Con anterioridad, he tenido ocasión de debatir con uno de los articulistas del Blog de nuestro colega David, de Mentes inquietas, un tema tan relevante como es la reflexión existencial, nuestra naturaleza y la propia existencia de Dios. Hoy, tras meditar un poco más sobre ello, he decidido ampliar mi comentario con una exposición basada en pruebas, las cuales dejo aquí para la crítica o el debate.
El origen de la vida, en todas las civilizaciones, se le ha dado siempre una explicación cuyo denominador común era la intervención divina. La generación espontánea de la vida, por ejemplo, fue una teoría polémica, de hecho fue autorizada y desautorizada consecutivamente a partir de la Edad Media y hasta finales del siglo XIX.
En eliminar esta polémica intervinieron investigadores como el médico Francesco Redi (1668), el fabricante de microscopios Antoni Van Leeuwenhoeck (1677), el fisiólogo italiano Lazzaro Spallanzani (1768), y últimamente para cerrar definitivamente el asunto, el eminente Pasteur (1862). Todos ellos, como se ve, investigadores de la ciencia, por un lado; y por el otro, para entorpecer el avance y como no podía ser menos, la Iglesia y su doctrina inamovible.
Pero, seguía vigente la prueba sobre el origen de la vida y su evolución. En principio, la teoría vino de la mano del bioquímico soviético Alexandr Ivánovich Oparin, el cual postuló en 1924 que las moléculas orgánicas pudieron evolucionar desde estados simples hasta formar complejos, los cuales quedarían sometidos a las leyes de la evolución.
Esa teoría decía que los océanos primigenios contenían gran cantidad de compuestos orgánicos disueltos en una atmósfera reductora, es decir, carente de oxígeno. En un proceso que llevaría muchos millones de años, las moléculas se irían agrupando en otras mayores y complejas, y tras adquirir determinadas propiedades apoyadas por las continuas descargas eléctricas y radiaciones ultravioleta reinantes, con la polimerización del agua algunas de ellas se convertirían en un protobionte. A partir de ese momento, con la capacidad de absorber e incorporar moléculas a la estructura, el protobionte iría adquiriendo funciones metabólicas, reproducción y crecimiento, para finalmente conseguir separar porciones de sí mismo con idénticas características.
La atmósfera primigenia de la Tierra era reductora, debido a la carencia de oxígeno de los gases emitidos al enfriarse las rocas
Diferentes tipos de energía, como descargas eléctricas o radiaciones ultravioleta irían formando aminoácidos, azúcares y bases orgánicas
Las descargas eléctricas y radiaciones ultravioleta darían lugar a la polimerización gradual en el medio acuoso
La teoría está muy bien, pero la persecución de un científico es la búsqueda de la ansiada “prueba”, que la confirme. Ésta vino de la mano de otro científico, Standley Miller, que en 1953 se dispuso a probar en el laboratorio la teoría de Oparín, construyendo un aparato que reproducía las condiciones primitivas de la Tierra.
Miller creó un dispositivo, en el cual la mezcla de gases que imitan la atmósfera original, es sometida a la acción de descargas eléctricas, dentro de un circuito cerrado en el que hervía agua y se condensaba repetidas veces, de la misma forma que sucedería en la atmósfera terrestre por efecto de las constantes tormentas eléctricas, evaporación y repetición del ciclo. Sorprendentemente, en el proceso de laboratorio, sin haber introducido en el interior del dispositivo ningún elemento orgánico, se producían sin embargo moléculas orgánicas sencillas, y a partir de ellas otras más complejas, como aminoácidos, ácidos orgánicos y nucleótidos, que son la base para cualquier producción de vida.
Aparato con el que Stanley Miller dio validez a la teoría de Oparin. A través del dispositivo circula una mezcla de metano, hidrógeno y amoniaco, junto con vapor de agua recalentado. Se forman varias biomoléculas importantes, sobre todo aminoácidos. 1-matraz de 500 c.c. de agua; 2-acumulación de los materiales condensados; 3-condensador; 4-chispa eléctrica; 5-electrodos de tungsteno.
Lo curioso, es que la atmósfera original de nuestro planeta, que era reductora o sin oxígeno, podía producir las condiciones adecuadas para la vida (como confirma el experimento de Miller), pero no así al contrario. Es decir, ahora, con una atmósfera oxidante (con oxígeno), las condiciones originales desaparecieron, por tanto partiendo de cero con una atmósfera oxidante carente de vida, nunca se podría producir vida.
En resumen, la vida surgió por qué las condiciones originales, favorables, y tras millones de años de proceso en un ambiente reductor, las moléculas orgánicas evolucionaron y se perfeccionaron, al no encontrar, además, ningún otro organismo vivo que pudiera competir con ella.