«Iniciamos la expedición conociendo los riesgos y los asumimos. Las cosas salieron en contra nuestra. Ahora no tenemos ninguna queja»
Robert Falcon Scott – 29 de marzo de 1911.
En la Antártida se registran, de media, las temperaturas más frías del planeta. La más baja, -89,6º C, fue registrada en la estación rusa Vostok el 21 de julio de 1983. El hecho de ser un continente helado, en vez de un mar helado -como sucede en el Ártico-, le confiere esa característica, pues sabido es que el mar conserva mejor el calor que la tierra, al reflejar menor radiación solar de onda corta. La estación veraniega no está exenta de inestabilidad, especialmente en lo que se refiere a viento y temperatura, inclemencias a las que, junto con el crudo invierno, debe adaptarse la vida animal y vegetal.
La colonización humana del Antártico de forma permanente y «autónoma», no parece viable. La alimentación plantearía un problema irresoluble: mantener artificialmente un hábitat propicio para el cultivo de vegetales o la cría de animales, requeriría una energía muy superior a la obtenida en forma de alimentos. La insolación es muy escasa en el verano y nula en el largo invierno, por consiguiente, las plantas verdes -con clorofila- no pueden ejercer la fotosíntesis con regularidad, imposibilitando una producción «sostenible» para el consumo de humanos y animales domésticos. Por su parte, la caza y la pesca estaría limitada a las zonas costeras e islas sub-antárticas, siempre con la meteorología y la estación reinante como factores seriamente limitativos de estas actividades.
Sin alimentos variados sobrevivir en el Antártico es una quimera. Los exploradores de antaño, forzados habitualmente a una dieta pobre, padecían enfermedades carenciales, usualmente el escorbuto, que provoca hemorragias al desprenderse la carne del hueso por pérdida del colágeno que los une. Esta enfermedad remitía en cuanto se regresaba a la civilización, al tener acceso a la vitamina C que aportan las verduras y frutas frescas.
Conquistar el Antártico
Desmitificar la «Terra Australis Incognita» ha sido el reto de muchos avezados marinos, científicos, e incluso osados cazadores de focas en busca del homólogo «Eldorado» en forma de inagotable fuente de pieles para la industria. Todos intentaban confirmar la existencia del lugar que, por lógica teórica, debía ser el complemento opuesto del ya conocido Artikos, es decir, el Antartikos.
Los intentos por conquistar la tierra austral se han sucedido a lo largo de su corta historia de exploración. En la primera época, aún cuando no se dejaron de producir incursiones con fines de toma y posesión territorial se distinguió, no obstante, por un gran despliegue de medios en interés de la ciencia. En las primeras expediciones cabe citar las británicas de Brandsfield (1819-20) y Ross (1839-43), la rusa de Bellingshausen (1819-21), la francesa de Dumont d’Urville (1837-40) y la estadounidense de Charles Wilkes (1838-42). Pero no sería hasta 1879, con la primera Conferencia Internacional Polar, cuando comenzó el verdadero interés científico en variadas disciplinas. Tras nuevos años polares, se llegó al hito histórico de la celebración del Año Geofísico Internacional de 1957-58, donde 67 países se vieron inmersos en actividades científicas en el Continente, una cooperación que culminó con el éxito indiscutible de la firma del Tratado Antártico el 1 de diciembre de 1959. Hoy, gracias al Tratado, la Antártida goza del privilegio de área reservada para la ciencia, nunca alcanzado en ningún otro lugar de la Tierra.
Cuatro experiencias sobrecogedoras
Pero la transición no fue fácil. Numerosa literatura da fe de las aventuras y desventuras de muchos aguerridos exploradores que se lanzaron a la gloria de bautizar nuevas tierras para sus países y soberanos, así como hombres de ciencia que decidieron abandonar sus cómodas vidas para sentir la aventura e incertidumbre ante lo desconocido. Algunas narraciones sobrecogen por su crudeza y el coraje demostrado y no puedo evitar referirme a algunos personajes que, al margen de los héroes que lo fueron por gozar del éxito final, aquéllos sufrieron grandes penalidades, perecieron, fueron olvidados o no obtuvieron el reconocimiento merecido:
1. Gerlache: locura entre los hielos
En agosto de 1897 el capitán Belga Adrien de Gerlache, llevando como segundo al que protagonizaría años más tarde la conquista del Polo Sur, el Teniente Amundsen, y una representación de científicos de varios países, comenzó en Amberes una larga expedición a bordo del vapor Bélgica que estaría plagada de fatalidades. Tras una salida malograda de Ushuaia el 1 de enero de 1898 por embarrancar sobre unos escollos, volvieron a intentarlo el 14 rumbo a las islas Shetland del Sur. Durante la travesía, el día 22 una tempestad derribó los recipientes de carbón de la cubierta, ahogándose en el accidente el marinero Carl Wienchke -más tarde una isla sería bautizada con su nombre-; fue la primera víctima, pero no sería la última.
