:
En la industria avícola los procesos de incubación se realizan dentro de plantas divididas en áreas específicas. Se distinguen el área de almacenaje de los huevos, el de incubación propiamente dicha o «incubadora», y el área de nacimiento de los pollitos cuando se hayan cumplido 18 días de incubación llamada «nacedora».
En estos espacios se controlan por separado tanto la temperatura, como la humedad y ventilación, pues cada una puede y suele tener requerimientos distintos. Así, en las nacedoras la ventilación se debe aumentar, al tiempo que la temperatura de incubación debe reducirse para evitar que los pollitos se sobrecalienten, ya que en ese punto del periodo el huevo desprende más calor.
Tras comenzar la eclosión de los huevos, debe aumentarse la humedad hasta el 80% para facilitar la rotura del cascarón. Cuando esté concluyendo la eclosión, esa humedad debe reducirse a la mitad para favorecer el secado de los pollitos.
En los tres últimos días de la incubación comenzarán a aparecer los huevos picados y algunos pollitos iniciarán el nacimiento. Deberá ocurrir de forma natural, sin ayuda, para asegurar que los recién nacidos no pierdan vigor y se conserven fuertes ante posibles enfermedades.
Los pollitos no deben retirarse de la nacedora hasta que los primeros nacidos tengan al menos un día de vida, dejándolos secar en su interior hasta el día 22. Los que no hayan nacido hasta esa fecha, deberán ser desechados.
Los fracasos en la incubación, si se han observado todas las cuestiones previas entre la puesta y la incubación propiamente dicha, suelen deberse a factores fundamentales para el incubado, tales como una ventilación deficiente o nula, humedad inadecuada y en el caso más extremo fallos en el control de temperatura.
Los fracasos por problemas de fertilidad no suelen deberse a un mal funcionamiento de las máquinas incubadoras, pues éstas no influyen en ese parámetro. La infertilidad es algo que debe prevenirse antes de llevar los huevos a la incubadora, seleccionándolos por su calidad y otras características que ya se han descrito anteriormente.
En este apartado nos a vamos sumergir en el trabajo de construir una incubadora. Será un proyecto doméstico, para nuestras necesidades de incubación caseras, pero suficientemente digno y funcional, que nos resultará muy gratificante verlo en marcha y, con nuestros cuidados y el apoyo de la tecnología, admirar así cómo surge el milagro de la vida.
Para nuestro proyecto vamos a necesitar algún tipo de recipiente aislado, una serie de materiales y accesorios para incubadoras, que nos permitirán automatizar los diferentes parámetros a regular.
Nos centraremos pues, fundamentalmente, en el compartimento o habitáculo y los controles de temperatura, humedad, ventilación y volteo. Podemos iniciar el proyecto utilizando los dispositivos más básicos, controlando algunos parámetros de forma manual, como la humedad o el volteo, o embarcarnos en algo más avanzado que automatice todo el proceso de incubación. Así, un kit básico para incubadoras caseras debe incluir al menos un termostato y la resistencia calefactora, pero en este caso debemos vigilar la humedad relativa, que el habitáculo se halle convenientemente ventilado y voltear los huevos manualmente. Un kit más completo incluiría además, bandeja de volteo con motor, ventiladores, higrostato y humificador.
Nuestra incubadora necesita de un compartimento o habitáculo adecuado, donde depositar los huevos y controlar el proceso durante el periodo que dure la incubación. Con un poco de ingenio podemos improvisarlo, desde una simple caja de cartón (un artículo al alcance de cualquiera, aunque no lo más adecuado), una caja de plástico; de madera contrachapada, MDF, etc., o incluso un viejo microondas.
Lo ideal es que esa cavidad se halle suficientemente aislada para que conserve el calor; si no lo está, podemos aislarla con diferentes materiales, como las láminas de poliestireno expandido (el famoso poliespán o corcho blanco que suelen venir en las cajas protegiendo su contenido), o si preferimos invertir un poquito siempre podemos recurrir a la lana de roca, fibra de vidrio y otros materiales aislantes, textiles, naturales o sintéticos, flexibles o rígidos, que podemos hallar en los comercios de bricolaje o de construcción. Las ideas pueden ser muchas y cada uno de nosotros poner ese punto de ingenio que nos distinga, por ejemplo aislar una simple caja de madera, cubrirla con una tapa y alojar en el interior todos los accesorios.
