Desde que el veganismo asomó como asociación en 1944 en Reino Unido, este movimiento ha ido acogiendo adeptos y creando una comunidad importante a nivel mundial. Previamente, en el Renacimiento, un incipiente número de personas con inquietudes acerca del respeto a los animales y el rechazo a consumirlos como alimento comenzó a organizarse, recuperando los preceptos clásicos de la áhimsa hinduísta, que ya se practicaba en la India y Grecia en el siglo VI a.C. Esa comunidad fundaría la primera sociedad vegetariana en 1847, también en Reino Unido, cuyos pasos serían seguidos en otros países para finalmente unirse en 1906 en la Unión Vegetariana Internacional.
El activista inglés Henry Salt fue el primero en publicar un alegato en 1886 que proponía un cambio radical en el trato hacia los animales, para dotarlos de derechos y abogando por la práctica del vegetarianismo desde una perspectiva moral, más que de salud, aspecto este último que sería abordado mucho más tarde. Su obra no pasó desapercibida, incluso para Mahatma Gandhi, que asumió muchas de las bases de ese movimiento en su discurso «La base moral del vegetarianismo», pronunciado en la Sociedad Vegetariana en Londres en 1931, con Henry Salt presente.
Dentro del vegetarianismo se manifestaron corrientes que iban más allá de la ética de no sacrificar animales para el consumo, incluso de la total abstención del uso de cualquier producto de origen animal. A los seguidores y practicantes de esa corriente estricta se les llamó veganos. Cuando Donald Watson acuñó el término Vegan, para definir a las personas que siguen esa forma o filosofía de vida, mantenía una dieta vegetal estricta como respuesta ética y de respeto hacia los animales, rechazando su explotación o esclavitud.
Con el tiempo, los objetivos del veganismo se verían ensanchados, pues entrarían también en juego los conceptos de «salud» y «medioambiente». Actualmente, informes publicados por entidades de prestigio acogen estos conceptos cuando estudian el veganismo, como veremos más adelante, y especialmente cuando se relaciona ganadería, ambiente natural y sostenibilidad. En términos de salud, se estima que una dieta estrictamente vegetal protege el organismo de enfermedades vasculares, sin embargo puede verse incompleta en cuanto a las proteínas, por ello, entre los veganos la proteína de origen vegetal suele complementarse con suplementos de proteína vegana.
El movimiento vegano pasó de ser casi marginal a convertirse en un sector de demanda para las principales empresas y cadenas multinacionales, que siempre se hallan expectantes ante las tendencias del mercado. Esas tendencias, en muchas ocasiones han sido pasajeras, pero el veganismo no parece seguir esas corrientes de moda con un tiempo de vida y efectos transitorios, sino que se asentó y permanece, incluso en crecimiento; sólo en Reino Unido las personas que ya se definen a sí mismas como veganas aumentó entre 2010 y 2019 alrededor de un 350%, mientras que en Estados Unidos creció un 600% entre 2015 y 2018. De todas formas, existen limitaciones sociológicas y culturales que pueden mantener un freno a su expansión, aún así, ya es un movimiento totalmente alejado de aquellos prejuicios primigenios, y visto en la actualidad con cierto respeto por una gran mayoría, y con curiosidad por muchos que aún no se acercaron a esta forma de vivir y alimentarse.
La Vegan Society encargó en 2016 a la empresa de investigación de mercado Ipsos Mori, una encuesta sobre 10.000 personas para obtener datos acerca de sus hábitos de alimentación. Descubrió que en Gran Bretaña, manteniendo una población vegetariana de 1,14 millones, en una década había aumentado la que se autodefinía como vegana de 150.000 a 542.000, algo más de la mitad eran mujeres, y también cerca de la mitad se hallaban en la franja de edad entre 15 y 34 años.
Uno de los factores que parece apoyar mayormente esta conversión, es una serie de documentales difundidos a través de TV por cable, especialmente Netflix, donde se visualizaron los daños que la ganadería y agricultura mal entendida causan al medio ambiente, así como las sangrientas escenas en mataderos y granjas industriales. Muchas de esas imágenes causaron al espectador un rechazo inmediato, por su crudeza, en el trato a los animales cautivos para la producción de carne, así como el desagradable visionado del sacrificio, despiece y procesado de las reses. Muchos entrevistados confiesan la grave alteración del ánimo que les produce conocer las circunstancias en que se desarrolla la vida y muerte de animales que después sirven para su alimentación. La brutalidad de las industrias cárnicas, así como la obtención de huevos y lácteos mediante procedimientos que esclavizan a los animales, se han ocultado tradicionalmente a los consumidores; estos documentales sacaron a la luz aspectos que a muchos les enfrenta gravemente con sus propios principios éticos y morales.
