El sueño del ser humano por volar proviene de tiempos inmemoriales. La mitología recrea ese sueño en numerosas historias, una de las cuales, la más famosa, es la de Ícaro y su padre Dédalo. Dice la leyenda que ambos, hechos prisioneros en el laberinto de Creta, que había sido obra del propio Dédalo, construyeron unas alas de cera y plumas para huir, pero Ícaro se acercó tanto al Sol que la cera de sus alas se derritió, cayendo al mar. Otras variadas leyendas se refieren a personajes de diversa índole con capacidad para volar, por sí mismos o mediante máquinas o elementos auxiliares, como las brujas, que tenían la habilidad de volar a caballo de una escoba.
La historia y referencias sobre la posibilidad de volar que se conserva se remonta al año 2250 a. de C., cuando el emperador chino Shun consiguió huir volando de la torre en que se hallaba preso. Se explicaría el éxito de su huida por la utilización de algún mecanismo de amortiguación de la caída, posiblemente un artilugio rudimentario que imitaría a un paracaídas. Esta referencia histórica no tuvo continuidad, convirtiéndose de nuevo la posibilidad real de volar en un mito, que se conservaría durante miles de años hasta épocas muy recientes.
Hasta comienzos del siglo XVI no se sostuvo un verdadero y riguroso estudio sobre la posibilidad de construir máquinas con capacidad de volar, aunque mucho antes, en el siglo V, ya se había diseñado un aparato volador: la cometa o papalote. Se debe ese primer estudio científico sobre una máquina voladora a un auténtico genio, el italiano Leonardo Da Vinci, el cual analizó el vuelo y anatomía de las alas de las aves como base para diseñar diversos aparatos voladores; el ornitóptero fue una de las máquinas diseñadas por Da Vinci en la que se pretendía simular el movimiento de un ave en vuelo. Algunos de estos ingenios fueron probados, como el diseño de un paracaídas que frenaba la caída, pero no obtuvo éxito con la máquina dotada de alas, principalmente porque carecía de un motor suficientemente potente.
Da Vinci sólo contaba con su propia fuerza humana para intentar el vuelo, y aunque él estaba convencido de que la fuerza muscular del hombre podría permitirlo, la experiencia demostró que no era posible. Previamente al estudio de Da Vinci, en el siglo XIII, el monje inglés Roger Bacon, ya había llegado a la conclusión de que el aire podría sustentar una máquina, tal como el agua lo hace con un barco, pero sólo Da Vinci intentó su demostración mediante trabajos científicos y empíricos.
Da Vinci fue una figura clave de las ciencias aplicadas, pues empleó por primera vez técnicas científicas para el desarrollo de ideas. La primera ascensión de un aparato tripulado se produjo el 15 de octubre de 1783. Se trataba de un globo diseñado en base a los principios físicos descritos por los hermanos Montgolfier. Esos principios afirmaban que un objeto podría elevarse siempre que éste pesase menos que el aire atmosférico que le rodease. Sabido que el aire caliente pesa menos que el aire frío, se construyó un globo con una envoltura de tela y se calentó el aire de su interior. El éxito fue inmediato, apareciendo numerosos seguidores que imitaron y mejoraron el invento.
No obstante, mantener el aire a una temperatura suficientemente caliente con respecto al aire exterior planteaba un problema: al enfriarse, obligaba a calentarlo de nuevo mediante algún método a bordo del globo, lo que significaba hacer una hoguera en un espacio reducido y llevar suficiente leña u otro material combustible. La solución podía estar en utilizar globos que albergaran en su interior gases más livianos que el aire, y por tanto que no necesitaran calentamiento. Uno de los gases que resultaba interesante era el hidrógeno, por su facilidad para conseguirlo, pero su punto en contra era la seguridad: el hidrógeno explosiona en contacto con la atmósfera, resultando por tanto de difícil manejo y muy peligroso; no era útil en globos con superficie de tela y con facilidad para romperse. El uso práctico del globo fue escaso. Se empleó durante algún tiempo como medio para la diversión y también la observación, especialmente en tiempos de guerra. En este caso, se ataba a tierra para evitar que se desplazara; a este tipo de globo se le llamaba cautivo.