En varias semanas pudieron realizar numerosos desembarcos y trabajos hidrográficos, en el que después sería llamado Estrecho de Gerlache, poniendo rumbo hacia el Círculo Polar a mediados de febrero de 1898. Pero el 2 de marzo se vieron parados por los hielos en los 71º 31′ Sur, teniendo que regresar al norte en una desesperante travesía: en una semana sólo habían conseguido avanzar 8 millas. El 10 de marzo quedaron definitivamente bloqueados entre los hielos, les esperaba una penosa invernada en medio del Océano. Los témpanos formaron un talud alrededor del barco que se elevaba hasta el puente. Los fríos vientos arreciaban de tal forma que hicieron derivar al barco muchas millas. El 17 de mayo se puso el Sol definitivamente reinando la oscuridad total; no asomaría de nuevo hasta el 21 de julio. La estancia fue muy dura, en un ambiente húmedo, rigurosamente frío, apiñándose los hombres entre sí para mantener el calor. Aparecieron los espasmos musculares, la depresión y el constante deseo de huir unos de otros; los diferentes idiomas de la tripulación no facilitaba la comunicación. El 5 de junio, el Teniente Danco, ya muy debilitado, falleció por una neumonía.
El Bélgica atrapado entre los hielos
La dieta, a base de conservas, les hacía candidatos al escorbuto, así que comenzaron a cazar los pocos pingüinos y focas que aparecían por las inmediaciones del buque. Esto les mantuvo relativamente en buen estado de salud. El 21 de julio el Sol se hizo presente tímidamente, pero las existencias de carbón y aceite escaseaban, la tripulación empezó a preocuparse seriamente por si pasarían otro invierno entre los hielos, la certeza de la muerte prosperaba en sus mentes. En octubre las grietas y claros comenzaron a ser cada vez más numerosos, pero las navidades de 1898 llegaron y la locura comenzó a apoderarse de algunos hombres. A principios de enero de 1899, ante el pánico general, decidieron practicar un canal que les permitiera alcanzar un claro que apareció a sólo 600 m. del barco, fue una labor ardua porque el hielo media más de 2 metros de espesor; invirtieron casi un mes en serrar y demoler de 2.500 a 3.000 m. de hielo. Entre el 1 y el 13 de febrero de 1899 se manifestaron adelantos y atrasos por la continua y caprichosa apertura y cierre de los canales practicados, pero finalmente comenzó a sentirse el oleaje y el barco pudo dar las primeras vueltas de hélice. El 14 de marzo de 1899, un año después desde que se quedaran atrapados, el barco podía navegar por si mismo y abandonar el lugar de la invernada. Llegaron finalmente a Punta Arenas a finales de mayo de 1899.
2. Scott: dureza sin tregua
Una de las expediciones organizadas por varios países e impulsadas por el Congreso Internacional de Geografía, fue mandada a finales de 1901 por el inglés Robert Falcon Scott a bordo del Discovery, llevando como segundo al Teniente Shackleton, que años más tarde protagonizaría una de las aventuras más emocionantes vividas en el Antártico.
Tras alcanzar el Cabo Crozier, en la isla de Ross, establecieron allí los asentamientos de invierno. Enseguida el Discovery quedó atrapado en el lugar y allí permanecería durante mucho tiempo. El 16 de febrero de 1902 el Sol se perdió en el horizonte y pronto se dieron cuenta que ya era demasiado tarde para realizar expediciones a pie a larga distancia. Se planearon entonces viajes cortos de entrenamiento con objeto de estar preparados para los más largos, pero las distancias en el Antártico son muy engañosas y el primero que realizaron Wilson y Shackleton fue una dura lección que pudo acabar con sus vidas: regresaron agotados y helados en pies y caras, arrastrando los trineos ellos mismos porque los perros estaban aún más exhaustos.
Shackleton, Scott y el Dr. Wilson
En el siguiente viaje, el 4 de marzo, se desplazaron doce hombres con cuatro trineos. De nuevo, hombres y animales lucharon en un terreno blando que les paralizaba. Al cuarto día los perros cojeaban y el agotamiento extremo obligó a varios hombres a regresar, absolutamente derrotados. Los ocho que quedaron avanzaron un poco más, teniendo que abandonar igualmente e iniciar el regreso, pero cuando se encontraban a sólo cuatro millas de la nave una tormenta redujo la visibilidad hasta casi caminar a ciegas. Este trayecto fue una pesadilla: Evans desapareció dando volteretas por una pendiente, Barne resbaló tras él y le siguieron varios más. Milagrosamente, tres de los hombres quedaron parados al borde de un precipicio con el mar muy bravo golpeando al fondo, pero un perro pasó de largo y se despeñó aullando. Desde entonces caminaban con sumo cuidado. A pesar de las precauciones, un nuevo y oscuro precipicio se abrió ante ellos, Vince no pudo evitarlo a tiempo ni agarrarse al hielo resbaladizo, desapareciendo en el mar. La lucha por llegar con vida a la nave entre la ventisca fue constante, sólo cuatro regresaron. Se organizó rápidamente una patrulla de búsqueda al mando de Wild, que consiguió encontrar con vida a Barne, Evans y Quartley vagando sin rumbo, a su suerte. Dos días más tarde una figura humana apareció caminando colina abajo, era Hare que se había caído en un desnivel perdiendo el conocimiento y con su cuerpo cubierto por la nieve había permaneciendo 36 horas inconsciente.