El documental «Cowspiracy: el secreto de la sostenibilidad», de 2014, influyó drásticamente en las conciencias estadounidenses, al analizar la crisis climática, el impacto ambiental del sector agropecuario con su contribución a la deforestación, las emisiones de gases de efecto invernadero y el consumo desmedido de agua. Se enfrenta el espectador a realidades donde la ganadería e industria cárnica y lechera ocultan su responsabilidad sobre un planeta moribundo. Los problemas que se abordan en este documental son perfectamente extensibles al resto del mundo.
Un año después de estrenarse Cowspiracy, Leonardo DiCaprio pasó a ser productor ejecutivo de la obra y se implicó directamente. El documental recibió un notable empuje comercial y se convirtió en una superproducción millonaria, gracias también a ese halo que suele cubrir todo lo que toca Hollywood. El cine, la televisión por cable, las redes sociales…, fueron medios para ir convirtiendo el movimiento vegano en una opción seria, tras el éxito de Cowspiracy, donde la ganadería refleja un nuevo énfasis dentro del contexto de una profunda crisis climática que no decae.
El reenfoque sobre el bienestar animal ya tuvo sus antecedentes en el informe de la ONU de 2006 «La larga sombra del ganado», donde se describe al sector ganadero como uno de los más importantes responsables de la degradación ambiental a nivel mundial. Cuatro años después, la ONU hizo un informe de seguimiento, advirtiendo que el aumento en el consumo de carne y lácteos, con una población global estimada para 2050 en 9100 millones de habitantes, significaría un cambio vital hacia el veganismo para poder afrontar las catástrofes climáticas y la escasez de alimentos. La huella que la producción de carne y productos lácteos dejaría en el planeta sería de dimensiones muy desproporcionadas.
Ecológicamente hablando, la dieta a base de vegetales constituye un importante parámetro en la reducción del impacto humano sobre el planeta. Así, aunque existe un amplio espectro de impactos ambientales en los que el ser humano puede influir para su reducción, como puede ser el reemplazo de los vehículos que consumen hidrocarburos por otros de tracción eléctrica, la producción de vegetales en sustitución de la cría de animales es de gran trascendencia ecológica, pues en ese mecanismo no sólo se reducen notablemente los gases de efecto invernadero, sino también los usos del agua, el suelo y las consecuencias de su laboreo, como son la eutrofización y acidificación global.
Un estudio publicado en la prestigiosa revista Science en junio de 2018, arrojó datos abrumadores sobre el coste ambiental que supone alimentar a los más de 7.000 millones de habitantes de nuestro planeta, tras producir, transportar, comerciar y poner los alimentos esenciales a disposición de los consumidores. El estudio engloba cientos de otros estudios anteriores, entrevistas a expertos, análisis de instalaciones, costes de producción (usos de la tierra, consumo de recursos…) y recogida de numerosos datos sobre el impacto ambiental de 40 productos que constituyen la base de alimentación de la población mundial, y que aportarían el 90% de las necesidades de proteínas y calorías. En el cultivo y cría de animales, el uso de recursos de agua y otras necesidades agropecuarias son parámetros importantes, que arrojan datos preocupantes sobre la transformación de los fertilizantes nitrogenados y las emisiones de CO2 a la atmósfera (además de otros gases con impacto medioambiental), que concluyen en una acidificación excesiva del suelo, así como eutrofización de ríos, mares y acuíferos.
El resultado global del estudio debe ser objeto de reflexión, pues, descontando los desiertos y regiones polares, el 43% de la tierra del planeta está dedicada a producir alimentos, y ese porcentaje es responsable del 26% de la emisión de gases de efecto invernadero. El agua para regadío o beber el ganado, supone cerca de las dos terceras partes de toda el agua dulce que es derivada de las cuencas.