Una simple caja de madera puede servir a nuestros propósitos si la aislamos convenientemente y la dotamos de una tapa
Es conveniente planificar con antelación el tamaño del habitáculo, para prevenir que después nos quepan las bandejas de volteo. Una bandeja para unas tres o cuatro docenas de huevos de gallina puede medir alrededor de 45 cm. de lado, y al menos unos 13 cm de altura. En consecuencia, nuestro habitáculo, una vez aislado, tiene que medir eso de ancho y largo como mínimo, pero lo conveniente es darle algo más de tamaño por cada lado para que haya suficiente holgura. Esto es especialmente importante si vamos a incluir ventiladores, ya que ocuparán un volumen añadido.
Si vamos a incluir más de una bandeja de volteo, habrá que proyectar también la altura del habitáculo, además de practicar en la caja las divisiones o guías que permitan su colocación y extracción de forma cómoda y segura.
Nuestra incubadora necesita disponer de una fuente de calor y un control de temperatura (el termostato) que corte y reconecte la alimentación eléctrica cuando supere o baje de determinado nivel calorífico. La fuente de calor puede ser cualquier dispositivo que la produzca y que permita su regulación mediante un termostato, como una bombilla convencional, cerámica o de infrarrojos, o una resistencia calefactora. Las bombillas, aunque pueden aportar altas potencias caloríficas, no son los dispositivos más deseables para instalar en incubadoras, por dos motivos principales: el primero que su foco de calor es demasiado estático y según el modelo incluso direccional, por lo que si utilizamos más de una bandeja los huevos no recibirán el mismo nivel de calor en todas ellas; y segundo, porque las bombillas tienden a resecar demasiado el ambiente, y eso obligaría a forzar la generación de humedad para compensarlo.
La resistencia calefactora, preferentemente si es con recubrimiento de silicona, es la mejor opción para evitar esos problemas de pérdida de humedad, o de una distribución inadecuada del calor dentro del habitáculo. Estas resistencias se comercializan en diferentes longitudes y potencias, por ejemplo una resistencia de tres metros permite ser instalada por toda la superficie del habitáculo, distribuyéndose el calor homogéneamente sin diferencias apreciables.
En cuanto a la potencia, hay que precisar que una resistencia no por ser de mayor potencia resulta más eficaz, de hecho es antieconómico, pues mayor potencia significa más rapidez en ejecutar un trabajo y, en consecuencia, cuando se corta la energía la temperatura seguirá subiendo durante cierto tiempo debido a su calor residual, lo que implica mayor consumo innecesario y un peor control de los márgenes de temperatura en el interior del habitáculo. Estas resistencias se pueden conectar directamente a la red eléctrica de 220V, por lo que no precisa transformadores o adaptadores.
Obviamente, la fuente de calor no puede permanecer conectada fija a la corriente eléctrica por mucho tiempo, porque la temperatura interna del habitáculo quedaría descontrolada y generaría un caos en el desarrollo embrionario de los huevos. En consecuencia hay que instalar un termostato que regule esa temperatura. Estos dispositivos se presentan en variados formatos y modelos, tanto mecánicos como electrónicos. Los mecánicos han tenido un sueño dorado durante más de 100 años, incluso en la actualidad siguen siendo muy utilizados en el control de ambiente de las calefacciones y aire acondicionado, pero en un proyecto de incubadora, incluso doméstica, nos obligaría a realizar calibrados; los termostatos electrónicos no tienen este tipo de exigencias, y además existen modelos que permiten controlar décimas de grado.
La humedad es un parámetro fundamental en la incubación de aves. Normalmente, entre todas las variables que debemos controlar, solemos prestar una atención desmedida al control de la temperatura, y de hecho su importancia es notable, pero despreciar aunque sólo sea un poco la humedad relativa en el habitáculo es un grave error. Así, una humedad deficiente cuando está a punto de producirse la eclosión de los huevos, impediría que los polluelos puedan romper el cascarón y nacer con normalidad, provocando muchas muertes prematuras; el éxito de nacimientos depende en gran medida de que este parámetro esté convenientemente regulado. Reducir la humedad tras el nacimiento es otro punto a controlar, para que los polluelos nacidos puedan secarse.