En el verano se reanudaron las expediciones. El 2 de septiembre Scott y otros ocho hombres partieron, pero a los tres días estaban de regreso, la dureza del tiempo no les daba tregua, llegaron a sufrir temperaturas de hasta 52º C. bajo cero y tempestades de extraordinaria violencia. En sus diarios dejaron constancia del sufrimiento pasado: «…cambiarse la ropa de día a la de dormir era una tarea realmente laboriosa; al quitarse los calcetines se quedaban helados como ladrillos en cuestión de minutos… los calambres y temblores de frío podían durar horas… cuando las ventiscas agitaban la tienda llovían cristales de hielo de la condensación sobre los hombres que dormían debajo»
El Discovery
Muchos otros viajes se intentaron en el verano y principios de primavera de 1902, pero el más ambicioso partió hacia el Sur el 2 de noviembre, en el que iban Scott, Shackleton y el Dr.Wilson. Se pretendía explorar más allá de la zona conocida que aparecía en los mapas. El viaje fue de los más duros jamás vividos, no había comida para los perros, ya que el pescado desecado se había descompuesto cuando el Discovery pasó por los trópicos, hubo que sacrificar algunos de ellos para ir alimentando a los otros. A pesar de todo, cruzaron los 80º Sur, a partir de aquí en los mapas solo aparecía un espacio en blanco. Antes de abandonar, llegaron a los 82º 17′ Sur, a sólo 480 millas del Polo, ya con Shackleton muy afectado por el escorbuto. El 3 de febrero de 1903 concluyeron su hazaña. Emplearon 93 días y recorrieron 960 millas, 300 millas más hacia el Sur que ningún otro humano antes que ellos. Mientras tanto, el Discovery seguía atrapado.
Meses antes, preocupada la Real Sociedad Geográfica de Londres por una ausencia tan prolongada, envió en julio de 1902 al Morning en misión de rescate, pero a la llegada no pudo hacer más que dejarles víveres suficientes para que pasaran otro invierno en su lugar de confinamiento y llevarse a Shackleton, que había empeorado. No sería hasta el 14 de febrero de 1904 en que el Discovery quedó liberado y pudo abandonar la zona en compañía del Morning y el Terranova.
3. Scott: viaje sin retorno – La lucha por la conquista del Polo Sur
Scott proyectó regresar al Antártico, ya que su expedición de 1902 le dejó el sabor agridulce de un proyecto no terminado. Su deseo se vio finalmente materializado y se le concedió financiación suficiente para iniciar el proyecto más ambicioso: alcanzar el Polo Sur Geográfico.
Robert Falcon Scott
El 12 de octubre de 1910 Scott llegó a Melbourne a bordo del Terranova. En el mismo día recibe un disgusto en forma de telegrama: «Me permito informarle que el Fram se dirige a la Antártida. Firmado: Amundsen». Scott palideció, le acababa de salir un serio competidor. Consideró desleal la forma de proceder de Amundsen, ya que no hizo públicas sus verdaderas intenciones, dejando creer con anterioridad que en realidad se proponía realizar una expedición al Ártico.
El Terranova
El 29 de noviembre de 1910 Scott partía para el Antártico. La expedición se ausentaría durante un año y medio, pero cinco hombres nunca regresarían. La travesía fue dramática: una tormenta huracanada desmanteló la nave, la carga se desplazó, dos ponys murieron y un perro desapareció en el mar, las calderas se inundaron y se temió la pérdida del buque. Gran cantidad de carbón, depósitos de gasolina y alcohol desaparecieron. Tras muchos días de penosa travesía, con graves dificultades para desembarcar en el punto programado, decidieron finalmente alcanzar el Cabo Evans, estableciendo los campamentos el 4 de enero de 1911.
El 24 de enero se iniciaron las expediciones para establecer los depósitos de apoyo al gran viaje al Polo. La mayoría sufrió graves contratiempos. Debían ir sacrificando a los ponys cada 70 millas, puntos éstos en que se establecerían depósitos de alimentos, pero enseguida se dieron cuenta que, al contrario de lo que sucede con los perros, que no transpiran por la piel, estos animales sudaban y se helaban, además su peso hacía que se enterraran en la nieve y caminasen muy lentamente. Varios incidentes durante estas actividades concluyeron con la muerte de muchos ponys antes de tiempo. Forzosamente, a los 79º 28′ Sur, tuvieron que dejar una tonelada de reservas y regresar; llamaron al lugar Depósito de la Tonelada.