Las cifras son muy esclarecedoras: producir 1 kg de soja, por ejemplo, tiene un consumo de energía muy inferior al que se necesita para producir 1 kg de carne de vacuno, y un notable costo ecológico si lo relacionamos con la cantidad de nutrientes obtenidos. Así, mientras que los productos de origen animal más consumidos (incluidos los huevos, derivados de la leche y peces cultivados en piscifactorías), sólo aportan a la alimentación humana un 37% de proteínas y un 18% de calorías, a cambio precisan disponer del 83% de toda la tierra que está dedicada a producir alimentos, y a su vez éstos constituyen un agente de emisiones nocivos para la atmósfera de casi el 60%. Estimando la producción de carne, incluso en los casos de menor impacto ambiental, Joseph Poore, investigador de la Universidad de Oxford y uno de los coautores del estudio, aclara la dimensión del problema al afirmar: «La carne de menor impacto crea un 360% más de emisiones de gases de efecto invernadero, un 3.200% más de acidificación, un 970% mas de eutrofización y usa un 230% más de tierra que una plantación media de soja para tofu por gramo de proteína».
Las opciones en cuanto al cultivo de peces y mariscos también tiene importantes puntos negativos para el medioambiente. A pesar de que apenas se utiliza tierra en este tipo de instalaciones, se genera tal nivel de emisiones que causa mayor impacto ambiental producir un kilo de carne de pescado que uno de vacuno.
Según el estudio, si se manifestase un cambio generalizado en la producción y la dieta, reemplazando los productos de origen animal por vegetales, las consecuencias para el planeta serían impactantes a su favor: las emisiones quedarían reducidas a la mitad, se consumiría un 20% menos de agua, pero sobretodo la Naturaleza recuperaría el 76% de todas las tierras que ahora mismo están ocupadas por el sector agropecuario.
Aunque existe actualmente bastante información acerca del veganismo y vegetarianismo, así como empresas y firmas que dan cada vez más importancia a la salud alimentaria, la demanda hacia este tipo de alimentación aunque deseable no es global, ya que los sistemas de producción a ese nivel permanecen casi invariables. Muchos aspectos de la alimentación humana se hallan condicionados por cuestiones socioculturales y éstas no pueden ser modificadas fácilmente, ni siquiera en unas pocas generaciones. Ante esa dificultad, de las cifras planteadas en el anterior estudio, se desprende una segunda posibilidad: si el consumo de carne a nivel mundial se redujera a la mitad, aún así podría alcanzarse el 70% de los objetivos que se conseguirían con una dieta vegana al 100%.
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Máximo respeto para los veganos, sobre todo si es por motivos éticos. Pero sinceramente, creo que una sociedad predominantemente vegana generaría muchisimos problemas económicos y ecológicos,imposible de cuantificar.
Problemas económicos, pérdida de puestos de trabajo incluído. Por otra parte, por el solo hecho de vivir, ya matamos a un montón de animales "invisibles": al tocarnos la cara, al pisar, al acostarnos...Es inevitable. Y si no comemos ciertas especies (gallinas, cerdos, ovejas, vacas...) estas podrían desaparecer o casi porque no se criarían generalmente, a menos que fuesen animales de compañía o algo así. No los mataríamos pero es que ni siquiera nacerían, ¿Que es peor?. Y, sobre todo, si se es radical y no se consumen tampoco la leche ni los huevos, por ejemplo. Se pueden hacer cosas como no comer los lechales ni los terneros ni los cochinillos, por ejemplo. También podrían vivir estos animales en libertad, como los jabalíes. El tema es muy complicado, tiene muchas perspectivas.
En un mundo vegano ¿que pasaría con la agricultura? ¿No habría una sobreexplotación agricola? ¿No podría provocar una deforestación?
Si la población mantiene su ritmo de crecimiento, demandará areas agropecuarias, perdiendo bosque, destruyendo el hogar de miles y miles de especies que viven en él y los veganos dicen respetar.
Con respecto al gas metano producido por la ganadería, si se suma al CO2 junto con el uso de servidores, dispositivos, alumbrado, semáforos y constante consumo eléctrico, como toda actividad humana, es un problema.
Pero reducir la población humana mundial significa reducir el consumo y a su vez reducir los deshechos. En este caso, la ganadería no sería un problema como lo es porque la naturaleza tendría tiempo a reconvertir el co2 en oxígeno y asimilar la basura para convertirla en parte de Gaia misma.
El veganismo no es sinónimo de reducción de maltrato animal y no puede cambiar la composición molecular de una especie preparada para una vida paleolítica.
Ser vegano no salva al mundo. Para salvar al mundo se necesita un estilo de vida paleolítico. cero ciudad, cero ropa, cero calzado, cero dispositivos.