La humedad puede ser controlada de forma manual o automática. Para la manual sólo se requiere disponer de un higrómetro (analógico o digital) y un recipiente con agua (un vaso, una cubeta ancha, etc); el procedimiento para el control es empírico, es decir, hay que explorar la colocación del recipiente o tipos de recipientes, su mejor ubicación y cantidad, e ir midiendo con el higrómetro la humedad relativa en diferentes momentos hasta obtener los niveles deseados. Obviamente puede resultar laborioso.
Podemos prescindir de todo ese trabajo manual automatizando los niveles de humedad en el habitáculo. Para ello necesitamos un higrostato y un humificador. El higrostato es un dispositivo electrónico que activa o desactiva el humificador, según suba o baje el nivel de humedad en el lugar donde hayamos colocado la sonda, que normalmente se hace situándola lo más cerca de la bandeja de los huevos. El control de humedad apenas hay que tocarlo en todo el tiempo que dura el proceso de incubación, regulando de forma automática cualquier exceso o defecto de la humedad relativa entre los niveles que hayamos programado, y sólo al final, cuando están a punto de eclosionar los huevos, hay que elevarlo hasta un 80% para que los polluelos puedan romper el cascarón.
Los huevos necesitan recibir oxígeno del exterior, ya que el aire del habitáculo puede terminar viciado por el proceso biológico y químico que se está produciendo en su interior. La entrada de aire externo se puede realizar manualmente colocando unas rejillas regulables, a las cuales se les puede abrir o cerrar las portezuelas más o menos según convenga. Si se usa ventilador, debe evitarse que tome el aire del exterior, ya que haría casi imposible que el termostato mantuviese correctamente la regulación de la temperatura, por eso los ventiladores se deben usar sólo para mover el aire del interior, nunca del exterior.
La colocación del ventilador o ventiladores, dependiendo del tamaño del habitáculo, debe realizarse apuntando hacia abajo o hacia el techo, pero nunca expulsando el aire en dirección a la bandeja de los huevos, para prevenir que pierdan humedad por desecación.
En este sentido, es importante evitar que el ventilador trabaje de forma permanente, primero porque se produciría una perdida constante de la humedad ambiental interior, y segundo porque habría un consumo de energía innecesario. Para que esto no suceda, lo adecuado es hacer que el ventilador funcione simultáneamente con la resistencia calefactora, conectando el ventilador también al termostato, así trabajarán ambos a la vez, la resistencia calentando el ambiente y el ventilador distribuyendo el calor por todo el interior.
Los huevos deben ser volteados regularmente para que haya una difusión de gases entre el interior y el exterior de los mismos. Esta operación es crítica sobretodo durante la primera semana de incubación, debido a que el embrión depende no solo de la difusión de los gases dentro del propio huevo, sino también de los que penetran a través del cascarón. Esto es una garantía para que el embrión obtenga el oxígeno y expulse el CO2. En consecuencia, es fundamental voltear los huevos para que se produzca el intercambio de los gases. Si esto se realiza manualmente, debe hacerse al menos unas tres veces al día, seis veces preferiblemente.
Esta labor se puede automatizar, disponiendo de bandejas de volteo dotadas con motor. Los motores más recomendados son los de giro lento ya que, a pesar de que estarían trabajando todo el día sin usar programación ni conmutadores de fin de carrera, su consumo de energía es muy reducido, pues realizan un volteo completo cada cuatro horas; de hecho cuando están funcionando no se aprecia a simple vista ningún movimiento de la bandeja, debido a la gran lentitud con que se realiza el volteo.
En la confluencia de los ríos Andarax y Nacimiento (en Almería) comienza Sierra Nevada, extendiéndose… Read More
Demostración práctica de cómo injertar una vid por el método de cuña o hendidura. Es… Read More
El riego por capilaridad permite mantener hidratadas las plantas en nuestra ausencia sin utilizar bombas… Read More
DEMOSTRACIÓN DE CÓMO PODAR UNA VID QUE ESTÁ CONDUCIDA EN FORMA DE PARRAL O EMPARRADO… Read More
DEMOSTRACIÓN DE CÓMO PODAR UNA VID QUE ESTÁ CONDUCIDA EN FORMA DE PARRAL O EMPARRADO… Read More
INTRODUCCIÓN En nuestro tiempo, ya hemos asumido mayoritariamente la importancia y beneficios que el reciclado… Read More