Scott acordó que la salida hacia el Polo no debería ser más tarde del 1 de noviembre de 1911. Los primeros en salir lo hicieron con trineos a motor, que no dieron resultado, y los demás con ponys y perros. Tardaron 15 días en llegar al Campamento de la Tonelada y debían conseguir que los ponys aguantaran hasta realizar el depósito número 20, si deseaban tener seguridad de sobrevivir al regreso; en cada uno dejaban combustible y comida para una semana. Varias ventiscas les confinaron durante algunos días en sus tiendas y cuando reiniciaron la marcha apenas consiguieron avanzar cuatro millas en nueve horas. Scott dividió a los hombres en dos grupos y algunos fueron enviados de regreso. Tras varias ventiscas que les volvieron a paralizar hasta por un día entero, prosiguieron con grandes dificultades, dejando depósitos regularmente. El día 17 de enero de 1912, ya agotados hasta la extenuación, estaban a punto de alcanzar el Polo, pero Bowers divisó algo en la distancia, hora y media más tarde descubrieron una bandera noruega atada al patín de un trineo. Cerca se encontraban los restos de un campamento. El noruego Amundsen se había anticipado, llegando a ese punto treinta y cuatro días antes.
Hundidos y desmoralizados, les asaltaron muchos pensamientos. Se preguntaban cómo encarar el regreso, seguramente sería una labor muy triste, vencidos y agotados. Así fue: en el mismo día un crudo temporal hizo caer las temperaturas a 54º bajo cero. Oates, Evans y Bowers sufrieron congelaciones: les esperaban 800 millas de penoso caminar. Hubo que racionar los alimentos, ya que no estaban realizando las distancias entre depósitos de manera adecuada y la debilidad empezaba a hacer mella.
Arriba: Wilson, Evans, Scott, Oates y Bowers; abajo: Oates intentando avanzar entre la ventisca
El 16 de febrero Evans se derrumbó y fue necesario levantar un campamento, reanudaron al día siguiente pero tuvo que ser llevado al próximo depósito con una mirada desencajada en sus ojos, poco después de medianoche murió. Continuaron, derrotados, con los miembros ennegrecidos y a punto de cangrena, pero el 16 de marzo, a sólo 11 millas del Depósito de la Tonelada quedaron definitivamente confinados por las ventiscas. Muchos días pasaron, pero ya no pudieron moverse. Sin combustible y sin raciones simplemente esperaban la muerte. En un momento de desesperación, Oates, al borde de la locura, salio a la intemperie, solo, caminando hacia lo desconocido, perdiéndose su pista para siempre.
El 29 de marzo de 1912 Scott escribió por última vez:«Creo que no puedo escribir más. Por el amor de Dios, cuiden de nuestras familias». En otra hoja garrapateó: «Por favor envíen este diario a mi viuda». Mientras su cuerpo se iba congelando, Scott pudo sacar fuerzas para completar doce cartas legibles a su esposa y resto de la familia, a sus jefes y camaradas de la Armada, a las madres de sus compañeros Oates y Bowers, así como a la esposa de Wilson. A su esposa Kathleen le escribió una carta muy sentida lamentando no estar para ayudar a sacar a su hijo adelante. Para ella tenía palabras de consuelo, animándole a que rehiciera su vida y fuera feliz. Finalmente escribió al público explicando que el desastre de la expedición no fue debido a una mala planificación, sino a un tiempo desastroso acompañado de la mala suerte, así reconocía: «Iniciamos la expedición conociendo los riesgos y los asumimos. Las cosas salieron en contra nuestra. Ahora no tenemos ninguna queja»
El 12 de noviembre la patrulla de búsqueda halló la tienda enterrada en la nieve. Los tres hombres estaban en sus sacos de dormir. Scott tenía la mitad de su cuerpo fuera, con un brazo estirado hacia Wilson Éste tenía las manos cruzadas sobre su maletín, en el otro saco estaba Bowers; parecía que ambos habían muerto plácidamente, como en un sueño.
4. Shackleton: valor, coraje y liderazgo
Después de la conquista del Polo Sur Geográfico por Amundsen en 1911, que se anticipó por un estrecho margen de días al malogrado Scott, y tras un previo intento de Ernest Shackleton en 1908 por alcanzarlo, quedaba una meta por lograr: el cruce del Continente Antártico de mar a mar.
La distancia a recorrer era de 1800 millas y la mitad de ésta, entre el Mar de Weddell y el Polo, estaba inexplorado. En el proyecto, una segunda expedición partiría hacia el Sur desde el Mar de Ross a esperar la llegada de la expedición principal en la cima del glaciar Beardmore. Dos barcos se necesitarían para ambas misiones: El Endurance y el Aurora, que ya utilizara Mawson en 1911.
El 8 de agosto de 1914, recién estallada la Guerra, el Endurance zarpaba de Plymouth. El 5 de diciembre, tras abandonar las islas Georgias del Sur, se rompió el último eslabón con la civilización. Pronto comenzaron a divisarse peligrosos icebergs que intranquilizaron a Shackleton. En realidad solo era el preludio de lo que le esperaba. El día 7 se internaron entre masas de hielos con la esperanza de encontrar aguas abiertas más allá. Desgraciadamente, se hallaron poco después en una especie de piscina rodeada de grandes placas heladas por todas partes que se estrechaban más y más. El hielo fue encerrando la nave agolpándose a los costados de forma amenazadora. Consiguieron alcanzar un claro que les permitía navegar, pero para primeros de enero sólo se habían movido unas cuantas millas hacia el Sur. Intentar avanzar entre los témpanos suponía una frustración constante. El 19 de enero de 1915 el Endurance se quedó definitivamente atrapado. Su posición era 76º 34′ Sur, en la costa de Caird. El día 27 Shackleton decidió apagar las calderas, habían quemado demasiado carbón, a razón de media tonelada diaria y con 67 toneladas que quedaban tenían autonomía sólo para 33 días. Para el día 31 la nave había flotado unida al hielo unas 8 millas al Oeste. El Endurance había derivado hasta el punto Sur más lejano a 77º de latitud, desde que se quedara inmovilizado.
El Endurance intentando alcanzar un claro
Se fue el verano y las temperaturas cayeron drásticamente. El 1 de mayo se despidieron del Sol y los 70 días-noches del invierno antártico comenzaron. En julio el Sol regresó a medianoche del día 1 y el día 13 sufrieron la presión del hielo, que aumentó hasta ser causa de gran preocupación por los formidables bloques que les tenían cercados, haciendo temblar toda la estructura. A mediados de septiembre salieron en busca de carne fresca para los perros, pero las focas y pingüinos casi habían desaparecido, habían pasado cinco meses desde que capturaran la última foca.
A finales de septiembre la nave empezó a rugir por la poderosa presión de las masas heladas, amenazando con aplastarla. El domingo 23 de octubre de 1915 quedó marcado por el principio del fin. La posición era 69º 11′ Sur, 51º 5′ Oeste. A 18:45 el Endurance crujió, su costado de estribor empezó a doblar peligrosamente, el entablado y las cuadernas de popa partieron, e inmediatamente se formó una vía de agua. El miércoles 27 de octubre Shackleton escribió: «…después de largos meses de ansiedad y tensión incesante, después de tiempos de grandes ambiciones y tiempos de negras perspectivas; hemos decidido abandonar la nave, que está siendo aplastada, más allá de cualquier posibilidad de ser recuperada. Estamos vivos, tenemos provisiones y equipo para empezar la tarea que tenemos por delante, la de llegar a tierra con todos los hombres de la expedición. Está siendo duro tener que escribir esto».
El Endurance atrapado entre los hielos
Habían flotado al menos 1.186 millas y estaban a 346 de la isla Paulet, el punto más cercano donde había alguna posibilidad de hallar comida y refugio. Shackleton mandó bajar al hielo los botes, vestimentas, provisiones y trineos. El Endurance había quedado prisionero de los hielos 281 días. Los 28 hombres abrieron cinco tiendas cerca de la nave que llamaron Campamento Océano, pero tuvieron que levantarlas rápidamente a prudente distancia porque el hielo comenzó a resquebrajarse bajo sus pies.
El Endurance siendo aprisionado por los hielos
El 21 de noviembre de 1915, el Endurance levantó su popa y se hundió bajo el hielo, yendo a descansar al fondo del Mar de Weddell. Los hombres empezaron a notar cómo la superficie sobre la que se encontraba el Campamento Océano iba perdiendo consistencia, así que el 20 de diciembre Shackleton decidió abandonar el lugar y emprender la marcha hacia el Oeste para reducir la distancia a isla Paulet. Los hombres arrastraron los botes James Caird y Dudley Docker haciendo varias paradas. Atrás quedó el otro bote, el Stancomb, que más tarde sería recuperado. Si el hielo se desintegraba los 28 hombres embarcarían en los dos botes, que medían 20 pies de longitud, encomendándose a partir de ahí a la misericordia del Mar de Weddell.
El Endurance desapareciendo bajo los hielos del Mar de Weddell
El 29 de diciembre, fueron cambiando de una placa a otra arrastrando los botes. Forzados a la aventura en su nuevo «hogar» cruzaron el Círculo Polar Antártico la víspera de Año Nuevo. Shackleton escribió: «Así, después de un año de incesante batalla con el hielo, habíamos regresado a casi la misma latitud de donde habíamos salido con tantas aspiraciones 12 meses antes; ¡pero bajo qué condiciones tan diferentes ahora!, nuestra nave aplastada y perdida y nosotros flotando en un pedazo de hielo a la misericordia de los vientos».
Los meses iban pasando, con los hombres sobre aquel témpano de hielo a la deriva, al antojo de los vientos y corrientes, que jugaba con sus vidas, sus pensamientos y sus destinos. El 9 de abril de 1916 el hielo que les sostenía se desintegró hasta tal punto, que se vieron forzados a echar los botes al agua y embarcar en ellos. El témpano partió, se abrió un cauce bajo él y dos horas más tarde, tras embarcar todas las provisiones, consiguieron navegar una corta distancia de tres millas por el canal abierto. Por la tarde abordaron otro témpano y de nuevo arrastraron los botes hasta la superficie, se instalaron las tiendas y se encendió la estufa. Al día siguiente regresaron al agua y a las 11 de la mañana consiguieron alcanzar aguas abiertas.
Arrastrando el James Caird
El 12 de abril de 1916 Shackleton observó que progresaban bien hacia el Oeste. La isla Elefante, en las Shetland del Sur, apareció entonces ante ellos en el Nor-noroeste. De repente un ventarrón se hizo presente y separó el Dudley Docker de los otros dos, que terminó en una playa estrecha y plagada de piedras. Pronto los demás alcanzaron también el lugar. Shackleton, en el Stancomb, fue el primero en desembarcar. Cuando todos estaban en tierra, los hombres empezaron a correr por toda la playa como si hubiesen encontrado un tesoro o una tonelada de ron; simplemente estaban exaltados de felicidad, aún no estaban salvados ni sabían que les depararía el destino a partir de ahora, pero sus pies tocaban aquella «tierra maravillosa», la primera tierra por primera vez en 16 meses.
El desembarco en este lugar de isla Elefante sabían que no podía ser por mucho tiempo, debían localizar otro punto seguro donde acampar. Consiguieron un lugar bien resguardado, arenoso, a siete millas al Oeste de donde se encontraban. Después de un largo forcejeo por mar, el 17 de abril fue instalado el nuevo campamento en el lugar que llamaron Cabo Wild.
En la siguiente semana Shackleton planeó su peligroso viaje en busca de ayuda. La única respuesta a la pregunta acerca de su rescate parecía encontrarse en las Islas Georgias del Sur, que se encontraban a 800 millas de distancia y donde había una estación ballenera. Pero, el océano al Sur de Cabo de Hornos, en Tierra del Fuego, se reconocía como el área mas tormentosa del planeta. Los hombres tendrían que asumir estas condiciones en un pequeño bote, sabiendo que existían grandes posibilidades de perder la vida en el intento. Shackleton dejó a Wild al mando del grupo que permanecería en isla Elefante, con el encargo de mantenerlo unido hasta que regresasen a rescatarlos. Si por primavera no habían vuelto, Wild tenía que tomar los dos botes que les quedaban e intentar llegar a la isla Decepción, una isla volcánica en medio del mar de Brandsfield pero abrigada y con posibilidades de que algún día un barco ballenero recalase allí.
Lanzando al agua el James Caird
El lunes 24 de abril de 1916 los hombres lanzaron el Stancomb al agua cargado con provisiones, vestimentas y lastre. Después se lanzó el James Caird que era el más pesado. El lastre estaba compuesto por bolsas confeccionadas con mantas, que después llenaron con arena. Se cargaron 250 trozos de hielo para disponer de agua potable. Como instrumentos disponían de un sextante, compás, ancla, unos mapas y un par de prismáticos. La operación de carga resultó complicada y laboriosa, los hombres terminaron empapados y helados. Por el mediodía estaban listos para hacerse a la mar. La tripulación del Stancomb estrechó las manos de los hombres del James Caird y éste enfiló hacia el Nordeste. Shackleton junto con Worsley, Crean, Mcneish y Vincent iniciaron aquí el viaje de una vida.
Despidiendo al James Caird
El James Caird hacía tres millas a la hora en medio de formidables icebergs que rozaban y mordían la embarcación. Worsley imaginó estas poderosas estructuras encarnadas en diversas criaturas cuando escribió: «Cisnes de extrañas formas picoteaban las tablas de nuestra embarcación; una góndola que iba guiada por una jirafa, a muchos compañeros les pareció que se trataba de un pato sentado sobre la cabeza de un cocodrilo; un oso desde lo alto de una torre casi araña nuestra vela. Todo tipo de formas extrañas, fantásticas y majestuosas se abrían ante nosotros».
Entretanto, en isla Elefante, las siguientes dos semanas desde la partida del James Caird, una fuerte ventisca sumió la isla en un lugar inhóspito para las condiciones en que se encontraban los que se habían quedado. Wild y sus hombres, para protegerse de las inclemencias, construyeron una cabaña apoyando los botes boca abajo sobre muros de piedras, que después cubrieron con velas para protegerlos de la lluvia y la nieve. Para las paredes utilizaron retales de lona de una vieja tienda. En su interior montaron la estufa a la que acoplaron una chimenea. Pasaron las semanas muertas; el tiempo lo invertían cantando sus canciones favoritas y recordando sus mejores momentos. Para principios de agosto la comida empezó a escasear teniendo que ser racionada. El día 12 consumieron el último alcohol que les quedaba. El invierno les confinó en la cabaña y sus rigores causó graves problemas de congelación. Los doctores Mecilroy y Macklin no tuvieron más remedio que amputar a Blacborrow los dedos de los pies por la gangrena.
Construyendo una cabaña en la Isla Elefante
Por su parte, el James Caird continuaba su viaje en una situación de calvario insufrible. Los sacos de dormir llegaron a quedar empapados y resultaba difícil mantener la temperatura de los cuerpos. Los cantos rodados que se llevaban a bordo a modo de lastre, tenían que ser cambiados continuamente de lugar para que se pudiera acceder a la bomba de achique, que era estorbada por bolsas, sacos de dormir, reservas y equipo. En poco tiempo los sacos llegaron a ser prácticamente inútiles porque sus interiores chorreaban. Para calentarse, los hombres frotaban sus piernas con la ropa mojada que no habían cambiado en siete meses. Las comidas eran a base de bizcochos, leche, té, extracto de carne y terrones de azúcar.
Al cuarto día de la salida una severa tormenta les golpeó duramente. El siguiente día el temporal era tan feroz que evitaron capearlo; recogieron la vela mayor y enarbolaron el foque pequeño. Miles de veces parecía que el bote iba a volcar, pero milagrosamente aguantó las embestidas. El temporal nació en el Continente Antártico y con él vinieron temperaturas extremas. El rocío a bordo se congeló, todo el bote quedó cubierto por una capa de hielo. La embarcación llegó a ser tan pesada que forzó a los hombres a utilizar continuamente herramientas para astillar los hielos y lanzarlos lejos. Pasó un día más y el hielo se convirtió en un verdadero problema ya que el bote, más que a un barco, se parecía a un tronco flotante. Algunos equipos fueron por la borda, entre ellos los remos de repuesto que se habían encajonado en el hielo a ambos lados del bote, y dos sacos de dormir que estaban completamente helados por la humedad que habían acumulado. En los hombres también causó estragos, desarrollándose grandes ampollas en dedos y manos.
Al alba del séptimo día el viento había menguado, de nuevo se puso rumbo a las Georgias del Sur. El Sol salió y los hombres colgaron del mástil los calcetines y sacos de dormir que quedaban. El hielo comenzaba a fundirse a lo lejos y las ballenas soplaban en las inmediaciones del bote. Wild tomó una situación al Sol y calculó que habían recorrido 380 millas, les faltaba casi la mitad del viaje para llegar a su destino. Hasta el undécimo día -5 de mayo de 1916- se navegó con tranquilidad, pero fue entonces cuando un tremendo huracán se desarrolló, a medianoche se divisó en el horizonte una línea de cielo claro entre el Sur sudoeste; Shackleton escribió. «llamé a los otros hombres y les dije que el cielo aclaraba, y entonces un momento más tarde me di cuenta de que eso que había visto no era un claro en las nubes, sino la cresta blanca de una ola gigantesca». El barco quedaría al albedrío del mar embravecido y no había tierra a la vista; el desastre era inevitable, empezaron a prepararse para un naufragio seguro. De repente, milagrosamente, el viento cambió, suspiraron y de nuevo pusieron rumbo a la tierra que tanto anhelaban. La noche llegó y al alba del día 10 de mayo vieron una zona de tierra que pensaron era la bahía del Rey Haakon; Shackleton decidió que ese sería el lugar del desembarco, por lo que pusieron proa a esa bahía que enseguida alcanzaron.
A la llegada se encontraron con peligrosos arrecifes a ambos lados y glaciares que finalizaban en el mar. Tras varios intentos, al cambiar el viento llegaron a la playa por un estrecho paso. A las dos de la mañana desembarcaron gritando de alegría, pero se encontraban a 17 millas de la estación ballenera Stromness; un penoso viaje por las montañas y glaciares de las Georgias del Sur era inevitable. Macnish y Vincent estaban demasiado débiles para intentar el viaje, así que Shackleton les dejó allí al cuidado de Macarthy.
Desembarcando en las Georgias del Sur
El 15 de mayo Shackleton, Crean y Worsley salieron a otra aventura: alcanzar a pie la estación ballenera Stromness. Subieron pesadamente heladas cuestas y glaciares hasta cubrir una altitud de 4.500 pies. Mirando atrás podían ver una espesa niebla que les seguía en su ascenso. No disponían de sacos de dormir, así que era obligado bajar a una cota menor antes de que cayese la noche. Hallaron una pendiente nevada muy acusada y como si fueran niños se lanzaron por ella deslizándose con sus cuerpos; en sólo 2 ó 3 minutos habían descendido 900 pies. A las seis de la tarde hicieron una comida, una hora después la oscuridad era total. Aproximadamente dos horas más tarde, una luna llena apareció tras las dentadas cimas iluminando la senda. A medianoche estaban de nuevo a una altitud de unos 4.000 pies. A la una de la mañana volvieron a tomar algo caliente que renovó sus fuerzas. Poco después de emprender la marcha se toparon con otro glaciar y como no se detuvieron en toda la noche se cansaron terriblemente. A las cinco de la mañana estaban tan exhaustos que se sentaron al abrigo de una roca, se abrazaron todos juntos para guardar el calor y en un minuto Worsley y Crean estaban dormidos, Shackleton se dio cuenta de que eso sería desastroso, si todos se dormían no sobrevivirían. Tras cinco minutos de descanso Shackleton los despertó y les obligó a continuar. A pocos cientos de metros, cuando ya no podían doblar sus rodillas, se alzó ante ellos una cadena montañosa; al otro lado se encontraba la bahía de Stromness. A las seis de la mañana encontraron una entrada y con los cuerpos destrozados por el cansancio, pero ansiosos, emprendieron la etapa final. Tras salvar las formaciones rocosas de Huvik Haracur, apareció la temprana luz del alba. A las seis y media de la mañana Shackleton creyó oír el sonido de los vapores balleneros que salían a la mar. La bahía Stromness estaba ante ellos, pero a pesar de encontrarse tan cerca aún no acabarían las penalidades. Precipicios, pendientes imposibles y planicies nevadas donde se hundían hasta las rodillas, agotaba a los hombres hasta la desesperación, que veían como sus últimos metros se hacían interminables.
A la una y media de la tarde habían salvado la última cima, pero aún tuvieron que descolgarse con sogas por una cascada de 30 pies, para evitar tener que dar un rodeo de cinco millas. Hambrientos y estremecidos por el frío caminaron casi arrastrándose, para cubrir la milla y media que les quedaba hasta la estación ballenera. Cuando finalmente llegaron, la imagen que presentaban era penosa. Sus barbas y cabellos sucios y largos hasta los hombros parecían espartos, las ropas estaban andrajosas después de no haber sido lavadas en un año. En su camino encontraron dos niños a quienes preguntaron donde estaba la casa del gerente, pero ellos no contestaron y salieron corriendo tan rápido como sus piernas les permitían. Al llegar al muelle, el encargado les llevó hasta el gerente, no sin tener que dar explicaciones, ya que el aspecto de los hombres no infundía confianza alguna. Shackleton ya conocía a Sorlle, el gerente, pero éste no le reconoció hasta que se identificó, relatándole lo que había sucedido y las penalidades que tuvieron que sufrir para llegar hasta allí. Después de comer, lavarse y afeitarse Worsley marchó a bordo de un ballenero a recoger a los compañeros que se habían quedado refugiados bajo el James Caird, al otro lado de las montañas. Entretanto, Shackleton preparaba ya el proyecto de rescate de los hombres de Isla Elefante.
A la mañana siguiente, Shackleton, Worsley y Crean partieron en el ballenero noruego Cielo del Sur para isla Elefante, pero al poco tuvieron que desistir por los hielos. Entonces el gobierno de Uruguay prestó a Shackleton el barco Instituto de Pesca, pero de nuevo el hielo impidió el avance. Decidieron marchar a Punta Arenas, donde residentes británicos y chilenos donaron a Shackleton suficientes fondos para fletar la goleta Emma. A 100 millas al Norte de la isla Elefante la caldera auxiliar se averió; un cuarto intento sería necesario. Esta vez el gobierno de Chile puso a disposición de Shackleton el vapor Yelcho, al mando del Capitán Luís Pardo. El 30 de agosto de 1916, Marston, uno de los hombres confinados en isla Elefante, divisó el Yelcho en un claro entre la llovizna y empezó a gritar desesperadamente. Para hacer una señal derribaron inmediatamente la lona que les cubría, empaparon ropas con el resto de aceite y parafina que les quedaba y a continuación prendieron fuego a todo; el barco enseguida se dirigió al lugar. Blackborrow, que no podía andar por las amputaciones de sus dedos, fue llevado a hombros por sus compañeros hasta una roca alta y se mantuvo allí arriba en su saco de dormir; no quería perderse ni un detalle de la llegada de sus rescatadores. Shackleton, al ver a todos sus compañeros vivos, satisfecho y feliz como nunca en su vida exclamó: «¡Gracias a Dios!». Una hora después, encabezaron todos juntos el viaje hacia el Norte. Habían sobrevivido solos en isla Elefante 105 días, pero el mundo no había tenido noticias de ninguno desde octubre de 1914.
Shackleton ha sido considerado como el director de expedición más seguro y confiable, tanto para sus hombres como para sí mismo. Sin duda, será recordado como uno de los hombres más valientes y con más coraje de todos los exploradores antárticos.
CONCLUSIONES
La historia de la exploración antártica está jalonada de valor y coraje, pero también de penalidades. Muchos de los hombres que abordaron su conquista o estudio perecieron en el intento. Hoy, el Antártico continúa siendo un continente indómito, aunque conocido, pero esos hombres malogrados y aquéllos que sufrieron lo indecible ante sus poderosas fuerzas, han sido parte esencial para abrirlo al conocimiento. Actualmente, la Antártida es una reserva especial para la ciencia.
Abel Domínguez R. Miembro de las Campañas
científicas españolas a la Antártida 1989-90 y 1990-91
BIBLIOGRAFÍA
«La prisión blanca». Alfred Lansing. Mondadori.
«El último lugar de la Tierra». Rolano Huntford y Joan Solé. Ediciones Península.
«El Polo Antártico». Silvio Zavatti. Labor.
«Scientific Committee on Antartic Research». www.scar.org
«South Pole». www.south-pole.com
«Enciclopedia Europeo-Americana». Espasa.
«Antártico indómito»: Obra registrada en Safe Creative: Código #1010190264563 / 19-oct-2010